Ni la Cruz sin la Pascua, ni la Pascua sin la Cruz.
Mensaje de Pascua del Prior de la Provincia de San Luis Bertrán de Colombia
De la frialdad del sepulcro al fuego de la vida nueva en el Resucitado
Mensaje de Pascua
del Prior de la Provincia de San Luis Bertrán de Colombia
¡Feliz y Santa Pascua, queridos hermanos!
Con el Aleluya de Pascua tan cercano a nuestros oídos, envío este saludo a mis hermanos de vocación, llamados por Cristo mismo a ser testigos de su gracia y su victoria. Deseo que el corazón de cada uno se sienta renovado con los grandes misterios de nuestra fe en los lugares donde han predicado la fuerza del resucitado.
En el capítulo 4 de los Hechos de los Apóstoles encontramos a Pedro, el pescador de Galilea, enfrentando la dureza de los jefes del pueblo con el solo apoyo de la fuerza de la Pascua. Las palabras de este apóstol nos inspiran porque también nosotros encontramos y encontraremos dureza en nuestra labor diaria. “No podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído,” afirma san Pedro (Hechos 4,20). Continuar leyendo “Mensaje de Pascua del Prior de la Provincia de San Luis Bertrán de Colombia”
Homilía del día de Pascua
¿A quiénes se refiere la Biblia cuando habla de “arquitectos” que han desechado a Cristo, piedra angular?
Para que la Pascua sea plena en ti
Ten sinceridad “salvaje” en el examen de conciencia; es decir, valentía: la misma con la que te miras en el espejo, para saber dónde te has herido o dónde te has manchado, o dónde están tus defectos, que has de eliminar.
La Pascua de Cristo y nuestra Pascua
¡Feliz Pascua! Las lecturas para la Pascua nos dejan ver a un Dios lleno de compasión que otorga gracia eficaz de conversión y vida nueva.
LA GRACIA del Domingo 5 de Abril de 2015
SOLEMNIDAD DE LA PASCUA DEL SEÑOR
La alegría de la Pascua es la primera alegría que conoce el cristiano.
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De la pascua judía a la pascua cristiana
Tres enseñanzas importantes que podemos tomar de la Pascua judía nosotros los cristianos.
Inolvidable mensaje de Pascua
El año mismo en que Dios lo llamaría a pasar de este mundo a la eternidad, es decir, a experimentar en sí la Pascua, el gran Papa Pablo VI envió este mensaje al mundo. Era el 26 de marzo de 1978, y al Papa le quedaban menos de cinco meses de vida sobre esta tierra.
¡Amadísimos hijos de la Iglesia de Dios! ¡Hermanos todos de la comunidad humana!
En este momento reunimos lo que aún nos queda de energía humana y también cuanto colmadamente existe en nosotros de certeza sobrehumana para transmitiros el eco bienaventurado del anuncio que atraviesa y renueva la historia del mundo: ¡Cristo ha resucitado! ¡Sí, nuestro Señor Jesucristo ha resucitado de la muerte y ha inaugurado una nueva vida: para Sí mismo y para la humanidad!
Cristo ha salido al encuentro de los hombres, aterrados ante el gran prodigio de su nueva existencia, con el saludo más sencillo y más maravilloso, el saludo de su paz: “Paz a vosotros” (Jn 20, 19-21), dijo El mismo apareciendo de nuevo entre sus discípulos.
Nosotros, herederos auténticos de aquella fortuna, lo saludamos maravillados de la inaudita novedad, con la conciencia exultante por la sorprendente realidad y con el gozo de que una nueva presencia del divino Maestro nos obligue a sentir su victoria sobre nuestra tímida incredulidad y a repetir con idéntico ímpetu las palabras del discípulo Tomás: “Señor mío y Dios mío” (Jn 20, 28).
De esta manera, Señor, mientras celebramos la verdad y la gloria de tu resurrección, la luz nos inunda y nos invade.
Sí, nosotros somos conscientes y gozamos de una seguridad nueva, que nos pone en comunión espiritual y viva contigo.
Sí, nosotros creemos. Nosotros podemos ofrecerte el don que nos viene de Ti, Cristo resucitado, el don de nuestra fe, de nuestra humilde pero ya gloriosa fe, de la que vivimos y por la que vivimos, según lo que nos ha sido enseñado, y que, en cierta medida, experimentamos en nuestro espíritu: “El justo vive de la fe” (Gál 3, 1.1),
Este debe ser, hijos y hermanos, nuestro fruto pascual: el fruto de la fe.
Debemos ser “fuertes en la fe” (1 Pe 5, 9).
Debemos adherirnos con total confianza a la Palabra de Dios que nos llega por el camino de la Revelación.
La Palabra de Dios debe ser el quicio de nuestra existencia humana, un quicio lógico y operativo (cf. Gál 5, 6).
Nosotros, que tenemos la suerte de profesarnos creyentes, debemos superar esos estados de pensamiento que nacen de opiniones discutibles, de ideologías construidas por la mentalidad humana o por intereses prácticos particulares, para reconocer a la fe los derechos de la Palabra de Dios, aunque de momento nuestro conocimiento de ella esté como reflejado en un espejo enigmático (cf. 1 Cor 13, 12); vendrá la revelación cara a cara, pero, mientras tanto, debemos ser fieles, con valiente coherencia, a la norma de pensamiento y de acción que nos trae la religión de Cristo, a través del Magisterio auténtico de la Iglesia, Madre y Maestra.
No tengamos miedo. Esta sabiduría sobrenatural no disminuye la libertad y el desarrollo que nos llega de la ciencia y de la experiencia de nuestro estudio natural, sino que más bien lo sostiene y lo integra en el descubrimiento del mudo lenguaje de la creación. Y recapitula en un superlativo diálogo de inteligencia y de amor la nueva Palabra que el Padre, mediante el Hijo, en el Espíritu Santo, se digna dirigir a nuestra humilde vida para asociarla a su plenitud.
No tengamos miedo a hacer del Credo, que nos ha sido garantizado por la resurrección de Cristo, la fama de nuestra esperanza (cf. Heb 11, 1). Hagamos todo lo posible por superar el fondo de duda, de escepticismo, de negación que se ha depositado en la mentalidad de tantos hombres, que se dicen modernos, por el mero hecho de ser hijos del tiempo. Tratemos más bien de ganar para nuestra paz y para nuestra misma actividad temporal la fuerza luminosa de la Palabra de Cristo: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn 8, 32).
Hijos y hermanos, éstos son nuestros votos de Pascua: que con al certeza de la fe podáis experimentar el gozo que nace de ella (cf. Flp 1, 23), de tal manera que podamos hacer nuestra la admirable plegaria de la Iglesia: “Ibi nostra fixa sint corda ubi vera sunt gaudia, que nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegría” (cf. Oración colecta del XXI domingo del tiempo ordinario).
Sea ésta nuestra felicitación de Pascua, que ahora confirmamos con nuestra bendición apostólica.
¡Resucitó Cristo, nuestra esperanza!
¡Resucitó Cristo, nuestra esperanza! Este es el grito que resuena en la Iglesia y en el mundo desde hace más de dos mil años en cada Pascua. Pero ¿Es posible hoy seguir esperando? Sí, Cristo ha resucitado y nos empuja a descubrir que lo imposible también forma parte de nuestra vida, porque Dios se ha metido en nuestra historia de una vez y para siempre.
Creer en la resurrección significa no resignarse a que el mundo siga de la misma manera. Celebrar la pascua es creer con toda la fuerza de nuestro corazón que Cristo sigue viviendo en medio de nosotros y que es capaz de transformarnos desde dentro para ayudarnos a construir el mundo y la vida que anhelamos, y que nos parece tan lejana.
Celebrar la pascua es dejar que el Resucitado venza nuestro miedo y desconfianza. La noche terminó. La luz que se ha encendido en medio de la oscuridad nos muestra un mundo nuevo. La piedra que encerraba a “la vida” fue arrojada lejos por Cristo. Él es la vida que no puede quedar sepultada por nada ni por nadie.
Esta Pascua tiene que ser más que nunca un paso de Dios por nuestra vida y por la historia que nos toca vivir; una invitación, casi como un deber, a ser esperanza de un mundo que agoniza resucitándolo con el testimonio de la fraternidad y la solidaridad, de la lucha por la verdad y la justicia, de la confianza y el amor, del perdón y la reconciliación, de la generosidad y la entrega.
(Del mensaje de Pascua de la Madre Elfi Pozo Aguilar, O.P., Dominica de la Inmaculada Concepción)
Con Cristo empiezan los tiempos nuevos
La muerte de Cristo inaugura un tiempo nuevo: el tiempo de la nueva alianza, abierto a todos los pueblos.
LA GRACIA del Miércoles 26 de Noviembre de 2014
El Apocalipsis nos enseña cómo unir y a la vez ver el paso que hay de la antigua a la nueva Pascua.
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LA GRACIA del Jueves 18 de Septiembre de 2014
Todo el mensaje cristiano gravita en torno al misterio pascual de Jesucristo.
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ESCUCHA, La mañana de Pascua y la mañana de Pentecostés
La Resurrección, el Anuncio de la Paz y el Don del Espíritu Santo: ¿cómo se relacionan?
Catequesis para el final del Tiempo Pascual
Pentecostés es contagioso. * Cómo evangelizar. * Para quiénes es el Espíritu
ESCUCHA, Cuándo y cómo empieza Pentecostés
La apertura al Espíritu empieza con la apertura a la verdad de que somos pecadores y no merecemos el don que necesitamos.
ESCUCHA, Emaús como resumen de la vida cristiana
Todos los católicos somos discípulos de Emaús: de los que se van perplejos ante la Cruz, o de los que vuelven gozos por la Pascua.