LA GRACIA 2024/04/12 Rostros clamando por milagros

No cambies el Evangelio, acepta la grandeza del milagro, la grandeza del Dios abundante y tu vida cambiará porque aquel que se acoge al Señor nunca quedará defraudado.

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LA GRACIA 2023/08/07 Negar los milagros de Jesús es inútil y mezquino

El corazón de Nuestro Señor Jesucristo es el que pospone su propio dolor por nuestro dolor y ese amor que se pospone es el mismo que lo lleva a sanar a los enfermos, a predicar, a expulsar demonios, a multiplicar los panes.

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LA GRACIA 2022/03/28 Qué nos dice, de Dios y de nosotros, el milagro

Cristo da los signos, pero al tiempo no quiere que nos quedemos en ellos, quiere que los superemos; que encontremos en Él nuestro cimiento y a saber que el confía en el Señor no queda defraudado.

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Predicar y hacer milagros

Predicar y hacer milagros

Al contemplar la figura de Jesús, de los Apóstoles primeros y de los santos misioneros posteriores, comprobamos con frecuencia que en su vida y ministerio obraron muchos milagros.

Hace poco, Lorenzo Bianchi, estudiando un punto de la reforma litúrgica postconciliar, hacía notar, como ejemplo, un cambio significativo en la oración de la misa de San Francisco Javier. Misal de San Pío V: «Oh Dios, que quisiste agregar a tu Iglesia a muchedumbres de las Indias por la predicación y los milagros de san Francisco… Misal de Pablo VI: … tú que has querido que nuevas naciones llegaran al conocimiento de tu nombre por la predicación de san Francisco Javier»… («30Días» XVI, 12). Se suprimieron los milagros en la acción misionera, quizá por imposibles o por increíbles, o quizá por innecesarios.

Cristo, sin embargo, envió sus apóstoles para que, juntamente, predicaran el Evangelio y obraran milagros, de manera que éstos hicieran creíble aquél: «Id y predicad el Evangelio… A los que creyeren les acompañarán estas señales»… (Mc 16,18). Así fue como evangelizó Jesús, predicando y haciendo milagros. Y aún dijo más: «en verdad os digo que el que cree en mí, ése hará también las obras que yo hago, y las hará mayores que éstas» (Jn 14,12).

Todo esto se cumplió ampliamente en la primera evangelización de América, pues en ella hubo santos misioneros que hicieron no pocos milagros. Concretamente, el beato José de Anchieta hizo cientos de obras prodigiosas. «Parece que escogió nuestro Señor al P. José -escribe Nieremberg- para autor de prodigios y maravillas, que declarasen a aquel nuevo mundo las grandezas del Criador» (578).

Los milagros fueron en su vida innumerables. En una ocasión, estando en la ribera del mar con un Hermano y otros pescadores, él se retiró a un rincón apartado de la orilla, donde estuvo tres o cuatro horas en oración. En este tiempo fue el mar creciendo, pero supo respetar al beato Anchieta sin salpicarle siquiera con sus aguas, de tal modo que cuando fue el Hermano a buscarle, primero le llamó a gritos, y luego hubo de «meterse entre dos montes de agua por el lado que dejaba el mar abierto, y avisó al Padre que era ya tiempo de recogerse». Cuando luego el Hermano manifestó su asombro, el Padre le dijo, sin darle mayor importancia: «¿No sabéis que el mar y el viento le obedecen?» (577).

Otra vez, en 1584, durante un viaje a Pernambuco, iba en canoa acompañado del Hermano Pedro Leitao, que estaba abrumado por el calor del sol. Sobre un árbol vió Anchieta tres o cuatro guaraces, aves grandes, preciosas, de color carmesí, y les dijo en lengua indígena: «Andad y llamad a las de vuestro linaje y volved todas a hacernos sombra en este camino», y así lo hicieron, obedientes, formando nube sobre ellos, hasta que la canoa salió al mar y ganó un viento fresco (575).

La escena evangélica de la pesca milagrosa se repitió tantas veces en la vida del padre Anchieta, que los pescadores, y especialmente los indios, «le veneraban con sumo respeto y sentían y hablaban de él como de un hombre a quien obedecía la naturaleza. Y cuando después de muerto querían nombrarle, le significaban diciendo: «Aquel Padre que nos daba los peces que queríamos, aquél que cuando le pedíamos un favor nos sacaba de cualquier peligro y de la muerte misma»» (584).

También fueron muchas las sanaciones, tanto de portugueses como de indios, obradas por Dios a través del padre Anchieta. Y el siervo de Dios, que tantas veces produjo en otros la salud, no tenía temor a los venenos o a las bestias feroces. Yendo una vez con otro de camino, les salió una víbora, y el compañero espantado quiso huir, pero el padre le retuvo, y como bromeando con la sierpe, la pisó con su pie, desnudo como siempre, incitándole a picarle como castigo, pues era un pecador; pero la víbora se estuvo quieta, hasta que el padre, mandándole no hacer mal a nadie, alzó el pie y la dejó marchar (558).

Innumerables profecías

Todavía más numerosos fueron en el beato Anchieta los casos prodigiosos de profecía. «Las profecías de este siervo de Dios fueron tantas y tan claras, asegura Nieremberg, que parece no le tenía Dios encubierta cosa como a su fidelísimo amigo» (585). «Cuanto decía este siervo de Dios era profecía, diciendo a las madres los sucesos de sus hijos, a las casadas de sus maridos ausentes, a los mercaderes de sus naves y mercancías, a los religiosos aun de sus pensamientos. Y fuera nunca acabar si hubiéramos de decir todas las maravillas y prodigios que obró Dios por este su siervo, a quien escogió la divina bondad para mostrar por él a aquellas gentes el poder de Omnipotencia» (591).

Los que con él vivían llegaron a familiarizarse con «la gran noticia de todas las cosas que Dios comunicaba a su grande siervo, que parece que no había cosa presente ni ausente, ni pasada ni por venir, ni grande ni pequeña que no supiese» (587). «A algunos que confesándose con el santo varón callaban algún pecado, él se lo decía y hacía que hiciesen entera confesión» (567).

A un desconocido que pretendía casarse, se lo prohibía, recordándole que su esposa vivía. A una mujer desconsolada, que daba por muerto a su marido, le aseguraba que estaba vivo y que regresaría en tales circunstancias. Visitando una vez, ya viejo, al enfermero, encontró a éste escribiendo a su hermana de Lisboa, y le dijo que no perdiera el tiempo, o que enviara la carta al cielo, pues ya había muerto. El enfermero le pidió, entonces, que ofreciese una misa por ella. «Ya lo he hecho, le respondió el padre Anchieta, cuando ella partió de esta vida» (556)… Y todos creían en sus palabras, pues ya sabían de otras veces que se cumplían siempre.

Este don lo tuvo desde bastante joven, pues ya de sus años en Piratininga hay varias anécdotas, como la siguiente. Un día el padre Adán González, estando en oración en la azotea, tuvo una visión en la que presintió que un hijo suyo, el Hermano Bartolomé, que había ingresado también en la Compañía, había muerto. Cuando al año vino en una nave la noticia, el padre González le pidió al beato Anchieta que ofreciera una misa por él. Le respondió éste que ya le había ofrecido cinco misas, precisamente cuando él tuvo aquella visión de la azotea, pues entonces fue cuando efectivamente murió su hijo (555).


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

Retiros largos y milagros de resurrecciones

Retiros largos y resurrecciones

A veces fray Vicente, durante sus travesías misioneras, se detenía una temporada en un lugar para hacer un retiro prolongado. Su «compadre» Pérez de Nava, en el Proceso potosino, comunica este recuerdo:

«Este testigo tenía su casa en el valle de Chilma, provincia de Porco, donde el siervo de Dios estuvo cinco o seis meses retirado en sus ejercicios, y en este tiempo vio este testigo que nunca salió de un aposentillo en que se hospedó, porque se estaba todo el día y la noche en oración y tan sólamente comía de veinte y cuatro a veinte y cuatro horas un poco de pan y agua; y estando en este paraje y casa sucedió que en un río que estaba allí cerca se ahogó un muchacho indiezuelo que sería de edad de tres a cuatro años, y con aquella lástimas sus padres, con la grande fama que el siervo de Dios tenía de hombre santo, se lo llevaron muerto y le pidieron intercediese con nuestro Señor para que le diese vida, y el siervo de Dios movido de piedad, cogió al muchacho y lo entró dentro de su aposento, y todos los presentes se quedaron fuera, y luego dentro de dos o tres horas poco más o menos volvió el siervo de Dios a salir del aposento trayendo al muchacho, que se llamaba Martín, de la mano, vivo y sin lesión alguna, y se lo dió a sus padres diciéndoles que diesen gracias a Dios por aquel suceso, de que todos y este testigo quedaron admirados y con mayor afecto lo llamaban “el padre santo”».

En otra ocasión, probablemente un año antes de morir, el padre Vicente Bernedo, en el valle de Vitiche, resucitó a la señora Francisca Martínez de Quirós, y el proceso informativo potosino de 1663 recogió todos los datos del caso.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

LA GRACIA 20200215 – Los que tienen un dios pequeño

Pidamos al Señor por las personas que no logran creer en sus milagros porque tienen un Dios demasiado pequeño, un Dios que debe pedirle permiso a la ciencia para obrar.

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El milagro de la cruz del árbol

San Luis Bertrán hizo innumerables milagros, tantos que hemos renunciado a relatarlos. También los hizo durante los últimos meses, sumamente fecundos, de su apostolado en América. En ellos recorrió los pueblos de Mampoix, islas de San Vicente y Santo Tomás, Tenerife y varios lugares del Nuevo Reino de Granada. Como despedida de su ministerio en América, referiremos sólamente uno de sus milagros. En la isla de San Vicente, predicando fray Luis sobre el poder salvador de la cruz, se le acercó impresionado el cacique, queriendo saber más de la virtud de la cruz. «El santo, inspirado del cielo, se arrima al tronco de un grandísimo árbol de los que coronan la plaza y, extendiendo los brazos en forma de crucifijo, graba en el árbol la forma de la cruz, de su misma estatura. Apártase después del tronco y queda la imagen de la cruz perfecta, como de medio relieve, en el árbol». El signo sagrado de la cruz de Cristo: ésta fue la huella viva que dejó San Luis Bertrán en Nueva Granada tras siete años de acción misionera.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

Cuando un cardiólogo estudia Milagros Eucarísticos

El portal mariano Cari Filii News recoge un comentario al estudio del cardiólogo Franco Serafini sobre los cinco milagros eucarísticos examinados por científicos. El cuadro que resulta es asombroso: “Un diagnóstico clínico preciso, puntual y detallado que coincide perfectamente con lo que leemos en los Evangelios”. Lo ha detallado en un libro al que Costanza Signorelli dedica un reportaje en La Nuova Bussola Quotidiana:

“Un corazón sangrante, que pertenece a un hombre joven, golpeado y condenado, oprimido por un estrés severo de tipo psíco-físico y que, desde hace dos días, se encuentra suspendido entre la vida y la muerte”. Es esta la descripción concreta de aquello que reciben los fieles católicos en el momento en el que el sacerdote pone en su lengua la Hostia consagrada. Y bien: no estamos citando la visión mística entregada por Dios a uno de sus santos. Esta vez es la ciencia la que habla claro y de manera irrefutable. Lo revela el Dr. Franco Serafini en su libro: Un cardiologo visita Gesù. I miracoli eucaristici alla prova della scienza [Un cardiólogo visita a Jesús. Los milagros eucarísticos, examinados por la ciencia].

Un libro imprescindible que reúne los cinco milagros eucarísticos revisados por la ciencia médica: Lanciano (Chieti, Abruzos, Italia, siglo VIII), Buenos Aires (1992-1994-1996), Tixtla (Guerrero, México, 2006), Sokó?ka (Polonia, 2008) y Legnica (Polonia, 2013). A estos se les añadiría un sexto -el milagro de Betania (1991)-, deliberadamente apartado de la tramitación por razones que expone el autor. Por el contrario, se incluyen los dossier sobre los lienzos de la Pasión, cuya inclusión fue impuesta por los mismos resultados científicos, especialmente como consecuencia de los “desconcertantes resultados relacionados con el grupo sanguíneo”, explica Serafini.

El cardiólogo nos introduce así en la enorme mole de trabajo que tuvo que afrontar, revisando personalmente todas las investigaciones realizadas en los últimos cincuenta años y colaborando, cuando fue posible, con los primeros científicos que “trataron” las reliquias. El resultado es un cuadro sorprendente: “Un diagnóstico clínico preciso, puntual y detallado que no entra en conflicto, más bien coincide, con lo que leemos en los Evangelios y recibimos como don de la Tradición católica”. Pero procedamos con orden.

Lanciano: un corazón que late desde hace trece siglos

Todo nace con el milagro de Lanciano (Abruzzo, provincia de Chieti). En cierto modo se trata de un outsider respecto al complejo de los milagros eucarísticos citados, pero tal vez -también debido a esto-, es el preferido del Dr. Serafini: “Es un prodigio misterioso que tiene características increíbles. Si bien es poco valorado, se puede decir tranquilamente que estamos ante una de las más importantes reliquias de la cristiandad, que sobrevive dese hace trece siglos. Además, explica el cardiólogo, ha sido un milagro absolutamente generoso: no se trata de una Hostia que ha sangrado ‘un poco’; ese día todo el Pan se convirtió en Carne y el todo el Vino en Sangre”. Dicho milagro se sale de la norma por dos razones: ante todo, es el único que no pertenece a la época moderna, se verificó en el siglo VIII; en segundo lugar se diferencia por las modalidades específicas con las que se manifestó. Los milagros eucarísticos recientes, de hecho, se han verificado casi todos después de la “eliminación” de una Hostia consagrada e irremediablemente comprometida.

Para quien no lo sepa, recordamos que en estos casos el procedimiento canónico prevé poner la partícula en un recipiente de agua hasta que se disuelva completamente, durante pocos días; después, el agua de la ablución tiene que revertirse en el sagrario. Pues bien, es este el pasaje que se produce en el prodigio, puesto que la Hostia consagrada, en vez de disolverse, se “transforma” en carne y sangre: así ocurrió en Buenos Aires, en Sokó?ka y en Legnica. En Lanciano no fue así: el prodigio ocurrió, puntualmente, durante la Consagración eucarística, afectando por entero no solo a la Hostia, sino también al Cáliz. Ademas, señala Serafini: “Me gusta porque es un milagro que persiste y nos acompaña desde hace más de 1300 años, transmitido ininterrumpidamente de una generación a otra: esto es muy reconfortante”.

El doble milagro, cuerpo y sangre, en el milagro eucarístico de Lanciano.

Hay, de hecho una “historia en la historia”: así como en el siglo VIII el monje de San Basilio había dudado de la real presencia de Cristo en las especies eucarísticas -duda gracias a la cual se produjo el prodigio-, del mismo modo los monjes franciscanos de la generación pasada se encontraron en herencia una reliquia poco conocida y bastante “difícil”, y también ellos estuvieron llenos de grandes dudas. Por este motivo, en 1970 los religiosos le pidieron al profesor Odoardo Linoli que realizara una serie de estudios científicos. Fue así cómo, de la segunda duda, nace el segundo milagro porque, precisamente gracias a esos análisis se obtuvo un descubrimiento sin precedentes en la historia: “El antiguo tejido analizado -se lee en el informe-, presenta las características típicas e inconfundibles de las células cardiacas. No es sólo el aspecto microscópico el recuerda el músculo cardíaco; es toda la estructura macroscópica de la carne la que recuerda a una sección entera del corazón”.

Dicho en otras palabras: el 11 de diciembre de 1970 el profesor Linoli, al exponer a los monjes los primeros resultados de los estudios, escribirá lo siguiente: “In principio erat Verbum, et Verbum caro factum est!» (En el principio era el Verbo, y el Verbo se hizo carne). Cuando los análisis estuvieron ultimados, ya no hubo dudas de ningún tipo: la Hostia es carne, y la carne es un corazón humano. Un asombro detrás de otro: en Buenos Aires, en Tixtla, en Sokolka y en Legnica las investigaciones lo confirman, estamos ante un corazón humano. Pero no acaba aquí.

La ciencia no tiene dudas: la Hostia aún sufre

Hay un aspecto particular con el cual la ciencia puede dar un auténtico valor añadido al fiel que se acerca al Misterio eucarístico y, al mismo tiempo, suscitar un sobresalto en quien aún no cree. Serafini lo cuenta así: “El tejido cardiaco analizado presenta una doble característica: por una parte la fragmentación/segmentación de las fibras y, por la otra, la infiltración leucocitaria”. Traducido: “Esta descripción médica detallada”, explica el cardiólogo, “nos hace comprender que el sufrimiento de Jesús no es una cuestión genérica; o sea, decir que Jesús sufrió no es un termino vago o abstractamente espiritual. Al contrario, esto se traduce en conceptos precisos de tipo anatomopatológico o histopatológico de los cuales, como veremos, es posible deducir hipótesis de diagnóstico”.

Pero hay más: los leucocitos están activos, lo que significa que la muestra de tejido, en el momento en que fue recogida para ser analizada, ¡aún estaba viva! Estamos ante un resultado sencillamente inexplicable desde el punto de vista científico, y Serafini nos explica el porqué: “Una vez que han sido separados del organismo viviente del que proceden, o después de la muerte del mismo, los leucocitos sobreviven en agua, sin disolverse, sólo durante unos minutos, máximo una hora”. Para comprender la sorpresa de los científicos, basta pensar que, en el caso de la reliquia de Buenos Aires, el tejido estudiado estuvo conservado en agua destilada y sin nutrientes durante más de tres años.

Pero prosigamos. Una vez dicho que el tejido está vivo y sufre, la pregunta surge espontánea: ¿ante qué tipo de sufrimiento nos encontramos? También en este caso el diagnóstico que se prefigura es absolutamente preciso y coherente con el dato de la fe: “En lo que respecta a la sangre”, detalla el cardiólogo, “la linfocitosis y la hipogammaglobulinemia encontradas en el laboratorio son compatibles con el cuadro clínico de un paciente politraumatizado: una persona pisoteada, golpeada o víctima de un grave accidente, sometida a un grave shock, con una situación de estrés psicofísico agudo o subagudo, con una línea temporal de uno/dos días desde el comienzo de dicha situación”.

El mismo discurso vale para el tejido cardíaco que nos desvela “no una enfermedad cardíaca o un infarto que depende de defectos coronarios, sino más bien un daño severo de estrés mediado por las catecolaminas… Es decir, hablamos de ese tipo de situación que vemos en las biopsias o en las autopsias de los pacientes que han sufrido una grave postración de tipo psíquico, farmacológico o traumático. Por ejemplo, en víctimas de un accidente aéreo o en… condenados a muerte”.

El grupo sanguíneao y… la bomba de gracia

De entre los numerosos aspectos en los que se han centrado las diferentes investigaciones, hay uno en particular que, para la ciencia, no admite réplicas. Se trata del descubrimiento del grupo sanguíneo, en esos casos en los que se han realizado los análisis pertinentes. Hablamos de Lanciano, Tixtla y de los tres principales lienzos de la Pasión: la Sindone de Turín, el Sudario de Oviedo y la Túnica de Argenteuil.

Y bien, cinco veces sobre cinco se ha encontrado, sin excepción, el mismo grupo sanguíneo: AB. “Este resultado”, explica Serafini, “es, como poco, desconcertante, porque se apoya en un dato de estadística matemática que elimina cualquier duda sobre la casualidad y la veracidad de estos prodigios eucarísticos”. El porqué es muy sencillo: “Cinco informes hematológicos, procedentes de materiales distintos, separados entre ellos por épocas históricas muy lejanas, por distancias geográficas -incluso transoceánicas-, cuatro de los cuales nos han llegado de épocas en las que se desconocía qué eran los grupos sanguíneos y, por lo tanto, a mayor razón, imposibles de falsificar… pues bien, los cinco, según los datos repetidos más de una vez con metodologías distintas y en laboratorios distintos, pertenecen siempre al grupo sanguíneo AB”. Se trata de una verdadera bomba estadística que -nos explica el científico con números en la mano-, nos demuestra la autenticidad de los tejidos al 99,99996875%. En pocas palabras, estamos ante un milagro dentro un milagro que, según Serafini, es poco conocido y es infravalorado.

En conclusión: si el estudio en cuestión tiene el mérito de proporcionar un análisis científico de altísimo nivel, el libro del doctor Serafini tiene un mérito adicional. Partiendo de una pregunta aparentemente retórica, pero fundamental (“¿Tiene el hombre de fe la necesidad de una prueba científica para creer en el milagro eucarístico?”), llega a una respuesta final esclarecedora: “El milagro eucarístico se da como alimento al hombre moderno, se le entrega y ofrece sin reservas para sostener su fe vacilante, igual que el Pan partido”. Y lo hace con la infinita humildad y delicadeza de Jesucristo: “La luz que emana de estos prodigios no es deslumbrante. Por mucho que algunos resultados científicos sean desconcertantes, es evidente que el milagro eucarístico se contiene, se autolimita y no quiere aplastar con su evidencia el frágil tesoro de nuestra fe”. Es decir, si Dios quisiera, en su Omnipotencia podría conducirnos a cualquier evidencia científica, suficiente para convencer a cualquiera de Su Verdad. Pero, evidentemente, no es esta la Voluntad de Nuestro Señor. Nos lo dice la fe y nos lo repite la ciencia: Jesús Eucaristía quiere ser creído, amado y adorado por el hombre libre, que Lo desea con total pasión. He aquí la Comunión viva con Aquel que nos ama primero: el don de Su corazón.

Traducción de Elena Faccia Serrano tomada de Cari Filii News. Publicado primero en Religión en Libertad.

Bilocación y sutileza: milagros de San Martín de Porres

Cuando se leen los numerosos testimonios sobre la vida y milagros de San Martín de Porres, son tantas las obras, trabajos y milagros que de él se cuentan, que a veces es como para dudar de si están hablando de una sola persona o de varias. ¿Cómo pudo hacer tantas cosas, acudiendo a tan innumerables personas y trabajos? ¿De dónde sacaba tiempo para dedicar tantas horas a la oración y a la penitencia? ¿Cómo podía llegar a tantos sitios y multiplicar su presencia de tal modo?

Efectivamente, la caridad le llevaba en ocasiones a San Martín a multiplicar su presencia, es decir, a estar en dos sitios a la vez. Fray Bernardo Medina cuenta que un comerciante amigo, estando gravemente enfermo en México, se acordó de fray Martín, queriendo tenerlo consigo en su última hora. Al poco tiempo se presentaba éste en su habitación: «¿Qué es esto? -le dijo fray Martín, amenazándole con el índice- ¿Queríase morir? ¡Oh, flojo, flojo!». Extrañado el comerciante, le preguntó de dónde venía. «Del convento». Al día siguiente el comerciante, completamente sano, anduvo buscando por los conventos de la ciudad a fray Martín, para darle las gracias, pero no le halló. Vuelto a Lima, los dominicos le informaron que el Hermano no había salido de la ciudad, con excepción de una corta visita a Limatambo. Y cuando halló a fray Martín, éste le dijo, abriendo sus brazos: «¿Queríase morir? ¡Oh, flojo, flojo!». Algo semejante, conocido con fechas y circunstancias, sucedió en Portobelo, y también hay noticias de que fray Martín estuvo en Japón, en China y en Berbería.

Se cuenta de numerosos casos en que enfermos y necesitados, deseando la presencia de San Martín, recibían su visita al punto, sin que nadie le abriera la puerta. Y en algún caso se conoce el hecho con gran exactitud. En una epidemia de sarampión, sesenta frailes del convento, la mayoría novicios, contrajeron la enfermedad, y fray Martín se multiplicaba atendiendo a unos y a otros, de día y de noche, entrando y saliendo «con las puertas cerradas y echados los cerrojos o cercos».

Una noche, estando el Noviciado ya cerrado, uno de los religiosos jóvenes llamaba afiebrado a fray Martín, y éste se presentó a servirle, sin que el otro supiera cómo había podido entrar. «Callad -le dijo el Hermano-. No os metáis en eso», y le atendió con su acostumbrada destreza. Fray Andrés de Lisón, el maestro de novicios, que le vio en ello, sin ser visto, salió con cautela, y se quedó en el claustro, sabiendo que el Noviciado estaba cerrado con las llaves que él guardaba. Esperó un rato, para ver por dónde salía fray Martín, hasta que se cansó de esperar, y entró en la celda del novicio. Pero ya el enfermero se había ido, y estaría haciendo algo bueno en otro sitio.

De los relatos que se guardan de sus milagros, que son muchísimos, parece deducirse que San Martín se daba cuenta de que los hacía, es decir, de que el Señor los hacía por él. Pero da también la impresión de que no les daba mayor importancia. A veces, incluso, al imponer silencio acerca de ellos, solía hacerlo con joviales bromas, llenas de donaire y humildad. En la vida de San Martín de Porres los milagros parecen obras naturales.


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El «milagro» del monasterio que se salvó de las llamas griegas

«La iglesia fue el único lugar que no se incendió. Estamos vivos de milagro. Todo el resto está destruido», explica la religiosa Efremia. Con el cielo cubierto de fuego, rodeados de llamas, como si fuera el infierno, un grupo religioso se salvó en la iglesia del Monasterio de la Santísima Trinidad. Rezaban la oración de la tarde, vísperas, cuya invocación inicial seguramente estuvo en boca de miles de personas cuando el lunes llamas nunca vistas por aquí causaban destrucción y muerte: «Dios mío, ven en mi auxilio; Señor, date prisa en socorrerme».

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