Los verdaderos enemigos

Ya son cerca de 30 sacerdotes asesinados en México, durante el sexenio de Peña Nieto.

Análisis: No importa dónde empiece la degradación de un país, tarde o temprano el enemigo, el demonio, mostrará a quiénes odia de verdad: las familias, los niños, la Iglesia, los sacerdotes. México: oramos por ti pero también aprendemos de lo que te está sucediendo.

Misión de Reconciliación en Colombia

Predicaciones preparatorias al Triduo Pascual 2018, en Barrancabermeja, departamento de Santander, Colombia.

A. La reconciliación, camino hacia la paz

La reconciliación es descubrimiento, decisión, camino y regalo.

1. Es un DESCUBRIMIENTO. Cuando uno se da cuenta que la agresividad solo conduce a una espiral de violencia, ve que el único futuro posible pasa por el diálogo y la reconciliación.

2. Es una DECISIÓN. Emprender el camino que lleva finalmente a la paz implica dos cosas: detener la injusticia y detener la violencia. Especialmente en esta fase es de inmensa ayuda la fe cristiana.

Detener la injusticia re quiere, en efecto, tres cosas: (1) Resistir las tentaciones propias de la codicia y el orgullo porque es un hecho que las injusticias nacen del deseo de poseer más y de sentirse superior a otros. (2) No dejarse vencer por las presiones y seducciones de amigos o parientes que invitan, seducen o empujan hacia las ganancias injustamente conseguidas. (3) Estar por encima de las amenazas con que los poderosos pretenden doblegarnos para hacernos cómplices de sus fechorías.

Detener la violencia es difícil porque implica la resolución de no transmitir a otros el daño que uno mismo ha recibido. Este padecer sin desquitarse ni herir a otros está muy presente en la Pasión de Cristo, y uno puede recibirlo principalmente de Él.

3. La reconciliación es un CAMINO, que empieza como reconciliación con DIOS porque ciertamente son nuestros planes caprichosos y miopes los que han terminado extraviándonos y poniéndonos en ruta de conflicto con el prójimo.

Luego viene la reconciliación con uno mismo: con su pasado, su origen, su sexo, su país. Una persona en guerra permanente con algo de sí mismo no es un agente de paz.

Luego viene aprender a convivir con las diferencias de prioridades, gustos y pensamientos de las personas. Para esto se necesita sabiduría, compasión y humildad.

Y luego viene aprender a avanzar en la reconciliación con los enemigos, sobre lo cual es necesario hablar más extensamente en otro momento.

4. La reconciliación es entonces REGALO: al contacto con el amor gratuito de Dios aprendemos y recibimos la fuerza para ser puente y camino para nuestros hermanos.

B. Espacios de reconciliación

* La decisión de emprender el camino de la reconciliación implica detener la injusticia y detener la violencia.

* Como la reconciliación es un camino, debemos afirmar que el proceso de reconciliarnos sigue la lógica de la semilla que crece. Por eso hay que crear espacios de reconciliación.

* ¿Cuáles son estos espacios?

(1) El corazón. Atención a los signos que denuncian que el corazón está en conflicto interno: huidas, dependencias, miedos no reconocidos, frustraciones en penumbra. La respuesta es el verdadero conocimiento de sí mismo, de la mano de Jesucristo. Iluminar y sanar son verbos claves aquí.

(2) La pareja. No caer en la tentación del igualitarismo que se imagina que las tensiones e injusticias entre sexos se resuelven mágicamente distribuyendo todo en el hogar y en la sociedad por mitades. La verdadera respuesta es que cada uno reciba en proporción a su necesidad y que cada uno de según su talento y capacidad.

(3) La familia. Dos cosas hay que cuidar principalmente: primero, que la comunicación esté abierta en momentos acordados y respetados; por decir algo: estar de acuerdo en que durante las comidas compartidas no se utilizan artefactos electrónicos. En segundo lugar, que la familia sea escuela de lo que parece elemental pero que es básico para la sociedad: aquellas palabras como “por favor,” “discúlpame,” “gracias,” y tantas otras.

(4) La comunidad / La parroquia. En cuanto a nuestras comunidades, cuidarnos sobre todo de la murmuración, Utilizar el triple filtro antes de dar oído a chismes: ¿Lo que me vas a contar es verdad? ¿Es útil? ¿La persona implicada quiso que me lo contaras?

(5) La sociedad. Sobre este tema desarrollaremos nuestra siguiente predicación.

C. Nuestra fe y el camino hacia una sociedad más justa y reconciliada

* Hay un hecho que no vamos a cambiar sólo con quererlo: vivimos en una sociedad en la que hay distintas formas de pensar y de creer. ¿Cuál ha de ser nuestra actitud como cristianos en la búsqueda del mayor bien común posible? Hay cinco claves:

1. Respetamos y exigimos respeto. No nos avergonzamos de nuestra fe pero tampoco pretendemos imponerla por la fuerza. Sabemos que tenemos el derecho y el deber de ofrecer a los demás el tesoro de la fe que hemos recibido.

2. La primera evangelización es nuestra propia vida: (1) Que se nota que somos gente de principios claros y sanos. (2) Que somos formados y no estamos en la Iglesia simplemente por inercia o por manipulación. (3) Que hable nuestro comportamiento, y en particular, que sean patentes en nosotros las virtudes humanas (prudencia, justicia, fortaleza y dominio de sí mismo) y teologales (fe, esperanza, caridad). (4) Que brille la coherencia entre lo que pensamos y lo que decimos; entre lo que sentimos y lo que pensamos; entre lo que decimos y lo que hacemos. (5) Que se irradie en nosotros la alegría de la Buena Noticia.

3. Dar el primer paso. “Primerear.” Tomar iniciativas, en lo personal, en lo familiar, en lo social para mostrar la misericordia, la cercanía y la alegría del Evangelio al que más lo necesita cuando más lo necesita.

4. Necesitamos excelencia. Nuestra presencia en la sociedad no puede ser ni de lastre ni del montón. Católicos convencidos, destacados en las diversas áreas de la actividad humana, y capaces de dar razón de su fe y su esperanza.

5. Tener la audacia de perdonar. Ayuda mucho en esto la oración que libera el corazón de amarguras: Señor, cumple tu voluntad en ______.

Los obispos mexicanos recuerdan los principios no negociables claves a la hora de votar

“La Conferencia del Episcopado Mexicano pide a sus fieles que, de cara a las próximas elecciones, busquen el «bien posible» y eviten a toda costa el mal menor. Y para ello recuerdan los principios no negociables: defensa de la vida desde su concepción hasta la muerte natural, matrimonio heterosexual y monogámico, libertad religiosa y centralidad de los más pobres y excluidos…”

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¿Por quién votar?

El predicador laico Felipe Gómez da algunas recomendaciones:

Votar es una tarea personal, pero le doy pistas:

Por alguien que represente nuestros valores.

Por alguien que no tenga muertes en su conciencia.

Por alguien que no sea populista o ateo.

Por alguien que se oponga al aborto y la eutanasia.

Por un defensor de los valores de la familia.

Por alguien que tenga santo temor de Dios.

Por una persona que conozca al país y con hechos demuestre su amor patrio.

Sobre la conquista de Chile y nuevo balance del final del imperio incaico

Conquista de Chile

Después de la fracasada expedición de Almagro, nada se había intentado hacia Chile. Don Pedro de Valdivia, hidalgo extremeño, maestre de campo y hombre de confianza de Pizarro, le pide a éste autorización para intentar la conquista de Chile. Parte del Perú a comienzos de 1540, con una docena de hombres -el nombre de Chile inspiraba temor y casi nadie se animaba a la empresa-. Se le suman más hombres por el camino, hasta 150, la mayoría de ellos hidalgos, de los que incluso 33 sabían leer y escribir, y 105 firmar: gente culta.

Superando grandes resistencias de indios, desiertos y distancias, llega Valdivia a fundar en 1541 Santiago de Chile. En sus cartas a Carlos I se nota que él, como Hernán Cortés, el primer mexicano, se ha enamorado de aquella tierra -«para perpetuarse no la hay mejor en el mundo»-, y viene a ser el primer chileno.

Con mucha solicitud por poblar, se fundan en su tiempo ciudades como La Serena (1544), Concepción (1550), Valdivia (1552), La Imperial (1552) y Villarrica (1552). Finalmente Valdivia, en 1553, acudiendo a sofocar la insurrección de Arauco, conducida por su antiguo paje, el valeroso Lautaro, muere con todos sus compañeros en Tucapel.

Antes y ahora

Los cronistas de la época dejan ver en ocasiones que al encontrarse los españoles y los indios, tanto en el Perú como en otros lugares de América, se produjo a veces una relativa degradación moral de los indios, que ya no se sujetaban a sus antiguas normas, y que todavía no habían asimilado los ideales cristianos. Es ésta, por ejemplo, una tesis continua en la obra de Guamán, cristiano sincero, que idealiza quizá un pasado inca, que él, nacido en 1534, no pudo conocer personalmente. Él piensa que los incas «guardaron los mandamientos y buenas obras de misericordia de Dios en este reino, lo cual no lo guardan ahora los cristianos» (Nueva crónica 912).

Guamán piensa que la atención de huérfanos e inválidos, enfermos y pobres, antes era mejor (898-899). Ahora abundan el juego, las deudas y los robos, cosas que antes apenas se daban (914, 929, 934). Ahora hay pereza y rebeldía en el indio, mientras que antiguamente «el indio tenía tanta obediencia como los frailes franciscanos y los reverendos padres de la Compañía de Jesús. Y así los indios besaban las manos y el corazón del cacique principal para salir a trabajar… Antes había más humildad y caridad y amor del servicio de Dios y de su Majestad en todo este reino. Ahora está perdido el mundo» (876). Antes, «en tiempo de los Incas no había adúlteras, putas, mal casadas» (929), «no hubo adúltera ni lujuriosa mujer, y a ésta luego le mataba en este reino» (861). Pero ahora las indias, en trato con españoles y españolas, se han echado a perder, y «salen muy muchos mesticillos y mesticillas, cholos y cholas. Y así no hay remedio en este reino» (861). Antes «los Incas a los indios, indias borrachos los mandaba matar luego como a perros y puercos. Ahora en esta vida se les perdona por Dios y así recrece más» el vicio (882).

El indio Guamán, al recordar el caído imperio incaico, no quiere que sea restablecido, pero sí que se aplique a los indios conversos una ascética cristiana de dureza incaica. Y así pretende que «todos los indios en este reino obedezcan todo lo que manda la santa madre Iglesia y lo que mandan los prelados y curas y sacerdotes, los diez mandamientos, el evangelio y la ley de Dios que fuere mandado. Y que no pasen de más ni menos. Y a los que pasasen, sea castigado y quemado en este reino» (860)…

En los ingenuos escritos de Guamán se aprecia a veces que le sale el inca, pero en otras ocasiones hace observaciones realmente conmovedoras: «Mira, cristiano lector, aprende de esta gente bárbara que aquella sombra de conocer al Creador no fue poco. Y así procura de mezclar [todo lo bueno que esos indios vivieron] con la ley de Dios para su santo servicio» (62).

Del orden al caos

El socialismo totalitario de los Incas de tal modo era un todo, que una vez descabezado por los españoles, cae totalmente. Ya muy pronto los incas, completamente desorganizados y desmoralizados, no suponen un peligro para los viracochas españoles. Más bien encuentran éstos el peligro en las guerras civiles que ellos mismos producen, hasta dar en un caos de anarquía…

En efecto, por esos años, el Perú era un hervidero de guerras civiles entre los españoles, algo vergonzoso para aquellos indios, tan hechos a la disciplina imperial del Inca. Luchan Francisco Pizarro y Diego de Almagro (1537-1538); pelean a muerte el hijo de Almagro y Vaca de Castro, nuevo gobernador del Perú (1541-1542); se rebela Gonzalo Pizarro contra las Leyes Nuevas que llegan de España, y es muerto el virrey Núñez de Vela (1544-1546); lucha Gonzalo Pizarro contra el licenciado La Gasca, eclesiástico enviado por la Corona con plenos poderes, y el primero es derrotado y muerto (1547-1548); se alza Hernández Girón contra la Audiencia de Lima (1553-1554), y finalmente La Gasca impone la autoridad de la Corona. Sólo entonces el virreinato del Perú se afirma y va adelante.

Del caos al orden

La Gasca trajo al Perú la paz, tras veinte años de caos. Y el virrey Francisco de Toledo estableció el orden, hasta el punto que ha sido llamado «el nuevo Pachacutec» del mundo hispano-incaico. Toledo hizo personalmente una visita larga y minuciosa del antiguo imperio, y tras recoger amplias informaciones de los funcionarios de provincias -publicadas en el siglo XIX en cuatro tomos, con el título Relaciones geográficas de las Indias-, fue configurando un orden nuevo, no indio, ni hispano, sino hispanoindio. Según Louis Baudin, «los destinos de un pueblo han sido rara vez dirigidos por administradores tan grandes como el presidente La Gasca o el virrey F. de Toledo» (Imperio socialista 367).

En efecto, dice el mismo autor en otra obra, «los españoles han destruido los ídolos y los quipos, pérdida irreparable, pero han conservado muchas instituciones y no han tratado de suprimir a los habitantes, como colonizadores menos bienintencionados no han dudado de hacer en otras partes. En un estilo muy actual, el Rey de España designaba al Perú como un «reino de ultramar» y no como una colonia, y lo miraba como una réplica de la metrópoli al otro lado del océano, no como un territorio para explotar. Los indígenas gozaban de las disposiciones protectoras “inverosímilmente modernas” de las leyes de Indias [J. A. Doerig], y ya desde mediados del siglo XVI, Lima vino a ser uno de los grandes centros culturales del Nuevo Mundo» (Les incas 165).


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

Tres iglesias son atacadas y reciben amenazas ante la visita del Papa a Chile

“…«No nos someteremos jamás al dominio que quieren ejercer sobre nuestros cuerpos, nuestras ideas y actos, por que nacimos libres de decidir el camino que queramos tomar. Contra todo religioso y predicador. Cuerpos libres, impuros y salvajes. Atacamos con el fuego del combate haciendo explotar su asquerosa moral», afirma uno de los panfletos encontrados en uno de los ataques a iglesias chilenas que tuvo lugar esta madrugada en Santiago de Chile: «Papa Francisco, las próximas bombas serán en tu sotana», finaliza el texto…”

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Ultimo despojamiento y muerte de San Junípero Serra

Mediado el año, recibió fray Junípero una noticia muy dura. El obispo fray Antonio de los Reyes pensaba ahora entregar a los dominicos las misiones de la alta California, aquellas fundaciones que habían costado a los franciscanos trabajo y sangre durante años.

Fray Junípero estimó injusta e inconveniente la medida, y así lo manifestó con todo respeto; sin embargo, si era preciso beber cáliz tan amargo, la obediencia era en él una actitud absoluta, incondicional: «Así se hará con el favor de Dios, por mi parte, y procuraré lo hagan todos». En todo caso, sea cual fuera la solución final, las misiones debían seguir siendo atendidas con la mayor solicitud: «aunque sepan cierto que nos han de echar… y mientras hacemos la cosa, hagámosla bien».

Fray Junípero, en este tiempo, seguía en Monterrey su vida misionera con los indios, con una alegría y dedicación que hacían suponer, como pensó Palou al visitarle, una salud mejorada. Pero un soldado que conocía al padre hacía años le hizo pensar de otro modo: «Padre, no hay que fiar; él está malo. Este santo Padre, en hablar de rezar y cantar, siempre está bueno, pero se va acabando». El 22 de agosto el San Carlos ancló en el puerto, y su cirujano se apresuró a visitar al padre Serra, que le dejó aplicar sus remedios, sin hacer mayor caso de ellos ni quejarse.

El 26 pidió que todo el día le dejasen a solas en recogimiento, y por la noche repitió su confesión general. El 27 todavía rezó el Oficio Divino, y para recibir el viático, no quiso permitir que Jesús viniera a él, sino que insistió en ir él a su encuentro. Sostenido por los suyos, se llegó como pudo a la iglesia, y allí cantó el Tantum ergo como si estuviera sano, y recibió al Señor de manos del padre Palou, retirándose después todo el día en oración silenciosa. Por la noche, recibió la unción de los enfermos, sentado en una silla de cañas, de las que hacían los indios, y rezó con sus frailes los salmos penitenciales y las Letanías de los santos. En estos días últimos, fray Junípero mantenía siempre entre sus manos una cruz de madera, de un tercio de vara, la que había llevado siempre consigo en sus viajes misionales. Como Cristo, quiso pasar de esta vida a la otra agarrado a la cruz.

El día 28, después de prometer al padre Palou que si Dios, por su misericordia, le concedía llegar al cielo, desde él había de pedir mucho por los religiosos y los indios que dejaba en las misiones, quedó tranquilo, pero poco después le pidió que rociase la celda con agua bendita: «Mucho miedo me ha entrado, mucho miedo tengo, léame la recomendación del alma, y que sea en alta voz, que yo la oiga». Sentado en la silla de cañas, él fue contestando con toda devoción la oración que rezaban el padre Palou, fray Matías Noriega, el cirujano y la oficialidad del San Carlos.

Al final dijo: «Gracias a Dios, gracias a Dios, ya se me quitó totalmente el miedo; gracias a Dios ya no hay miedo, y así vamos fuera». Salieron todos, volvió él a su libro de rezos, tomó una taza de caldo, y al mediodía, después de decirle al padre Palou: «Y ahora vamos a descansar», se retiró a su celda, y vestido con su sayal franciscano, se tumbó sobre las tablas de su catre, cubriéndose con una manta, abrazado a su cruz. Así se durmió en el Señor.

Fray Junípero Serra, a los setenta años y nueve meses de edad, después de casi cincuenta y cuatro años de franciscano, y treinta y cinco años de misionero, habiendo fundado nueve misiones, bautizado más de siete mil indios, y viajado unos nueve mil kilómetros, muchísimos de ellos a pie, consumó santamente la ofrenda de su vida en Monterrey, con toda humildad. Sus pobres sandalias gastadas, el cilicio de cerdas que solía usar, su escasa ropa, que fue partida en trozos, todo fue distribuído estimándolo como reliquias de un santo, aunque el padre Palou recurrió al truco de decir que aquello era «escapulario y cordón de Nuestro Padre San Francisco».

En los funerales solemnes, mientras las campanas sonaban tristemente, un cañón del buque disparaba cada media hora una salva en su honor, y el cañón del fuerte contestaba con otra. Los religiosos de las misiones vecinas, todos los españoles y unos seiscientos indios, asistían emocionados a la despedida de un santo fraile que en su palabra y en su vida les había manifestado a Jesucristo.

En 1948 se inició en Monterrey el proceso para la beatificación de fray Junípero, declarado venerable en 1958, y beatificado por Juan Pablo II el 25 de septiembre de 1988.

Y la historia sigue

Tras la muerte de fray Junípero Serra, la historia de las misiones por él fundadas está marcada por la evolución general de los acontecimientos políticos. La implantación progresiva de la revolución liberal en la mayoría de las naciones cristianas europeas, con las consiguientes persecuciones religiosas, afecta también a América, e incluso de un modo especial, pues las mismas contiendas de la Independencia, a pesar del indiscutible sentimiento católico de la inmensa mayoría de la población, radicalizan aún más la hostilidad antirreligiosa propia del liberalismo.

En México, concretamente, un gobierno liberal de fuerte connotación masónica decreta en 1827 la expulsión de todos los religiosos. Y el 2 de febrero 1848, tras una guerra lamentable, llena de complicidades políticas, México cede a los Estados Unidos por el Tratado de Guadalupe Hidalgo una enorme parte de su territorio nacional, la alta California, Nuevo México y Texas, vastas regiones en las que la presencia hispano-mexicana se había afirmado casi exclusivamente por las fundaciones misionales.

Por cierto que, unos días antes, el 29 de enero, en las ruinas del Desierto de los Leones, el general Scott y sus oficiales victoriosos fueron agasajados por un grupo del Ayuntamiento de México, encabezados por el alcalde, un liberal notorio. Estos patriotas pidieron a los norteamericanos que «no salieran de México sin destruir antes «la influencia del clero y del ejército», y aun hubo quien habló de la anexión nacional a los Estados Unidos» (Alvear Acevedo 258-259)…

El descubrimiento posterior del oro en Sierra Nevada, atrajo una avalancha de aventureros e inmigrantes, que acabó prácticamente con lo poco que quedaba de las misiones, deshaciendo cuanto se había hecho por la población indígena. Los indios, los que no fueron exterminados, se dispersaron y regresaron a su estado primitivo. Y California, concretamente, entró a formar parte en 1850 de los Estados Unidos de América.

Un siglo después de esas fechas, en estos últimos decenios, se produjo en los Estados Unidos una revalorización del legado hispánico, y se restauraron con gran cuidado aquellas históricas misiones franciscanas que, desde su humildad evangélica, dieron origen en la Costa Oeste a grandes ciudades, que hoy están en la vanguardia mundial tanto en técnica y riqueza, como en algunos vicios.

Pero la historia sigue, y «Dios reina sobre las naciones» (Sal 46,9). A pesar de la radical política laicista de los gobiernos de México, casi continua hasta hoy desde los tiempos de Juárez (1857-1872), nunca los hombres han podido desarraigar la fe que Dios allí sembró por los misioneros. Por el contrario, si hoy la fe tiene en México tanta vitalidad y pujanza es porque muchas generaciones, resistiendo tan prolongada persecución, la han afirmado en su vida, y también han sabido morir por ella, al grito de ¡Viva Cristo Rey!


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

Espiritualidad y generosidad de fray Junípero Serra

Un hombre de oración

En medio de tantos trabajos, dificultades y sufrimientos, fray Junípero mantuvo siempre su corazón tranquilo y confiado, centrado en Dios, en su Providencia amorosa. Nunca se desanimaba, por grandes que fueran las adversidades: «No será la voluntad de Dios todavía, comentaba, no estará de sazón la mies. Dios dispondrá lo que fuere de su agrado».

Este santo fraile mantuvo siempre su corazón firme y en paz porque permació en una oración continua y porque se entregó asiduamente a la oración. Lorenzo Galmés escribe: «Testigos fidedignos aseguran que muchas noches su descanso fue la vigilia y la oración. Era menester ganar ante Dios, impetrando su ayuda, lo que no alcanzaban a ganar las fuerzas humanas. Robaba a la noche las horas que a él le había robado el día, y que estaban consagradas a Dios en exclusiva. Muchos testimoniaron también de sus públicas penitencias, como golpearse el pecho con un duro pedrusco para suscitar la contrición; aplicarse duras y sangrientas disciplinas para hacer resaltar el castigo que se merece a causa de los pecados» (246).

La cruz que purifica y salva

El padre Serra, en efecto, llevó siempre una vida sumamente penitente. Vestido con el tosco sayal franciscano, calzado con sandalias de cuero crudo, como las de los indios, sometido, como sus hermanos religiosos, a una dieta sumamente austera -exigida, por otra parte, por las duras condiciones del lugar-, con la salud casi siempre mala, arrastrando su pierna enferma por caminos interminables, aplicándose cilicios y sangrientas disciplinas, se abrazó toda su vida al Crucificado, y en las horas nocturnas de oración encontró siempre su alegría y su fuerza inagotable.

Pero sus mayores sufrimientos procedieron del ardor de su celo apostólico, al tener que soportar en su trabajo misionero interminables dificultades, estúpidamente creadas por una autoridad civil pretendidamente liberal y progresista. En una ocasión le confesó al padre Palou: «Muchas veces he recelado me acabasen la vida las pesadumbres».

Enfermo confirma

El padre Junípero Serra, en realidad, estuvo enfermo toda su vida, pero nunca prestó a su salud sino una atención mínima, la suficiente para seguir sirviendo a Cristo en sus hermanos. En 1783, ya con setenta años, estaba tan agotado por el asma, el dolor intenso en el pecho, y la hinchazón de la pierna llagada, que apenas podía consigo mismo.

Sin embargo, como en julio de 1784 cesaba su licencia para confirmar, hizo un esfuerzo supremo para administrar el sacramento de la confirmación al mayor número posible de indios neófitos. Cuando visitó San Gabriel, pensaron que ya se moría, pero aún pudo seguir a San Buenaventura, su querida fundación recién nacida. En ésta, su alegría fue tan grande, que pareció cobrar nuevas fuerzas. Los indios acostumbraban poner las manos sobre los hombros de fray Junípero, al que llamaban «el Padre Viejo», y éste correspondía poniéndoles su mano con cariño sobre la cabeza.

Hizo visita pastoral a San Luis y San Antonio y, a comienzos de 1784, regresó a su centro habitual, San Carlos de Monterrey. Aquí pasó la cuaresma, sin ahorrarse los trabajos pastorales y ascéticos en él habituales, y a últimos de abril salió hacia el norte, a San Francisco, donde le recibió su gran amigo el padre Palou. Y llegó todavía a Santa Clara, donde, tras unos días de absoluto retiro, hizo con el padre Palou confesión general de todos los pecados de su vida. Cuando regresó a Monterrey, terminadas ya sus licencias para confirmar, había confirmado 5.307 neófitos en sus misiones californianas.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

Orígenes cristianos y católicos de la ciudad de San Francisco

Los santos preferidos de fray Junípero eran sin duda San Francisco y Santa Clara. Y así, cuando al comenzar sus aventuras californianas, hacía planes con su amigo el Visitador Gálvez, en una ocasión le dijo: «Señor mío, ¿y para nuestro Padre San Francisco no hay Misión?»…

Él siempre soñó con dedicar a sus amados San Francisco y Santa Clara de Asís unas misiones hermosas, dignas de ellos. Por eso su alegría fue inmensa cuando, en 1774, después de hartas gestiones suyas, llegó la ansiada autorización del Virrey Bucarelli, que destinaba en principio treinta soldados, con sus familias, para la fundación de San Francisco.

El sitio y el nombre ya estaban elegidos hacía tiempo, a unos 250 kilómetros al norte de Monterrey, en una inmensa bahía capaz de albergar varias escuadras. A mediados de 1776, la expedición enviada, a la que estaban asignados los padres Palou y Cambón, plantó quince tiendas cerca de la bahía, y poco después fue construyendo la iglesia y los edificaciones fundamentales.

Finalmente, el 17 de setiembre fue el día en que se inauguró el humilde núcleo de la que iba a ser una de las ciudades más grandes del mundo. Se siguió el rito acostumbrado: alzamiento de la cruz, Te Deum, misa, acta correspondiente -«nada sin el escribano», parecía ser el lema de España en América-, aclamaciones, vítores y ondear de banderas, disparo de mosquetones, y también salvas desde los cañones del San Carlos, fondeado en el puerto… Los indios, a todo esto, permanecieron ausentes, cosa rara en ellos, pues solían gustar mucho de estos alardes. Y la razón era que acababan de sufrir un ataque de los indios solsona.

Pero no tardó mucho aquella misión en tener su floreciente núcleo de catecúmenos y bautizados. Cuando fray Junípero pudo celebrar en aquella misión la misa de San Francisco de Asís, el 4 de octubre, tenía el corazón encendido y alegre, y decía con entusiasmo: «Esta procesión de Misiones está muy trunca; es preciso que sea vistosa a Dios y a los hombres, que corra seguida; ya tengo pedida la fundación de tres en el canal de Santa Bárbara. Ayúdenme a pedir a Dios se consiga, y después trabajaremos para llenar los otros huecos».

En efecto, como «el Señor está cerca de los que le invocan sinceramente» (Sal 145,18), en la misma bahía inmensa de San Francisco nacían en 1777 la misión de Santa Clara de Asís, y junto a ella, la de un pueblo de españoles, que se llamó San José de Guadalupe.

En ese año, Monterrey se convirtió en capital de California, y sede del nuevo Gobernador, don Felipe de Neve. Así sería posible controlar más de cerca la actividad misionera del padre Serra… Y en 1779 las dos Californias quedaron sustraídas del Virreinato de Nueva España, y puestas bajo un Comandante o Gobernador General, don Teodoro de Croix, con residencia en Sonora. El Virrey tuvo la delicadeza de informarle de lo que el padre Serra significaba en aquellas regiones, y el Gobernador General le escribió a éste: «Hallará en mí cuanto pueda desear para la propagación de la fe y gloria de la religión». Pero eran solo palabras.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

Cae el mito del sexo seguro

“Una obviedad y una sorpresa. La obviedad es que el Gobierno [de España] reconoce que la mitad de los contagios se producen en las relaciones homosexuales. La sorpresa es que, por primera vez, después de décadas de irresponsabilidad, las autoridades recomiendan la abstinencia. Señal de que el sexo seguro no era tan seguro…”

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