LA GRACIA del Lunes 24 de Junio de 2019

SOLEMNIDAD DEL NACIMIENTO DE SAN JUAN BAUTISTA

Estamos llamados a ser como Juan, precursores que preparan los corazones para que Cristo obre: anunciando conversión, siendo humildes y fieles a la verdad de lo que somos.

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LA GRACIA del Jueves 7 de Febrero de 2019

La misión es comunitaria, lleva a derrotar el mal no a convivir con él, sembrando el bien desde el amor y la misericordia, con radical dependencia en Cristo quien da la autoridad, el poder y la fuerza.

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Es imposible ser misionero sin una vida de santidad

“«Amar con el corazón de Cristo» se tituló la ponencia de Mons. José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián, en la Escuela de Evangelizadores de la Diócesis de Cádiz y Ceuta, el pasado sábado. La llamada a la santidad supone vivir como hijos de Dios delante de los demás, dijo…”

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LA GRACIA del Viernes 18 de Enero de 2019

Asegúrate de que estas dando la pelea que es, comprende que tu combate es el de la perseverancia y que éste culmina cuando has realizado tu misión así como Dios hizo la suya.

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Portadores de luz

Hijos de Dios. -Portadores de la única llama capaz de iluminar los caminos terrenos de las almas, del único fulgor, en el que nunca podrán darse oscuridades, penumbras ni sombras. -El Señor se sirve de nosotros como antorchas, para que esa luz ilumine… De nosotros depende que muchos no permanezcan en tinieblas, sino que anden por senderos que llevan hasta la vida eterna.

Más pensamientos de San Josemaría.

Francisco Solano se hace franciscano

Pues bien, de esta gran tradición franciscana de conventos serranos cordobeses vino a nacer en 1530 el de Montilla, fundado bajo la advocación de San Laurencio. Cuando en 1569 el Solanito, con veinte años de edad, llamó a sus puertas, allí vivía, entre la huerta y el coro, entre las salidas por limosna y para predicar, y siempre con buen humor y buenos cantos, una comunidad de treinta frailes.

Con ellos inició una misma aventura espiritual, y fue aprendiendo durante tres años oración, latín y ascética, liturgia y observancia, penitencia y vida en común, obediencia y alegría espiritual. La cama de Francisco era «una corcha en el suelo y un zoquete para cabecera», o un trenzado de palos sujetos con una cuerda, y sus pies no llevaban alpargatas o sandalias, sino que iban descalzos. En el año 1570 hizo su profesión en la Regla pobre de los franciscanos, mientras su padre, algo más próspero, preparaba su segundo período como alcalde de Montilla. No a todos es dado triunfar en esta vida.

Su destino siguiente le lleva cerca de Sevilla, la puerta hispana de las Indias, al convento de Nuestra Señora de Loreto, entre huertas y viñedos, pues allí había un estudio provincial franciscano desde 1550. Cinco años pasó allí, en estudio y oración, sin mayores formalidades académicas, viviendo con su compañero fray Alonso de San Buenaventura, el cual nos describe la cabaña que Francisco se arregló: «En un zabullón o rincón de las campanas, hizo para su morada una celdilla muy pobre y estrecha, donde apenas podía caber; tenía en ella una cobija y una silla vieja de costilla…, e hizo en ella un agujero que servía de ventana, y le daba luz para ver, y rezar y poder estudiar, en la cual vivió con notable recogimiento y silencio, hablando muy pocas veces».

En aquel inhóspito rincón había algo que a Francisco le gustaba sobremanera: la vecindad del coro. Y de Sevilla, en general, también le gustaba el ambiente misionero hacia las Indias. De allí salió, en 1572, en una expedición al Río de la Plata -en la que en un principio iba a ir él también-, su compañero fray Luis de Bolaños, el que fue gran misionero, iniciador de las reducciones en el Paraguay.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

Misionero hasta en la enfermedad

“En 2009 Joan Soler, a los 32 años, partió hacia Togo como misionero y el primer año ya se quería volver a España. «No hablaba la lengua, no entendía la cultura, me sentía que estorbaba y cogí todas las enfermedades posibles», explica a este periódico. Perdió 15 kilos de golpe. Se encontraba tan mal que había decidido comprar un vuelo de vuelta a casa. «Un día me vio a buscar el chofer del obispado para llevarme al hospital y, en el trayecto, me dijo: “Cuando te vemos que estás tan mal y continúas aquí con nosotros, esto nos da coraje para continuar luchando”». Aquel día decidió quedarse. «Me di cuenta de que Jesús trabaja de una forma distinta a la nuestra y que, incluso enfermo del todo, yo era un signo de Cristo en medio de ellos»…”

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Perfil de un obispo

«No es nuestro el tiempo»

Su apasionado amor pastoral le llevaba a una entrega tan total que excluía todo descanso. Ni se le pasó por la mente tomar nunca vacaciones, por cortas que fueran. Y nunca viajó a España, aunque asuntos muy graves lo hubieran justificado a veces. Prefería enviar un delegado en su nombre. El sabía aquello de San Pablo, «el tiempo es corto» (1Cor 7,29).

Y no se le ocurría invertir una semana o un día o medio en visitas de cumplido, en conmemoraciones, bodas de plata, oro o diamante, inauguraciones diversas o fiestucas piadosas. Incluso para ordenar obispos suyos sufragáneos, estando de visita pastoral en lugares alejados de Lima, hacía llegar al presbítero electo a donde él estaba; así lo hizo, por ejemplo, con fray Luis López, a quien consagró como obispo de Quito. El tenía claro que «no es nuestro el tiempo».

La Providencia divina le hizo superar muchos peligros graves. Contaremos sólo un par de ejemplos. Una vez, queriendo llegar a Taquilpón, anejo a la doctrina de Macate, había de atravesar el río Santa, que estaba en crecida impetuosa. Allí no servían ni balsas de enea, ni flotadores de calabazas, ni los demás trucos habituales. Allí hubo que tender un cable de lado a lado, bien tenso entre dos postes, y atado el cuerpo del arzobispo con unas cuerdas y suspendido así del cable, fueron tirando de él desde la orilla contraria, con el estruendo vertiginoso del potente río a sus pies. Y una vez cumplida y bien cumplida su misión pastoral, con visita y muchas confirmaciones, otra vez la misma operación a la inversa.

En otra ocasión, bajando de las montañas, descendía a caballo una cuesta larguísima, «de más de cuatro leguas», La Cacallada, que le decían los indios, la pedregosa. Ya a oscuro, les pilló el estallido de una tormenta andina, con fragor de truenos, ecos redoblados, lluvia, oscuridad, estruendo. El arzobispo, acompañado de su criado Diego de Rojas, iba adelante, con tenacidad obstinada, y Diego se maravillaba «viendo la paciencia y contento con que el dicho señor arzobispo iba animando a los demás». A pesar de sus voces, se iba dispersando el grupo, todos a ciegas, «se fueron todos quedando, unos caídos y otros derrumbados con sus caballos». A una de éstas, el arzobispo se vió descalabrado en una caída aparatosa, tan fuerte que al criado «se le quebró el corazón de ver al señor arzobispo echado, desmayado en el lodo, donde entendió muchas veces que pereciera». Acudieron algunos a sus gritos, y todos pensaron que Santo Toribio estaba muerto, «helado y hecho todo una sopa de agua». Pero cuando le levantaron, cobró conocimiento y algo de ánimo, y sostenido por los compañeros, descalzo -había perdido las botas hundidas en el barro-, retomó la subida, desmayándose varias veces por el camino. Cesó la tormenta, asomó la luna de parte de Dios, y allí divisaron un tambo, al que llegaron como pudieron. No había nadie. Sólo había silencio y soledad, noche y frío. Tumbado el arzobispo, helado, exangüe, quedó como muerto. Cuando así le vio su paje Sancho Dávila «se hartó de llorar al verlo de aquella suerte». Todos le daban por perdido, pero a él, a Sanchico, se le ocurrió sacar la lana de una almohada, y calentándola a la lumbre, frotar y calentar con ella al arzobispo, hasta que logró que volviera en sí. Ya de día comenzaron a llegar algunos indios, y el Santo se encontraba de nuevo dispuesto a todo. Celebró la misa, predicó en lengua indígena «con tanto fervor y agradable cara como si por él no hubiera pasado cosa alguna». Allí dejó, en aquellas desolaciones de montaña, dos doctrinas que integraron a 600 indios.

Mogrovejo, como Zumárraga, era un ministro apasionado de la confirmación sacramental. Su capellán Diego de Morales cuenta que, acompañándole él en la visita de 1598 y 1599, con Juan de Cepeda, capellán también, y el negro Domingo, se les hizo la noche a orillas de un río muy caudaloso. Como no tenían más que un pan, el arzobispo lo dividió en cuatro, y así cenaron. Rezó el breviario, paseó un poco, y se acostó a dormir en el suelo, con la silla de la mula como cabezal. Al poco rato, se inició «un aguacero muy terrible», que duró hasta el amanecer, y él «no tuvo otro reparo más que taparse con el caparazón de la silla».

Muy de mañana, en ayunas, emprendieron la marcha a pie, y el arzobispo iba rezando las Horas mientras subían una gran cuesta. Y «como había pasado tan mala noche, se sintió fatigado», y hubieron de ofrecerle un bastón, pero él «no le quiso admitir hasta que pagaron a un indio, cuyo era, cuatro reales por él, y entonces le tomó». Llegó por fin, «sudando y fatigado del camino», a la doctrina que llevaba el dominico fray Melchor de Monzón. Allí fue a la iglesia, hizo oración, predicó a los indios en la misa, y estuvo confirmando hasta las dos del mediodía. Cuando se sentó a comer eran ya las tres, y estaba «bien cansado y trabajado».

Entonces se le ocurrió preguntar al padre doctrinero si faltaba alguno por confirmar. Tras algunas evasivas de éste, el arzobispo le exigió la verdad, y el padre hubo de decirle que a un cuarto de legua, en un huaico, había un indio enfermo. El arzobispo «se levantó de la mesa» y se fue allá con el capellán Cepeda. El indio estaba en un altillo, «que si no era con una escalera, no pudieran subir». Le animó y le confirmó con toda solemnidad, como si hubiera «un millón de personas». Regresó después, a las seis de la tarde, y se sentó a comer…

Bien podían quererle los indios, que «no le saben otro nombre más que Padre santo». Cuando el señor arzobispo, una vez celebrada la misa en el claro del bosque, o junto al río fragoroso, o en una capilla perdida en las alturas andinas, bajo el vuelo circular de los cóndores, se despedía de los indios y después de bendecirlos se iba alejando, «lloraban con muchas veras su partida como si se les ausentase su verdadero padre». Y es que realmente lo era: «aunque tengáis diez mil pedagogos en Cristo, pero no muchos padres, que quien os engendró en Cristo por el Evangelio fui yo» (1Cor 4,15).

«Confirmó más de ochocientas mil almas», afirma su sobrino clérigo, Luis de Quiñones, ateniéndose a los registros. Hizo más de medio millón de bautismos. Anduvo 40.000 kilómetros… A veces la cantidad es tan enorme que se trasforma en calidad, en dato cualitativo. Bien pudo decir quien llegó a ser su fiel capellán, Sancho Dávila: «Conoció este testigo que el amor de verdadero pastor y gran santidad de dicho señor arzobispo le hacía sufrir y hacer lo que… ni persona particular pudiera hacer».

Considerando estas enormidades -más allá de la norma- que produce la caridad pastoral extrema, no faltará alguno que se diga: «Qué cosas es necesario hacer para llegar a ser santo»… Pero el santo no es santo porque hace esas cosas, sino que hace esas cosas porque es santo.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

¿Cómo hay que evangelizar? El apóstol Pedro nos da siete claves

Características de una buena evangelización:

(1) UNIVERSALIDAD: En principio, deseamos llegar a todos.
(2) CERTEZA: No ofrecemos opiniones sino una verdad profunda de la que nos hacemos responsables con la coherencia de vida.
(3) DENUNCIA DEL PECADO: Porque dejarlo en la penumbra es darle fuerza.
(4) PROCLAMACIÓN DE QUE DIOS ES MÁS GRANDE: Porque donde abundó el pecado sobreabundó la gracia.
(5) CAPACIDAD DE MOVER: Porque sin conversión la labor de evangelizar es ilusoria.
(6) DIMENSIÓN SACRAMENTAL: la fe no queda en ideas o propósitos sino que se celebra y alimenta en los sacramentos.
(7) CARÁCTER ECLESIAL: El propósito es que cada evangelizado descubra su lugar en el Cuerpo de Cristo y pueda así también llegar a ser evangelizador.

LA GRACIA del Viernes 16 de Marzo de 2018

Solamente unidos a Cristo podemos darle la gloria a Dios y mantener la unidad en el pueblo que Él ganó con su sangre.

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LA GRACIA del Jueves 1 de Febrero de 2018

Cristo al enviarte a la misión sabe que el camino es difícil, que habrá dificultades, que no lo puedes todo, pero Él te dice: ¡Preparate para las luchas pero también para tu victoria!.

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LA GRACIA del Domingo 21 de Enero de 2018

DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO B

El Evangelio nos lleva a la conversión, aceptando a Jesucristo como nuestro Señor, Quien nos llama para acercarnos a Él y nos envia para hacer que otros también lo acepten.

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Misioneros asesinados en el año 2017

“La Agencia Fides, órgano de información de las Obras Misionales Pontificias desde 1927, ha publicado un informe especial sobre los misioneros asesinados en el año 2017. El reportaje comienza con la frase: “La Iglesia es iglesia si es iglesia de mártires”, pronunciada por el Papa Francisco el 22 de abril de 2017…”

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