La Llamada

Una llamada telefónica de un muy buen amigo. Me dió mucho gusto y lo primero que me preguntó fue: ¿Cómo estás?

Y sin saber por qué, le contesté: “Muy solo”.

-¿Querés que hablemos?- me dijo.

Le respondí que sí. Y me dijo: ¿Querés que vaya a tu casa? Y respondí que sí.

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La Parte Más Importante Del Cuerpo

Un día mi madre me preguntó cuál era la parte más importante del cuerpo.

A través de los años trataba de buscar la respuesta correcta. Cuando era joven, pensé que el sonido era muy importante para nosotros: Por eso le dije, “Mis oídos, mamá”. Ella dijo: “No, muchas personas son sordas y se las arreglan perfectamente. Pero sigue pensando, te preguntaré de nuevo.” Varios años pasaron antes de que lo hiciera nuevamente. Desde aquella primera vez, yo había crecido y buscado la respuesta correcta.

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Dios No Se Equivoca

Hace mucho tiempo, en un reino distante, su monarca no creía en la bondad de Dios. Tenía, sin embargo, un súbdito que siempre le recordaba acerca de esa verdad. En todas las situaciones decía:

-¡Rey mío, no se desanime, porque todo lo que Dios hace es perfecto. El nunca se equivoca!

Un día el rey salió a cazar junto con su súbdito, y una fiera de la jungla le atacó. El súbdito consiguió matar al animal, pero no evitó que Su Majestad perdiese el dedo meñique de la mano derecha. El rey, furioso por lo que había ocurrido, y sin mostrar agradecimiento por los esfuerzos de su siervo para salvarle la vida, le preguntó a este:

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La Hora Fugaz

Una historia de menos de una hora

Por: Nelson Medina, O.P.

Esta es la historia de una hora que quería huir del reloj. Apenas la cosa se supo, hubo poco menos que una revolución en las tierras del tiempo. Por supuesto, las primeras en protestar fueron las demás horas. Con acento enojado una a una fueron expresando su desaprobación por lo que calificaron de inmediato como una acción “ridícula”, “inútil” y “destinada al fracaso.” En todo caso, la Hora Fugaz, como empezaron a llamarla, se mantuvo firme en su posición y se dispuso a prepararse para salir del marco del reloj.

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Cómo Nació la Costumbre del Pesebre

Tres años antes de su muerte se dispuso Francisco a celebrar en el castro de Greccio, con la mayor solemnidad posible, la memoria del nacimiento del niño Jesús, a fin de excitar la devoción de los fieles.

Para que dicha celebración no pudiera ser tachada de extraña novedad, pidió antes licencia al sumo pontífice; y, habiéndola obtenido, hizo preparar un pesebre con el heno correspondiente y mandó traer al lugar un buey y un asno.

Son convocados los hermanos, llega la gente, el bosque resuena de voces, y aquella noche bendita, esmaltada profusamente de claras luces y con sonoros conciertos de voces de alabanza, se convierte en esplendorosa y solemne.

El varón de Dios estaba lleno de piedad ante el pesebre, con los ojos arrasados en lágrimas y el corazón inundado de gozo. Se celebra sobre el mismo pesebre la misa solemne, en la que Francisco, levita de Cristo, canta el santo evangelio. Predica después al pueblo allí presente sobre el nacimiento del Rey pobre, y cuando quiere nombrarlo -transido de ternura y amor-, lo llama “Niño de Bethlehem”.

Todo esto lo presenció un caballero virtuoso y amante de la verdad: el señor Juan de Greccio, quien por su amor a Cristo había abandonado la milicia terrena y profesaba al varón de Dios una entrañable amistad. Aseguró este caballero haber visto dormido en el pesebre a un niño extraordinariamente hermoso, al que, estrechando entre sus brazos el bienaventurado padre Francisco, parecía querer despertarlo del sueño.

Dicha visión del devoto caballero es digna de crédito no sólo por la santidad del testigo, sino también porque ha sido comprobada y confirmada su veracidad por los milagros que siguieron. Porque el ejemplo de Francisco, contemplado por las gentes del mundo, es como un despertador de los corazones dormidos en la fe de Cristo, y el heno del pesebre, guardado por el pueblo, se convirtió en milagrosa medicina para los animales enfermos y en revulsivo eficaz para alejar otras clases de pestes. Así, el Señor glorificaba en todo a su siervo y con evidentes y admirables prodigios demostraba la eficacia de su santa oración.