[Meditaciones para el Retiro Espiritual anual de un grupo de Hermanas Dominicas de la Inmaculada, en Quito, Ecuador.]
Tema 3 de 12: Intención y espíritu del Concilio Vaticano II
* La situación que vive la Iglesia a mediados del siglo XX es dolorosa. Enorme grupos humanos se apartan del rebaño de Cristo por diversas pero no inconexas razones:
(1) La clase obrera, seducida por las promesas comunistas, ha aceptado el sofisma de Marx sobre la religión como opio del pueblo.
(2) Los intelectuales, cautivados no por la razón sino por el racionalismo, consideran en gran número que la fe en nada ayuda a la búsqueda de la verdad.
(3) La mujer, atraída por un mensaje de igualdad sin distinción, busca su valor desde sí misma, sin relación a un esposo o a unos hijos. Un estilo nuevo de vivir la sexualidad, sobre la base de la anticoncepción proclamada como derecho básico, la sitúa fuera de la tutela del programa bíblico de “multiplicar” la especie humana, o de admitir al hombre como cabeza suya.
(4) Los jóvenes, saturados del mensaje mercantilista del poseer y disfrutar ven a menudo la religión como una colección de prohibiciones y una antídoto contra una vida plena.
(5) Ejemplos parecidos pueden ofrecerse en referencia a los literatos, los artistas, los políticos o los economistas.
* Esta situación de ruptura con el mundo se puede sintetizar en la presencia de un muro de prejuicios, resentimientos y mutuas acusaciones entre la Iglesia y el mundo. Juan XXIII quiere ayudar a sanar esa situación, y tal es el propósito central del Vaticano II: un impulso pastoral para quitar todo obstáculo que impide la transmisión del Evangelio.
* Pero en lo que atañe al encuentro entre el mundo y la Iglesia, Juan XXIII no duda de qué lado está la propuesta de salvación ni tampoco quién ha de ser salvado. Por ejemplo, en su discurso de apertura del Concilio dice:
El gran problema planteado al mundo, desde hace casi dos mil años, subsiste inmutable. Cristo, radiante siempre en el centro de la historia y de la vida; los hombres, o están con El y con su Iglesia, y en tal caso gozan de la luz, de la bondad, del orden y de la paz, o bien están sin El o contra El, y deliberadamente contra su Iglesia: se tornan motivos de confusión, causando asperezas en las relaciones humanas, y persistentes peligros de guerras fratricidas.
* Se trata entonces de un Concilio “pastoral,” pero con ello no se quiere decir de ninguna manera algún menosprecio o cambio en la doctrina. Juan XXIII fue muy claro:
…ya está claro lo que se espera del Concilio, en todo cuanto a la doctrina se refiere. Es decir, el Concilio Ecuménico XXI —que se beneficiará de la eficaz e importante suma de experiencias jurídicas, litúrgicas, apostólicas y administrativas— quiere transmitir pura e íntegra, sin atenuaciones ni deformaciones, la doctrina que durante veinte siglos, a pesar de dificultades y de luchas, se ha convertido en patrimonio común de los hombres; patrimonio que, si no ha sido recibido de buen grado por todos, constituye una riqueza abierta a todos los hombres de buena voluntad.
* La palabra “diálogo” no debe entenderse entonces como una especie de negociación entre partes iguales que buscan acuerdos estratégicos para seguir adelante en una relación comercial, política o de mera amistad. La Iglesia, para el Papa Bueno, es “Madre y Maestra,” y el diálogo sólo puede entenderse como el que tiene un médico son su paciente, o un profesor con su discípulo. hay gente que quisiera que esa palabra tuviera un significado distinto en labios del Papa pero él fue perfectamente claro:
Al iniciarse el Concilio Ecuménico Vaticano II, es evidente como nunca que la verdad del Señor permanece para siempre. Vemos, en efecto, al pasar de un tiempo a otro, cómo las opiniones de los hombres se suceden excluyéndose mutuamente y cómo los errores, luego de nacer, se desvanecen como la niebla ante el sol. Siempre la Iglesia se opuso a estos errores. Frecuentemente los condenó con la mayor severidad. En nuestro tiempo, sin embargo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia más que la de la severidad. Ella quiere venir al encuentro de las necesidades actuales, mostrando la validez de su doctrina más bien que renovando condenas. No es que falten doctrinas falaces, opiniones y conceptos peligrosos, que precisa prevenir y disipar; pero se hallan tan en evidente contradicción con la recta norma de la honestidad, y han dado frutos tan perniciosos, que ya los hombres, aun por sí solos, están propensos a condenarlos, singularmente aquellas costumbres de vida que desprecian a Dios y a su ley, la excesiva confianza en los progresos de la técnica, el bienestar fundado exclusivamente sobre las comodidades de la vida.
* No hay trazo de vacilación, debilidad o deseo de negociar en esas palabras. Lo que algunos llaman “espíritu del concilio,” y que ellos entienden como una especie de igualdad de todos, y de todas las opiniones, frente a la construcción de consensos que vendrían a reemplazar lo que siempre se ha llamado “verdad,” ese espíritu no tiene nada de conciliar: es simplemente un conjunto de suposiciones y conjeturas, una extrapolación arbitraria de algunos gestos del Papa Juan, como si marcaran el comienzo de esa especie de igualitarismo. Pero tal extrapolación viene expresamente negada por las palabras bien pronunciadas del mismo Papa.
* He aquí el verdadero espíritu del Concilio, en palabras precisas de quien lo convocó: “la Iglesia Católica, al elevar por medio de este Concilio Ecuménico la antorcha de la verdad religiosa, quiere mostrarse madre amable de todos, benigna, paciente, llena de misericordia y de bondad para con los hijos separados de ella.”