¿Día o noche? Preguntó un maestro a sus discípulos si sabrían decir cuándo acababa la noche y empezaba el día.
Uno de ellos dijo:”Cuando ves a un animal a distancia y puedes distinguir si es una vaca o un caballo.”
“No”, dijo el maestro.
Alimento del Alma: Textos, Homilias, Conferencias de Fray Nelson Medina, O.P.
¿Día o noche? Preguntó un maestro a sus discípulos si sabrían decir cuándo acababa la noche y empezaba el día.
Uno de ellos dijo:”Cuando ves a un animal a distancia y puedes distinguir si es una vaca o un caballo.”
“No”, dijo el maestro.
Enviado al campo para ver si estaba ya a punto para ser segado, el muchacho volvió a su padre y le dijo:
– Me parece que la cosecha será muy pobre, padre mío.
– ¿Por qué? – le preguntó éste.
– Porque he notado que la mayor parte de las espigas están dobladas hacia abajo, como desmayadas, seguramente no valen nada.
El Dr. Arun Gandhi, nieto de Mahatma Gandhi y el fundador del instituto M.K. Gandhi para la Vida Sin Violencia. En su lectura del 9 de Junio en la Universidad de Puerto Rico, compartió la siguiente historia como un ejemplo de la vida sin violencia, en el arte de ser padres:
Yo tenia 16 años y estaba viviendo con mis padres en el instituto que mi abuelo había fundado a 18 millas en las afueras de la ciudad de Durban, en Sudáfrica, en medio de plantaciones de azúcar. Estábamos bien adentro del país y no teníamos vecinos, así que a mis dos hermanas y a mí, siempre nos entusiasmaba el poder ir a la ciudad a visitar amigos o ir al cine.
Tomás es un chico de siete años que vive con su mamá, una pobre costurera, en su solo cuarto, de una pequeña ciudad del norte de Escocia. La víspera de Navidad, en su cama, el chico espera, ansioso, la venida de Papá Noel. Según la costumbre de su país, ha colocado en la chimenea una gran media de lana, esperando encontrarla, a la mañana siguiente, llena de regalos. Continuar leyendo “Bienes Invisibles”
Una historia de menos de una hora
Por: Nelson Medina, O.P.
Esta es la historia de una hora que quería huir del reloj. Apenas la cosa se supo, hubo poco menos que una revolución en las tierras del tiempo. Por supuesto, las primeras en protestar fueron las demás horas. Con acento enojado una a una fueron expresando su desaprobación por lo que calificaron de inmediato como una acción “ridícula”, “inútil” y “destinada al fracaso.” En todo caso, la Hora Fugaz, como empezaron a llamarla, se mantuvo firme en su posición y se dispuso a prepararse para salir del marco del reloj.
Tres años antes de su muerte se dispuso Francisco a celebrar en el castro de Greccio, con la mayor solemnidad posible, la memoria del nacimiento del niño Jesús, a fin de excitar la devoción de los fieles.
Para que dicha celebración no pudiera ser tachada de extraña novedad, pidió antes licencia al sumo pontífice; y, habiéndola obtenido, hizo preparar un pesebre con el heno correspondiente y mandó traer al lugar un buey y un asno.
Son convocados los hermanos, llega la gente, el bosque resuena de voces, y aquella noche bendita, esmaltada profusamente de claras luces y con sonoros conciertos de voces de alabanza, se convierte en esplendorosa y solemne.
El varón de Dios estaba lleno de piedad ante el pesebre, con los ojos arrasados en lágrimas y el corazón inundado de gozo. Se celebra sobre el mismo pesebre la misa solemne, en la que Francisco, levita de Cristo, canta el santo evangelio. Predica después al pueblo allí presente sobre el nacimiento del Rey pobre, y cuando quiere nombrarlo -transido de ternura y amor-, lo llama “Niño de Bethlehem”.
Todo esto lo presenció un caballero virtuoso y amante de la verdad: el señor Juan de Greccio, quien por su amor a Cristo había abandonado la milicia terrena y profesaba al varón de Dios una entrañable amistad. Aseguró este caballero haber visto dormido en el pesebre a un niño extraordinariamente hermoso, al que, estrechando entre sus brazos el bienaventurado padre Francisco, parecía querer despertarlo del sueño.
Dicha visión del devoto caballero es digna de crédito no sólo por la santidad del testigo, sino también porque ha sido comprobada y confirmada su veracidad por los milagros que siguieron. Porque el ejemplo de Francisco, contemplado por las gentes del mundo, es como un despertador de los corazones dormidos en la fe de Cristo, y el heno del pesebre, guardado por el pueblo, se convirtió en milagrosa medicina para los animales enfermos y en revulsivo eficaz para alejar otras clases de pestes. Así, el Señor glorificaba en todo a su siervo y con evidentes y admirables prodigios demostraba la eficacia de su santa oración.