Joe Biden pretende que su fe católica guía su vida

“La realidad es que Biden apoya el aborto, la ideología de género y el ataque a la libertad religiosa que supone obligar a instituciones católicas a contratar para sus empleados seguros de salud médico que incluyen métodos anticonceptivos y abortivos. Todo ello fue la causa de que el pasado 28 de octubre se le denegara la comunión al político demócrata por parte del P Robert Morey, párroco de la parroquia de San Antonio en la diócesis de Charleston, Carolina del Sur…”

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¿Cómo se aplicaba la justicia en las reducciones de los jesuítas?

Orden y justicia

El derecho penal era en las reducciones extremadamente benigno para los usos de la época, y la pena de muerte estaba excluída dos o tres siglos antes que en los países de Occidente. «Aunque este gentío es de genio humilde, pacífico y quieto, especialmente después de cristianos, no puede menos de haber en tanta multitud algunos delitos dignos de castigo. En toda la América, los Curas, clérigos y regulares, castigan a sus feligreses indios. Para todos los delitos hay castigo señalado en el Libro de Ordenes: todos muy proporcionados a su genio pueril, y a lo que puede el estado sacerdotal. No hay más castigo que cárcel, zepo y azotes. Los azotes nunca pasan de veinticinco. Todos los encarcelados de ambos sexos vienen cada día a Misa y a Rosario con sus grillos, acompañados de su Alguacil y Superiora».

«El Cura [de la reducción] es su padre y su madre, juez eclesiástico y todas las cosas. Cayó uno en un descuido o delito: luego le traen los Alcaldes ante el Cura a la puerta de su aposento: y no atado y agarrado, por grande que sea su delito. No hacen sino decirle: Vamos al Padre: y sin más apremio viene como una oveja: y ordinariamente no le traen delante de sí, ni en medio, sino detrás, siguiéndoles: y no se huye». El Cura hace sus preguntas y averiguaciones, y quizá concluya: «Y ahora, hijo, que te den tantos azotes. Siempre se les trata de hijos. El delincuente se va con mucha humildad a que le den los azotes, sin mostrar jamás resistencia: y luego viene a besar la mano del Padre, diciendo: Aguyebete, cheruba, chemboara chera haguera rehe: Dios te lo pague, Padre, porque me has dado entendimiento. Nunca conciben el castigo del Padre como cosa nacida de la cólera u otra pasión, sino como medicina para su bien, y en persuadirles esto inculcan los Cabildantes cuando los domingos repiten la plática del Padre. Es tanta la humildad que muestran en estos casos, que a veces nos hacen saltar las lágrimas de confusión» (146-147).


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

Trabajo y descanso: la vida real en las reducciones jesuíticas

Industrias

Pronto se instalaron en las reducciones molinos de viento o de agua, fábricas de azúcar y de aceite, de ladrillos y de tejidos, así como naves para el secado y preparación de la yerba mate. En las herrerías y fundiciones, modestas, pues la región era pobre en metales, se produjeron en seguida campanas, con mineral importado de Conquimbo o de Chile, y en cuanto hubo autorización para armar a los indios, también se fabricaron armas y municiones.

Los funcionarios o misioneros que llegaban a las reducciones quedaban asombrados al ver relojes, órganos y toda suerte de instrumentos musicales o esferas astronómicas, fabricados completamente por los indios. En la reducción de San Juan tenían un reloj en el que iban saliendo los doce apóstoles al dar las campanadas del mediodía. En el río Uruguay y en el Paraná tuvieron también astilleros donde construían naves, bien adaptadas y extremadamente resistentes, para el transporte de sus productos.

Roa Bastos recuerda que «ochenta años antes que en Buenos Aires, capital de la gobernación y luego del virreinato del Río de la Plata, se establecieron en las Misiones las primeras imprentas» (Tentación 34). En ellas se publicaron muchos textos, gramáticas, catecismos y libros espirituales, en lengua guaraní, como la obra Temporal y eterno, publicada en 1705 en las prensas de Loreto, con 67 viñetas y 43 láminas grabadas por artesanos guaraníes. También tenían imprentas Santa María Mayor, San Javier y Candelaria. Este cultivo del lenguaje guaraní, ya iniciado por el franciscano Bolaños, fue decisivo para que la lengua haya podido conservarse viva hasta nuestros días. El provincial Ruiz de Montoya decía que los guaraníes «tanto estiman su lengua, y con razón, porque es digna de alabanza y de celebrarse entre las de fama» (Tentaciones 70). También en las reducciones se imprimieron los mapas geográficos de América más exactos de la época.

Por otra parte, la orientación profesional se practicaba en aquellos poblados misionales dos o tres siglos antes que en el Occidente culto. Y así en los relatos del jesuita Charlevoix, publicados en París en 1747, se dice que en las reducciones «desde que los niños están en edad de poder iniciarse en el trabajo, se les lleva a los talleres y se les coloca en aquellos para los que parecen mostrar más inclinación, ya que se estima que el arte debe estar guiado por la naturaleza» (Lugon 98).

Y lo mismo que sucedió a los misioneros de Nueva España ocurrió también aquí a los jesuitas, que quedaban impresionados al ver la habilidad manual de los indios, y sobre todo su prodigiosa capacidad de imitación.

El jesuita tirolés Anton Sepp, en 1696, observaba: «No pueden inventar ni idear absolutamente nada por su propio entendimiento, aunque sea la más simple labor manual, sino siempre debe estar presente el padre y guiarlos; debe darles sobre todo un modelo y ejemplo. Si tienen uno, él puede estar seguro de que imitarán la labor exactamente. Son indescriptiblemente talentosos para la imitación. Por ejemplo: queríamos tener hermosas puntillas grandes para un altar. ¿Qué hace la india? Toma una puntilla de un palmo de ancha traída de Europa, coge los hilos con la aguja, deshace un poco la puntilla, ve cómo está tejida o tramada y de inmediato hace otra. La nueva es tan parecida a la vieja que no puedes reconocer cuál es la puntilla holandesa o española, y cuál la indígena. Y así es con todas las cosas. Tenemos dos órganos, de los cuales uno fue traído de Europa, mientras el otro ha sido hecho por los indios tan idénticamente, que al principio yo mismo me confundí, tomando el indígena por el europeo. Aquí hay un misal, una impresión de Amberes, de la mejor calidad; allí hay un misal copiado por un indio: no se puede reconocer cuál es el misal impreso y cuál el copiado. Las trompetas son idénticas a las de Nüremberg, los relojes no ceden en nada a los de Augsburgo, famosos en el mundo entero. Hay pinturas que parecen haber sido pintadas por Rubens. En una palabra, los indios imitan todo, mientran tenga un modelo o ejemplo» (Tentación 122).

El talento natural de los indios, en el orden de una vida estable y pacífica, y la organización del trabajo, daba lugar a estas industrias sorprendentes. Así las cosas, bien puede afirmarse que la federación de reducciones guaraníes formó en su tiempo la única nación industrializada de América del Sur (Lugon 98).

Música

Los indios de América, en general, con sus pobres instrumentos ancestrales, no conocían apenas las maravillas del mundo de la música, y quedaban absolutamente fascinados cuando entraban en él. El sonido de las campanas, del violín o del órgano creaban para ellos un mundo mágico, apenas creíble. Esta fuerza misionera de la música fue conocida desde un principio, como ya lo vimos en los franciscanos de México.

Cuando los dominicos del padre Las Casas entraron en la Verapaz, habían enseñado a cuatro indios cristianos unas coplas, que cantaron ante los paganos acompañándose de un teneplaste (madero hueco), sonajas y cascabeles. Éstos quedaron tan encantados «que tuvieron que cantarlas durante ocho días» (MH 6,1949, 503). Y en las reducciones guaraníes, quizá de un modo especial, la música tuvo una extraordinaria importancia, gracias en buena parte a los jesuitas europeos no españoles.

En efecto, el hermano jesuita Louis Berger, originario de la Picardía, enseñó a los guaraníes la música vocal e instrumental. El padre belga Jean Vassaux, de Tournai, de ser maestro de música en la corte de Carlos V pasó a enseñar solfeo y la notación musical más moderna a los indios de las reducciones, y murió en 1623, en Loreto, al servicio de los apestados. De todos modos fue quizá Anton Sepp el mejor maestro de música que hubo en las reducciones. Escuelas de danza, de canto y de música instrumental existían en todas ellas, aplicando estas artes fundamentalmente a la vida religiosa. Los cronistas hablan de que los indios formaban verdaderas orquestas, a un nivel europeo.

Anton Sepp cuenta en una relación de 1696: «En este año ya logré que dominaran sus instrumentos: seis trompetistas de distintas reducciones -cada pueblo tiene cuatro trompetistas-, tres buenos tiorbistas, cuatro organistas… Este año he logrado que treinta ejecutantes de chirimía, dieciocho de trompa, diez fagotistas hicieran tan grandes progresos que todos pueden tocar y cantar mis composiciones. En mi reducción he anotado para ocho niñitos indios el famoso Laudate Pueri. Lo cantan con tal garbo, tal gracia y estilo que en Europa apenas se creería de estos pobres, desnudos, inocentes niñitos indios. Todos los misioneros están llenos de alegría y agradecen al Señor Supremo que, después de tantos años, les haya enviado un hombre que también ponga a la música en buenas condiciones… Cuánto me honran y aman los indios, la modestia y el pudor no permiten describirlo. Yo soy indigno de todo esto, y el mayor pecador y más inútil de todos los siervos en Cristo» (Tentación 118-119). Y añade: «Todos los días de fiesta, después de vísperas y antes de la misa mayor, engalanamos a algunos chicuelos indios en forma hermosa; tan hermosa como los pobres indios no han visto en su vida. Luego representan sus bailes en la iglesia, donde todos están reunidos. También organizamos espectáculos de baile en las procesiones públicas, especialmente en la fiesta del Corpus Christi» (126).

La excelencia de la música en las reducciones, ya desde sus comienzos, fue opinión común. El padre Ripario escribe en 1637 al provincial de Milán que los indios acompañan la misa «con buonissima musica». En 1729, el padre Mathias Strobel dice en una carta dirigida a un jesuita de Viena: «Se creería que esos músicos han venido a la India de alguna de las mejores ciudades de Europa» (146). Y el padre Cardiel, ya anciano y exiliado en Italia, no puede contener las lágrimas cuando evoca «el devotísimo estruendo» de voces e instrumentos que solemnizaba la liturgia en las reducciones: «Todos los días cantan y tocan en la Misa. Al empezar la Misa tocan instrumentos de boca y a veces de cuerdas… causando notable devoción. En el laudate comienzan los tenores y los demás músicos grandes con los clarinetes y chirimías, instando a los niños tiples: laudate pueri, pueri laudate, laudate nomen Domini… (No se maravillen si va mojado de lágrimas este papel). Cantan con tal armonía, majestad y devoción, que enternecerá el corazón más duro. Y como ellos nunca cantan con vanidad y arrogancia, sino con toda modestia, y los niños son inocentes, y muchos de voces que pudieran lucir en las mejores Catedrales de Europa, es mucha la devoción que causan». Y bajando de sus recuerdos extasiados, continúa el padre Cardiel: «Como los misioneros primitivos vieron que estos indios eran tan materiales, pusieron especial cuidado en la música, para traerlos a Dios; y como vieron que esto les traía y gustaba, introdujeron también regocijos y danzas modestas» (117-118).

En las reducciones los padres tenían formado un verdadero Ministerio de ocios y juegos, de modo que con los indios más artistas y dotados organizaban danzas, paradas militares y evoluciones de jinetes en la plaza mayor, que a un tiempo eran entrenamiento bélico, juego y fiesta, sesiones de teatro, procesiones con cantos para ir, regidos por los toques de campana, al trabajo en los campos.

Con todos estos recursos obtenían los misioneros lo que en un principio a ellos mismos había parecido imposible, integrar a aquellos indios en una vida asociada y armoniosa, y estimularles a un trabajo sostenido, aunque sólo fuera unas pocas horas cada día, siendo ellos tan reacios a todo ordenamiento laboral.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

El obispo de Pavía hace una advertencia sobre la ley contra la homotransfobia

“…«Por todo lo que está en juego en el debate en curso ante los cambios de la ley Zan, como obispo y como ciudadano italiano, apelo a todos los políticos de todos los bandos que se preocupan por la verdadera libertad en nuestro país, «en primer lugar» a los parlamentarios católicos: ¡la libertad de pensamiento y de expresión de cada persona, cada familia, cada asociación, cada comunidad religiosa está en cuestión!”

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¿Cómo era la vida en las “reducciones” que tuvieron los Jesuitas?

Urbanismo de las reducciones

El orden de las diversas reducciones era prácticamente idéntico en todas el mismo, también en lo que se refiere al urbanismo. La iglesia, el corazón del poblado, con media docena de campanas al menos, solía ser de piedra, al menos la parte inferior, y sumamente grandiosa, como puede comprobarse hoy al observar sus imponentes ruinas. Su fachada se abría a una gran plaza, de unos 100 por 130 metros, rectangular, rodeada de árboles, con una gran cruz en sus cuatro ángulos, una fuente y la estatua de la Virgen o del patrón alzada sobre columna. Cerraban la plaza los edificios públicos, ayuntamiento, escuela, vivienda de los padres, talleres artesanos, graneros y almacenes, asilo y hospital, casa de viudas, y tras la residencia de los padres una huerta y un gran jardín botánico, de mucha importancia para la selección de semillas y aclimatación de especies.

De la plaza, trazadas a cordel, salían las calles, y en filas paralelas se ordenaban las casas de los guaraníes, cosa común a las ciudades hispanas de América. Manzanas de seis o siete casas quedaban unidas por pórticos, que protegían del sol y de la lluvia; por estas galerías podía recorrerse a cubierto toda la ciudad.

Los jesuitas, no pocos de ellos procedentes de ilustres familias europeas o criollas, hicieron con los indios de albañiles, carpinteros, tejeros y arquitectos. En fin, los visitantes que llegaban a las reducciones, después de días de camino por lugares agrestes y selváticos, quedaban realmente asombrados al ver, sobre todo, aquellas iglesias, algunas, como la de Santa Rosa o la de Corpus, verdaderas catedrales, los edificios sin duda más hermosos de toda la región del Plata.

Gobierno interior

En la comunidad reduccional los caciques, que en cada poblado eran 20 o 30, tuvieron al comienzo bastantes atribuciones, pero poco a poco fueron relegados a la condición decorativa de nobles, en tanto que se desarrolló una organización electiva de todos los cargos y ministerios. Los cargos en general solían ser anuales, de modo que se veían frecuentemente renovados. El Corregidor, en cambio, era autoridad constituída por cinco años, y sólo el Superior general de la federación de reducciones, jesuita, podía deponerle. Con él, venía en importancia el Cabildo o consejo elegido, compuesto de alcaldes, fiscales y otros ministros. El Cura, jesuita, asistía, hacía observaciones, que normalmente eran acogidas, y tenía en ciertas cuestiones un poder que podríamos llamar de veto, pero en general su mayor trabajo era asistir a los indios para que asumieran sus responsabilidades y las ejercitaran.

Piensa Lugon que «es por las elecciones y por el ejercicio de las funciones públicas por lo que los guaraníes adquieren un sentimiento tan vivo de su autonomía nacional y de su responsabilidad frente al bien común» (62). En realidad, aquella gran autonomía que, respecto de las autoridades civiles y eclesiásticas locales, habían conseguido de la Corona las reducciones, ocasionó en éstas muchas ventajas, pero dió lugar también a no pocas sospechas y odiosidades. En todo caso, es evidente que en el régimen comunitario de las reducciones una de las claves más decisivas fue precisamente el aislamiento del mundo hispano americano. Los indios, por este aislamiento autónomo, no sólamente se vieron libres de muchos vicios y tentaciones, escándalos y abusos, sino que también tuvieron ocasión de cobrar conciencia nacional, identidad propia de pueblo guaraní, directamente vinculado a la Corona española.

En todo caso, como decía el padre Cardiel, «todo este concierto es instituído por los Padres: que el indio de su cosecha no pone orden, economía ni concierto alguno. El Padre es el alma de todo: y hace en el pueblo lo que el alma en el cuerpo. Si descuida algo en velar, todo va de capa caída. Dios nuestro Señor, por su altísima providencia, dio a estos pobrecitos indios un respeto y obediencia muy especial para con los Padres; de otra manera era imposible gobernarlos» (70-71).

Por lo demás, ya entonces, como ahora, había intelectuales progresistas que, a mil o diez mil kilómetros de distancia, sin haber pisado jamás la selva, ni conocer siquiera sea de vista a los indios guaraníes, «decían que todo este gobierno era errado», que aquellos indios para hacerse realmente adultos necesitaban tener sus propiedades privadas, su trato con los españoles y su capacidad libre de comerciar; «y los Padres sólo enseñar la Doctrina cristiana».

A lo que responde Cardiel: «Qué más quisiéramos nosotros, que poder conseguir esto, por estar libres de tanto cuidado temporal. Muchas pruebas se han hecho para conseguir algo de esto en diversos tiempos: mas nada se ha podido alcanzar. Si estos indios fueran como los españoles, o como los indios del Perú y Méjico, que antes de la conquista vivían con gobierno de Reyes y leyes, con economía y concierto, con abundancia de víveres, adquiridos labrando sus tierras, en pueblos y ciudades: si fueran de esta raza, casta y calidad, se podía decir eso. Pero son muy diversos. Eran en su gentilismo fieras del campo como se ha dicho. La experiencia ha mostrado que el cultivo de 150 años, que ha que empezaron sus primeras conversiones, sólo ha podido conseguir el amansarlos y reducirlos a concierto, como se ha dicho, de que se admiran mucho los Obispos y otros, considerando lo que eran, teniendo por mucho lo que se ha hecho y conseguido» (92).

Téngase, por lo demás, en cuenta que los mismos jesuitas usaban por esos años de una pedagogía pastoral muy diversa en otras regiones de América, lo que demuestra que la política seguida en las reducciones guaraníes no procedía tanto de principios ideológicos de la Compañía de Jesús, como de la necesidad impuesta por la misma realidad de aquellos indios.

Economía

Siguiendo las instrucciones primeras del padre Torres, las reducciones se centraron económicamente en la agricultura y la ganadería. Los indios hasta entonces conocían sólo un cultivo itinerante: quemaban parte del bosque, se establecían unos años en esas tierras, hasta que las abandonaban al perder la fertilidad. En cambio en las reducciones pudieron perfeccionar mucho la agricultura, no sólo el uso de arados y animales de tracción, sino con la diversificación de cultivos, entre los cuales sobresalió la yerba mate. También la ganadería alcanzó también un desarrollo muy notable en cantidad y calidad, marcando la fisonomía del país hasta nuestros días.

Yapeyú, por ejemplo, llegó a tener más de 200.000 cabezas de ganado. De este modo, el autoabastecimiento era prácticamente completo, y la dieta media de los indios bastante superior a la del mundo circundante. El jesuita José Cardiel da cuenta de las estancias inmensas de ganado, y prevé que para quien no haya conocido directamente las reducciones todos esos datos le parecerán increíbles: «se le hará imposible estancia de cincuenta leguas [unos 280 kilómetros]: gasto de diez mil vacas al año en un pueblo de mil setecientos vecinos: precio de ellas de solo tres reales de plata, etc. Pero es otro mundo aquél. La misma admiración nos causaba a nosotros a los principios. O pensará que las vacas son chicas como carneros: y otras cosas a este modo. Son tan grandes como las de España, o más. Ni las leguas son chicas. Las estancias de Yapeyú [50 leguas por 30] y San Miguel [40 por 20] son las mayores [y a ellas llevaban ganado de varias reducciones]; las demás son de ocho, diez, o a lo más veinte leguas de largo» (79).

Con todo esto, en opinión del francés Clovis Lugon, «ninguna región de América conoció en la época una prosperidad tan general ni un desarrollo económico tan sano y equilibrado» (92), y eso que la jornada laboral con horas limitadas -más reducida en el caso de labores más penosas-, ya se había establecido en las reducciones, con una anticipación de dos o tres siglos respecto de los países más adelantados del Occidente.

Por lo demás, el régimen económico era mixto, privado y comunal, tanto en la propiedad como en el trabajo, tanto en la agricultura como en la ganadería. Muchos europeos y criollos veían mal este excesivo comunismo establecido por los jesuitas, y a veces éstos pretendieron modificarlo en algo, como en la posesión de ganado, pero sin éxito. El padre José Cardiel, escribe: «Hemos hecho en todos tiempos muchas pruebas para ver si les podemos hacer tener y guardar algo de ganado mayor y menor y alguna cabalgadura, y no lo hemos podido conseguir».


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

¿Homenajes vs. Oraciones?

En una de las ceremonias más impresionantes de esta clase, hace poco el rey Felipe VI de España, junto con su familia y con el pleno del gobierno de ese país, rindió un solemne homenaje a las víctimas, mucho más de 20.000, que han perdido la vida en España, por causa de la pandemia del COVID19.

Que se haga un recuerdo sobrio y conmovedor del drama humano que ha enlutado a tantas familias es algo con lo que uno solo puede estar de acuerdo. Que se intenten sacar aspectos positivos y constructivos del hecho es igualmente irreprochable: Es necesario seguir adelante, aprender lecciones, unir por encima de las diferencias, cultivar la solidaridad.

Pero nada de eso, estrictamente hablando, sirve a las víctimas como tales.

Cuando se pierde la perspectiva de la fe, quizá lo mejor que se puede hacer, es un recuerdo solemne y unas palabras bonitas. Cuando en cambio entra en juego la fe, una cosa queda clara: ¡oremos por ellos! ¡Pidamos a Dios por su eterna bienaventuranza! ¡Supliquemos el consuelo que solo Dios puede dar a quienes han tenido una pérdida tan dura!

Incursiones de cazadores de esclavos en Paraguay

Incursiones de los cazadores de esclavos

En los primeros decenios las reducciones hubieron de sufrir graves ataques de bandeirantes o mamelucos, es decir, de paulistas procedentes del Brasil -precisamente fue un misionero jesuita, el padre Nóbrega, quien fundó Sao Paulo-, que entraban en los territorios misonales a la caza de esclavos. Particularmente terribles fueron las incursiones sufridas en las reducciones de Guayrá, que dieron lugar a la gran migración de 1631 decidida por el padre Ruiz de Montoya, y los ataques de 1636, 1638 y 1639.

Todos estos ataques ponían en peligro la existencia misma de las reducciones, y el padre Montoya viajó a Madrid donde consiguió autorización de armar a los indios. En 1640, en efecto, la Corona concedió permiso de usar armas de fuego a todos los indios de las reducciones, con gran escándalo y protesta de los hispano-criollos. Pronto se organizó y adiestró un fuerte ejército, que no hubo de esperar mucho para mostrar su fuerza.

En 1541 se libró una fuerte batalla en Mbororé, sobre el río Uruguay. En unas 900 canoas, se aproximaban 800 bandeirantes, armados hasta los dientes, acompañados por 6.000 tupíes aliados suyos, éstos sin armas de fuego. El ejército guaraní, conducido por el cacique Abiaru, era de 4.000 hombres, 300 de ellos con armas de fuego, que llevaban disimuladas. El padre Rodero hizo la crónica oficial de la pelea. Abiaru, con unos pocos, se adelantó en unas piraguas, y a gritos echó en cara al Comandante paulista la vergüenza de que gente que se decía cristiana viniera a quitar la libertad a otros hombres que profesaban la misma religión. El Comandante no respondió nada y su flota siguió avanzando. Estalló por fin la lucha, y en el río los paulistas y tupíes sufrieron tal descalabro que hubieron de refugiarse en tierra, donde al día siguiente continuó la batalla, con clara victoria guaraní.

Con eso se terminaron para siempre las grandes razzias procedentes del Brasil para la captura de esclavos. La fuerza armada guaraní fue tan potente que el Virrey del Perú, conde de Salvatierra, la nombró defensora de la frontera hispanolusa, y de hecho pudo impedir en adelante todos los intentos portugueses por entrar en el Río de la Plata. Pero antes de 1641 las reducciones sufrieron el horror de unos 300.000 indios cautivos. Se calcula que sólamente entre 1628 y 1630 los paulistas hicieron en las reducciones unos 60.000 esclavos. Cristianos viejos encadenaban a cristianos neófitos para venderlos como esclavos…


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

Mi tiempo en prisión – Cardenal George Pell

“Mi fe católica me sostuvo, especialmente el comprender que mi sufrimiento no era inútil sino que lo podía unir al de Cristo Nuestro Señor. Nunca me sentí abandonado, sabiendo que el Señor estaba conmigo, incluso cuando no entendía lo que Él estaba haciendo durante la mayor parte de esos trece meses…”

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Las reducciones jesuíticas del Paraguay

Las reducciones jesuíticas del Paraguay

Las reducciones de la Compañía en el territorio que hoy ocupa en su mayor parte Paraguay han merecido un lugar muy especial en la historia de las misiones católicas.

Hay una abundante bibliografía sobre las reducciones, y de ella destacaremos sólo algunas obras, como la del padre alavés José Cardiel (1704-1781), muchos años misionero en Las misiones del Paraguay; Pablo Hernández, Organización social de las doctrinas guaraníes , obra importante que no he podido consultar; Raimundo Fernández Ramos, Apuntes históricos sobre Misiones; Maxime Haubert, La vida cotidiana de los indios y jesuitas en las misiones del Paraguay; Clovis Lugon, La république des Guaranis; les jesuites au pouvoir; Alberto Armani, Ciudad de Dios y Ciudad del Sol; el «estado» jesuita de los guaraníes (1609-1768). Es también muy interesante la obra, más arriba citada, Tentación de la utopía, pues recoge muy variados documentos de los mismos misioneros jesuitas de las reducciones.

Desde un comienzo, las instrucciones del padre provincial Diego de Torres, dadas a los misioneros expedicionarios, expresan ya el planteamiento fundamental que va a regir en las reducciones durante siglo y medio. Los misioneros, al hacer las reducciones, deben elegir bien el pueblo, el cacique, las tierras y lugares más convenientes. Han de asegurar en seguida el desarrollo de los trabajos agrícolas y ganaderos que aseguren el sustento de la población, que tendrá unos 800 o 1.000 indios.

«Cuanto más presto se pudiere hacer, con suavidad, y gusto de los indios, se recojan cada mañana sus hijos a deprender la doctrina y de ellos se escojan algunos, para que deprendan a cantar, y leer…». Y en fin, «con todo el valor, prudencia y cuidado posible, se procure que los españoles no entren en el pueblo, y si entraren, que no hagan agravio a los indios… y en todo los defiendan [los misioneros], como verdaderos padres y protectores». Tres expediciones de jesuitas partieron inmediatamente con un ímpetu misional formidable. San Roque González, misionero jesuita, criollo de la Asunción, escribiría más tarde en una carta: «Creo que en ninguna parte de la Compañía hubo mayor entusiasmo, mejor voluntad y más empeño» (Tentación 70).

La misión entre los guaycurús, cerca de Asunción, al otro lado del Paraná, fue encomendada, la primera, en mayo de 1610, a los padres Griffi y Roque González. Fue un fracaso, y los dos intentos posteriores, en 1613 y 1626, también lo fueron. Aún habría otros intentos en el XVII, pero finalmente hubo que desistir, porque los guaycurús en modo alguno aceptaban sujetarse a vivir en pueblos, acostumbrados a su vida en la selva.

La misión entre los guaranís, en el Paraná, encomendada a los padres Lorenzana y San Martín, a los que pronto se unió Roque González, tuvo buen éxito, y nació en 1610 la primera reducción, la de San Ignacio Guazú (grande), y en seguida Itapúa, Santa Ana, Yaguapá y Yuti. Los jesuitas visitaron al venerable franciscano Bolaños, que se hallaba entonces por aquella zona, y se ayudaron con su experiencia.

La misión entre los guayrás, en la región de Guayrá, en la parte del Brasil que toca con el nordeste del Paraguay actual, arraigó también felizmente. Los padres italianos Cataldino y Masseta iniciaron en julio de 1610 las dos primeras reducciones, San Ignacio y Loreto; en ésta última había ya un cierto número de indios bautizados por los padres Ortega y Filds.

El padre Roque González, por su parte, fundó nuevas reducciones entre los ríos Paraná y Uruguay, como la de Concepción, en 1619, con unas 500 familias, que fue el primer centro misional de la región uruguaya. Posteriormente nacieron las de San Nicolás de Piratiní, Nuestra Señora de la Candelaria de Ibicuy, San Francisco Javier de Céspedes, Nuestra Señora de los reyes de Ypecú, Nuestra Señora de la Candelaria de Ivahi, Asunción, santos mártires del Japón de Caaró. En ésta precisamente fueron martirizados los tres santos jesuitas de los que en seguida hablaremos.

Las poblaciones misionales se multiplicaron con suma rapidez, sobre todo después de la llegada del padre Antonio Ruiz de Montoya, que de 1620 a 1637 dió gran impulso a las reducciones, como superior general. Él mismo compuso un léxico Tesoro de la lengua guaraní, perfeccionando el vocabulario de Bolaños, y escribió la crónica de la Conquista espiritual hecha por los religiosos de la Compañía de Jesús en las provincias de Paraguay, Paraná, Uruguay y Tape.

Hacia el 1700 la provincia jesuítica del Paraguay tenía 250 religiosos, de los cuales 73 trabajaban en las 30 reducciones ya fundadas: 17 en torno al río Uruguay, que dependían del obispado de Buenos Aires, y 13 cerca del Paraná, pertenecientes a la diócesis de Asunción. En ellas vivían 90.000 indios, que formaban 23.000 familias. Las visitas episcopales fueron muy raras, sólo siete en 158 años.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

La política a favor de la familia en Hungría funciona

“La Ministra para la Familia y la Juventud del gobierno de Hungría ha informado del éxito de las políticas pro-familia del ejecutivo presidido por Viktor Orban. El país centroeuropeo está en su mayor tasa de matrimonios en 40 años, la menor de divorcios en 60, con una natilidad creciente y un descenso en el número de abortos…”

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