El otro don de lenguas

Encomiendo de todo corazón, a diario, que el Señor nos conceda el don de lenguas. Un don de lenguas, que no consiste en el conocimiento de varios idiomas, sino en saber adaptarse a la capacidad de los oyentes. -No se trata de “hablar en necio al vulgo, para que entienda”; sino de hablar en sabio, en cristiano, pero de modo asequible a todos. -Este don de lenguas es el que pido al Señor y a su Madre bendita para sus hijos.

Más pensamientos de San Josemaría.

Lenguas indígenas en lo que hoy son Colombia y Venezuela

Carlos E. Mesa, al estudiar La enseñanza del catecismo en el Nuevo Reino de Granada (299-334), consigna algo tan obvio como impresionante: «América es un continente bautizado… El hecho está ahí y supone un esfuerzo enorme, casi milagroso» (299). En efecto, supone ante todo un esfuerzo enorme, casi milagroso, de catequización. Y en esta formidable tarea el medio primero era, por supuesto, el aprendizaje de las lenguas, innumerables entre los indios de Nueva Granada.

Todavía en 1555, en las ordenanzas de Cartagena de Indias para la doctrina de los indios, se disponía que la doctrina fuese enseñada «en la lengua vulgar castellana» (309). Pero sin tardar mucho, también en esta región de la América hispana, los misioneros supieron enfrentar el desafío, aparentemente insuperable, de la multiplicidad de las lenguas indígenas.

En cuanto podían, procuraban sacar vocabularios de las diversas lenguas, y componer o traducir en ellas un catecismo. Así, con un empeño admirable, fueron ganando para el Evangelio -y para la lingüística de todos los tiempos- las principales lenguas de los pueblos de la zona: entre otras el mosca (dominico Bernardo de Lugo, natural de Santa Fe, 1619), el chibcha (los jesuitas Dadey, Coluccini, Pedro Pinto y Francisco Varáiz), el achagua (los jesuitas Juan Rivero y Alonso de Neira), el zeona (Joaquín de San Joaquín, en 1600), el páez (el presbítero Eugenio de Castillo y Orozco, en 1775), el betoyés (el jesuita José de Gumilla), el sarura (el jesuita Francisco del Olmo), y el sáliva (agustinos Recoletos o Candelarios, en 1790) (302-303).

Por lo que se refiere a Venezuela, antes de 1670 el padre Nájera, capuchino, había impreso un Catecismo y Doctrina en la lengua de «los indios chaimas o coras de la provincia de Cumaná, y en la de los negros de Arda», que no se conserva. Y el también capuchino Francisco de Tauste compuso un Arte y vocabulario de la lengua de los indios chaimas, cumanagotos, cores, parias y otros diversos de la Provincia de Cumaná o Nueva Andalucía, con un tratado a lo último de la Doctrina cristiana y Catecismo de los misterios de nuestra santa fe, impreso en Madrid en 1680.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

La Vocación, 07 de 16, El criterio paulino sobre los dones y vocaciones

[Retiro espiritual en el Monasterio de la Inmaculada Concepción, en Floridablanca, Santander, Colombia. Julio de 2013.]

Tema 7 de 16: El criterio paulino sobre los dones y vocaciones

* La Primera Carta a los Corintios habla con particular abundancia y elocuencia sobre los carismas. Los capítulos 12 a 14 reflejan, en particular, una controversia propia de aquel tiempo, entre el don de lenguas y el don de profecía.

* Lo que solemos entender como “don de lenguas” alude a una experiencia fuerte del amor y la soberanía de Dios; algo tan fuerte que nos deja sin palabras. Un tipo de experiencia así sólo puede hacer bien en quien la recibe.

* Lo que Pablo entiende por “don de profecía” apunta a la conciencia que la comunidad creyente tiene de ser alimentada y sobre todo guiada por un Dios que nunca está lejano ni ajeno. En Efesios 2, Pablo deja ver que, junto a los apóstoles, que dan testimonio fiel del Señor Jesús, están los “profetas” que hacen resonar la voz del Espíritu. De ese modo, el Hijo y el Espíritu reinan entre los creyentes y los conducen a la fidelidad en el amor a Dios Padre.

* En ese contexto, el don de profecía es claramente superior al don de lenguas. no por asunto de cuál es más extraordinario sino porque aquello que construye la unidad en la comunidad decididamente responde mejor y más directamente al plan de Dios. Este criterio paulino ha de considerarse vigente para toda vocación.