Fray Nelson Medina: ¿Tiene Usted una postura clara sobre las figuras amazónicas esas, que incluso llevaron a una iglesia en Roma? — C.F.
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Empiezo por decir que soy colombiano. Mi país tiene amplia zona en la Amazonía y tiene también otras zonas selváticas, que he conocido por experiencia directa. Debo decir que la imagen que fue llevada a Roma no es representativa de la Amazonía colombiana, y creo que de ninguna parte de la Amazonía. Alguien pensará que mi corto servicio misionero en la selva me lleva a hablar así. A quien plantee tal objeción le pido que muestre fuentes documentales serias que muestren el interés de los pueblos amazónicos por esa imagen particular, la de esa mujer gestante semidesnuda. Y que de paso nos aclare qué uso real tiene esa imagen, si es que allá se usa.
En efecto, si cualquiera de nosotros busca en imágenes de Internet los términos “pachamama,” “madre tierra,” “mother earth,” “amazonian fertility” o expresiones parecidas, lo único que sale es la alusión a este episodio de los jardines del Vaticano, o al “robo” posterior de las imágenes; o sea, todo conduce a la misma figura que hemos visto en las noticias. Aún más: si usted toma una foto de esas esculturas o representaciones y luego usa esa foto como búsqueda de imágenes en Google no obtiene una sola coincidencia. Eso sugiere algo extraño: la tal figura NO representa nada “ancestral” de la cultura de la Amazonía; no parece ser ni siquiera la obra de los indígenas amazónicos sino de algún artista (llamémosle así), indígena o no, que, apoyado por otros, ha conseguido que su talla en madera llegue hasta el centro católico más importante y visible del mundo entero. Esa persona o ese grupo de personas quieren que pensemos que ellos son representantes o voceros de los indígenas, de modo que cualquier ataque a esa imagen o a esa supuesta espiritualidad “amazónica” es un ataque a los indígenas.
Todo lo cual suscita interrogantes muy legítimos: ¿Quién es el verdadero autor de esa imagen? ¿Donó su trabajo o le fue pagado? ¿De quién fue la idea de tallar esa imagen y darle el uso que estamos conociendo, con la complicidad o negligencia de numerosas autoridades dentro y fuera del Vaticano? ¿Por qué querían que eso se realizara, teniendo en cuenta que sabían que el Papa estaría presente? ¿Por qué el Papa, al ver lo que sucedía, prefirió no decir ni su discurso ni discurso alguno, sino solo un padrenuestro, según informó en su momento Aciprensa? ¿Qué otros actos ajenos a nuestra fe están entonces premeditadamente preparados y con qué finalidades?
Luego está el tema de que aquellas figuras son llevadas a un templo católico en Roma (iglesia de Santa María en Transpontina), en proximidad con el altar donde se celebra la Eucaristía. Llevarlas a ese sitio sagrado solo puede significar que se considera que tienen un significado religioso pues de otra manera se las hubiera expuesto, si hubiera sido el caso, en una galería de arte o en un museo de etnias o de historia amazónica.
Volvemos a preguntar: ¿qué sentido religioso tiene esa imagen, llevada a un templo católico? Algunos han dicho, con más ingenuidad que piedad, que se trataba de la Virgen María. La explicación, que se caía de puro forzada, fue desmentida por un obispo misionero en el Amazonas, y expresamente por el P. Giacomo Costa, SJ, Secretario de Información de la Comisión del Sínodo.
Se puede decir que la imagen representa la fertilidad, la mujer o la vida. Pero entonces la pregunta es: ¿Y es que acaso nuestra fe adora, o da culto a la fertilidad, la vida o la mujer en cuanto tal? Si no se le da culto, ¿por qué asociarlo con el altar donde se hace presente el sacrificio único y suficiente de Cristo? ¿No es eso exactamente la contravención pública, escandalosamente pública, del Primer Mandamiento de la Ley de Dios?
Aún hay más qué preguntar: ¿qué otras representaciones conocemos de la fertilidad? Desde la antigüedad, mujeres embarazadas, féminas de amplias caderas y falos erectos han sido la representación de la fertilidad en las culturas que no han recibido en su seno el Evangelio. Entonces ¿qué más trae este Sínodo? ¿La procesión del falo? ¿Y dónde lo van a dejar? ¿Es esa la mejor manera de servir a las culturas amazónicas, que tienen tanto derecho como nosotros de recibir todo el Evangelio en toda su pureza? ¿Amar la Iglesia y reconocer, como yo reconozco, al Papa Francisco como nuestro Papa implica que uno deba estar de acuerdo y aprobar todo? ¿Ese es el “diálogo” actual en la Iglesia?
Algunos autores, como Andrea Tornielli, han atacado la supuesta radicalidad de quienes quitaron esas imágenes de la iglesia romana y las arrojaron al río Tíber. Su primera afirmación es esta: “El robo y posterior lanzamiento en el río Tíber de las tres estatuillas de madera de la tradición amazónica que representan a una joven embarazada, constituyen un triste episodio que habla por sí mismo.” A la luz de lo que he expuesto antes, yo quiero saber cuál es la “tradición amazónica” vinculada a esas estatuillas sagradas (puesto que ya hemos visto que son tratadas como cosas sagradas). Con gusto me dejo corregir pero que se me muestre cuál es esa tradición.
Tornielli pasa entonces a apoyarse en la tremenda autoridad de San John Henry Newman, citado en este pasaje:
El uso de templos y de los dedicados a santos particulares, y a veces decorados con ramas de árboles, incienso, lámparas y velas; las ofrendas ex voto en caso de curación de enfermedades; el agua bendita, el asilo; las fiestas y los tiempos litúrgicos, el uso de calendarios, las procesiones, las bendiciones en los campos, los ornamentos sacerdotales, la tonsura, el anillo utilizado en el matrimonio, el dirigirse hacia el oriente, y en una fecha posterior también las imágenes, tal vez incluso el canto eclesiástico y el Kyrie Eleison: todos son de origen pagano, y han sido santificados por su adopción en la Iglesia.
El argumento que Tornielli sugiere, basándose en Newman, argumento amplificado por otros autores, como el P. Joseph Simmons, SJ, es claro: la Iglesia Católica ha echado mano de numerosas prácticas paganas y no es nada muy extraño que una estatuilla amazónica inicie su carrera, por así decirlo, hacia un uso religioso en nuestra Iglesia. Muy inteligente el argumento pero por supuesto no aplica.
Lo que Newman no dice, sin duda por la concisión de su texto, y lo que Tornielli voluntariamente omite, es simple y crucial, y se resume en una pregunta: ¿Qué hace la Iglesia con los elementos paganos ANTES de incorporarlos a su expresión de la fe, ya se trate de la doctrina o la liturgia? Ejemplos: Los cristianos de aquel tiempo, ¿tomaron las estatuas bellísimas de Afrodita y dijeron: “celebremos el amor humano”, y luego las pusieron en sus basílicas? ¿Tomaron el ropaje de los romanos y dijeron sin más: “así se vestirán nuestros sacerdotes”?
La dinámica cristiana es muy distinta, y San Agustín la explicó bien: “Accedit verbum ad elementum et fit sacramentum.” Es la integración en la predicación cristiana, cuando ello es posible y lógico, lo que permite que un elemento, una vez que adquiere un sentido diverso del sentido pagano que tenía, pase a ser usado en la Iglesia. Y hay algo interesante con lo que podemos concluir: en la lista larga de Newman no hay un solo caso de imágenes humanas. A Newman le interesa cómo algunos actos, relatos u objetos, relativamente neutros en sí mismos, pueden ser transformados en su significado y usados en la Iglesia. Las imágenes diseñadas para el Sínodo Amazónico no tienen nada de esa neutralidad: celebrar “la vida” sin adorar a Dios, único Creador, es simple paganismo. Y con los ídolos paganos, ya se trate del becerro de oro o del dinero de los mercaderes en el templo de Jerusalén, se necesitan acciones firmes y claras… que pueden llegar hasta el Tíber.