En la Liturgia de la Palabra, hemos escuchado la parábola del sembrador (Mateo 13,1-9), de la cual casi siempre se hacen dos interpretaciones o reflexiones, que giran en torno a dos aspectos: la tierra y la semilla.
– Semilla: la palabra de Dios que él va sembrando a través de sus predicadores en nuestras mentes y corazones y de la cual debemos dar fruto.
– La tierra: Somos nosotros el lugar que Dios se ha escogido para que esa palabra sea sembrada y según nuestra disposición esa semilla de la Palabra crecerá y dará fruto abundante o no.
Pero hoy quiero invitarlos a pensar no en la semilla ni tampoco en la tierra, sino en el sembrador. ¿Por qué? Porque como lo han afirmado algunos de nuestros pensadores dominicos, la figura que mejor refleja lo que es un maestro, es precisamente ésta, la de un sembrador o jardinero.
Eso son ustedes mis queridos maestros, unos sembradores. Con todo lo que esa palabra significa y con toda la humildad que esa palabra encierra.
La misión del maestro es así de sencilla: sembrar en sus discípulos la semilla del conocimiento, de la curiosidad, de la creatividad, de los valores, para que ellos, como lo hacen las plantas se desarrollen desde si, con sus potencialidades, sus capacidades, sus fortalezas, sus dones y den fruto para sí y para los demás.
Desde esta perspectiva del maestro como sembrador o jardinero, me gustaría compartir con ustedes algunas de las condiciones que creo hemos de tener nosotros. Lo voy a hacer aplicándoles hoy una FUERTE DOSIS DE VITAMINA C. ¿Por qué de vitamina C? porque todas las palabras de las cuales me voy a servir empiezan por la letra C, así que manos a la obra:
Un maestro, como un buen sembrador o jardinero que es, debe ser o tener:
1. Conocimiento: Un sembrador conoce bien su terreno, conoce bien las semillas, sabe de nutrientes, de abonos, sabe dónde sembrar.
Un buen maestro por su parte:
* Conoce a sus estudiantes, conoce su ritmo de aprendizaje, conoce sus motivaciones, sus inquietudes.
* Como un buen sembrador, el maestro sabe cuál es el mejor ambiente de aprendizaje y crecimiento de sus discípulos.
* Así mismo, un buen maestro, conoce su disciplina y sabe lo que enseña. Hoy más que nunca los estudiantes se dan cuenta cuándo los “cañamos”, cuándo les engañamos enseñándoles cosas que no son
* Un buen maestro conoce la realidad. Para enseñar cómo se debe vivir o desempeñarse en la vida, hay que conocer el mundo. Para generar conciencia de la problemática, hay que hacerlos mirar al mundo, porque nuestros discípulos no pueden vivir como en una burbuja, como en una cuarentena permanente. Les debemos generar sensibilidad por el dolor del otro, por el sufrimiento de los demás.
2. Confianza, creer: El sembrador cuando siembra tiene confianza en la semilla, sabe que la esparce y que va a desarrollarse.
Un buen maestro:
* Cree en sí mismo,
* Cree en sus estudiantes, confía en sus capacidades, en lo que pueden hacer y llegar a ser.
* Genera confianza en ellos.
* Confía también en Dios, en la fuerza del Espíritu Santo que nos da sabiduría y que abre las mentes y corazones de nuestros estudiantes.
3. Creatividad: El sembrador debe buscar siempre nuevas maneras de sembrar y cultivar. En tierras áridas debe devanarse los sesos para ver cómo saca lo mejor de la tierra y de las semillas.
Un buen maestro:
* Tiene la capacidad casi innata de innovar, de generar nuevos conocimientos, nuevas estrategias y métodos de aprendizaje
* Hoy más que nunca se nos está pidiendo creatividad para enseñar. Nuestros métodos han quedado obsoletos, hay que estar en continua creación y recreación.
* Rompe esquemas para que sus estudiantes sean los primeros constructores de su conocimiento, para que sean los primeros responsables de su formación, para que sean agentes activos y no pasivos de su educación.
* Tiene creatividad para generar nuevos escenarios y experiencias de enseñanza aprendizaje.
4. Cualificación permanente: Un sembrador siempre está al tanto de lo que puede ayudarle a mejorar su cosecha. No se queda con lo que aprendió de niño, es inquieto, explora y sobre todo aprende todos los días de la naturaleza.
Un buen maestro:
* Ha de tener siempre un corazón de discípulo: capacidad de aprender, de cualificarse todos los días. No se puede contentar con lo que recibió en la universidad.
* Aprende siempre nuevas maneras, metodologías y técnicas de enseñanza.
* Está actualizado sobre los avances de la materia que enseña, de los avances de la psicología del aprendizaje, de los progresos del mundo de la ciencia y la tecnología.
* Aprende a conocer mejor a sus estudiantes, sus inquietudes, sus dudas, sus problemas, sus temores, sus debilidades.
* Dice San Pablo “Quien no trabaje que no coma”. Nosotros podríamos decir: “quien no estudie que no enseñe”.
5. Comunicación: Un sembrador comunica a la semilla y a las plantas, no sólo agua, nutrientes, sino también una especie de energía que las hace crecer sanas y vigorosas. Un buen maestro:
* Sabe comunicar, sabe trasmitir no sólo sus conocimientos sino también su amor por el estudio, su deseo de conocer cada día más, su espíritu investigativo y de búsqueda de la verdad.
* Sabe comunicar con su vida los valores e ideales que lo mueven. Nuestros discípulos, lo hemos escuchado muchas veces, aprenden más que por las palabras, con el ejemplo.
* Sabe llegar a sus estudiantes, se adapta a sus capacidades, a su manera de aprender, se preocupa porque entiendan, porque asimilen, porque reciban el mensaje.
* Convence porque habla con seguridad, con entusiasmo, con alegría, con convicción.
6. Calma, constancia y paciencia: Si algo tiene un sembrador es paciencia. Sabe esperar, sabe que su siembra no es de un día para otro.
Un buen maestro:
* Sabe también esperar, tiene paciencia a sus estudiantes, va al ritmo del estudiante y no a su propio ritmo.
* Sabe entender a los que se demoran más en aprender, incluso a los que no quieren aprender.
* Tiene paciencia con el indisciplinado, con el crítico, con el que no está de acuerdo con él o con las normas, etc.
* No se desanima, es constante en su quehacer y con los que más dedicación requieren.
7. Cariño, cuidado y cercanía (especialmente hacia los más débiles): Dicen las abuelas y las mamás que si uno quiere que las plantas crezcan bonitas, hay que hablarles, decirles palabras agradables, acariciarlas, hacerles sentir amor.
* La tradición tomista nos habla de dos vías para formar: la via amoris y la via temoris. El camino del amor o el camino del temor. Desde una perspectiva evangélica y dominicana, debemos mover a nuestros discípulos no por temor sino por amor, no por miedo al castigo o a las represalias o incluso a una baja nota, sino por amor, por amor entrañable a un ideal, a un sueño. Es más importante hacerse amar que hacerse temer.
* Hoy más que nunca nos hemos dado cuenta de lo valioso que es el encuentro, el abrazo, la cercanía. La distancia nos hace apreciar el calor humano, la proximidad con el otro, el valor de los compañeros. Cuánta falta nos les hará a ustedes sus estudiantes, es por eso que un buen maestro sabe estar cerca de sus estudiantes, sabe brindarles cariño, amor, empatía, comprensión.
* Tiene especial predilección por los más débiles, por los que se sienten o son rechazados, por los que no tienen las mismas capacidades. El Papa Francisco al hablar a un grupo de profesores les decía que no podemos repetir en la escuela, el colegio o la universidad, los esquemas o estructuras de exclusión que mueven al mundo.
* Así que un buen maestro se preocupa por todos sus estudiantes, pero especialmente por los que más necesitan de su cariño, comprensión y ayuda.
* El amor que siente el maestro por sus discípulos es el amor que lo lleva a alegrarse de sus triunfos, de sus éxitos y a sufrir con sus derrotas y fracasos.
8. Comunión: El sembrador sabe que tiene que generar comunión con los demás campesinos. Ellos son generosos en compartir las experiencias, se ayudan ante las pestes, ante las dificultades y comparten sus experiencias exitosas. El sembrador no sólo está en comunión con sus compañeros, sobre todo está en comunión con Dios, se siente su más fiel colaborador en la obra de la creación.
Un buen maestro:
* Ha de estar en comunión con sus estudiantes, crear vínculos de amor y empatía.
* Tiene que estar en comunión también con sus compañeros, hacer equipo. No puede ser una isla.
* Tiene que estar en comunión con la institución, con sus jefes. Compartir sus valores, sus principios, su misión.
* Tiene que estar en comunión con Dios, del cual se siente su más humilde ministro.
Apreciados maestros, podría incrementar más la dosis de vitamina C, con otras tantas palabras como, por ejemplo, comprensión, carácter, criticidad, compasión, colaboración, cooperación, conciencia, etc., pero se las dejo a ustedes de TAREA para que mediten y reflexionen en ellas.
Antes de terminar quisiera agradecerles por su delicada y comprometida labor docente. En nombre de toda la comunidad dominicana de Colombia, Dios les pague por todo el bien que hacen a nuestro País y a nuestra amada Iglesia. Que Dios los bendiga.
Fr. Diego O. Serna S., OP