“El vicario general de la Archidiócesis de Sevilla, Teodoro León Muñoz, ha remitido una circular a los sacerdotes en la que advierte de que en algunas celebraciones matrimoniales tienen lugar «actos inapropiados»..”
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Alimento del Alma: Textos, Homilias, Conferencias de Fray Nelson Medina, O.P.
“Cada vez son menos los novios que deciden casarse por la Iglesia. Solo en los últimos diez años el número de matrimonios canónicos se ha reducido a menos de la mitad, pero «no es una crisis sociológica, es una crisis de esperanza. A los jóvenes les sigue atrayendo un amor para siempre, un amor respetuoso, hermoso y fiel. Pero nos encontramos con chavales que han caído en una especie de cinismo y lo dan por imposible. Sin embargo, la Iglesia es la única institución del mundo que defiende que sí es posible, porque el plan de Dios es ese. Entonces, la pastoral de la Iglesia tiene que ir encaminada a que la gente descubra que ese amor con el que sueñan se puede hacer realidad», explica Lucas Buch, coorganizador de las jornadas Acompañar a los jóvenes en el noviazgo, celebrado la semana pasada en la facultad de Teología de la Universidad de Navarra…”
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Aqui, en nuestra Diócesis, a una señora no la bautizaron porque ella “considera que no está decidida/preparada para recibir la comunión”. La pregunta: si bien sé lo que significa comulgar, ¿por qué “obligarla” a recibir los tres sacramentos juntos cuando, recién con el bautismo recibimos la gracia que nos permite entender las cosas divinas? –L.G.
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Un principio de respuesta lo tenemos en la práctica de la Iglesia antigua. Como es bien sabido, en aquella época los bautizos eran mayoritariamente de adultos. Una larga catequesis, de varios años, conocida como etapa del “catecumenado,” conducía a la recepción de los sacramentos de la iniciación. Atención: no son las iniciaciones, sino una sola iniciación en la cual: los pecados son perdonados y recibimos la filiación divina (bautismo); somos sellados por la gracia de su Espíritu (confirmación) y alimentados con el Cuerpo y Sangre de Cristo para que Él viva y realice su misterio en nosotros (eucaristía). Se trata de una sola y misma vida, la vida trinitaria: del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Por la misma razón, el catecumenado prepara para una nueva vida, una vida que ha sido “iniciada” es decir, que ha tenido un nuevo comienzo a partir del sacrificio de Cristo, la adopción del Padre y la unción y sello del Espíritu Santo. Esta es la versión original y primera de los sacramentos.
Las cosas cambian cuando uno recibe el bautismo siendo niño. Está claro que el sacramento eucarístico no puede recibirse con provecho sin la conciencia de una clara distinción que hay entre el pan ordinario y el pan de la Eucaristía. A medida que más y más cristianos eran bautizados en su infancia, se volvió natural separar por intervalo de unos años la recepción del bautismo y de la eucaristía. No había una razón real para posponer la confirmación y por eso muchos de nuestros mayores fueron confirmados en su infancia pero después vino la idea de que la confirmación era la oportunidad para que un joven o joven adulto “confirmara” su compromiso con Cristo. Esta es la práctica actual es muchísimos lugares pero en realidad no es correcta porque supone una deformación del sentido original, según el cual, no es que yo “confirme” nada sino que es el Señor quien confirma y consolida su obra en mí, por manos de los sucesores de los apóstoles, esto es, los obispos.
El hecho es que actualmente lo común es recibir con separación de años el bautismo, la eucaristía y la confirmación, en ese orden, además.
Pero volvamos al caso de un adulto que quiere ingresar y ser parte de la Iglesia Católica. Debemos suponer que ha recibido una adecuada formación que le muestra la belleza, el fruto y la unión de los sacramentos de la iniciación, según hemos explicado antes, y según fue siempre la práctica de la Iglesia con los adultos. ¿Tendría sentido que la persona dijera: “sí quiero comulgar pero no quiero confirmarme”? Es uno y el mismo Dios el que te da el regalo de la vida nueva. Un bebé tiene el obstáculo, luego superable, de la incapacidad de entender, en cuanto a la Eucaristía; pero tú, no.
Si uno examina el caso se da cuenta que no parece encontrarse ninguna motivación válida y sana para separar los sacramentos de la iniciación en un adulto. ¿Es un capricho? ¿Una vacilación? ¿Una catequesis incompleta? En cualquier situación lo mejor es esperar, orar, resolver dudas, completar formación y luego, así lo permita Dios, proceder a la celebración de los sacramentos.
Casarse en la iglesia es responder a la voluntad de Dios de dar al hombre y a la mujer la capacidad de amarse a su imagen
El matrimonio es la íntima unión y la entrega mutua de la vida entre un hombre y una mujer con el propósito de buscar en todo el bien mutuo.
Dicha relación tiene sus raíces en la voluntad original de Dios quien al crear al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza, les dio la capacidad de amarse y entregarse mutuamente, hasta el punto de poder ser “una sola carne” (véase Gn. 1, 22 y 2, 24).
Así, el matrimonio es tanto una institución natural como una unión sagrada que realiza el plan original de Dios para la pareja.
Pero además Cristo elevó esta vocación al amor a la dignidad de sacramento cuando hizo del consentimiento de entrega de los esposos cristianos el símbolo mismo de su propia entrega por todos en la cruz.
En otras palabras, el consentimiento libre por el cual la pareja se entrega y se recibe mutuamente es la esencia o “materia” del sacramento del matrimonio, de la misma forma como el pan y el vino son la materia del sacramento de la Eucaristía.
Dicho consentimiento o símbolo visible de la presencia de Cristo se concreta, dentro del rito matrimonial, en la fórmula que una vez y para siempre se dicen los esposos con palabras como: “Yo te recibo como esposo(a) y me comprometo a amarte, respetarte y servirte, en salud o enfermedad, en tristeza y alegría, en riqueza o en pobreza, hasta que la muerte nos separe”.
Con esta declaración pública de entrega, consumada después en el acto íntimo de entrega corporal, los esposos se constituyen el uno para el otro en sacramentos vivos de la entrega de Cristo a la humanidad. Ellos son por tanto los verdaderos ministros de este sacramento.
Pero para que su declaración sea reconocida, la Iglesia pide que los esposos pronuncien este consentimiento frente a un testigo autorizado por la Iglesia que puede ser un sacerdote o un diácono y frente a la comunidad cristiana.
El compromiso celebrado en el rito se convierte en el estilo de vida de los esposos que, a través de su cotidiana entrega y fidelidad, hacen de su amor el lugar donde el cónyuge es amado, servido, escuchado y atendido como Cristo mismo lo haría.
En otras palabras, el sacramento del matrimonio no se reduce al rito que lo celebra, sino que consiste en “ser sacramento” o presencia visible de Cristo para el cónyuge, todos los días y en todas las circunstancias que la vida les presente.
Por esta razón el matrimonio es junto al sacramento del orden sacerdotal un sacramento de servicio que, vivido con el apoyo permanente de la gracia de Dios, es un camino excelente de santidad.
Es además en el seno de esta relación estable y generosa donde Dios quiere que sean engendrados los hijos para que sea el amor la cuna donde se reciban las nuevas creaturas y se constituya la familia, y la sociedad.
Parte esencial del amor de los esposos es pues estar abiertos a acoger con amor y responsabilidad la vida nueva que pueda surgir de sus relaciones maritales. Así, su amor mismo se convierte en instrumento disponible a la obra creadora de Dios.
En pocas palabras, tanto por su donación y servicio mutuo como por su misión co-creadora, los esposos son sacramento vivo y permanente del amor de Cristo por la humanidad y se convierten en “Ministros de la Iglesia Doméstica” donde a diario están llamados, junto al pan y la palabra, a partir y compartir la vida de Cristo con su cónyuge, sus hijos y quienes los rodean.
La Iglesia entera o “Familia Cristiana” se beneficia igualmente del sí sacramental que a diario se dan los esposos pues este es un testimonio invaluable que sostiene a todos los cristianos en el camino de entrega y servicio al cual hemos sido llamados.
“El 22 de octubre cumple 60 años de matrimonio. «Nos casamos en la Sagrada Familia [de Madrid]. Era una parroquia nueva cerca de la Fuente del Berro», recuerda Margarita a sus 84 años. Junto a su esposo, Lázaro, ha criado a cuatro hijos que les han regalado siete nietos. «El único vicio de mi marido es el fútbol», comenta con mirada cómplice esta segoviana de Navas de Oro que a los 18 años ya iba al Metropolitano con su novio de la mano. «Es que se puede ser buena persona y santo, aunque te guste el fútbol», afirma rotunda la esposa del vicepresidente histórico del Atlético de Madrid…”
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Buen día Fray Nelson: ¿Qué significa la siguiente expresión que le he escuchado en alguna de sus predicaciones: “Cada vez que los esposos se demuestran amor, se dan nuevamente el sacramento del matrimonio”? Agradezco su contestación. Que Dios lo bendiga y lo guarde por todo el bien que hace a la iglesia. — O.O.
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La expresión tiene algo de metafórico porque, por supuesto, el sacramento del matrimonio ya está completo después de que se celebra el mismo sacramento y se consuma.
Pero la frase tiene sentido si recordamos que los contrayentes son los mismos ministros de este sacramento. El diácono o sacerdote que está presente es un testigo cualificado de parte de la Iglesia, pero no es propiamente “ministro.”
Y si los ministros que precisamente “ad-ministran” este sacramento bello son los mismos esposos, y si el propósito del sacramento está de modo muy importante relacionado con el crecimiento en la gracia de cada uno de ellos, y si ese crecimiento sucede, no por fuera del camino de amor y apoyo que es propio de la vida conyugal, sino como parte de esa vida, que incluye esencialmente su afecto y donación mutua, uno ve que el sacramento se “renueva” en el amor que se dan, cuando se aman en Dios y según Dios.
Por eso la ternura de los esposos, cuando es en Dios y según Dios, y cada expresión de su apoyo, escucha, paciencia y amor, es parte de la vida sacramental que les ha unido. Por supuesto esto no excluye pero tampoco se limita a la intimidad propia de su vida conyugal.
(1) Amar es buscar el bien del otro; ello implica inteligencia y voluntad. (2) El amor supone un camino, que va desde la lógica de la transacción hacia la lógica de la gratuidad. (3) Maestro y fuente de la gracia es Jesucristo, nuestro Señor: cuanto más nos alimentamos de Él, más nos acercamos a su modo de amar, que es fiel, capaz de perdón y en todo fecundo. (4) Es Cristo quien hace realidad los dones de naturaleza de gracia en nosotros, incluyendo los importantes dones de la diferencia y la complementariedad entre hombre y mujer.
Padre Nelson Medina, gracias por su labor en Internet y en los medios. Quiero preguntarle una orientación sobre el agua bendita. Concretamente, ¿qué opina de la práctica, que es muy común en mi familia, de hacer bendecir grandes cantidades de agua para utilizarla en toda clase de cosas, desde la limpieza hasta el consumo humano? Yo respeto mucho las cosas de Dios pero me parece extraño y creo que se revuelve como con otras cosas que no son de nuestra fe. Gracias por su orientación. –M.B.
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La Iglesia Católica enseña muy claramente sobre los sacramentos, que son siete, y los sacramentales, cuyo número y variedad es mucho más amplio. Los sacramentos son: bautismo, confirmación, eucaristía, matrimonio, orden sagrado, confesión y unción de los enfermos. Los sacramentales incluyen las bendiciones, los exorcismos, el uso de objetos sagrados, y aún otras prácticas. La definición propia de los sacramentales está en el número 1667 del Catecismo: “signos sagrados con los que, imitando de alguna manera a los sacramentos, se expresan efectos, sobre todo espirituales, obtenidos por la intercesión de la Iglesia. Por ellos, los hombres se disponen a recibir el efecto principal de los sacramentos y se santifican las diversas circunstancias de la vida.”
Hay varias cosas que comentar aquí:
1. Los sacramentales “imitan de alguna manera a los sacramentos” pero con dos grandes diferencias. Primera, que la Iglesia considera a los sacramentos como instituidos por Jesucristo, hasta le punto de que, en opinión de San León Magno, son como una prolongación de su propia Encarnación. Segunda diferencia: los sacramentos, precisamente por esta estrecha relación con Cristo poseen una fuerza propia, que va más allá de las disposiciones particulares del ministro que los administra. Es lo que en teología se menciona con la expresión “ex opere operato”: por la obra realizada se concede el efecto propio del sacramento, de modo que, por ejemplo, la presencia eucarística no está determinada por la virtud o falta de virtud del sacerdote, siempre que el sacramento se celebre como lo quiere y prescribe la misma Iglesia. Estas dos características no están en los sacramentales, que son más bien expresiones de la vida de la Iglesia, y cuya fuerza proviene enteramente de las condiciones en que se celeren o se otorguen y de la oración de la misma Iglesia.
2. Los sacramentales disponen para recibir el fruto principal de los sacramentos. No son entonces “cosas” que tengan poder por sí mismas. Mirar a los sacramentales como objetos poderosos que actúan más allá de la conciencia y la oración de las personas es negar lo que la Iglesia nos enseña con bastante claridad. Uno se da cuenta que el uso de los sacramentales como “cosas” equivale a convertirlos casi que en amuletos, negando así toda nuestra fe que sólo puede tener su centro en Cristo. Así que todo uso de los sacramentales debe ir acompañado de oración consciente, explícita, debidamente aprobada por la Iglesia.
3. Puesto que hay esa relación entre sacramentales y sacramentos, uno ve que el agua bendita, para dar un ejemplo específico, está en relación directa con el bautismo. Y el propósito del bautismo no es comulgar sino lavar exteriormente el cuerpo para indicar la purificación interior que Dios realiza. Así que, por principio, no es buena idea beber el agua bendita. No es que sea un pecado: es que destruye el signo y prepara la mente para una mentalidad que sólo puede calificarse de “mágica.” Hay un ejemplo más serio. Hubo costmbre en algunos sacerdotes de llevar consigo, de modo habitual y cotidiano, al Santísimo Sacramento. Y aunque ello se hiciera con reverencia y dentro de un recipiente apropiado (el viático) uno ve que el propósito de la Eucaristía, que es la comunión, queda pospuesto y desdibujado, y lo que aparece es algo así como un “objeto protector.” ¡Ese no es el sentido del Sacramento! Distinto el caso de un escapulario: como su origen y su nombre lo indican, esa sencilla pieza de tela está para acompañar el día y la vida de quien la lleva con devoción.
4. ¿Qué criterios seguir entonces? Propongo estos:
a) Puesto que los sacramentales reciben su eficacia de la virtud y oración de la Iglesia, lo primero es que nuestra vida sea de Cristo, y para eso están ante todo los siete sacramentso, y en particular, la confesión bien hecha y la comunión eucarística frecuente. Esa es la base irrenunciable: que nuestra vida misma sea cristiana.
b) La oración debe acompañar todo uso de los sacramentales. De modo ordinario, ha de ser oración aprobada debidamente por la Iglesia, y realizada en las condiciones que indica la Iglesia. Por ejemplo: las oraciones de exorcismo las debe decir solamente el presbítero que ha recibido autorización expresa de su obispo para tal ministerio.
c) Hemos de respetar todos la índole de cada sacramental, relacionándolo con sentido común y según la mente de la Iglesia con los sacramentos que le son próximos. En concreto: el agua bendita es para aspersiones; el aceite bendito, para unciones; los escapularios y medallas, para ser portados; y así sucesivamente.
Una catequesis sobre los siete sacramentos, a partir del pasaje de la evangelización del diácono Felipe.
“Hoy en día son muchos los que dedican más tiempo, esfuerzo, atención y aun estrés a buscar la iglesia más bonita, el vestido más bello, el lugar de recepción más elaborado, los arreglos florales más vistosos, la comida más elegante, el fotógrafo mejor y más profesional y un sinfín de cosas y gastos para asegurarse de que nuestra boda “sea la mejor”. Pero son pocas las veces en que las parejas piensan en lo más importante. Pocas somos las parejas que se enfocan en el tiempo que invertirán en una buena preparación matrimonial, en conversar profundamente sobre cómo vamos a llevar nuestra vida familiar y espiritual, cuáles son los valores bajo los cuales regiremos nuestra vida juntos y la de nuestros hijos, cómo practicaremos y fomentaremos nuestra fe; en fin, como vamos a hacer de Dios el centro y la roca en la cual fundamentaremos nuestro matrimonio y familia…”
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“Por explicarlo de un modo sencillo, para que un matrimonio sea válido debe ser realizado en forma válida, entre personas hábiles y además que sean capaces de prestar consentimiento. En sentido contrario, las causas de nulidad son el defecto de forma, o celebrado con impedimento o con vicio de consentimiento. Cada uno de estas tres causas generales se divide también en varios tipos. La terminología canonística habla de caput nullitatis, o capítulo de nulidad, para referirse a cada motivo de nulidad. Se ofrece aquí un elenco general de los caput de nulidad de los matrimonios canónicos. En esta relación se pretende sólo enunciar las causas de nulidad a título exclusivamente orientativo; no se pretende, a través de este artículo, analizar exhaustivamente cada una de ellas. Para poder determinar si un matrimonio es nulo, debe realizarse un proceso judicial ante el juez competente, al que se le deben aportar las pruebas pertinentes, y en el que deben intervenir todas las partes procesales, como son el promotor de justicia y el defensor del vínculo. No es posible, por lo tanto, pretender que, a través de unas pocas líneas, el lector sea capaz de obtener conclusiones definitivas sobre una determinada situación…”
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Los cristianos católicos estamos llamados a conocer las realidades del matrimonio y la familia desde la enseñanza de Cristo para vivir nuestra fe con mayor plenitud.
[REPRODUCCIÓN PERMITIDA – Ayúdanos a divulgar este archivo de audio en las redes sociales, blogs, emisoras de radio, y otros medios.]
Familias santas, familias misioneras
Hacia una espiritualidad conyugal y familiar.
Nos apoyaremos en la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio del Papa San Juan Pablo II, junto con apuntes magisteriales de los Papas Pablo VI y Francisco.
Multiplicidad de la realidad familiar. Debido a la múltiple repercusión que tiene la familia en la sociedad se puede decir que el futuro de lo sociedad va a depender del futuro de la familia.
¿Por qué hace falta una espiritualidad conyugal y familiar? Porque el cristiano no tiene dos vidas. Al ser bautizado queda impregnado de una espiritualidad que se ve mejorada con una buena familia o bien queda dañada y frenada para siempre. En el matrimonio, o hay un triunfo y un avance en Cristo o bien supone un fracaso cristiano de la pareja. La preocupación por la espiritualidad propia, familiar, social han quedado desterradas por la afectividad egoísta, el sentimiento, el gusto, las decepciones y los fracasos.
Primacía de Jesucristo.
De la misma manera que un candidato al sacramento del Orden lo que le debe llevarle a entregar su vida a Dios es por encima de todo el proclamar la gloria de Cristo, así la primera razón que deberían de tener los novios para casarse es la de darle gloria a Cristo.
El hombre debe entrar al matrimonio para ser Cristo (entrega total) y así hacer plena a la mujer, mientras que la mujer para ser Iglesia agradecida, solícita y fiel del esposo.
Esta Primacía florece en la familia según decía Pablo VI más allá del simple cómo me siento yo ni en lo que me hace feliz a mí. Para ver las raíces de estos problemas puede consultarse una serie de charlas bajo el título Reconocer el naufragio. Aquellos que no han conocido el amor desinteresado y están heridos en este tipo de soledad deben acudir a la Comunidad de Fe que es donde podrán recibir ayuda y sanación.
La pareja se convierte en un signo del Amor de Dios, según San Juan Pablo II. Un signo que expresa:
la capacidad de comunión que significa que Dios puede crear una nueva realidad, un camino de santidad, con el ejemplo sublime de la Familia de Nazaret, así como el muchas parejas canonizadas.
El signo del Amor de Dios se puede desglosar en las Virtudes Domésticas, que son las propias de la convivencia humana, y que han sido resaltadas por Pablo VI. Mencionemos siete:
Abnegación.- Son las renuncias continuas que nos hacen compartir la Cruz. Los más abnegados no son los ermitaños sino los religiosos de vida comunitaria contemplativa.
Respeto.- Reconocer en todo momento los derechos del prójimo. Buscar qué es lo bueno en el otro.
Comunicación.- Evitemos las suposiciones o pensamientos propios sin ninguna base y acostumbrémonos a salir de ellos. Conviene recibir retroalimentación de otros sobre nosotros mismos y de aquello que se nos oculta. No siempre es malo tener cerca aquellos que no nos simpatizan porque nos pueden dar una visión más completa de nosotros mismos. Con esta virtud se nos invita permanente a salir de nosotros mismos.
Perdón.- Algunos les cuesta perdonar porque es una manera de tener poder sobre la persona que te ofendió. Se protege el dolor para sacarlo continuamente y así evitar que la persona pueda crecer. En I Cor 13 se dice que el amor no lleva cuentas.
Educación.- El Papa habla del proceso o bien del camino en el que estamos inmersos. El hecho de ser caminantes nos hace imperfectos porque no hemos alcanzado la meta. Cristo me acepta como soy, pero no me deja como soy. Todo crecimiento requiere plazos.
Acogida.- La familia tiene que ser espacio donde caben todos los excluidos. Sin confundir la acogida y la amistad con la complicidad y con el pactar con los errores o defectos de los demás.
Silencio.- Entendido como una puerta hacia la interioridad. Se ha de aprender a crear espacios donde se entre en uno mismo.
La familia tiene responsabilidad, según dice San Juan Pablo II. El bien de la familia también implica un apostolado propio en la sociedad.
Sinopsis de la evolución del Sacramento
Evolución del Sacramento del Matrimonio
La singularidad del Matrimonio radica en que los ministros propios de dicho sacramento sean los contrayentes y no los clérigos.
Evolución Teológica:
¿Cuándo empieza a evolucionar? Ya en tiempos de los Profetas la unión de Dios y su pueblo, llamada Alianza, es considerada como la más perfecta. En la palabra Alianza se condensa todo lo que se desea para la unión matrimonial. Esa elección mutua entre Dios y su Pueblo es lo más parecido a la unión de dos esposos. Ezequiel (Ez. 23) lleva esta comparación hasta el extremo donde muestra la relación de Dios y su Pueblo, en este caso de infidelidad. De la misma manera, el profeta Oseas tiene textos desgarradores donde describe la relación con su esposa que le ha sido infiel. Dios es el novio y el Pueblo la novia.
Cristo en continuidad con este lenguaje de los Profetas se compara con el Novio. El celibato de Cristo es profético, consagrado en virginidad, en el cual se espera a la venida de la novia. Una novia que tuvo sanarse, embellecerse y ser preparada para el encuentro nupcial con su Novio.
Para San Pablo, el matrimonio es algo más fruto de un deseo, algo más que una solución para procrear, algo más que un contrato, se mira desde lo sagrado. Es un gran misterio que, a su vez, ilumina otro gran misterio que es la unión de Dios y su Pueblo.
No se puede tocar la realidad sacramental del Matrimonio, sin ofender a Dios. Desde Moisés y con la proclamación de los mandamientos (No adulterarás) se entiende la inviolabilidad del Matrimonio.
Desde un principio se ha visto la unión fecunda del hombre y la mujer como un signo providencial del amor de Dios. La imagen de Dios no está solo en el hombre o en la mujer sino en la riqueza y fecundidad de la unión de los dos, (Gen. 2).
No es de extrañar el gran impacto que a los judíos les ocasionaba el ver maltratada la unión de pareja y la unión de Dios y su Pueblo. El culto a los Baales y cultos mistéricos eran auténticas profanaciones que escandalizaban gravemente al pueblo hebreo. En su carta a los Romanos (Rom 1, 18ss), San Pablo nos describe la ira de Dios en el pasado.
Evolución Comunitaria.
Al igual que la fe y la pareja se benefician recíprocamente, la Comunidad Eclesial y la vida familiar también se iluminan mutuamente. En las Cartas Pastorales (I Timoteo, Tito, …) se habla que un hogar sano facilita el servir en la Iglesia. Y a su vez la realidad familiar debe ser iluminada por la realidad de la fe. La antropología y la teología del Matrimonio deben ir unidas para San Pablo. (Ef. 5) La vida de familia se hace posible solo en el contexto de total sumisión a Cristo.
Hay un realidad sagrada en la unión entre hombre y mujer. La realidad es querida por Dios y estable. La relación está abierta a la fecundidad y a la Comunidad Eclesial. En contraste con el Paganismo, el Adulterio es la negación de toda la realidad sagrada del Matrimonio. Durante siglos no había pecados más graves que Apostasía, Homicidio y Adulterio. El Adulterio es un suicidio moral.
Evolución Litúrgica.
Según San Ignacio de Antioquía en su Carta a Policarpo, sección V, los cristianos se casan pero con bendición del obispo para que el sacramento sea conforme al Señor y no al deseo de los contrayentes.
Los orígenes litúrgicos del sacramento están en que los que contraen Matrimonio debe vibrar en la misma frecuencia que la Comunidad. Familia e Iglesia están sincronizadas. Antiguamente, desde los primero siglos del cristianismo, había una unión entre el consentimiento humano y la bendición divina y no era extraño que se bendijese el tálamo nupcial (Ceremonia galicana). En la espiritualidad cristiana no existe la distinción entre lo privado y lo público. Existe el pudor, la modestia y la castidad, pero no olvidemos que todo pecado tiene una dimensión comunitaria.
En la Edad Media se normaliza las ceremonias en las iglesias y se desechan la liturgia que se realizaba en el hogar de los contrayentes.
El Concilio de Trento se deja claro que lo que constituye el Matrimonio es el Consentimiento.
Repercusiones de la sacramentalidad del Matrimonio: Recupera la conciencia del Matrimonio como fuerza de Gracia. Además, se afirma el ex opere operato, queriendo decir que más allá de las fragilidades de los novios, sacerdotes, … nunca Cristo falta a la cita allí donde se celebra la ceremonia. Cristo llega para quedarse, no quiere irse pero no es magia ni encantamiento.
Pablo VI subraya dos ideas: (i) que la familia sea Iglesia doméstica y (ii) que la Iglesia sea familia de los hijos de Dios.
Hombre-mujer e ideología de genero (2 de 2)
Complementariedad del padre y de la madre con la nueva criatura
La relación no es simétrica entre los hombres y las mujeres y por lo tanto el igualitarismo es un error que incluso lleva a la violencia mutua.
Amor femenino.
¿Cómo será la relación de la madre con la nueva criatura? Se llamará una relación desde la continuidad. Esta continuidad se ha convertido en un argumento sofista y muy fuerte para defender el aborto alegando que el nuevo ser es parte de la mujer y puede hacer lo que quiere con el feto. La madre ama el bebé desde la continuidad. Mientras que el padre lo conoce desde la discontinuidad, desde la madre, por tanto es un amor mediado. Según Santo Tomás de Aquino, de Dios no emana el nuevo ser, sino que es diferente a Él mismo y por lo tanto es creado por Él. También hay una discontinuidad ente Dios Padre y el ser humano nacido.
Dar a luz es una experiencia profunda más allá de la fisiología que hace a la mujer más madre y de ahí que las feministas intenten evitarlo. La madre va a ofrecer el soporte, la acogida, el apoyo y la aceptación. La mujer está hecha y confeccionada para que el nuevo ser viva dentro de ella y crezca. El poder de observación en la mujer está desarrollado de una manera especial y analiza el nuevo ser, cosa que el hombre es incapaz.
Amor masculino.
El amor masculino obra desde la discontinuidad desde la distancia. Ve al hijo en contexto, lo ve todo desde fuera, como uno más de una manera objetiva. En el hombre hay una mirada externa con objetividad. El hombre busca solucionar problemas pero también debe aprender a dar más apoyo emocional como hace la mujer. “¿Qué es lo bueno aquí?” es lo que se pregunta él, mientras que la mujer busca más el sentimiento. En definitiva, el hombre se preocupa sobre qué hace (lo bueno), sin embargo en la mujer se pregunta sobre cómo se siente (bien).
Lo que viene de la naturaleza humana es: mirada externa objetiva y exigente para el hombre, mientras en el caso de la mujer ella acoge, apoya sentimentalmente y anima. La combinación maravillosa de estas dos tendencias es lo que hace que el ser humano avance gracias a la complementariedad.
Hoy en día se ha perdido la exigencia paterna y se ha abusado del “sentirse bien”, por falta de padres. La continuidad sin padre se vuelve complicidad. Al no creer en la discontinuidad nos volvemos en un mundo individualista. El amigo es el que no me corrige, critica y se vuelve mi cómplice. Se forman las tribus de gente de iguales gustos que se sienten bien. Llegamos a un subjetivismo, que se convierte en la degeneración de lo femenino por no tener lo masculino.
Jesucristo se compara con el novio, con el esposo y el padre.
En Cristo vemos un modelo de humanidad impresionante. Santo Tomás de Aquino enfatiza que la plenitud de lo humano está en la masculinidad, postura que sin embargo es discutible. Sí es firme en cambio que en Cristo se ve una perfecta combinación de la continuidad y de la discontinuidad, de la acogida y la exigencia, de lo grandioso del corazón del hombre y de la mujer.
El Papa Francisco con la palabra misericordia hace mención a esta maravillosa integración entre la continuidad y discontinuidad. La misericordia en Cristo significa que me Él me acoge como soy (continuidad) pero no me deja donde estoy (discontinuidad). En el pasaje de la mujer adúltera la acoge pero no la deja en la vida de pecado. Cristo me recibe pero también me transforma.
Cristo acoge y exige. A los primeros discípulos se ve cómo los llama (acogida) y los manda predicar (exigencia). A los Zebedeo en su afán por ser los primeros, a San Pedro en su deseo de no permitir la cruz a Cristo, …
La llamada continua del Señor se ve en el seguimiento, donde se encuentra la integración de la acogida y la exigencia. El concepto que reúne, desde el punto de vista bíblico, el cómo me siento así como el qué estoy haciendo: la salvación. En el pasaje de Zaqueo vemos que se siente bien y además hace el bien, prototipo de este seguimiento que salva.
La síntesis de la continuidad y discontinuidad, de la acogida y de la exigencia y del cómo me siento y del qué hago es la misericordia, seguimiento y salvación.
Conclusión: Cuando se anula la diferencia entre hombre y mujer nos privamos de toda la riqueza de su complementariedad y de toda la construcción que ha brotado de la sabiduría, del poder y del amor de Dios.
Hombre, mujer e ideología de genero (1 de 2)
Diferencia y complementariedad entre el hombre y la mujer.
Hay quienes piensan que al diferenciar se discrimina a los que no piensan así y que esta no es una postura que totalmente abarca la realidad humana. En la Iglesia, dependiendo las grados, hay diversas maneras aproximar este problema. Desde el punto vista teológico y antropológico conviene argumentar al respecto. Vamos a presentar argumentos sólo antropológicos y otros que son argumentos propiamente cristianos suponiendo la Revelación. Son diferentes.
Argumentos propiamente antropológicos:
Argumentos a priori
– Son los que estudian la bondad o maldad del acto visto en sí mismo independientemente de las consecuencias. Es difícil argumentar de esta manera y de ahí que a veces se recurra y se caiga en trampas como son los sofismas del falso dilema provenientes de la lógica matemática y de ninguna utilidad en el mundo real.
– Necesitamos concentrarnos en el estudio del problema mismo sintetizado en la pregunta: las diferencias de comportamiento entre hombre y mujer ¿pueden explicarse satisfactoriamente solo a partir de factores culturales? Esta pregunta es a priori.
Argumentos a posteriori
– Son los que toman su fuerza para aceptar una determinada postura estudiando no tanto la bondad/maldad del acto en sí, sino por las consecuencias que conlleva. Ejemplo de ellos lo tenemos en la Ideología del Género se han presentado estos tipos de argumentos. Los que defienden esta Ideología piensan que de ese modo la sociedad será más libre, incluyente y abierta.
– Estos argumentos suelen fallar porque muchas veces dependen de encuestas sesgadas, estadísticas apañadas y de opiniones pseudocientíficas que hacen concluir lo que se desea en un momento determinado sin necesidad de ser lo verdadero o correcto. El estudio estadístico de la sociedad, sociometría, es engañoso en la medida en que es manipulable.
– Estos argumentos escogen parcialmente lo que se quiere evaluar y por ello con el manto mágico de la ciencia se puede demostrar lo que se quiere.
Vemos que los factores socioculturales no son suficientes para explicar las diferencias entre hombres y mujeres. La razón es porque los factores biológicos y de configuración psicológica-neuronal-emocional son demasiado diferentes como para negar una diferencia. La demostración se hace a partir de los sentidos y del cerebro humano. Se han hecho estudios con bebés que, sin condicionamientos sociales, sin uso de lenguaje y solo por su interés, se ha demostrado que los niños se fijan visualmente más en las figuras mecánicas y las niñas en los rostros humanos.
– El periodista noruego Harald Eia, nos brinda una interesante investigación, motivada por la búsqueda de la verdad antes que la voluntad de querer afianzar cualquier teoría a priori. Es un video muy ameno que nos permite introducirnos en el gran tema de la ideología de la igualdad de género.