La intimidad conyugal y la renovación del sacramento del matrimonio

Buen día Fray Nelson: ¿Qué significa la siguiente expresión que le he escuchado en alguna de sus predicaciones: “Cada vez que los esposos se demuestran amor, se dan nuevamente el sacramento del matrimonio”? Agradezco su contestación. Que Dios lo bendiga y lo guarde por todo el bien que hace a la iglesia. — O.O.

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La expresión tiene algo de metafórico porque, por supuesto, el sacramento del matrimonio ya está completo después de que se celebra el mismo sacramento y se consuma.

Pero la frase tiene sentido si recordamos que los contrayentes son los mismos ministros de este sacramento. El diácono o sacerdote que está presente es un testigo cualificado de parte de la Iglesia, pero no es propiamente “ministro.”

Y si los ministros que precisamente “ad-ministran” este sacramento bello son los mismos esposos, y si el propósito del sacramento está de modo muy importante relacionado con el crecimiento en la gracia de cada uno de ellos, y si ese crecimiento sucede, no por fuera del camino de amor y apoyo que es propio de la vida conyugal, sino como parte de esa vida, que incluye esencialmente su afecto y donación mutua, uno ve que el sacramento se “renueva” en el amor que se dan, cuando se aman en Dios y según Dios.

Por eso la ternura de los esposos, cuando es en Dios y según Dios, y cada expresión de su apoyo, escucha, paciencia y amor, es parte de la vida sacramental que les ha unido. Por supuesto esto no excluye pero tampoco se limita a la intimidad propia de su vida conyugal.

¿Hay textos bíblicos con “fecha de expiración”?

Usted publicó hace poco que “Si en la Biblia cada vez que encuentres un versículo que te denuncia vas a “reinterpretarlo” como cosa de la cultura de aquel tiempo, o poniéndole fecha de expiración a lo que no te gusta, recuerda que de Dios nadie se burla: la religión que tú inventes no es capaz de redimirte.” Da la impresión de que sus palabras dan el mismo valor a todos los textos. Pero si uno lee 1 Corintios 11,5 encuentra esto: “toda mujer que tiene la cabeza descubierta mientras ora o profetiza, deshonra su cabeza; porque se hace una con la que está rapada.” Y 1 Timoteo 2,12 dice: “Yo no permito que la mujer enseñe ni que ejerza autoridad sobre el hombre, sino que permanezca callada.” Según la interpretación suya, esos pasajes significarían que comete una ofensa la mujer que no usa velo en la asamblea, y que además debería estar callada y sumisa. Pero luego, gracias a Dios, la práctica de la Iglesia ha sido mucho más humana y comprensiva con las mujeres. ¿Cómo queda su frase sobre la Biblia frente a esos textos?” — X.C.

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Hay un criterio bíblico que nos da Santo Tomás: Lo que Dios ha querido enseñarnos, ha querido decirlo explícitamente en su Palabra; y si hay varios textos donde se trata un mismo asunto, hay que examinar cómo se relacionan unos con otros de manera que sean los textos y no nuestras ideas los que determinen qué debe tenerse como enseñanza definitiva o restringida en una materia. Véanse a este respecto los artículos 8,9 y 10 de la cuestión primera de toda la Suma Teológica.

Según eso, no podemos aislar un versículo y luego afirmar: “Esto dice Dios, ¿vale hoy o no vale?” En efecto para hablar de lo que Dios “dice” sobre un tema hay que tener en cuenta los diversos textos que a ese tema se refieren, y luego ver qué conclusión de alli surge.

En los ejemplos citados, no es difícil ver qué quiere el apóstol. Sabemos por 1 Coritios 7 que el mismo Pablo es consciente de la diferencia que hay entre un mandato divino y un mandato humano. Esa distinción es clave para entender 1 Corintios 11 porque el mismo que dice “toda mujer que tiene la cabeza descubierta mientras ora o profetiza, deshonra su cabeza” termina al final de ese capítulo en tono perfectamente comprensivo y conciliador afirmando: “Juzgad vosotros mismos: ¿es propio que la mujer ore a Dios con la cabeza descubierta? ¿No os enseña la misma naturaleza que si el hombre tiene el cabello largo le es deshonra, pero que si la mujer tiene el cabello largo le es una gloria? Pues a ella el cabello le es dado por velo. Pero si alguno parece ser contencioso, nosotros no tenemos tal costumbre, ni la tienen las iglesias de Dios.” Ese final deja claro que él no está mencionando algo que sea Palabra de Dios, irrevocable y eterna, sino que alude a una “costumbre” (en griego: synétheia). Otros textos suyos, por ejemplo de Colosenses, muestran que el apóstol entendía perfectamente que uno no se va a salvar o a condenar por cosas que son simplemente “elementos del mundo” (véase sobre todo Colosenses 2,8).

Algo semejante tenemos en 1 Timoteo 2. Pablo está hablando del hablar con autoridad, no del simple hablar. “No permito que la mujer enseñe ni que ejerza autoridad sobre el hombre,” dice el apóstol. ¿De qué se trata esto de enseñar (didáskein) o ejercer autoridad (authentein)? Para comprenderlo veamos que los apóstoles en Hechos 2,42 “enseñan” y vemos que obran con autoridad sobre la comunidad. El punto es: si enseñar con autoridad fuera propio de la mujer, entonces la mujer podría asumir el lugar de los apóstoles, cosa que es contraria a la voluntad expresa de Cristo, el cual, siendo libre en tantísimas cosas con respecto a las mujeres, eligió solamente varones para el grupo de los Doce.

Pablo, pues, no está prohibiendo a las mujeres el hablar, opinar, conversar, dar testimonio o incluso cuestionar pero quiere ser fiel a lo que ve que tiene raíces en el Antiguo Testamento (por eso la alusión al Génesis) y en la práctica del mismo Cristo. Lo que queda “prohibido” es: asumir o participar directamente de la misión de los apóstoles. En la Iglesia hoy eso se entiende como restricción del sacramento del orden. No tenemos que poner fecha de expiración a estas palabras de Pablo, correctamente entendidas.

La muerte de un ateo “bueno”

Quería hacerte una pregunta. Cuando una persona atea muere que pasa con su alma? Si esa persona fue buena y nunca hizo daño a nadie, tenía buenas obras.. pero no creía en Dios? Yo estoy haciendo oración por su alma, ayer ofrecimos la sagrada eucaristía por él. –P.F.

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El tema del “ateo bueno” es actual y de gran importancia.

Para mí lo más interesante de la pregunta sobre qué sucede con la eternidad de un ateo “bueno” es que nos obliga a preguntarnos con mayor profundidad qué es ser “bueno,” con lo cual, en el fondo, nos estamos preguntando qué tipo de vida debe uno vivir.

Lo más interesante es comprobar que para mucha gente ser bueno significa simplemente “no ser malo” y esto de “no ser malo” quiere decir: respetar las costumbres de convivencia social y tener de vez en cuando algunos actos de solidaridad, como por ejemplo, dar una donación para las víctimas de un terremoto, o ayudar a algún anciano a pasar la calle, o prestar dinero sin interés a un amigo en necesidad. Eso es lo que quiere decir “bueno” para mucha gente.

Pero esa definición es bastante cuestionable, desde dos ángulos.

En primer lugar, hagamos esta pregunta: Si es verdad que la fe en Dios, y el conocimiento de su amor inmenso desplegado en el misterio de la Cruz de su Hijo es una noticia absolutamente maravillosa, consoladora, genuinamente restauradora, auténtico fundamento de la dignidad de todo ser humano, y fuente de inagotable esperanza y amor, ¿qué tan grave es que esa noticia no se transmita, o peor aún, como suele suceder con los ateos, qué tan serio es que activamente se impida ese conocimiento salvador?

Pensemos, por ejemplo, en un papá ateo. El hijo le dice: “Papá, mis compañeros del colegio van a hacer la primera comunión y yo no. ¿Por qué yo no puedo hacer la primera comunión?La respuesta muy probable de ese papá será una blasfemia, que por suave que sea, será de esta clase: “Yo no creo en esos ritos, hijo, y no veo necesidad de gastar esa plata. Si lo que quieres es una fiesta y unos regalos, yo te los consigo pero me parece muy poco sentido crítico de toda esa gente meterse en una iglesia a decir que un pedazo de pan es su dios…

Por el lugar tan importante que un papá tiene en la vida de su hijo, esas palabras del papá calarán muy profundamente en el niño, que sentirá crecer en él los prejuicios en contra del don preciosísimo de la Eucaristía. El papá ha sembrado cizaña de veneno puro en ese corazón, que ahora, en vez de acercarse con amor a quien más le ha amado, es decir, Jesucristo, tomará distancia, ironía o burla de ese sacramento. Esta no es una suposición vacia: pregunte usted a los hijos o discípulos de ateos y vera que esa cizaña ha sido pavorosamente eficaz. Al mismo tiempo, ese ateo muy fácilmente dirá cosas como estas: “En vez de estar dando dinero a la Iglesia, para que esos curas viciosos se salgan con la suya, yo prefiero ayudar a una ONG que haga cosas reales, como extender las redes de agua potable en África…

Asi nos damos cuenta que el ateo “bueno” en realidad ha esparcido su incredulidad, sus prejuicios, sus barreras que mantienen lejos al Evangelio por todas partes–empezando, claro está, por su propia familia. Es difícil pensar que todo ese veneno, regado voluntaria y persistentemente en tantos corazones, sea algo bueno.

Resumamos este primer punto: un ateo es de modo ordinario una persona que, aunque no use violencia verbal o física, esparce incredulidad y que trata, según sus posibilidades, de que la gente se aleje de la fe, de la Iglesia y de la Palabra de Dios. Es así causa indirecta pero a menudo muy eficaz de un daño espantoso en mentes y corazones que quedan privados de los bienes que no solamente son los más altos sino también los únicos eternos.

Segundo punto: si analizamos mejor, nos damos cuenta de que la razón por la que se suele considerar como “buenas” a muchas personas ateas, es porque nuestros ojos toman una mirada completamente centrada en lo material, lo pasajero, lo visible y tangible. Por supuesto que es bueno pagar los impuestos, ayudar a los ancianos a cruzar la calle o aumentar las redes de agua potable, pero, a menos que estemos nosotros mismos ya enceguecidos por falta de fe, tales bienes son ínfimos comparados con los bienes propios de la redención.

Al dejar circular el lenguaje del “buen ateo” lo que estamos diciendo en el fondo es que lo único que importan son las cosas de este mundo; y que entonces solo debería la Iglesia concentrarse en aliviar los problemas de la economía, la salud y el bienestar emocional. Ante lo cual es indispensable preguntarse: ¿Y la muerte de Cristo para qué fue? ¿Y el valor de su sangre dónde queda? ¿Y las promesas de la redención cuánto importan? ¿Y por qué razón soportaron torturas, humillaciones y la muerte millones de mártires cristianos? Ciertamente no fue por agua potable–sin que deje de tener su importancia que se pueda beber agua limpia. Pero ¿cómo es que no va a importar si a las almas llega el agua viva que Cristo prometió y trajo con abundancia a precio de su sacrificio?

¿Fue María una mujer como las demás, con sus virtudes y defectos?

En el contexto de conversaciones y discusiones con cristianos no-católicos, por ejemplo, con evangélicos, es frecuente encontrar que nos dicen cosas como: “María, la madre de Jesús, fue una mujer normal, con sus virtudes y defectos; los católicos hacen mal en darle un lugar tan importante como si ella estuviera por encima de los demás.” ¿Qué se debe responder al respecto?

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Vamos a ofrecer una respuesta basándonos solamente en la Biblia, incluso cuando sabemos que la idea protestante de que sólo hay que argumentar con textos bíblicos es una idea que no es bíblica! (Véase esta respuesta de FRAYNELSON.COM).

Vayamos a los textos de la Biblia. La pregunta es: ¿Nos muestra la Biblia a la Madre de Jesús como una persona “normal,” “común y corriente” y “con defectos”?

Esta pregunta es muy importante porque todos sabemos que la Biblia no tiene miramientos ni consideraciones especiales con nadie. Los principales protagonistas en la evangelización y en la conformación de las primeras comunidades cristianas son presentados en el Nuevo Testamento de una manera muy crítica. Precisamente por eso sabemos que Pedro negó a Cristo, incluso con perjurio y blasfemia; y sabemos que Pablo fue perseguidor de cristianos y cómplice de la muerte del primer mártir; y Mateo tuvo un pasado oscuro como publicano; y Juan y Santiago eran iracundos y buscaban privilegios, como todos los demás apóstoles; y Judas Iscariote era ladrón.

Es decir: la Biblia es implacable cuando se trata de presentar las imperfecciones, incoherencias y pecados de todos.

Pregunta: ¿Y dónde están los textos que presenten los defectos o pecados de la Madre de Jesús?

Pasemos a las palabras que la Biblia pone en boca de María. Leemos en Lucas 1: “Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí.” No hay nada parecido, que haya sido dicho por absolutamente nadie, en el Nuevo Testamento.

Isabel dice de ella: “¡Bendita tú entre las mujeres!” Lo mínimo que cabe decir es que esas palabras nos e le dirigen a cualquier mujer, ni a todas las mujeres. Son palabras que indican algo realmente único.

Sólo María ha sido llamada “Kejaritomene,” que suele traducirse por “llena de gracia.” Puede traducirse como hace la Reina Valera: “Muy favorecida” siempre que se entienda que es muy favorecida por Dios! No es algo que le diga a cualquier mujer ni a todas las mujeres.

En Caná de Galilea (ver Juan 2), María hace ver que se ha acabado el vino. No importa qué traducción miremos, la respuesta de Jesús a la insinuación de ella es dura, seca y poco promisoria. Ella dice entonces sus conocidas palabras: “Haced lo que Él os diga.” Y sabemos lo que sigue: el milagro que ella quería. Lo menos que se puede decir es que Jesús cambió su posición. Y sabemos por qué cambió: por la intervención de ella. No tenemos ningún otro caso semejante en toda la Biblia. Ninguna mujer “común y corriente” ha logrado algo así, sin insistir más. Sobre todo eso es notable: que María no insistió; ella obró como persona segura del lugar que ocupaba en el corazón de su Hijo.

hay todavía otros ejemplos pero lo más importante es que uno se pregunte: ¿Por qué esa insistencia de tantos protestantes en disminuir o minimizar el lugar único y tan notable de la Madre de Jesucristo? Son ellos los que deben responder.

¿Por qué los judíos no hacían imágenes de sus profetas, y los católicos sí hacemos de los santos?

Pregunta para los católicos (circula en Internet): ¿Por qué los judíos no realizan imagen de Dios, de Moisés, de Abraham? ¿Por qué ellos no realizan imágenes para venerarlos? ¿No será que la razón es porque ellos sí entienden la Ley y no hacen sino lo que Dios les mandó?

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La llegada del Mesías no es un acontecimiento menor. No debemos pensar que fue algo leve que dejó intacta a la Ley de Moisés. Nos damos cuenta que lo prescrito para el sábado, para la circuncisión o para definir qué se puede comer y qué no, todo ello cambió en el régimen de la Nueva Alianza. Así que la pregunta no es: “¿Por qué los cristianos empezaron ya desde la época de las catacumbas a hacer imágenes esculpidas de Cristo, por ejemplo, como Buen Pastor?” La verdadera pregunta es: “¿Tenían que sentirse ellos vinculados al precepto de no hacer representaciones de Dios después de que Dios mismo se había revelado plenamente en Cristo (Juan 14,9), y después de que el apóstol Pablo había enseñado que Cristo es “imagen VISIBLE del Dios invisible” (Colosenses 1,15)?”

Quienes ponen el mandamiento de Moisés por encima de la revelación plena y perfecta del misterio de Dios en Cristo tratan a Cristo, por lo menos con respecto a este asunto, como si fuera un profeta más. ¿No dice la Escritura que “el Verbo se hizo carne y puso su morada entre nosotros” (Juan 1,14)? Ver a Cristo, y por extensión: representar a Cristo para que esa representación nos lleve al recuerdo cercano de él, es ver en su plenitud la misericordia salvadora y transformante de Dios. Y no se quite importancia al verbo “ver” porque ya había dicho la Escritura: “Mirarán al que traspasaron” (Zacarías 12,10; Juan 19,37).

Alguien podrá preguntar qué sucede con la Santísima Virgen o los demás santos y bienaventurados, así reconocidos por la autoridad de la Iglesia, ya desde los primeros siglos. La respuesta es sencilla. El apóstol Pablo dice en 2 Corintios 3,18: “Nosotros llevamos en nuestro rostro descubierto la gloria de Cristo.” esto se demuestra también por el hecho de que el apóstol Pedro, para sanar al paralítico del templo (Hechos 3), le manda: “¡Míranos!” El rostro de quien está unido a Cristo refleja la gloria de Cristo. Por eso también cuando Esteban estaba a punto de ser martirizado “todos los que estaban sentados en el Sanedrín, cuando fijaron los ojos en él, vieron su cara como si fuera la cara de un ángel” (Hechos 6,15).

Por esa comunión de espíritu que hay entre Cristo y sus santos sabemos que todo cuanto hay de bueno y bello en ellos proviene de Él. Y tal es el significado de las imágenes de esos bienaventurados hombres y mujeres: mostrar las infinitas facetas de la santidad del único Cristo.

Por otra parte, llama la atención que el protestante que hace la pregunta ya admite que el mismo Dios sí mandó hacer algunas imágenes, como en efecto es el caso de los querubines puestos encima del arca. Lo curioso es que al final dice: “Sólo hacen (en cuanto a imágenes) lo que Dios les mandó.” La idea que este protestante tiene es que el mandato de Dios termina en el Antiguo Testamento, es decir, que ya no podía venir un cambio en las disposiciones divinas, siendo así que la Biblia misma muestra que, en cuanto a muchas costumbres y preceptos de la Ley, ciertamente hubo cambios, y no pequeños.

Un católico… ¿Puede creer en la energía o las buenas vibras?

“El P. Sergio Román en un artículo titulado en el SIAME, titulado “Las buenas vibras” explicó que ritos como los temazcales, donde se busca renovar “energías” y “buenas vibras”: “no son tradiciones verdaderas, sino supercherías inventadas hace unos cuantos años y que se han difundido en el pueblo católico, necesitado de algo sobrenatural en su vida alejada de la Iglesia”…”

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¿Quiénes eran los ANAWIN?

Fray Nelson: le he escuchado varias veces hablar con muchos elogios y sentimiento sobre los Anawin, que me parece que eran como un grupo dentro de los judíos. Pero, ¿qué era lo que los hacía distintos, o especiales? ¿Por qué son importantes para nosotros? Gracias. — G.G.

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Hay un texto de Felipe Gómez en su perfil de Facebook que creo que lo explica muy bien y muy desde el corazón:

Descubriendo nuestro camino

“Anawin” no es un término salido de Star Wars, ni algún personaje de ciencia ficción. Es una palabra en arameo que traduce: “Los pobres de Yahvéh”.

Hombres y mujeres que habiendo puesto toda su esperanza en Dios, comprendieron que su única y verdadera riqueza era Dios mismo.

Creían radicalmente en Dios y teniéndolo en su corazón, les bastaba para sobrevivir. Eran sencillos, trabajadores, piadosos y buenos con todos.

Esto no los libraba de ser maltratados, o vistos como personas cortas de visión o empuje. Pero su tarea iba más allá de volverse exitosos, prósperos o llenarse de posesiones materiales.

Tampoco eran grandes intelectuales, aunque la inteligencia y la sabiduría muchas veces han sido contrarias y de lo segundo estos pobres de Dios, fueron dotados con sobreabundancia.

Esta fe y esperanza inquebrantables, los hacían únicos entre su pueblo. Se convertirían en el resto fiel, en el pueblo escogido del cual vendría el Mesías, en los Anawin.

Podemos afirmar sin temor a equivocarnos que la Virgen Santísima y San José eran de ellos, y también que algunos santos tienen un marcado rasgo de la sagrada familia y esos “Anawin” en su carisma, un San Francisco, San Juan Diego, Santa Bernardita, los pastorcitos de Fátima, San Maximiliano Kolbe, etc.

Benedicto XVI se esforzó en su pontificado por revalorizar la fe, y no el poder político de la Iglesia. En exaltar el valor de los sencillos de corazón. El papa emérito además mencionó un “remanente”, un grupo de católicos que pasará por un cedazo y se mantendrá fiel. Ojalá llegásemos a ser de esos.

Nuestro papa emérito lo profetiza hace cincuenta años, mencionando el futuro de la iglesia, incluso afirma que “la iglesia se convertirá en el hogar de los indigentes”. O como lo diría la Virgen en sus muchos mensajes, “La iglesia será pobre y humilde”.

No nos escandalicemos con estas frases proféticas. Ninguna indigencia mayor que la del pecado y a la vez ninguna riqueza mayor que acoger a quien padece miserias ¿acaso no celebramos eso en la fiesta de la misericordia?

Aquí termino. Pronto dejaré de escribir con tanta frecuencia, para dar paso a un capítulo nuevo en mi vida, pero los invito a no perder el norte, ni dejar de disfrutar de las cosas pequeñas de la vida, fortalecer nuestra fe y confianza en Dios y encaminarnos alegremente a que este sueño se vuelva realidad. Ojalá lleguemos a ser algún día como los “Anawin”, los pobres de Yahvéh.

El Señor los bendiga.

La falacia de equívoco que usó Stephen Hawking para negar a Dios como creador

¿Demostró Hawking, sí o no, que el universo podría venir de la nada, sin necesidad de un Creador?

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De ninguna manera. Hawking usó la palabra nada de una manera equívoca, o incluso tendenciosa. Lo que nosotros llamamos “nada” usualmente significa ausencia de materia. Pero puede darse ausencia de materia y condiciones suficientes en los campos cuánticos asociados con las diversas subpartículas, de modo que de esa “nada” material surgen partículas y antipartículas.

De hecho, esa es la base de uno de los descubrimientos más asombrosos de Hawking: la radiación de los Agujeros Negros, de los cuales, como es sabido, no puede escapar nada, ni siquiera la luz.

La demostración experimental de que esa radiación sí existe, y la confirmación de la creación espontánea de dúos de partícula-antipartícula significa, a ojos de los científicos, que de la nada material puede surgir la materia. Esa es la postura de Hawking y la mayor parte de los científicos parecen conformes con ella.

Por supuesto, hay dos errores básicos en esa manera de presentar las cosas.

(1) La “nada” de ellos significa nada en cuanto a toda particular material pero los campos cuánticos asociados siguen estando allí. Esos campos NO son materia, no podrían ser contados como materia y no tienen masa alguna pero existen y están ahí. Sobre esto hay una explicación interesante de Dante Urbina que puede verse aquí.

(2) Las LEYES que determinan completamente lo que puede o no suceder en cada uno de esos campos pre-existen a cualquier “creación espontánea” de partículas, de modo que la existencia de ess leyes requiere de una justificación racional pues de otro modo estaríamos afirmando que las cosas son así simplemente porque así son.

Es en estos dos flancos donde Hawking es gravemente incompleto y débil en cuanto pensador y divulgador de ciencia. Sus palabras sobre Dios resultan entonces seriamente irresponsables y capaces de guiar al error a muchos.

¿Todos somos hijos de Dios?

Buenas tardes Fray Nelson, tengo una inquietud y quisiera que usted me ayudara a entender. Yo siempre he creído que todos somos hijos de Dios independientemente de uestras creencias, sin embargo en diálogos con amistades protestantes les escuché decir que solo son hijos de Dios los que lo aceptan en su corazón, cosa que debatí con solo fé y pocos argumento de peso. Hoy en la homilía el padre hablándole a los catecúmenos dijo que se era hijo de Dios al recibir el sacramento del bautismo, y que aquellos no bautizados no eran aún hijos de Dios. Yo quedé más confundida de lo que estaba, pues aunque creo y viví firmemente los sacramentos, no entiendo como no se puede ser hijo de Dios si Él es nuestro padre ceeador, qué pasa entonces con los que son de religiones diferentes, los que nunca se bautizan, etc. Gracias de antemano por su ayuda. Dios y la Virgen lo guarden. –SC

Las palabras tienen un sentido estricto, que es formal y preciso, y un sentido laxo o amplio, que es el propio de las metáforas. Así por ejemplo, la palabra “pan,” en sentido estricto, se refiere a un cierto tipo de alimento pero de manera amplia puede significar todo lo que es requerido para la vida humana.

Apliquemos esa distinción al caso de la palabra “hijo.” En sentido ESTRICTO, como nos enseña Santo Tomás, un hijo es aquel ser que recibe y participa de la naturaleza de quien es su padre. Por eso, el hijo de un león es león, y el descendiente de un caracol es un caracol. La idea clave es: participar de la misma naturaleza.

En sentido AMPLIO, puede llamarse “hijo” a aquello que tiene su origen o tiene un parecido con otro ser. Así por ejemplo un escritor puede decir que ha dado a luz una nueva obra, o que quiere a tal libro como a un hijo. Pero tal “hijo” no tiene la misma naturaleza de su “padre.”

Si pensamos en sentido “amplio” puede decirse que todo ser humano es hijo de Dios, porque viene de Dios como Creador, y porque todos somos imagen y semejanza de Dios, y porque todos potecialmente estamos llamados a participar de su vida propia. Pero en sentido “propio” no hay una participación de naturaleza que venga simplemente del hecho de ser creación. Entonces en sentido estricto no todos somos hijos de Dios.

En sentido estricto entonces sólo llegamos a ser hijos de Dios por la participación del Espíritu Santo que se da como don propio de la fe. Esa es la fe propia de los sacramentos, empezando por el bautismo. Entonces propiamente han de llamarse hijos de Dios los bautizados en plena comunión con la Iglesia.

Las profanaciones eucarísticas y la presencia de Cristo

Un “profeta” dijo que la presencia de Cristo se aleja de una Hostia Consagrada cuando ésta va a ser objeto de un sacrilegio, como cuando los satánicos hacen sus ritos y vejámenes, tiene razón? –RV

No tiene razón.

Según Santo Tomás, solamente cuando se produce destrucción de las especies eucarísticas ya no puede hablarse de presencia de Cristo. Pero que Cristo “abandone” las especies no es una afirmación correcta porque supone que la sustancia o realidad de pan o de vino está siempre ahí, y eso no es transubstanciación sino consubstanciación, que es por cierto lo que enseñan erróneamente los luteranos.

Cuando sucede una profanación, debemos reconocer con dolor, hay presencia de Cristo hasta el momento en que las especies son completamente destruidas o irreconocibles. Precisamente por eso se comete el crimen de sacrilegio. Si Cristo no estuviera aí presente no abría crimen sino si acaso una burla. Pero el crimen es real y se comete porque Cristo sí está presente.

Homosexualidad y vocación al sacerdocio

Una persona, que por supuesto desea permanecer completamente anónima, me escribe comentando tres hechos: (1) Reconoce en sí mismo una fuerte tendencia homosexual, y no cree que sea algo pasajero sino profundo y permanente. (2) No desea llevar una vida sexual activa con ningún hombre y comprende que hay algo moralmente incorrecto en la intimidad entre personas del mismo sexo. (3) Considera que quizás está llamado a ser sacerdote y ha encontrado incluso un obispo que, sabiendo su situación, ve en él un posible candidato. * La pregunta es si yo le recomiendo que siga con su proyecto vocacional.

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La recomendación es: no aconsejo seguir en ese proyecto, como lo llamas.

La vida de celibato en castidad cuando hay una clara tendencia homosexual no es fácil, y su modo de dificultad no es siempre fácil de entender tampoco. Mucha gente en nuestra cultura cree que la tendencia homosexual es algo así como: “A este le gustan las mujeres, y a este otro, los hombres” Como si se tratara de “A este le gusta el helado de fresas y a este otro el de ron con uvas pasas” La experiencia muestra que no es así. Y por eso alcanzar la serenidad y sano dominio de sí mismo no es igual para el heterosexual y para el homosexual.

Mi experiencia en trato cercano con personas de tendencia homosexual, sean varones o mujeres, es que la persona tiene que invertir mucho de su energía interior para ser fiel al Señor. Porque no es solo vigilar el deseo sino cuestionar al deseo mismo. Si la persona no cuestiona el deseo, en efecto, se enfrenta a otra tensión, que puede ser muy violenta: “¿Y por qué no se me permite ser feliz y realizarme como yo quiero, puesto que no le hago mal a nadie?”

El esfuerzo, doble o triple, de vigilar el deseo y a la vez cuestionar el deseo hace que la persona con tendencia homosexual concentre una gran parte de sus recursos emocionales y espirituales en cuidar su propio corazón. Si esto se hace por amor a Dios y al prójimo es un ejercicio santo, y un camino de verdadero crecimiento en Dios. Como todo bautizado, también esta persona está llamada a la santidad, y su esfuerzo interior, muchas veces heroico y silencioso, si está cargado de amor a Dios y a los hermanos, es muy meritorio.

Pero a la vez, ese esfuerzo muestra por qué resulta extremadamente imprudente sugerir un servicio sacerdotal a quien tiene tendencia homosexual. El ministerio tiene su propia carga, a veces increíblemente dura, de exigencia emocional. Las personas que vienen a nosotros los sacerdotes suelen estar en condiciones de carencia afectiva, vulnerabilidad emocional, dependencia profunda, desorientación grave. Buscan refugio, guía, sanación, y si creen de verdad en el ministerio, a veces depositan una inmensa confianza en nosotros. Todo ello puede hacer muy difícil guardar la perfecta medida cuando se trata de alguien podría despertar deseo en uno. Pero, como hemos visto, ese combate es varias veces más intenso en aquellos que gustan de personas del mismo sexo.

Para mayor gravedad: suele suceder que las personas que buscan al sacerdote no lo buscan una vez sino muchas, y que ello suele generar relaciones estables que se espera que sean sanas, limpias, dentro de un marco de amistad en Cristo. Cuando el gusto está de por medio, esa permanencia hace que cada nuevo encuentro acentúe las cosas, elevándolas a nuevos niveles. Es simplemente imprudente imaginar que la exposición continuada a un combate así no va a producir daño. Muy al contrario, los datos de la historia reciente nos muestran que más del 80% de los abusos de sacerdotes suceden con personas del mismo sexo. Esa estadística se refiere a casos con menores de edad pero uno ve que las cosas no son distintas si se trata de mayores de edad, excepto que las denuncias son menores en cantidad y prosperan menos.

Hay otros dos agravantes que he visto que desaconsejan completamente que una persona con tendencia homosexual busque el sacerdocio.

Primero, las relaciones homosexuales son de suyo estériles. Esto no es algo menor. La esterilidad crea una sensación, muchas veces inconsciente, de “blindaje” es decir: una certeza de que ninguna consecuencia visible podrá salir de la relación, y que por tanto: todo será disfrutar sensualmente y encontrar la deseada compañía. A su vez, esto produce un sobre-centramiento en el aspecto físico y corporal, y unos sentimientos intensísimos de posesividad, que fácilmente degeneran en celos, y que se adueñan de la mente de las personas de una forma impresionante. Por supuesto, hay celos también en relaciones heterosexuales, pero repito: la intensidad y modo de la relación homosexual hacen mucho más frecuente y profundo el tema de la posesión y la exclusividad. Pensemos lo que esto implica para una persona consagrada. Yo lo he visto. Yo he visto el daño que causa. He visto personas dispuestas a todo, literalmente a todo, por asegurar su amante, o por vengarse de quien les ha abandonado.

En el caso del sacerdote diocesano, la soledad de su oficio complica las cosas hasta extremos insoportables; en el caso del sacerdote de comunidad, la fuerza del deseo hacia los del mismo sexo hace su vida complicada hasta el extremo porque es como vivir en medio de un mar de posibilidades de relación afectiva–sin poder afianzar ninguna. La pastoral se vuelve compleja, en particular la pastoral con niños y jóvenes, y mientras tanto, un ruido interior, una especie de vocecita sigue sugiriendo: “Ya pronto podría llegar tu pareja perfecta…” Es necio pensar que eso no va a tener consecuencias. Repito: no son teorías. Uno lo ve. Uno lo sufre cuando la gente habla de lo que tal o cual sacerdote les ha hecho a sus hijos o conocidos.

En resumen: el camino no es la vida consagrada ni es el sacerdocio.

Una vida ordenada, llena de oración, disciplina, sanas amistades y diversas actividades buenas, incluyendo algunas de servicio al prójimo, es lo aconsejable, para aquella persona que siente una fuerte tendencia homosexual y que a la vez tiene claro que no tiene sentido poner por obra esa tendencia ni tiene sentido mentirse y pensar que va a ser heterosexual un día. Como ya se dijo, una vida así, vivida por amor a Dios y al prójimo, es en extremo heroica y bella. Y Dios lo sabe.

¿Bailar es bueno o malo?

Padre Nelson, no sé cómo hacerle la pregunta, pero mi punto es si el bailar es sano o se puede decir que me es permitido como cristiano. — AYB

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Es sencillamente natural que nuestro cuerpo exprese nuestras emociones. De hecho, Santo Tomás, en el Tratado de las Pasiones, destaca que una de las características de nuestro ser humano es que las distintas emociones tienen siempre un componente o dimensión corporal. Así que en principio es normal y natural que también la alegría o el amor se expresen con nuestro cuerpo, y eso implica con los movimientos de nuestro cuerpo.

Pero así como hay amores buenos y amores sucios, así también hay expresiones de amor, sea en palabras o en acciones, que podemos considerar limpias y bellas, mientras que otras son reprobables y sucias.

Yo concuerdo con el Padre Sam cuando dice: “El baile en sí no es pecado, pero sí eso me lleva a otras cosas malas, entonces no es correcto”, dice el Padre Sam. Luego explica: “cuando el baile es expresión de alegría sana, de relajación, de cultura, de folklore… no tiene nada de malo, pero cuando es expresión de morbo, de depravación, entonces sí es pecado”. Si el baile me lleva a la lujuria, a la pereza, a que mis pensamientos se dispersen, entonces NO está bien, concluye el Padre Sam, pues eso me incita a hacer el mal.

Hay personas que piensan que tomando posiciones extremas están sirviendo mejor a Dios tal vez porque lo extremo se confunde fácilmente con lo radical o con la entrega total al Señor. Por eso ha habido tendencias en la Iglesia que pretenden proscribir al sexo dentro del matrmonio, o incluso prohibir del todo el matrimonio (caso del montanismo); o decir que toda bebida alcohólica implica una ofensa a Dios )caso de los musulmanes y de muchos evangélicos); o decir que todo baile implica lujuria y degradación (caso de muchos rigoristas).

La verdad es que estas posturas extremistas, lejos de darle la gloria a Dios, exaltan capacidades del esfuerzo humano, confundiendo lo difícil con lo virtuoso. En efecto, aunque toda virtud, vivida a perfeccción, es ardua, no todo lo arduo, sólo por ser arduo, es virtuoso.

¿Por qué es tan importante que las lecturas de la Misa sean siempre de la Biblia?

Un amigo que estuvo en Holanda me contó que en una iglesia, supuestamente católica de allá, habían reemplazado una de las lecturas de la Misa por un texto no sé si era de Buda o de Confucio. A mí eso me pareció extraño pero él me dijo que estábamos muy atrasados en nuestros países. Yo la verdad no supe qué contestarle pero sigo pensando que no es correcto lo que hicieron allá. Así que la pregunta es: ¿Por qué es tan importante que las lecturas de la Misa sean siempre de la Biblia? Gracias por su ministerio. — Maria C.H.

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La razón principal por la que las lecturas de la Misa vienen de la Biblia y sólo de la Biblia es por la unidad que tiene la celebración eucarística. Sabemos que tiene dos partes: Liturgia de la Palabra y Liturgia de la Eucaristía. Pero esas dos partes no están sencillamente yuxtapuestas sino que tienen una unidad intrínseca que debe preservarse, valorarse y enseñarse oportunamente.

En efecto, el Cristo que se nos da como alimento es el mismo que nos habla a través de su Palabra. Dice hermosamente la Carta a los Hebreos en su comienzo: “Dios, que muchas veces y de varias maneras habló a nuestros antepasados en otras épocas por medio de los profetas, en estos días finales nos ha hablado por medio de su Hijo. A este lo designó heredero de todo, y por medio de él hizo el universo. El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios, la fiel imagen de lo que él es, y el que sostiene todas las cosas con su palabra poderosa.”

Esto nos indica que no leemos textos de la Escritura por llenar tiempo o para inspirarnos y decir cosas bonitas sino para reconocer a Cristo y para sentir hambre de Cristo–hambre que será oportunamente saciada en el banquete del sacramento eucarístico.

Consagración

Quizás se ala pregunta más corta que reciba este año, padre: ¿Qué es exactamente una consagración y por qué hay tantas consagraciones en la Iglesia? — S.G.

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En sentido general, consagrar es “hacer sagrado” a algo o a alguien. Y sagrado es aquello que está en unión o estrecha relación con lo que es santo y sobre con Aquel que es el Santo. Por eso la idea de toda consagración es “reservar para Dios, o praa servicio de Dios” a una persona o una cosa.

Puesto que Dios es el único Creador de todo cuanto existe, es lógica la pregunta: ¿No está ya todo dedicado a Él puesto que le pertenece de modo radical hasta el punto de que no subsistiría si Él no lo sostuviera?

La respuesta es que hay algo que Dios ha querido no poder por fuerza de ley natural: la voluntad de las creaturas que ha creado libres, es decir, los ángeles, que son solo espíritu, y nosotros los seres humanos, que somos alma y cuerpo. El corazón humano no es algo que Dios posea inmediatamente y como de manera forzada, pues por su propio y libre designio Dios ha querido que sea nuestra respuesta libre de amor la que acepte o tal vez rechace el llamado de su amor.

El mal uso de la libertad, sea en el caso de los ángeles o en el caso nuestro de los hombres, produce una especie de espacio falso, una especie de mentira permanente, que es el pecado. Y en aquello y en aquellos en los que gobierna el pecado ya no puede hablarse plenamente de pertenencia a Dios ni de darle la gloria a Dios. Por eso el sentido de la consagración es el de una “recuperación” para Dios de aquello que en justicia le pertenece.

Esa recuperación se ha realizado fundamentalmente en la obra redentora de Cristo. Por eso la consagración primera y fundamental, base de toda otra consagración, es el ser de Cristo, lo cual sucede a través de la fe. En efecto, aceptando con obediencia de fe la predicación del Evangelio llegamos a ser posesión de Cristo, y así somos recuperados para Dios y genuina y realmente “consagrados.”

Esta consagración se realiza de modo visible, pleno y comunitario gracias a la sacramento del bautismo. esa es nuestra consagración esencial. En cierto sentido, es la única verdadera consagración nuestra.

Por analogía y extensión se aplica la palabra “consagración” a otros aspectos de la vida de la Iglesia, entre los cuales destaca la consagración de la Eucaristía. Este uso, completamente único del término, alude al acto central de la celebración de la Misa, en el cual Jesucristo se hace real y verdaderamente presente en las especies de pan y vino. Claramente, estamos hablando de la misma transubstanciación: la respuesta a la pregunta: “¿Qué es?” cambia, y por eso hablamos de un cambio de sustancia: ya no es pan sino el Cuerpo de Cristo; ya no es vino, sino la Sangre de Cristo.

Pero la consagración en la Eucaristía es a la vez modelo perfectísimo de toda consagración, y superación de toda otra consagración. Porque lo sagrado nos aproxima al que es Santo mientras que presencia de Cristo en la Eucaristía no nos aproxima a Él sino que nos lo ofrece como alimento, para que, unidos a Él, podamos ser ofrenda de amor a Dios, nuestro Padre.

Aparte del bautismo y la eucaristía, nos damos cuenta que tanto la confirmación como sobre todo el Orden Sagrado, hablan de un modo nuevo de servicio al Evangelio, por lo tanto de presencia de la acción redentora de Cristo. Por eso cabe llamar consagrados a los confirmados y sobre todo a quienes reciben el sacramento del orden.

Otros usos de la misma palabra son analogías cada vez más distantes. Consagrarse “a la Virgen” o a algún santo, es como un modo de expresar una alianza particular de amor y obediencia que finalmente redunda en nuestro servicio de fidelidad al Señor. Si bien hay actos sinceros de piedad en ese modo de hablar, conviene ser prudentes y no exagerar en su importancia o uso porque entonces los sentidos principales, a saber, del bautismo y la eucaristía, podrían quedar oscurecidos o poco apreciados.

¿Con qué autoridad declara la Iglesia que alguien es un santo?

Fray Nelson muy buenas tardes, manifestándole mi confianza en su fe y conocimientos quisiera hacerle la siguiente pregunta: Partiendo de que no debemos juzgar al prójimo, es decir, que no tratemos de tomar el lugar de Dios definiendo el desenlace final de una persona, ¿cómo se explica que nosotros como iglesia digamos que alguien es Santo, o que está en la presencia plena de Dios? — B.E.C.

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Tienes razón cuando manifiestas tu asombro por el hecho de que la iglesia se atreva a declarar que una persona está en la presencia de Dios y que es y será bienaventurado para siempre. Efectivamente si la iglesia deben diera únicamente de los recursos y los conocimientos humanos nunca podría declarar algo semejante.

Pero si lo piensas bien te das cuenta que la misión misma de la iglesia trasciende desde el principio los recursos puramente humanos. Cada vez que celebramos los sacramentos estamos afirmando que suceden cosas que trascienden completamente los límites y las capacidades de la simple naturaleza. Un bautizado no es simplemente un niño al que le cayó un poco de agua es alguien a quien se aplican una vez y para siempre todos los méritos de la santísima pasión de nuestro Señor Jesucristo.

La Iglesia puede obrar así en los sacramentos y especialmente en la Eucaristía porque en ella obra la fuerza infinita del Espíritu Santo que Jesucristo le concedió y le concede. La asistencia del Espíritu Santo es la que garantiza que la palabra de la Iglesia no sea simplemente palabra y opinión humana. Esa misma asistencia es la que le permite reconocer cuándo la obra del Espíritu Santo se ha completado en una persona. Y es por esta razón por la que la iglesia después de discernir cuidadosamente los testimonios del pueblo de Dios y después de suplicar y verificar señales completamente sobrenaturales, como son los milagros, se atreve a afirmar que alguien está para siempre en la presencia de Dios.

¿Por qué la Iglesia dice que NO a tantas cosas?

Fray Nelson, soy un joven que trata de vivir su fe y que a veces se siente confundido aunque no derribado. El otro día tuve una conversación con dos amigas. Y la verdad sentí que no tenía muchas respuestas aunque había otras cosas que sí podía decirles. El “disparo” que me apreció más difícil de responder fue lo que dijo una de ellas, más o menos hablando de memoria lo repito yo así: “¿Por qué la Iglesia siempre es diciendo que NO a todo? No a los gays, no al aborto, no a la eutanasia, no a la fecundación in vitro… ¿Cómo quieren llegar a nosotros los jóvenes con esa cantidad de negativismo?” Usted, ¿qué diría, fray? — G.B.M.

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Tal vez lo primero que hay que decir es que la mayor parte de la gente, y especialmente de la gente joven, depende de los grandes medios de comunicación para informarse. Eso significa que su opinión sobre la Iglesia no proviene de la liturgia ni de la predicación ni de las grandes y buenas obras sino de lo que salga en las noticias de la televisión, en las películas de Netflix o en las redes sociales. Y sucede que todas estas fuentes tienen elementos en común que hacen muy difícil lograr una visión equilibrada y completa sobre lo que es, enseña y hace la Iglesia.

Un ejemplo. En esta ciudad hay un hogar de ancianos desamparados que es sostenido y dirigido desde hace muchos años por unas religiosas. Todos los días, absolutamente todos los días, están llenos de obras de caridad hacia esas personas mayores. Muestras de ternura, paciencia, cuidado y generosidad suceden todos los días, por parte de esas religiosas y de sus colaboradores. Cada una de esas obras buenas es un SÍ gigantesco. es un SÍ a la vida, a la compasión, al amor en su más pura expresión. ¿Se puede esperar que algo así salga, siquiera con una mínima frecuencia en las redes sociales? No saldrá. En cambio, un escándalo de un sacerdote da material para muchas semanas de fotos, reportajes, protestas y por supuesto… #hashtags.

Pero el corazón de la respuesta a tu pregunta es todavía más profundo. Detrás de lo que parece un NO muchas veces lo que hay es un inmenso SÍ. Se nota bien en el caso del aborto. Lo que parece un NO a la mujer que está siendo presionada para que aborte, o que quiere por sí misma abortar, es un SÍ gigantesco a la vida del que va a nacer. Por el contrario darle un SÍ fácil a la que va a abortar es pronunciar un NO que es sentencia de muerte para el bebé.

De modo que esos NOes en los que se obstina nuestra Iglesia no deben avergonzarnos. Es nuestra tarea ver cuántos SÍes están detrás de cada uno de esos NO. Decirle NO al sexo irresponsable y adúltero es decirle SÍ a la estabilidad y felicidad de la familia. Decirle NO a la eutanasia es decirle SÍ a la generosidad que debemos tener como sociedad y decirle SÍ al sentido y propósito que todo ha de tener en nuestra vida humana. Y así sucesivamente.