Una reflexión – La Perseverancia

Un muchacho vivía solo con su padre, ambos tenían una relación extraordinaria y muy especial. El joven pertenecía al equipo de fútbol americano de su colegio, usualmente no tenia la oportunidad de jugar, bueno casi nunca, sin embargo su padre permanecía siempre en la gradas haciéndole compañía.

El joven era el mas bajo de la clase cuando comenzó la secundaria e insistía en participar en el equipo de fútbol del colegio, su padre siempre le daba orientación y le explicaba claramente que “él no tenia que jugar fútbol si no lo deseaba en realidad”… Pero el joven amaba el fútbol, no faltaba a una practica ni a un juego!, estaba decidido a dar lo mejor de sí, se sentía felizmente comprometido!!!!

Durante su vida en secundaria, lo recordaron como el “calentador de banco”, debido a que siempre permanecía sentado…. Su padre con su espíritu de luchador, siempre estaba en las gradas, dándole compañía, palabras de aliento y el mejor apoyo que hijo alguno podría esperar!!!

Cuando comenzó la Universidad, intento entrar al equipo de fútbol, todos estaban seguros que no lo lograría, pero a todos venció, entrando al equipo. El entrenador le dio la noticia, admitiendo que lo había aceptado además por como el demostraba entregar su corazón y su alma en cada una de las practicas y al mismo tiempo le daba a los demás miembros del equipo el entusiasmo perfecto. La noticia lleno por completo su corazón, corrió al teléfono mas cercano y llamo a su padre, quien compartió con el la emoción. Le enviaba en todas las temporadas todas las entradas para que asistiera a los juegos de la Universidad. El joven atleta era muy persistente, nunca falto a una practica ni a un juego durante los 4 años de la universidad, y nunca tuvo el chance de participar en algún juego!.

Era el final de la temporada y justo unos minutos antes que comenzara el primer juego de las eliminatorias, el entrenador le entrego un telegrama. El joven lo tomó y luego de leerlo quedo en el silencio….trago muy fuerte y temblando le dijo al entrenador: “Mi padre murió esta mañana, no hay problema de que falte al juego hoy?”. El entrenador le abrazo y le dijo “Toma el resto de la semana libre, hijo. Y no se te ocurra venir el sábado”.

Llego el sábado, y el juego no estaba muy bien, en el tercer cuarto, cuando el equipo tenia 10 puntos de desventaja, el joven entro al vestuario y calladamente se coloco el uniforme y corrió hacia donde estaba el entrenador y su equipo, quienes estaban impresionados de ver a su luchador compañero de regreso!!…

“Entrenador por favor, permítame jugar… Yo tengo que jugar hoy” imploro el joven. El entrenador pretendió no escucharle, de ninguna manera el podía permitir que su peor jugador entrara en el cierre de las eliminatorias. Pero el joven insistió tanto, que finalmente el entrenador sintiendo lástima lo acepto: “Okey hijo, puedes entrar, el campo es todo tuyo”.

Minutos después el entrenador, el equipo y el público, no podían creer lo que estaban viendo. El pequeño desconocido, que nunca había participado en un juego, estaba haciendo todo perfectamente brillante, nadie podía detenerlo en el campo, corría fácilmente como toda una estrella. Su equipo comenzó a ganar, hasta que empato el juego. En los segundos de cierre el muchacho intercepto un pase y corrió todo el campo hasta ganar con un touchdown. La gente que estaba en las gradas gritaba emocionada, y su equipo lo llevo cargado por todo el campo.

Finalmente cuando todo terminó, el entrenador notó que el joven estaba sentado calladamente y solo en una esquina, se acercó y le dijo: “Muchacho no puedo creerlo, estuviste fantástico!!!” Dime, cómo lo lograste? El joven miro al entrenador y le dijo: “Usted sabe que mi padre murió… pero sabía que mi padre era ciego?” El joven hizo una pausa y trato de sonreír… “Mi padre asistió a todos mis juegos, pero hoy era la primera vez que el podía verme jugar… y yo quise mostrarle que si podía hacerlo”…

La Pequeña Astilla de Porcelana

Mi madre solía pedirme a menudo que pusiera la mesa con la “porcelana buena”. Como esto sucedía con mucha frecuencia, nunca me pregunté por qué lo hacía en esas ocasiones. Suponía que era simplemente un deseo suyo, un capricho momentáneo, y hacía lo que ella me pedía.

Una noche, mientras ponía la mesa, llegó inesperadamente Marge, una vecina. Llamó a la puerta y mamá, ocupada en la cocina, le gritó que pasara. Marge entró en la inmensa cocina y, al ver la mesa puesta con tanta elegancia, observó:

-Oh, veo que tienen visitas. Vendré en otro momento. De todos modos, tendría que haber avisado antes.

-No, no, está bien -respondió mi madre-. No esperamos a nadie.

-Bueno -dijo Marge con expresión confundida-, ¿por qué sacaron entonces la porcelana buena? Yo uso mi juego bueno sólo dos veces al año, a lo sumo.

-Porque preparé la comida favorita de mi familia -respondió mamá sonriendo-. Si ponemos la mesa con lo mejor que tenemos para invitados especiales y gente de afuera cuando vienen a comer, ¿por qué no para la familia? No se me ocurre nadie más especial.

-Bueno, sí, pero se te va romper este juego tan lindo de porcelana -respondió Marge, sin comprender todavía el valor que mi madre asignaba al hecho de estimar a su familia de esa manera.

-Oh, bueno, unas cuantas astillas en la porcelana son un precio muy bajo por la forma en que nos sentimos cada vez que nos reunimos a la mesa en familia, usando estos lindísimos platos -dijo mamá como al descuido-. Además -agregó, con un guiño infantil-, cada pieza astillada tiene ahora una historia para contar, ¿no?

Miró a Marge como si una mujer con dos hijos adultos tuviera que saberlo. Luego caminó hasta el armario y sacó un plato. Sosteniéndolo, dijo:

-¿Ves esta astilla? Yo tenía diecisiete años cuando se produjo. Nunca me olvidaré de ese día. El tono de su voz bajó; parecía estar recordando otra época.

-Un día de otoño, mis hermanos necesitaban ayuda para levantar las últimas parvas (mies tendida en la era) de la temporada, para lo cual contrataron a un hombre apuesto, joven y fuerte. Mi madre me había pedido que fuera al gallinero a buscar huevos frescos. Fue entonces cuando vi al nuevo ayudante. Me detuve y observé durante un momento cómo levantaba esos fardos grandes y pesados de pasto verde y los cargaba sobre su hombro, para luego arrojarlos sin esfuerzo sobre la parva. Les digo que era un hombre muy guapo: delgado, de cintura estrecha, brazos fuertes y el pelo abundante y brillante. Seguramente intuyó mi presencia, porque estando a punto de lanzar un fardo, se detuvo, se dio vuelta, me miró y se limitó a sonreír. ¡Era tan increíblemente buen mozo! -dijo mamá lentamente, mientras pasaba un dedo por el borde de la bandeja, y le daba unos golpecitos suaves-. Bueno, supongo que a mis hermanos les caía bien ya que lo invitaron a comer con nosotros. Cuando mi hermano mayor le dijo que se sentara junto a mí en la mesa, casi me muero. Se imaginan lo incómoda que me sentía, sabiendo que me había visto parada observándolo. Y ahora estaba sentada a su lado. Su presencia me ponía tan nerviosa, que tenía la lengua como trabada y lo único que hacía era mirar para abajo.

De pronto, al tomar conciencia de que estaba contando una historia en presencia de su hija y de la vecina, mamá se puso colorada y apresuró el fin del relato.

-La cosa es que él me pasó su plato y me pidió que le sirviera. Yo estaba tan alterada que tenía las palmas húmedas y las manos me temblaban. Cuando tomé su plato, se me resbaló, se golpeó contra la cacerola y se astilló.

-Bueno -dijo Marge, para nada conmovida con la historia de mi madre-, yo diría que suena como un recuerdo que es preferible olvidar.

-Al contrario -replicó mi madre-. Al año me casé con ese hombre maravilloso. Y hasta el día de hoy, cuando veo ese plato, me acuerdo con alegría del día que lo conocí.

Con cuidado, volvió a poner el plato en el armario detrás de los otros, en un lugar especial y, al ver que yo la miraba, me hizo un guiño.

Consciente de que la apasionada historia que acababa de contar no le despertaba a Marge sentimientos de ningún tipo, tomó rápidamente otro plato, esta vez uno que se había roto y había sido pegado cuidadosamente, con pequeñas gotas de cola esparcidas en costuras bastante desparejas.

-Este plato se rompió el día que volvimos del hospital con Mark, nuestro hijo recién nacido -dijo mamá-. ¡Qué día más frío! Tratando de ayudar, a mi hija de seis años se le cayó al suelo cuando lo llevaba al fregadero. Al principio me enojé, pero me dije a mí misma: “Es sólo un plato roto y no voy a permitir que esto altere la felicidad que sentimos al recibir a este bebé en la familia”. Por otra parte, recuerdo que todos nos divertimos mucho con los diversos intentos que hicimos por recomponer el plato.

Yo estaba segura de que mi madre tenía otras historias para contar sobre ese juego de porcelana.

Pasaron varios días y no podía olvidarme de aquel primer plato que nos mostró. Era especial, aunque más no fuera porque mamá lo había guardado con mucho cuidado detrás de los otros. Ese plato me intrigaba y todo el tiempo me daban vuelta ideas por la cabeza.

A los pocos días, mamá fue a la ciudad a hacer compras. Como siempre cuando iba, me quedé a cargo de los demás chicos. En el momento en que el auto se perdió de vista en el camino, hice lo que siempre hacía durante los primeros diez minutos después de su partida. Corrí al cuarto de mis padres (cosa que tenía prohibida), tomé una silla, abrí el cajón superior de la cómoda y revisé su interior como tantas otras veces. En el fondo del cajón, junto a ropa interior suave y muy perfumada, había un alhajero cuadrado de madera. Lo saqué y lo abrí. Estaban los objetos de siempre: el anillo de rubí que le había dejado a mamá Hilda, su tía favorita; un par de delicados aros de perla que el marido de la madre de mi mamá le había regalado el día de su casamiento; y el anillo de compromiso de mi madre, que muchas veces se quitaba cuando ayudaba a papá en los trabajos al aire libre.

Una vez más, fascinada por estos preciosos tesoros, hice lo que toda niña desearía hacer: me probé todo, llenando mi mente con gloriosas imágenes de lo que para mí significaba ser una mujer adulta y bella como mi madre y poseer objetos tan exquisitos. No veía la hora de tener edad suficiente para manejar mi propio cajón y poder decirles a otros que no lo tocaran.

Ese día no me demoré mucho en esos pensamientos. Quité el terciopelo rojo que separaba las joyas depositadas en la cajita de madera de una astilla de porcelana blanca de aspecto nada extraordinario, hasta ese momento totalmente insignificante para mí. Saqué la astilla de la caja, la sostuve a la luz para examinarlo con más atención y, llevada por mi intuición, corrí al armario de la cocina, empujé una silla, trepé y bajé el plato. Tal como lo había imaginado, la astilla -tan cuidadosamente guardada junto a las únicas tres valiosas pertenencias de mi madre- correspondía al plato que había roto el día en que puso los ojos en mi padre.

Con más prudencia y respeto, repuse con mucho cuidado la sagrada astilla en su lugar junto a las joyas y la tela que la protegía. Ahora sabía a ciencia cierta que ese juego de porcelana guardaba para mi madre una serie de historias de amor sobre su familia, pero ninguna tan memorable como la que le había legado aquel plato en especial. Con esa astilla empezó una historia de amor que actualmente va por el capítulo 53; ¡mis padres llevan cincuenta y tres años de casados!

Una de mis hermanas le preguntó a mi mamá si alguna vez el anillo antiguo de rubí podía ser de ella, y mi otra hermana reclamó los aros de perlas de la abuela. Quiero que mis hermanas tengan esas bellas herencias de familia. En cuanto a mí, bueno, me gustaría conservar aquello que simboliza el comienzo de la extraordinaria vida de amor de una mujer extraordinaria. Querría guardar esa pequeña astilla.

Huellas que dejó el amor

En un día caluroso de verano en el sur de Florida, un niño decidió ir a nadar en la laguna detrás de su casa. Salió corriendo por la puerta trasera, se tiró en el agua y nadaba feliz.

Su mamá desde la casa lo miraba por la ventana, y vió con horror lo que sucedía. Enseguida corrió hacia su hijo gritándole lo más fuerte que podía.

Oyéndole el niño se alarmó y miró nadando hacia su mamá.

Pero fue demasiado tarde. Desde el muelle la mamá agarró al niño por sus brazos.

Justo cuando el caimán le agarraba sus piernitas. La mujer jalaba determinada, con toda la fuerza de su corazón. El cocodrilo era más fuerte, pero la mamá era mucho más apasionada y su amor no la abandonaba.

Un señor que escuchó los gritos se apresuró hacia el lugar con una pistola y mató al cocodrilo. El niño sobrevivió y, aunque sus piernas sufrieron bastante, aún pudo llegar a caminar.

Cuando salió del trauma, un periodista le preguntó al niño si le quería enseñar las cicatrices de sus piernas. El niño levantó la colcha y se las mostró. Pero entonces, con gran orgullo se remango las mangas y dijo:

“Pero las que usted debe de ver son estas”. Eran las marcas de las uñas de su mamá que habían presionado con fuerza. “Las tengo porque mamá no me soltó y me salvó la vida”.

Moraleja: Nosotros también tenemos cicatrices de un pasado doloroso. Algunas son causadas por nuestros pecados, pero algunas son la huella de Dios que nos ha sostenido con fuerza para que no caigamos en las garras del mal.

Dios te bendiga siempre, y recuerda que si te ha dolido alguna vez el alma, es porque Dios, te ha agarrado demasiado fuerte para

Hoy es el Tiempo: Los Hijos no Esperan

Durante muchos años,

Hay un tiempo…

Para anticipar la llegada de un bebé, consultar al médico, hacer dieta y ejercicio y ver cómo se va modificando mi perfil. Para preparar el ajuar. Para soñar lo que ese niño puede llegar a ser cuando crezca. Para pedir a Dios que me enseñe a criar al hijo que llevo en mis entrañas.

Para preparar mi alma y alimentar la suya.

No dejaré pasar el tiempo, porque los hijos no esperan.

Hay un tiempo…

Para alimentarlo a la noche, calmar sus pequeños dolores y esforzarse para sacarle una sonrisa, Para mecerlo y pasearlo por la habitación. Para moldear con paciencia su voluntad cuando todavía no se ha hecho presente la razón.

Para mostrarle que su suave mundo es difícil y exigente, pero que también tiene mucho de amor y de esperanza.

Para contemplarlo y maravillarme por lo que en realidad es: ni mascota, ni juguete, sino una persona diferente de mí misma, un ser creado a la imagen divina.

Para reflexionar acerca de mi mayordomía sobre él: no me pertenece, no es mío, solo he sido elegida para amarlo, educarlo y disfrutarlo.

Haré lo mejor que pueda durante este tiempo, porque los hijos no esperan.

Hay un tiempo…

Para tenerlo en mis brazos y contarle la historia más hermosa que jamás haya oído.

Para enseñarle que Dios existe en el cielo, en la tierra, en cada detalle de la naturaleza y de su cuerpo.

Para enseñarle a sentir asombro y a emocionarse por las cosas que realmente lo merecen.

Para dejar de lado los platos sucios y llevarlo al parque para que pueda correr, respirar a pleno pulmón, mirar la luna, sentir la lluvia sobre su cabeza y descubrir cada secreto de la naturaleza.

Para jugar con él una carrera, hacerle un dibujo, atraparle una mariposa y darle todo el alegre compañerismo que necesita.

Para señalar el camino de la verdad y enseñarle a amar a Dios con sus sentimientos de niño.

Este tiempo es corto, y si me descuido se me esfumará, porque los hijos no esperan.

Hay un tiempo…

Para cantar en vez de rezongar, sonreír en vez de fruncir el seño, reflexionar en vez de airarme, comprenderlo en vez de llorar por el jarrón roto, compartir con mis mejores sentimientos mi amor por la vida y la familia.

Para contestar sus preguntas, antes que llegue el momento cuando no quiera escuchar mi respuesta.

Para enseñarle firme y paciente a obedecer, a disponer un lugar para cada cosa y a poner cada cosa en su lugar.

Para mostrarle la paz del deber cumplido y comunicarlo con la Fuente de la paz.

Este tiempo es breve, aprovecharé cada minuto, porque los hijos no esperan.

Hay un tiempo…

Para verlo partir valientemente hacia la escuela y entonces extrañar su ruidosa presencia a mi lado.

Para aceptar que ahora hay otros que atraen su interés, y esperarlo cuando regrese de la escuela.

Para escuchar las largas descripciones de lo que sucede cada día.

Para enseñarle a ser independiente, responsable y sobre todo, a ser el mismo.

Para guiarlo con afectuosa firmeza y disciplinarlo con amor.

Para dejarlo partir y soltar los lazos que lo sujetan a mi falda.

Para atesorar cada instante fugaz de su niñez y adolescencia: sólo dieciocho preciosos años para inspirarlo y prepararlo para la vida.

No cambiar este derecho natural por la posición social, la reputación profesional o un cheque de sueldo. Una hora de dedicación puede evitar años de dolor mañana. La casa puede esperar, el auto puede esperar, la ropa puede esperar, pero los hijos no esperan.

Habrá un tiempo…

Cuando las puertas ya no serán cerradas a golpes, ni habrá juguetes en la escalera, ni peleas entre los hermanos, ni marca de lápices en las paredes, entonces podré recordar con gozo los años pasados y pensar que fue poco lo que perdí en comparación con lo mucho que he ganado.

Cuando lo vea labrarse un futuro en la universidad.

Entonces será para mí el tiempo de trabajar fuera de casa, de dedicarme a todo lo bello y útil que he postergado durante tantos años. Entonces será mi tiempo, yo sí puedo esperar.

Habrá un tiempo…

Para mirar hacia atrás y ver que los años de madre no fueron desperdiciados.

Para verlo un hombre formado, íntegro y sirviendo a los demás.

Para verlo disfrutar gracias a todos los tiempos que no dejé escapar.

Para afirmar sin equivocarme que cada momento de su vida fue importante para mí.

Para reconocer sin dolor que no hay carrera mejor, ni trabajo más remunerado, ni tarea más urgente que la de aceptar con alegría la gracia de ser madre.

Entonces recogeré el fruto de haber respetado los tiempos de mis vástagos, de haber postergado los míos, de haber sido consciente de que esos tiempos eran breves y de no haberlos hecho esperar.

El Hijo Preferido…

Cierta vez le preguntaron a una madre cual era su hijo preferido, aquel que ella más amaba.

Y ella, dejando entrever una sonrisa, respondió:

“Nada es más voluble que un corazón de madre.

Y, como madre, le respondió:

”El hijo predilecto, aquel a quien me dedico de cuerpo y alma.

Es mi hijo enfermo, hasta que sane.

El que partió, hasta que vuelva.

El que está cansado, hasta que descanse.

El que está con hambre, hasta que se alimente.

El que está con sed, hasta que beba.

El que está estudiando, hasta que aprenda.

El que está desnudo, hasta que se vista.

EL que no trabaja, hasta que se emplee.

El que está de novio, hasta que se case.

El que se casa, hasta que conviva.

El que es padre, hasta que los crie.

EL que prometió, hasta que cumpla.

El que debe, hasta que pague.

El que llora, hasta que calle.”

Y con un semblante bien diferente a aquella sonrisa, finalizó:

“El que ya me dejó, hasta que lo reencuentre.”

Empleo Vacante

Se solicita: AMA DE CASA

Para el puesto se requiere que la solicitante afortunada realice y coordine las siguientes funciones:

Acompañante, consejera, directora, administradora, agente de compras, enfermera, cocinera, nutrióloga, decoradora, limpiadora, chofer, supervisora del cuidado de los niños, trabajadora social, psicóloga y organizadora de recreaciones.

REQUISITOS:

La solicitante debe tener una automotivación ilimitada y el más fuerte sentido de responsabilidad si quiere tener éxito en este trabajo.

Debe ser independiente y con iniciativa, capaz de trabajar aisladamente y sin supervisión. Ser eficiente en el manejo de personas de todas las edades y apta para trabajar en condiciones de estrés durante largos períodos, si fuera necesario. También debe contar con la flexibilidad suficiente para hacer un gran número de tareas conflictivas al mismo tiempo sin cansarse y con la adaptabilidad para manejarse sin problemas en los distintos cambios del dearrollo de la vida del grupo, incluyendo emergencias y crisis serias. Debe ser capaz de comunicarse acerca de un sinnúmero de asuntos con gente de todo tipo, incluyendo:

burócratas, maestros de escuela, médicos, dentistas, trabajadores, comerciantes, adolescentes y niños.

Ser competente en los oficios arriba mencionados, sana, creativa y extrovertida; para alentar y ayudar al desarrollo físico y emocional de los miembros del grupo. Tener imaginación, sensibilidad, calor, amor y comprensión, ya que será la responsable del bienestar mental y emocional del grupo mencionado.

HORA DE TRABAJO:

Todo el tiempo en que permanezca despierta, así como turnos de veinticuatro horas cuando sea necesario.

REMUNERACIÓN:

Ningún salario o sueldo. El gasto será negociado de vez en cuando.

Se le puede requerir a la solicitante afortunada que consiga un segundo trabajo además del que se anuncia ahora, para ayudar al sostenimiento del grupo.

BENEFICIOS:

Ninguna vacación garantizada, ni siquiera por enfermedad, maternidad o largo servicio. Ningún seguro de vida o por accidentes.

Tampoco se ofrece compensación alguna para la solicitante contratada.

Solo una madre con su infinito amor, tomaría el empleo, pues solo ella puede pasar por todo lo anterior y mucho más con tal de que su familia se encuentre bien. Con toda mi admiración y cariño para cada una de ustedes que tiene la fortuna de ser madre, gracias por el inmenso cariño depositado en sus hijos.

Mi felicitación para cada uno de ustedes (hijos) que aún cuentan con la dicha de tenerla a su lado.

Cuídenla muchísimo, pues es el regalo más hermoso que nos ha dado Dios. Y para aquellos que su mamá ya está en el cielo, solo quiero recordarles que tienen el mejor ángel de la guarda que siempre los cuida, los protege, los guía y los acompaña.

El Aspecto del Coraje

Yo sé cual es el aspecto del coraje. Lo vi durante un viaje en avión, hace seis años. Sólo ahora puedo contarlo sin que se me llenen los ojos de lágrimas.

Cuando nuestro avión despegó del aeropuerto de Orlando, aquel viernes por la mañana, llevaba a bordo a un grupo elegante y lleno de energía. El primer vuelo de la mañana era el preferido de los profesionales que iban a Atlanta por asuntos de negocios.

A mi alrededor había mucho traje caro, mucho peinado de estilista, portafolios de cuero y todos los aderezos del viajante avezado. Me instalé en el asiento con algo liviano para leer durante el viaje.

Inmediatamente después del despegue, notamos que algo andaba mal. El avión se bamboleaba y tendía a desviarse hacia la izquierda. Todos los viajeros experimentados, incluida yo, intercambiamos sonrisas sabedoras. Era un modo de comunicarnos que todos conocíamos esos pequeños problemas.

Cuando uno viaja mucho, se familiariza con esas cosas y aprende a tomarlas con desenvoltura.

La desenvoltura no nos duró mucho. Minutos después nuestro avión empezó a perder altura, con un ala inclinada hacia abajo. El aparato ascendió un poco, pero de nada le sirvió. El piloto no tardó en hacer un grave anuncio:

-Tenemos algunas dificultades -dijo-.En este momento parece que no tenemos dirección de proa. Nuestros indicadores señalan que falla el sistema hidráulico, por lo cual vamos a regresar al aeropuerto de Orlando. Debido a la falta de hidráulica, no estamos seguros de poder bajar el tren de aterrizaje. Por lo tanto, los auxiliares de vuelo prepararán a los señores pasajeros para un aterrizaje de emergencia.

Además, si miran por las ventanillas verán que estamos arrojando combustible. Queremos tener la menor cantidad posible en los tanques, por si el aterrizaje resulta muy brusco.

En otras palabras, íbamos a estrellarnos. No conozco espectáculo más apabullante que el de esos cientos de litros de combustible pasando a chorros junto a mi ventanilla. Los auxiliares de vuelo nos ayudaron a instalarnos bien y reconfortaron a los que ya daban señales de histeria.

Al observar a mis compañeros de vuelo, me llamó la atención el cambio general de semblante. A muchos se los veía ya muy asustados. Hasta los más estoicos se habían puesto pálidos y ceñudos.

Estaban literalmente grises, aunque me costara creerlo. No había una sola excepción.

“Nadie se enfrenta a la muerte sin miedo”, pensé. Todo el mundo había perdido la compostura, de un modo u otro.

Comencé a buscar entre el pasaje a una sola persona que mantuviera la serenidad y la paz que en esos casos brindan un verdadero coraje o una fe sincera. No veía a ninguna.

Sin embargo, un par de filas a la izquierda sonaba una serena voz femenina, que hablaba en un tono absolutamente normal, sin temblores ni tensión. Era una voz encantadora, sedante.Yo tenía que encontrar a su dueña.

A mi alrededor se oían llantos, gemidos y gritos.

Algunos hombres mantenían la compostura, pero aferrados a los brazos del asiento y con los dientes apretados; toda su actitud reflejaba miedo.

Aunque mi fe me protegía de la histeria, yo tampoco habría podido hablar con la calma y la dulzura que encerraba esa voz tranquilizadora. Por fin la vi.

En medio de todo ese caos, una madre hablaba con su hija. Aparentaba unos treinta y cinco años y no tenía rasgo alguno que llamara la atención. Su hijita, de unos cuatro años, la escuchaba con mucha atención, como si percibiera la importancia de las palabras.

La madre la miraba a los ojos, tan fija y apasionadamente que parecía aislarse de la angustia y el miedo reinantes a su lado.

En ese momento recordé a otra niñita que, poco tiempo antes, había sobrevivido a un terrible accidente de aviación. Se creía que debía la vida al hecho de que su madre hubiera ceñido el cinturón de seguridad sobre su propio cuerpo, con su hija atrás, a fin de protegerla. La madre no sobrevivió. La pequeña pasó varias semanas bajo tratamiento psicológico para evitar los sentimientos de culpa que suelen perseguir a los sobrevivientes.

Se le dijo, una y otra vez, que la desaparición de la madre no era culpa de ella.

Rezando porque esta situación no acabara igual, agucé el oído para saber qué decía esa mujer a su hija. Necesitaba escuchar.

Por fin, algún milagro me permitió distinguir lo que decía esa voz suave, segura y tranquilizante. Eran las mismas frases, repetidas una y otra vez. -Te quiero muchísimo. Sabes, ¿verdad? , que te quiero más que a nadie. -Sí, mami.-repuso la niña.

-Pase lo que pase, recuerda siempre que te quiero. Y que eres buena. A veces suceden cosas que no son culpa de uno. Eres una niña muy buena y mi amor te acompañará siempre.

Luego la madre cubrió con su cuerpo el de su hija, abrochó el cinturón de seguridad sobre ambas y se preparó para el desastre.

Por motivos ajenos a esta tierra, el tren de aterrizaje funcionó y nuestro descenso no fue la tragedia que esperábamos. Todo terminó en pocos segundos.

La voz que oí aquel día no había vacilado ni por un instante, sin expresar duda alguna, y mantuvo una serenidad que parecía emocional y físicamente imposible. Ninguno de nosotros, avezados profesionales habría podido hablar sin que le temblara la voz.

Sólo el mayor de los corajes, ayudado por un amor más grande aún, pudo haber sostenido a esa madre y elevarla por sobre el caos que la rodeaba.

Esa mamá me demostró cómo es un verdadero héroe. Y en esos pocos minutos oí la voz del coraje.

El Abrazo del Oso

Este cuento se refiere a un hombre joven cuyo hijo había nacido recientemente y era la primera vez que sentía la experiencia de ser papá.

A este personaje lo llamaremos Alberto y en su corazón reinaban la alegría y los sentimientos de amor que brotaban a raudales dentro de su ser.

Un buen día le dieron ganas de entrar en contacto con la naturaleza, pues a partir del nacimiento de su bebé todo lo veía hermoso y aun el ruido de una hoja al caer le sonaba a notas musicales.

Así fue que decidió ir a un bosque; quería oír el canto de los pájaros y disfrutar toda la belleza. Caminaba plácidamente respirando la humedad que hay en estos lugares, cuando de repente vio posada en una rama a un águila que lo sorprendió por la belleza de su plumaje.

El águila también había tenido la alegría de recibir a sus polluelos y tenía como objetivo llegar hasta el río más cercano, capturar un pez y llevarlo a su nido como alimento; pues significaba una responsabilidad muy grande criar y formar a sus aguiluchos para enfrentar los retos que la vida ofrece .

El águila al notar la presencia de Alberto lo miró fijamente y le preguntó: ” ¿A dónde te diriges buen hombre?, veo en tus ojos la alegría” por lo que Alberto le contestó: ” es que ha nacido mi hijo y he venido al bosque a disfrutar, pero me siento un poco confundido”

El águila insistió: “Oye, ¿y qué piensas hacer con tu hijo?”

Alberto le contesto: “Ah, pues ahora y desde ahora, siempre lo voy a proteger, le daré de comer y jamás permitiré que pase frío. Yo me encargaré de que tenga todo lo que necesite, y día con día yo seré quien lo cubra de las inclemencias del tiempo; lo defenderé de los enemigos que pueda tener y nunca dejaré que pase situaciones difíciles.

No permitiré que mi hijo pase necesidades como yo las pasé, nunca dejaré que eso suceda, porque para eso estoy aquí, para que él nunca se esfuerce por nada”

Y para finalizar agregó: “Yo como su padre, seré fuerte como un oso, y con la potencia de mis brazos lo rodearé, lo abrazaré y nunca dejaré que nada ni nadie lo perturbe”.

El águila no salía de su asombro, atónita lo escuchaba y no daba crédito a lo que había oído. Entonces, respirando muy hondo y sacudiendo su enorme plumaje, lo miró fijamente y dijo:

“Escúchame bien buen hombre. Cuando recibí el mandato de la naturaleza para empollar a mis hijos, también recibí el mandato de construir mi nido, un nido confortable, seguro, a buen resguardo de los depredadores, pero también le he puesto ramas con muchas espinas ¿y sabes por qué? porque aún cuando estas espinas están cubiertas por plumas, algún día, cuando mis polluelos hayan emplumado y sean fuertes para volar, haré desaparecer todo este confort, y ellos ya no podrán habitar sobre las espinas, eso les obligará a construir su propio nido. Todo el valle será para ellos, siempre y cuando realicen su propio esfuerzo para conquistarlo con todo, sus montañas, sus ríos llenos de peces y praderas llenas de conejos.

Si yo los abrazara como un oso, reprimiría sus aspiraciones y deseos de ser ellos mismos, destruiría irremisiblemente su individualidad y haría de ellos individuos indolentes, sin ánimo de luchar, ni alegría de vivir. Tarde que temprano lloraría mi error, pues ver a mis aguiluchos convertidos en ridículos representantes de su especie me llenaría de remordimiento y gran vergüenza, pues tendría que cosechar la impertinencia de mis actos, viendo a mi descendencia imposibilitada para tener sus propios triunfos, fracasos y errores, porque yo quise resolver todos sus problemas.

“Yo, amigo mío”, dijo el águila, podría jurarte que después de Dios he de amar a mis hijos por sobre todas las cosas, pero también he de prometer que nunca seré su cómplice en la superficialidad de su inmadurez, he de entender su juventud, pero no participaré de sus excesos, me he de esmerar en conocer sus cualidades, pero también sus defectos y nunca permitiré que abusen de mí en aras de este amor que les profeso”.

El águila calló y Alberto no supo qué decir, pues seguía confundido, y mientras entraba en una profunda reflexión, ésta, con gran majestuosidad levantó el vuelo y se perdió en el horizonte.

Alberto empezó a caminar mientras miraba fijamente el follaje seco disperso en el suelo, sólo pensaba en lo equivocado que estaba y el terrible error que iba a cometer al darle a su hijo el abrazo del oso.

Reconfortado, siguió caminando, solo pensaba en llegar a casa, con amor abrazar a su bebé, pensando que abrazarlo solo sería por segundos, ya que el pequeño empezaba a tener la necesidad de su propia libertad para mover piernas y brazos, sin que ningún oso protector se lo impidiera.

A partir de ese día Alberto empezó a prepararse para ser el mejor de los padres.

Acéptame como soy

Erase una vez un soldado quien finalmente regresaba a casa después de la guerra de Vietnam. El llamo a sus padres a San Francisco y les dijo: “Mama y Papa, voy de regreso a casa, pero tengo un favor que pedirles. Tengo un amigo que quisiera llevar conmigo”. “Claro Hijo”, respondieron sus padres, “nos encantaría conocerlo”. “Pero hay algo que deben de saber”, dijo el soldado, “el fue herido gravemente durante la guerra. Pisó una mina (explosivo) y perdió un brazo y una pierna. El no tiene adonde ir, y yo quiero que se venga a vivir con nosotros”. “Lamento escuchar eso hijo. Tal vez lo podamos ayudar a encontrar un lugar donde vivir”.

“No, Mama y Papa, yo quiero que viva con nosotros”. “Hijo”, dijo el papá, “tu no sabes lo que estas pidiendo. Alguien con semejantes limitaciones seria una terrible carga para nosotros. Nosotros tenemos nuestras propias vidas que vivir, y no podemos permitir que algo así nos interfiera. Yo creo que tu solo deberías venir a casa y olvidarte de ese muchacho. El encontrará una forma de vivir el solo”. A ese punto, el hijo colgó el teléfono.

Los padres no escucharon nada más de su hijo. Días después, recibieron una llamada del departamento de policías de San Francisco. Su hijo se había muerto después de caer de la azotea de un edificio. La policía dice que fue suicidio. Los devastados padres volaron hasta San Francisco y fueron llevados a la morgue para identificar el cuerpo de su hijo. Ellos lo reconocieron, pero para su horror, también descubrieron algo que no sabían, su hijo solo tenia un brazo y una pierna. Los padres de esta historia son como muchos de nosotros.

Encontramos muy fácil el amar a aquellos quienes son bien parecidos y divertidos de tener a nuestros alrededores, pero no queremos a aquellos quienes no nos convenga o nos hagan sentir incómodos.

Preferimos alejarnos de las personas que no son tan saludables, tan bonitos, o tan inteligentes como nosotros mismos. Afortunadamente, hay alguien que no nos tratará de esa manera. Alguien que nos ama con un amor incondicional que nos da la bienvenida a la familia infinita, tal y como somos.

Acéptame como soy

Erase una vez un soldado quien finalmente regresaba a casa después de la guerra de Vietnam. El llamo a sus padres a San Francisco y les dijo: “Mama y Papa, voy de regreso a casa, pero tengo un favor que pedirles. Tengo un amigo que quisiera llevar conmigo”. “Claro Hijo”, respondieron sus padres, “nos encantaría conocerlo”. “Pero hay algo que deben de saber”, dijo el soldado, “el fue herido gravemente durante la guerra. Pisó una mina (explosivo) y perdió un brazo y una pierna. El no tiene adonde ir, y yo quiero que se venga a vivir con nosotros”. “Lamento escuchar eso hijo. Tal vez lo podamos ayudar a encontrar un lugar donde vivir”.

“No, Mama y Papa, yo quiero que viva con nosotros”. “Hijo”, dijo el papá, “tu no sabes lo que estas pidiendo. Alguien con semejantes limitaciones seria una terrible carga para nosotros. Nosotros tenemos nuestras propias vidas que vivir, y no podemos permitir que algo así nos interfiera. Yo creo que tu solo deberías venir a casa y olvidarte de ese muchacho. El encontrará una forma de vivir el solo”. A ese punto, el hijo colgó el teléfono.

Los padres no escucharon nada más de su hijo. Días después, recibieron una llamada del departamento de policías de San Francisco. Su hijo se había muerto después de caer de la azotea de un edificio. La policía dice que fue suicidio. Los devastados padres volaron hasta San Francisco y fueron llevados a la morgue para identificar el cuerpo de su hijo. Ellos lo reconocieron, pero para su horror, también descubrieron algo que no sabían, su hijo solo tenia un brazo y una pierna. Los padres de esta historia son como muchos de nosotros.

Encontramos muy fácil el amar a aquellos quienes son bien parecidos y divertidos de tener a nuestros alrededores, pero no queremos a aquellos quienes no nos convenga o nos hagan sentir incómodos.

Preferimos alejarnos de las personas que no son tan saludables, tan bonitos, o tan inteligentes como nosotros mismos. Afortunadamente, hay alguien que no nos tratará de esa manera. Alguien que nos ama con un amor incondicional que nos da la bienvenida a la familia infinita, tal y como somos.

Acéptame como soy

Erase una vez un soldado quien finalmente regresaba a casa después de la guerra de Vietnam. El llamo a sus padres a San Francisco y les dijo: “Mama y Papa, voy de regreso a casa, pero tengo un favor que pedirles. Tengo un amigo que quisiera llevar conmigo”. “Claro Hijo”, respondieron sus padres, “nos encantaría conocerlo”. “Pero hay algo que deben de saber”, dijo el soldado, “el fue herido gravemente durante la guerra. Pisó una mina (explosivo) y perdió un brazo y una pierna. El no tiene adonde ir, y yo quiero que se venga a vivir con nosotros”. “Lamento escuchar eso hijo. Tal vez lo podamos ayudar a encontrar un lugar donde vivir”.

“No, Mama y Papa, yo quiero que viva con nosotros”. “Hijo”, dijo el papá, “tu no sabes lo que estas pidiendo. Alguien con semejantes limitaciones seria una terrible carga para nosotros. Nosotros tenemos nuestras propias vidas que vivir, y no podemos permitir que algo así nos interfiera. Yo creo que tu solo deberías venir a casa y olvidarte de ese muchacho. El encontrará una forma de vivir el solo”. A ese punto, el hijo colgó el teléfono.

Los padres no escucharon nada más de su hijo. Días después, recibieron una llamada del departamento de policías de San Francisco. Su hijo se había muerto después de caer de la azotea de un edificio. La policía dice que fue suicidio. Los devastados padres volaron hasta San Francisco y fueron llevados a la morgue para identificar el cuerpo de su hijo. Ellos lo reconocieron, pero para su horror, también descubrieron algo que no sabían, su hijo solo tenia un brazo y una pierna. Los padres de esta historia son como muchos de nosotros.

Encontramos muy fácil el amar a aquellos quienes son bien parecidos y divertidos de tener a nuestros alrededores, pero no queremos a aquellos quienes no nos convenga o nos hagan sentir incómodos.

Preferimos alejarnos de las personas que no son tan saludables, tan bonitos, o tan inteligentes como nosotros mismos. Afortunadamente, hay alguien que no nos tratará de esa manera. Alguien que nos ama con un amor incondicional que nos da la bienvenida a la familia infinita, tal y como somos.

Bienes Invisibles

Tomás es un chico de siete años que vive con su mamá, una pobre costurera, en su solo cuarto, de una pequeña ciudad del norte de Escocia. La víspera de Navidad, en su cama, el chico espera, ansioso, la venida de Papá Noel. Según la costumbre de su país, ha colocado en la chimenea una gran media de lana, esperando encontrarla, a la mañana siguiente, llena de regalos.

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¡No Te Metas En Mi Vida!

Esta frase caló hondamente en mí, tanto, que frecuentemente la recuerdo y comento en mis conferencias con Padres he hijos. Si en vez de sacerdote, hubiese optado por ser padre de familia, qué le respondería a esa pregunta inquisitiva de mi hijo? Esta podría ser mi respuesta:

HIJO, UN MOMENTO, NO SOY YO EL QUE ME METO EN TU VIDA, TU TE HAS METIDO A LA MÍA!!!

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Criar Hijos

Un escritor francés escribió: “Los padres de familia son los grandes aventureros de los tiempos modernos”. En efecto, con todas las presiones que se ejercen sobre ellos hoy en día, criar hijos puede parecer a los padres cristianos una empresa difícil y arriesgada. Pero seamos padres positivos. Primero, reconozcamos que el Señor nos confía una noble misión, para la cual podemos contar con su ayuda. Expliquemos a nuestros hijos que no les imponemos la obediencia por autoritarismo, sino que es una exigencia divina (Efesios 6,1).

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