¿Cómo ofrecer los propios dolores?

Padre, ¿cómo ofrecés los dolores? Yo siempre lo hago pero siempre tengo la duda de cómo hacerlo… — L.M.G.

* * *

Hay tres momentos:

1. No negamos lo que nos duele, perturba o incomoda. Reconocemos que el fastidio y el dolor están ahí pero nos serenamos. Evitamos el pánico, la queja excesiva, el traslado de nuestra impaciencia hacia otras personas en forma de agresividad o indiferencia.

2. Renunciamos de corazón a toda forma de blasfemia o cualquier otra tentación contra la fe, de la forma: “Dios se olvidó de mí; no le importo; en realidad nadie escucha al otro lado; pierdo mi tiempo rezando…” Al contrario, renovamos nuestra fe diciendo con amor el Credo y volviendo al ejemplo de Cristo y de sus mártires. Suplicamos el auxilio divino, diciéndole a menudo: “¡Señor, ten piedad! Tú prometiste que no seríamos probados más allá de nuestras fuerzas; dame pues esas fuerzas tuyas que son las únicas que pueden darme la victoria.”

3. Ya más serenos y renovados, repetimos frases sencillas como: “Por amor a ti, Jesús” “Uno mi dolor a tu Cruz, Señor” “Como tu apóstol Pablo, completo en mí lo que falta a tu Pasión” “Esta hora te la ofrezco por las misiones” “Este dolor lo ofrezco por la conversión de los más endurecidos” Y así, con otros otros pensamientos semejantes.

Puedes encontrar más inspiración en este impactante testimonio.

Elogio de la mortificación como virtud que hace crecer

El espíritu de mortificación, más que como una manifestación de Amor, brota como una de sus consecuencias. Si fallas en esas pequeñas pruebas, reconócelo, flaquea tu amor al Amor.

¿No te has fijado en que las almas mortificadas, por su sencillez, hasta en este mundo gozan más de las cosas buenas?

Sin mortificación, no hay felicidad en la tierra.

Cuando te decidas a ser mortificado, mejorará tu vida interior y serás mucho más fecundo.

Más pensamientos de San Josemaría.

Elogio de la sobriedad y la mortificación

Desde todos los puntos de vista, es de una importancia extraordinaria la mortificación. -Por razones humanas, pues el que no sabe dominarse a sí mismo jamás influirá positivamente en los demás, y el ambiente le vencerá, en cuanto halague sus gustos personales: será un hombre sin energía, incapaz de un esfuerzo grande cuando sea necesario. -Por razones divinas: ¿no te parece justo que, con estos pequeños actos, demostremos nuestro amor y acatamiento al que todo lo dio por nosotros?

Más pensamientos de San Josemaría.

Cuaresma, tiempo de penitencia

Una de las dimensiones de la Cuaresma es la penitencia. De seguro, una palabra que suena a inquisición, oscurantismo, Edad Media, a muchas personas. Y sin embargo, una palabra que no pierde actualidad.

PENITENCIA es descubrir que aquello que hicieron nuestros padres cuando nos educaron, cada vez que nos dijeron: NO, fue un bien para nosotros. Hacer penitencia es poner un límite real a nuestras codicias, gustos, mediocridad, autojustificación…

PENITENCIA es retorno a lo esencial. ¿De cuántas cosas y malas costumbres se ha ido recargando nuestra vida? ¿Cómo es que la gente busca un “detox” para su cuerpo pero sigue cargando el fardo de incontables caprichos, egoísmos y malos hábitos?

PENITENCIA es gimnasio para el alma. ¿Cómo está eso de que entrenamos nuestros brazos y piernas, y queremos cuerpos bellos mientras nuestros corazones dan lástima o indignación por su desnutrición y fea figura?

PENITENCIA es fortaleza. Bien entendida y practicada, la penitencia hace fuerte la voluntad, ¿y qué es más necesario para vencer al pecado y para ser fieles a las inspiraciones de la gracia divina, que esa clase de fortaleza?

Catequesis sobre la virtud de la penitencia

Premisas: (1) Nuestras acciones tienen consecuencias. (2) Las consecuencias de los pecados de cada uno se suman y multiplican, y crean situaciones que nos afectan a todos. (3) La acumulan de las consecuencias negativas lleva a momentos de desastre o colapso. La virtud de la penitencia: (1) Parte del amor de Dios, que sólo por amor nos llama a evitar el desastre a que nos conducen nuestros pecados. (2) Es entonces un acto de amor que quiere restituir la gloria a Dios y cuidar el bien del prójimo.

¿Hacer penitencia tiene sentido en el siglo XXI?

Padre Nelson, tuve hace poco una discusión con un amigo del Regnum Christi que me hablaba sobre la necesidad de hacer penitencia como un camino para la conversión personal e incluso la salvación del mundo. Mi postura era que esas costumbres masoquistas medievales ya tuvieron su hora y ya pasaron, gracias a Dios. Al finla la discusión se pudo un poco tensa y aunque no me conveció lo que oí, sí me dejó pensando un poco. Usted qué opina? — G.J.

He encontrado este escrito en Internet que creo que orienta mucho. Tal vez yo no lo hubiera podido decir mejor.

“Para el mundo contemporáneo, hundido por completo en la exaltación y la búsqueda del placer, cualquier acto que implique renunciar a la comodidad no sólo resulta «oscurantista», pasado de moda, sino hasta patológico.

Absolutamente escandalizados se mostraron los medios de comunicación que a mediados de 2010 reprodujeron una nota del diario argentino MdZ que sacó a la luz las «prácticas retrógradas» que se practican en el seminario del Instituto del Verbo Encarnado, una de las comunidades religiosas que más vocaciones sacerdotales atrae en ese país.Penitencia en cuaresma

Todo empezó cuando un ex seminarista decidió hacer del conocimiento secular cómo viven los futuros sacerdotes; resulta que en el instituto los jóvenes hacen penitencia: «Más allá de las vocaciones y la proliferación de esta fe, las prácticas medievales persisten en esta institución y el día en el que más se aplican son los viernes», se lee en el periódico. Los sacrificios que ahí se hacen pueden desde incluir ayuno de una de las principales comidas hasta la autoflagelación con un látigo de tres cuerdas con nudos en el extremo, o el uso de un cinturón de piedras durante la Misa.

Otras cosas vividas en esa institución dedicada a la solidaridad con los más necesitados y no a la propia comodidad, y que disgustaron al ex seminarista en cuestión, son éstas: «No hay radio ni televisión. Todos duermen en literas triples, no hay dónde poner las cosas personales ni roperos. Nos bañamos con agua fría, cocinamos a leña».

MOTIVO DE ESCARNIO

La verdad es que desde tiempos de la primitiva Iglesia los cristianos han sufrido la burla intolerante ante la mortificación cristiana. Basta recordar los dibujos que el paganismo romano hacía de un burro crucificado para insultar a los seguidores de Cristo.

Para el mundo en general, particularmente el contemporáneo, donde lo que impera es la búsqueda del placer, la penitencia es masoquismo, oscurantismo, peligrosa patología que hay que combatir.

SE TOLERA SI NO ESTÁ CRISTO

Pero si bien todo lo que implica renuncia por motivos cristianos suele causar asombro y oposición, hay otros casos en los que las mortificaciones son bien vistas y hasta aplaudidas.

Así, se aclama a quienes más dietas hacen para estar delgados, e igual a quienes lo consiguen por medio de la anorexia. Penitencia por CuaresmaLa belleza externa ha tomado tal importancia que varones y mujeres se someten a dolorosas cirugías estéticas a fin de verse más hermosos y más jóvenes.

Lo mismo hay que decir de los vegetarianos y veganos, que se privan de determinados alimentos y productos, ya sea por motivos de salud física, apoyo a los supuestos «derechos» de los animales, o por influencias religiosas hinduistas o budistas, las cuales incluyen ayunos y otras mortificaciones. En todo esto está ausente Cristo, por eso no sólo es bien tolerado sino presentado como positivo e imitable.

EN EL AMOR ESTÁ EL MOTIVO

La diferencia de una mortificación para perder peso o para alcanzar el nirvana budista respecto de una mortificación cristiana radica en el amor; en las primeras el esfuerzo y las privaciones tienen su fuente en el «yo» —verse mejor o alcanzar la conciencia de ser «dios»—, en la última la motivación es el amor a Cristo: el creyente hace penitencia no porque le guste sufrir y hacerse daño, sino para unirse más estrechamente con Jesucristo sufriente.

Si no hay suficiente amor, las privaciones serán motivo de desdicha, no de crecimiento. Es por eso que las penitencias han de practicarse de manera libre; por ejemplo, cuando un feligrés se acerca al sacramento de la Confesión lo hace voluntariamente tanto para recibir el perdón como para dar alguna satisfacción o reparación por sus faltas a través de la penitencia que el sacerdote le indica.

Los santos siempre han sido asiduos practicantes de la penitencia, no sólo por sus propios pecados sino por los de los demás. Conforme se avanza en la relación con Dios, se puede ir entendiendo mejor el valor de la mortificación y su práctica de manera correcta. Y quien la ha llevado a cabo en algún grado y en alguna ocasión, seguramente ha podido entrever al menos algo de su grandeza; hasta el ex seminarista del Instituto del Verbo Encarnado confiesa que, tiempo después de marcharse, «quise volver»; aunque la institución no lo consideró conveniente.”

Diana R. García B.

Humildad, oración y penitencia

Oración y penitencia

Cuando le preguntaron al Beato Pedro de San José qué es orar, respondió que «estar en la presencia de Dios», y lo explicó más: «Estarse todo el día y la noche alabando a Dios, amando a Dios, obrando por Dios, comunicando con Dios». Eso es lo que él hacía, y por eso una vez que, a pleno sol, le dijeron por qué no se cubría, dijo: «Bien está sin sombrero quien está en la presencia de Dios».

Además de esa oración continua, que en él era la fundamental, los rezos del Hermano Pedro eran los más elementales, padrenuestros y avemarías, salves y rosarios incesantes, además de la misa, los novenarios y otras devociones. Las noches y el alba eran sus tiempos preferidos para la oración, pues apenas dormía, y durante el día practicaba como hemos visto una oración continua. En sus frecuentes itinerarios de limosnero o al visitar enfermos, entraba muchas veces en los templos para honrar al Santísimo y a la Virgen María. En su oración repetía en ocasiones versos de su invención, como éste: «Concédeme, buen Señor, / fe, esperanza y caridad, / y pues sois tan poderoso / una profunda humildad / y antes y después de aquesto / que haga vuestra voluntad».

Con tan simples escalas, el Hermano Pedro ascendió a las más altas cumbres de la oración contemplativa, en la que no raramente quedaba extático. Así una noche, en que estaba hablando con el hermano Nicolás de Santa María de temas espirituales, quedó suspenso en mitad de la plaza durante una hora, con los brazos alzados…

Por lo que se refiere a sus penitencias, el Beato Pedro era hermano espiritual de un Antonio de Roa o de un San Pedro de Alcántara. Enseñado ya de niño por sus padres en Tenerife, practicó siempre en Guatemala increíbles ayunos, que fueron crecientes. En catorce años no se le vió emplear cama ni mesa, ni abrigarse con mantas. Vestía un tosco sayal por fuera, y una áspera túnica interior de cáñamo, que se ceñía al cuerpo con cordeles. Así andaba todo el día, sirviendo y rezando aquí y allá. Para «engañar el sueño», como él decía, ponía a veces los dos puños, uno sobre otro, contra una pared y, de pie o de rodillas, apoyaba en ellos la cabeza un rato. Su director espiritual, el padre Lobo, decía que el mero hecho de que el Hermano Pedro se conservase vivo era ya un milagro continuado.

Siendo obrero-estudiante, como vimos, hizo en 1654 promesa de darse «cinco mil y tantos azotes» en honor de la Pasión de Cristo. En realidad, según fue él mismo apuntando, los azotes de ese año sumaron 8.472. Y ya en el Hospital de Belén siguió con sus disciplinas cada día, que se aplicaba en un mínimo oratorio en el que nadie entraba -«la sala de armas», como él decía-. En aquella tinajera hizo Pedro pintar dos escenas de la Pasión del Señor, con San Juan y la Dolorosa.

Por otra parte, aunque el Beato Pedro apreció mucho la mortificación voluntaria, todavía tuvo en más estima el valor santificante de las penas de la vida, y así lo enseñaba a sus hermanos:

«Vale más una pequeña cruz, un dolorcito, una pena o congoja o enfermedad que Dios envía, que los ayunos, disciplinas, cilicios, penitencias y mortificaciones que nosotros hacemos, si se lleva por Dios lo que el Señor concede». Y daba esta razón: «Porque en lo que nosotros hacemos y tomamos por nuestra mano, va envuelto nuestro propio querer; pero lo que Dios envía, si lo admitimos como de su mano con resignación y humildad, allí está la voluntad de Dios y, en nuestra conformidad con ella, nuestro logro y ganancia».

El humilde mendigo

La humildad del Beato Pedro era absoluta. Su norma era: «Confiar en Dios y desconfiar de mí». Por eso no hizo cosa privada importante sin consultar al confesor, ni nada público sin sujetarse a obediencia. Nunca desdeñó tampoco el consejo de los personajes más despreciados, como Marquitos, pensando que sus cosas personales no merecían más altos consejeros. No le gustaba cubrir su cabeza, ni que le llamaran señor, y prefería sentarse en el suelo.

Una vez el prior de los dominicos, que no le conocía sino de oídas, quiso ponerle a prueba, y en un encuentro trató de avergonzarle con toda clase de acusaciones y reproches, llamándole «hipocritón y embustero engañamundos», y diciéndole que más le valía trabajar y dejarse de rarezas. La humildad de Pedro, cabizbajo, en la respuesta fue tan sincera, -«¡qué bien dice mi Padre, y cómo me ha conocido!»-, que el prior quedó emocionado, y abrazándole le dijo: «Mire, Hermano Pedro, que desde hoy somos amigos y hermanos».

Nunca se vio afectado el Hermano Pedro de respetos humanos, y no se le daba nada ir por las calles descalzo y vestido de sayal, pidiendo limosna aquí y allá, cargando con sus bolsas y talegas, o llevando al hombro maderos o la olla de comida para sus necesitados. Para la edificación del Hospital y para el sostenimiento de enfermos y convalecientes, el Hermano Pedro acudía con toda sencillez a la mendicidad. Iba pidiendo de puerta en puerta, sin que nunca las negativas le hicieran perder la sonrisa. Por lo demás, tanto su bondad apacible como su fuerza persuasiva, movían el corazón de los cristianos, de modo que las ayudas fueron siempre creciendo, y el Hospital pudo terminarse con sorprendente rapidez.

La humildad absoluta ante Dios y ante los hombres, la humildad tanto en el modo de ser como en el modo de realizar las obras de asistencia y apostolado, fue siempre la característica fundamental del Hermano Pedro, que supo infundirla desde el primer momento en sus hermanos: «Nosotros, los de Belén, les decía, debemos estar debajo de los pies de todos y andar arrastrándonos por el suelo como las escobas».


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

Explicación de lo increíble: el camino de la penitencia

Quiso Dios expresarnos su amor a los hombres, para que nos uniéramos a él por amor. Y así comenzó por declararnos su amor en la misma creación, dándonos la existencia y el mundo. Más abiertamente nos expresó su amor por la revelación de los profetas de Israel, y aún más plenamente por el hecho de la encarnación de su Hijo divino. Pero la máxima declaración del amor que Dios nos tiene se produjo precisamente en la Cruz del Calvario, donde Cristo dio su vida por nosotros (+Jn 3,16; Rm 5,8).

Pues bien, el bendito padre Roa quiso decir a los indios con su propia vida esta palabra de Dios, quiso expresarles esta declaración suprema del amor divino, y por eso buscó en sus pasiones personales representar vivamente ante los indios, para convertirlos, la Pasión de nuestro Salvador.

La espiritualidad cristiana de todos los siglos, tanto en Oriente como en Occidente, ha querido siempre imitar a Jesús penitente, que pasó en el desierto cuarenta días en oración y completo ayuno, y ha buscado también siempre participar con mortificaciones voluntarias de su terrible pasión redentora en la cruz. Y así la Iglesia católica, por ejemplo en la liturgia de Cuaresma, exhorta a los cristianos al «ayuno corporal» y a «las privaciones voluntarias». Y ésta es la ascesis cristiana tradicional, viva ayer y hoy.

Así San Gregorio de Nacianzo, al enumerar las penalidades del ascetismo monástico, habla de ayunos, velas nocturnas, lágrimas y gemidos, rodillas con callos, pasar en pie toda la noche, pies descalzos, golpearse el pecho, recogimiento total de la vista, la palabra y el oído, en fin, «el placer de no tener placer» alguno (Orat. 6 de pace 1,2: MG 35,721-724). Y muchos santos, como San Pedro de Alcántara o el santo Cura de Ars, han recibido del Espíritu un especial carisma penitencial, y han conmovido al pueblo cristiano con la dureza extrema de sus mortificaciones.

Otros santos ha habido, no menores, pero con vocación diversa, que mirando al Crucificado, han procurado con toda insistencia «el placer de no tener placer», el «padecer o morir» de Santa Teresa. En este mismo sentido, Santa Teresa del Niño Jesús escribe: «Experimenté el deseo de no amar más que a Dios, de no hallar alegría fuera de él. Con frecuencia repetía en mis comuniones las palabras de la Imitación: “¡Oh Jesús, dulzura inefable! Cambiadme en amargura todas las consolaciones de la tierra” (III,26,3). Esta oración brotaba de mis labios sin esfuerzo, sin violencia; me parecía repetirla, no por voluntad propia, sino como una niña que repite las palabras que una persona amiga le inspira» (Manuscrito A, f.36 vº).

El padre Roa, pues, tuvo muchos hermanos, anteriores o posteriores a él, en el camino de la penitencia, aunque quizá ninguno fue llevado por el Espíritu Santo a extremos tan inauditos.

Los cristianos modernos, sin embargo, sobre todo aquellos que viven en países ricos, no suelen practicar la mortificación, y ni siquiera llegan a entender su lenguaje, hasta el punto de que algunos llegan a impugnar las expiaciones voluntarias, que vienen a ser para ellos «locura y escándalo» (1Cor 1,23). Aunque por razones muy diversas, coinciden en esto con Lutero, que rechazaba con viva repulsión ideológica todo tipo de mortificaciones penitenciales (Trento 1551: Dz 1713). Estos modernos según el mundo, marginados del hoy siempre nuevo del Espíritu Santo, se avergüenzan, pues, del bendito fray Antonio de Roa, y sólo ven en él una derivación morbosa de la genuina espiritualidad cristiana.

Pero en esto, como en tantas otras cosas, los indios mexicanos guardaban la mente más abierta a la verdad que quienes han abandonado o falseado el cristianismo, y ellos sí entendieron el inaudito lenguaje penitencial del bienaventurado padre Roa, viendo en él un hombre santo, es decir, un testigo del misterio divino. Ellos mismos, en su grandiosa y miserable religiosidad pagana, conocían oscuramente el valor de la penitencia, y practicaban durísimas y lamentables mortificaciones.

Motolinía cuenta que «hombres y mujeres sacaban o pasaban por la oreja y por la lengua unas pajas tan gordas como cañas de trigo», para ofrecer su sangre a los ídolos. Y los sacerdotes paganos «hacían una cosa de las extrañas y crueles del mundo, que cortaban y hendían el miembro de la generación entre cuero y carne, y hacían tan grande abertura que pasaban por allí una soga, tan gruesa como el brazo por la muñeca, y el largor según la devoción» (Motolinía I,9, 106). De otras prácticas religiosas, igualmente penitenciales y sangrientas, da cuenta detallada fray Bernardino de Sahagún (p.ej. II, apénd.3).

Fray Antonio de Roa entendía sus pasiones como un martirio, un testimonio en honor de Jesucristo para la conversión de los indios, y de hecho no practicaba sus espectaculares expiaciones estando con los frailes, sino sólo cuando estaba sirviendo a los indígenas. Por lo demás el padre Roa -acordándose del martirio de Santa Agueda, de quien se decía que no fue curada de sus heridas sino por el mismo Cristo-, no procuraba curar las heridas y quemaduras producidas por sus penitencias. Y sin embargo, los viernes cuaresmales estaba curado de las lesiones del miércoles, y el miércoles estaba sano de las del lunes… Por eso, como dice López Beltrán, «sus penitencias eran un milagro continuado» (99).

El padre Grijalva, saliendo como otras veces al encuentro de posibles objeciones, dejan a un lado a los maliciosos que se ríen de todo esto, y dice a aquellas personas de buena voluntad, que quizá consideren imprudentes estas penitencias, que «se acuerden de las inauditas penitencias que San Jerónimo refiere» de los santos del desierto y de otras que vemos en la historia de la Iglesia, «de las que se dice que son más para admirar que para imitar. Y eso mismo puede juzgar de las que vamos contando, y dar gracias a N. S. de que en nuestros tiempos y en nuestra tierra nos haya dado un tan raro espectáculo, que en nada es inferior a los antiguos» (II,21).


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

El «singularísimo camino» de penitencias del P. Roa, misionero agustino

Como hace notar Robert Ricard, en general fue muy grande la severidad penitencial de los primeros misioneros de México, pero aún así «se queda muy lejos de la austera vida ascética de fray Antonio de Roa: vio que los indios andaban descalzos, y él se quitó las sandalias para andar descalzo; vio que casi no tenían vestido y que dormían sobre el suelo, y él se vistió de ruda tela y se dio a dormir sobre una tabla; vio que comían raíces y pobrísimos alimentos, y él se privó del más leve gusto en el comer y en el beber. Por mucho tiempo no probó el vino, ni comió carne o pan. Identificado de este modo con sus pobres indios, logró conquistar sus corazones y convertirlos con rapidez» (Conquista 226).

En efecto, como señala Grijalva en varias ocasiones, el testimonio de fray Antonio conmovió profundamente a los indios: «Es tan admirable la vida del bendito fray Antonio de Roa, tan grandes sus penitencias, tantos sus merecimientos, que puso en espanto estas naciones y enterneció las mismas peñas, que regadas con su sangre se ablandaron, y conservan hasta hoy rastros de aquellas maravillas» (II,20)…

El padre Roa, quizá de andar siempre descalzo por los caminos, tenía una llaga crónica en un dedo del pie. Sin embargo, «nunca le vieron sentado, porque ni aun este pequeño descanso quiso dar a su cuerpo en veinte y cinco años que estuvo en esta tierra, y cuando algunas personas que hablaban con él no se querían sentar, él con mucho gusto y alegría les obligaba a que se sentasen, quedándose en pie» (II,20).

Pero sobre todas estas cosas, que eran penitencias hasta cierto punto normales en los misioneros más austeros, otras penitencias de fray Antonio eran realmente inauditas. Fray Juan de Grijalva entendió bien la intención que en ellas llevaba el padre Roa cuando escribe: «Conociendo este siervo de Dios la condición de los indios, que es la que siempre vemos en gente sencilla y vulgar, que se mueven más por el ejemplo que por la doctrina, y les admira lo que ven con los ojos más que con otra ninguna noticia, se resolvió a seguir un particularísimo camino, y a hacer demostración en su cuerpo de todo aquello que les predicaba» (II,20)

Tenía, por ejemplo, enseñados algunos indios de su mayor confianza, los que le acompañaban en sus misiones apostólicas, para que delante de los indios le atormentaran con las más crueles penitencias. Al salir del convento, habían de llevarle arrastrado con una soga al cuello, y cuando llegaban por el camino a una cruz, él la besaba de rodillas, con todo amor y reverencia, y «en haciendo esto, los indios le daban de bofetadas, y le escupían en el rostro, y le desnudaban el hábito, y le daban a dos manos cincuenta azotes, tan recios que le hacían reventar la sangre» (II,21). Y aquellos indios sencillos, ingenuos y compasivos, viendo la humillación y el sufrimiento de este «varón de dolores», se conmovían hasta las lágrimas. En seguida, predicando junto a la cruz, les exhortaba a la fe y a la conversión.

Así era como «aquellos bárbaros indígenas, que veían y escuchaban al padre Roa, pasmados de espanto y llenos de asombro, llegaban a entender los dos puntos más importantes de nuestra fe: la inocencia de Cristo y la gravedad de nuestras culpas, la satisfacción de Cristo y la que nosotros debemos hacer» (López Beltrán 89).


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

Nada tan razonable como arrepentirse y hacer penitencia

Tres series de tres palabras olvidadas en nuestro tiempo:

Abnegación
Mortificación
Penitencia

Silencio
Reflexión
Arrepentimiento

Enmienda
Conversión
Confesión

Tres preguntas:

¿Ha perdido la gente capacidad de sacrificio?

¿Han perdido nuestros jóvenes la generosidad?

¿Son la mediocridad y la corrupción el único destino posible de nuestra sociedad?

Y sin embargo, el hambre sigue ahí…

* Muchos jóvenes buscan con ardor algo que valga la pena; buscan algo mayor que ellos donde puedan inscribir sus ganas de dar un significado a la vida: no quieren ser prisioneros de la rueda del Producir-Consumir-Entretenerse. Ejemplo impactante: europeos, hombres y mujeres, uniéndose a las filas del Estado Islámico.

* Y los que no encuentran algo que les exija y entusiasme, reflejan en su rostro amargado y desilusionado que no se puede huir del esfuerzo sin huir de lo mejor de uno mismo.

* Incluso algunos de los nuevos líderes en la política o la economía se van aproximando a ese modelo porque se han dado cuenta de que hay una porción del pueblo que busca claridad, definición, rutas capaces de congregar gente y fuerzas.

La excelencia nos cautiva

* De hecho seguimos buscando al excelencia: nos sigue interesando quién gana el campeonato de fútbol, el reinado de belleza, el Tour de Francia; queremos saber quiénes son las 500 empresas más exitosas y quién rompe al barrera de almacenamiento de memoria por centímetro cuadrado.

* En cuanto a lo que tenemos y usamos, preferimos, en general, tener el mejor celular posible; la mejor habitación posible; la mejor salud a nuestro alcance.

* Y por eso, cuando nos demuestran que los líderes no son fieles a sus promesas o principios, sentimos asco y decepción. Es que estamos hechos para la excelencia. Y algo, muy dentro de nosotros, nos hace presentir que a esa altura no se llega sin esfuerzo. Es como si sólo necesitáramos un poco de inspiración o una luz nueva para lanzarnos por el camino de la renuncia, la perseverancia y la resiliencia.

Las tres palabras clave

Silencio – nueva apertura, “reseteo” (del inglés, reset), apelación al INTERIOR, al corazón, al alma
Reflexión – amor a la VERDAD
Arrepentimiento – amor al BIEN

De este nuevo comienzo surgen:

Penitencia: debo entrenarme, recuperar dominio sobre mí

Estudio: necesito más claridad y discernimiento

Formación de la voluntad: porque no basta el gusto ni basta la emoción

¿Por qué se llama penitencia lo que nos dan en la confesión?

Fray Nelson… ¿Por qué se le llama “PENITENCIA” a las oraciones que tras la confesión el sacedorte nos impone?. Rezar, comunicarnos con Dios y la Virgen Santísima debe ser una necesidad diaria y un gusto inmenso y constante. Me gustaría que tuviera otro nombre y el otro día una compañera de trabajo con la que trabajo en su evangelización me preguntó y me quedé en blanco. Seguramente está justificado por algo hace mucho mucho tiempo, sin embargo tal vez la semántica podría adecuarse mas a la evangelización de nuestros tiempos. -L.M.

* * *

Ante todo: la variedad de nombres que recibe este sacramento habla de la riqueza interior que tiene y que comunica.

* Se le llama “sacramento de la confesión” porque confesamos la inocencia, santidad y verdad de Dios, y porque confesamos que somos nosotros los pecadores, y por eso también confesamos nuestras culpas.

* Se le llama “sacramento de la reconciliación” porque a través de la gracia compasiva y eficaz de la redención de Cristo nos reconcilia con Dios Padre, y sobre esa base, nos reconcilia con los hermanos, con nosotros mismos y con nuestra realidad.

* Se le llama “sacramento de la penitencia” porque ya desde tiempos antiguos la Iglesia tuvo conciencia de dos cosas: (A) En la medida de lo posible, el mal que uno hace uno lo debe reparar. El ejemplo típico es el de un robo: ¿qué sentido tendría arrepentirse de haber robado si uno se quedara con lo que robó? (B) Nuestra voluntad tiene que ser educada, no para reemplazar sino para prolongar y consolidar la obra de la gracia divina; o dicho de otro modo: el pecado es con mucha frecuencia el fruto de malas costumbres (malos hábitos; vicios), y por consiguiente un verdadero propósito de enmienda requiere de un plan, así sea sencillo, que lleve a reformar esas costumbres.

Ahí vemos las tres dimensiones principales que tiene la penitencia dentro de este sacramento: (1) Repara, en cuanto es posible, el daño causado por el pecado cometido. (2) Nos ayuda a reformar nuestra voluntad. (3) Nos pone en una ruta de oración perseverante para no desconectarnos del único que es Fuente de verdadera transformación.

A la vista de esta riqueza, lo primero que uno nota es que muchas veces, quizás presionados por la prisa, la rutina o el cansancio, los sacerdotes nos limitamos a pedir tales o cuales oraciones que a duras penas cumplen con el tercer objetivo mencionado.

¿Y por qué se llama “penitencia” ese conjunto de medicinas? Porque reformar lo que está deforme a menudo cuesta. Pero el sentido es el mismo que cuando preguntamos si algo “vale la pena”: hay una “pena,” en el sentido de un esfuerzo, un contradecir la línea de menor esfuerzo, pero el fruto y la cosecha por supuesto que desbordarán lo que hubimos de esforzarnos al sembrar.

Saber sufrir con provecho del alma

De ordinario comes más de lo que necesitas. -Y esa hartura, que muchas veces te produce pesadez y molestia física, te inhabilita para saborear los bienes sobrenaturales y entorpece tu entendimiento. ¡Qué buena virtud, aun para la tierra, es la templanza!

El vendaval de la persecución es bueno. -¿Qué se pierde?… No se pierde lo que está perdido. -Cuando no se arranca el árbol de cuajo -y el árbol de la Iglesia no hay viento ni huracán que pueda arrancarlo- solamente se caen las ramas secas… y esas, bien caídas están.

Jesús: por dondequiera que has pasado no quedó un corazón indiferente. -O se te ama o se te odia. Cuando un varón-apóstol te sigue, cumpliendo su deber, ¿podrá extrañarme -¡si es otro Cristo!- que levante parecidos murmullos de aversión o de afecto?

¿Estás sufriendo una gran tribulación? -¿Tienes contradicciones? Di, muy despacio, como paladeándola, esta oración recia y viril: “Hágase, cúmplase, sea alabada y eternamente ensalzada la justísima y amabilísima Voluntad de Dios, sobre todas las cosas. -Amén. -Amén.” Yo te aseguro que alcanzarás la paz.

Más pensamientos de San Josemaría.

¡No te quedes sin tu regalo del Año de la Fe!

¡Quedan pocos días para el final del Año de la Fe! (24 de Noviembre de 2013).

¿Cómo obtener –o lucrar, la Indulgencia Plenaria por el Año de la fe?
(Tomado del Decreto de la Penitenciaría Apostólica)

A) Cada vez que participen al menos en tres momentos de predicación durante las sagradas Misiones, o al menos, en tres lecciones sobre los actos del Concilio Vaticano II y sobre los artículos del Catecismo de la Iglesia en cualquier iglesia o lugar idóneo;

B) Cada vez que visiten en peregrinación una basílica papal, una catacumba cristiana o un lugar sagrado designado por el Ordinario del lugar para el Año de la fe (por ejemplo basílicas menores, santuarios marianos o de los apóstoles y patronos) y participen allí en una ceremonia sacra o, al menos, se recojan durante un tiempo en meditación y concluyan con el rezo del Padre nuestro, la Profesión de fe en cualquier forma legítima, las invocaciones a la Virgen María y, según el caso, a los santos apóstoles o patronos.

C) Cada vez, en los días determinados por el Ordinario del lugar para el Año de la fe, que participen en cualquier lugar sagrado en una solemne celebración eucarística o en la liturgia de las horas, añadiendo la Profesión de fe en cualquier forma legítima.

D) Un día, elegido libremente, durante el Año de la fe, para visitar el baptisterio o cualquier otro lugar donde recibieron el sacramento del Bautismo, si renuevan las promesas bautismales de cualquier forma legítima.

Los obispos diocesanos o eparquiales y los que están equiparados a ellos por derecho, en los días oportunos o con ocasión de las celebraciones principales, podrán impartir la Bendición Papal con la Indulgencia plenaria a los fieles que la reciban devotamente.

(Traducción del latín, para Zenit, por el Vatican Information Service)