Las relaciones entre trabajo y capital

276 El trabajo, por su carácter subjetivo o personal, es superior a cualquier otro factor de producción. Este principio vale, en particular, con respeto al capital. En la actualidad, el término « capital » tiene diversas acepciones: en ciertas ocasiones indica los medios materiales de producción de una empresa; en otras, los recursos financieros invertidos en una iniciativa productiva o también, en operaciones de mercados bursátiles. Se habla también, de modo no totalmente apropiado, de «capital humano », para significar los recursos humanos, es decir las personas mismas, en cuanto son capaces de esfuerzo laboral, de conocimiento, de creatividad, de intuición de las exigencias de sus semejantes, de acuerdo recíproco en cuanto miembros de una organización. Se hace referencia al « capital social » cuando se quiere indicar la capacidad de colaboración de una colectividad, fruto de la inversión en vínculos de confianza recíproca. Esta multiplicidad de significados ofrece motivos ulteriores para reflexionar acerca de qué pueda significar, en la actualidad, la relación entre trabajo y capital.

277 La doctrina social ha abordado las relaciones entre trabajo y capital destacando la prioridad del primero sobre el segundo, así como su complementariedad.

El trabajo tiene una prioridad intrínseca con respecto al capital: « Este principio se refiere directamente al proceso mismo de producción, respecto al cual el trabajo es siempre una causa eficiente primaria, mientras el “capital”, siendo el conjunto de los medios de producción, es sólo un instrumento o la causa instrumental. Este principio es una verdad evidente, que se deduce de toda la experiencia histórica del hombre ».593 Y « pertenece al patrimonio estable de la doctrina de la Iglesia ».594

Entre trabajo y capital debe existir complementariedad. La misma lógica intrínseca al proceso productivo demuestra la necesidad de su recíproca compenetración y la urgencia de dar vida a sistemas económicos en los que la antinomia entre trabajo y capital sea superada.595 En tiempos en los que, dentro de un sistema económico menos complejo, el « capital » y el « trabajo asalariado » identificaban con una cierta precisión no sólo dos factores productivos, sino también y sobre todo, dos clases sociales concretas, la Iglesia afirmaba que ambos eran en sí mismos legítimos.596 « Ni el capital puede subsistir sin el trabajo, ni el trabajo sin el capital ».597Se trata de una verdad que vale también para el presente, porque « es absolutamente falso atribuir únicamente al capital o únicamente al trabajo lo que es resultado de la efectividad unida de los dos, y totalmente injusto que uno de ellos, negada la eficacia del otro, trate de arrogarse para sí todo lo que hay en el efecto ».598

278 En la reflexión acerca de las relaciones entre trabajo y capital, sobre todo ante las imponentes transformaciones de nuestro tiempo, se debe considerar que « el recurso principal » y el « factor decisivo » 599 de que dispone el hombre es el hombre mismo y que « el desarrollo integral de la persona humana en el trabajo no contradice, sino que favorece más bien la mayor productividad y eficacia del trabajo mismo ».600 El mundo del trabajo, en efecto, está descubriendo cada vez más que el valor del « capital humano » reside en los conocimientos de los trabajadores, en su disponibilidad a establecer relaciones, en la creatividad, en el carácter emprendedor de sí mismos, en la capacidad de afrontar conscientemente lo nuevo, de trabajar juntos y de saber perseguir objetivos comunes. Se trata de cualidades genuinamente personales, que pertenecen al sujeto del trabajo más que a los aspectos objetivos, técnicos u operativos del trabajo mismo. Todo esto conlleva un cambio de perspectiva en las relaciones entre trabajo y capital: se puede afirmar que, a diferencia de cuanto sucedía en la antigua organización del trabajo, donde el sujeto acababa por equipararse al objeto, a la máquina, hoy, en cambio, la dimensión subjetiva del trabajo tiende a ser más decisiva e importante que la objetiva.

279 La relación entre trabajo y capital presenta, a menudo, los rasgos del conflicto, que adquiere caracteres nuevos con los cambios en el contexto social y económico. Ayer, el conflicto entre capital y trabajo se originaba, sobre todo, « por el hecho de que los trabajadores, ofreciendo sus fuerzas para el trabajo, las ponían a disposición del grupo de los empresarios, y que éste, guiado por el principio del máximo rendimiento, trataba de establecer el salario más bajo posible para el trabajo realizado por los obreros ».601 Actualmente, el conflicto presenta aspectos nuevos y, tal vez, más preocupantes: los progresos científicos y tecnológicos y la mundialización de los mercados, de por sí fuente de desarrollo y de progreso, exponen a los trabajadores al riesgo de ser explotados por los engranajes de la economía y por la búsqueda desenfrenada de productividad.602

280 No debe pensarse equivocadamente que el proceso de superación de la dependencia del trabajo respecto a la materia sea capaz por sí misma de superar la alienación en y del trabajo. Esto sucede no sólo en las numerosas zonas existentes donde abunda el desempleo, el trabajo informal, el trabajo infantil, el trabajo mal remunerado, o la explotación en el trabajo; también se presenta con las nuevas formas, mucho más sutiles, de explotación en los nuevos trabajos: el super-trabajo; el trabajo-carrera que a veces roba espacio a dimensiones igualmente humanas y necesarias para la persona; la excesiva flexibilidad del trabajo que hace precaria y a veces imposible la vida familiar; la segmentación del trabajo, que corre el riesgo de tener graves consecuencias para la percepción unitaria de la propia existencia y para la estabilidad de las relaciones familiares. Si el hombre está alienado cuando invierte la relación entre medios y fines, también en el nuevo contexto de trabajo inmaterial, ligero, cualitativo más que cuantitativo, pueden darse elementos de alienación, « según que aumente su participación [del hombre] en una auténtica comunidad solidaria, o bien su aislamiento en un complejo de relaciones de exacerbada competencia y de recíproca exclusión ».603

NOTAS para esta sección

593Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens, 12: AAS 73 (1981) 606.

594Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens, 12: AAS 73 (1981) 608.

595Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens, 13: AAS 73 (1981) 608-612.

596Cf. Pío XI, Carta enc. Quadragesimo anno: AAS 23 (1931) 194-198.

597León XIII, Carta enc. Rerum novarum: Acta Leonis XIII, 11 (1892) 109.

598Pío XI, Carta enc. Quadragesimo anno: AAS 23 (1931) 195.

599Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 32: AAS 83 (1991) 833.

600Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 43: AAS 83 (1991) 847.

601Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens, 11: AAS 73 (1981) 604.

602Cf. Juan Pablo II, Discurso a la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales (6 de marzo de 1999), 2: AAS 91 (1999) 889.

603Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 41: AAS 83 (1991) 844.


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¿También el dinero tiene que ver con dar la comunión a los re-casados?

“En Alemania, la Iglesia se financia a través de un sistema peculiar. Los ciudadanos se inscriben públicamente en un registro oficial como pertenecientes a una religión particular o a ninguna y, a la hora de hacer la declaración de Hacienda, tienen que pagar un impuesto religioso especial y bastante cuantioso (casi un 10% de los impuestos totales), el llamado Kirchensteuer o “dinero de la Iglesia”, en beneficio de ese grupo religioso…”

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Vivir la fe en público

Hay quienes yerran por flaqueza -por la fragilidad del barro con que estamos hechos-, pero se mantienen íntegros en la doctrina. Son los mismos que, con la gracia de Dios, demuestran la valentía y la humildad heroicas de confesar su yerro, y de defender -con ahínco- la verdad.

Tengamos la valentía de vivir pública y constantemente conforme a nuestra santa fe.

Para convencerse de que resulta ridículo tomar la moda como principio de conducta, basta mirar algunos retratos antiguos.

Me gusta que ames las procesiones, todas las manifestaciones externas de nuestra Madre la Iglesia Santa, para dar a Dios el culto debido…, ¡y que las vivas!

«Ego palam locutus sum mundo»: Yo he predicado públicamente delante de todo el mundo, responde Jesús a Caifás, cuando se acerca el momento de dar su Vida por nosotros. -Y, sin embargo, hay cristianos que se avergüenzan de manifestar «palam» -patentemente- veneración al Señor.

Cuando se ha producido la desbandada apostólica y el pueblo embravecido rompe sus gargantas en odio hacia Jesucristo, Santa María sigue de cerca a su Hijo por las calles de Jerusalén. No le arredra el clamor de la muchedumbre, ni deja de acompañar al Redentor mientras todos los del cortejo, en el anonimato, se hacen cobardemente valientes para maltratar a Cristo. Invócala con fuerza: «Virgo fidelis!» -¡Virgen fiel!, y ruégale que los que nos decimos amigos de Dios, lo seamos de veras y a todas las horas.

Más pensamientos de San Josemaría.

Quince consejos de un sacerdote de la Edad Media

Perdí la cuenta del número de personas que consideran el adjetivo “medieval” como un insulto, una especie de arma arrojadiza que te disparan en medio de una conversación, con la secreta o patente esperanza de producirte desconcierto o vergüenza. “¡Ya no estamos en la Edad Media!” “¡Tu postura es medieval!”: este es el tipo de exclamación que debería producir en uno una súbita oleada de confusión y dolor, dejándolo a uno incapaz de continuar con el debate, más allá de unos balbuceos y un pronto entregar las armas.

Por supuesto, las cosas cambian cuando uno empieza a conocer en serio qué fue y qué sigue siendo la grandeza de la llamada “Edad Media,” que, como es sabido, ya desde ese nombre es vista como una especie de paréntesis lamentable entre la verdadera y gran cultura de la Antigüedad, y luego los esfuerzos y logros del llamado “Renacimiento.” Los que se vieron a sí mismos como “hombres del renacer” pretendieron sepultar en ignominia los siglos que les separaban del tiempo antiguo, que se les antojaba libre, creativo y sobre todo feliz, acaso por no estar sujeto a las ataduras de la moral católica–que por ahí van las cosas.

Sea de ello lo que fuere, un sacerdote como yo ha recibido tantas veces el “insulto,” bien entre comillas, de “medieval” que he terminado por asumirlo, aunque no por supuesto como un epíteto que me degrada sino como un apelativo que me hermana con gente de talento y de talante. Y como, por otra parte, voy acercándome a los 50 años de edad, bien está que me considere de la “edad media,” tanto con mayúsculas como con minúsculas.

Aquí van entonces, sin más preámbulos, quince consejos de este sacerdote medieval a sus hermanos sacerdotes. Si son de ayuda, bendito Dios; y si no, la brevedad del lenguaje tuitero hará que no se pierda mucho tiempo.

  1. Nada puede reemplazar nunca el valor de tu tiempo a solas con Jesucristo.
  2. No eres dueño de los sacramentos pero, si los celebras con viva fe y amor, serán tu principal alimento espiritual.
  3. Si la Cruz de Cristo no está con la debida frecuencia en tu predicación, ten la certeza de que te estás volviendo irrelevante.
  4. Serás instrumento de Cristo si tu voz llama con igual fuerza al arrepentimiento sincero y a la confianza total en la gracia divina.
  5. El sacerdote que no predica con su vida y palabra la conversión está predicando a gritos: “¡Yo sobro!”
  6. Incluso los que estén en desacuerdo contigo te agradecerán que seas claro en la doctrina; tienen derecho a saber a qué atenerse.
  7. Las conquistas pastorales que violentan la doctrina de la Iglesia terminan en desengaños amargos para todos.
  8. Busca en lo posible ser amigo de familias y no sólo de personas.
  9. Las preguntas más útiles para un pastor de almas son: ¿A quiénes no estoy tomando en cuenta? ¿De quiénes me estoy olvidando?
  10. Sé muy prudente en política: cada vez que apoyas abiertamente un partido estás declarando a la Iglesia enemiga de los demás partidos.
  11. Jamás hagas publicidad ni permitas que los medios conviertan una oración de liberación o un exorcismo en un espectáculo.
  12. Si olvidas al hambriento no estás evangelizando; si el hambriento queda satisfecho con solo pan tampoco estás evangelizando.
  13. La manera de evitar el infierno no es evitar mencionarlo.
  14. No mejores el Evangelio: si Cristo dijo que el camino era estrecho avanza por ahí y muéstralo así con amor a los demás.
  15. No vas a vencer siempre pero si puedes aprender a vencerte cada día un poco más, por amor a Jesucristo.

La dignidad del trabajo humano

La dimensión subjetiva y objetiva del trabajo

270 El trabajo humano tiene una doble dimensión: objetiva y subjetiva. Ensentido objetivo,es el conjunto de actividades, recursos, instrumentos y técnicas de las que el hombre se sirve para producir, paradominar la tierra, según las palabras del libro del Génesis. El trabajo ensentido subjetivo,es el actuar del hombre en cuanto ser dinámico, capaz de realizar diversas acciones que pertenecen al proceso del trabajo y que corresponden a su vocación personal: « El hombre debe someter la tierra, debe dominarla, porque, como “imagen de Dios”, es una persona, es decir, un ser subjetivo capaz de obrar de manera programada y racional, capaz de decidir acerca de sí y que tiende a realizarse a sí mismo.Como persona, el hombre es, pues, sujeto del trabajo».586

El trabajo en sentido objetivo constituye el aspecto contingente de la actividad humana, que varía incesantemente en sus modalidades con la mutación de las condiciones técnicas, culturales, sociales y políticas.El trabajo en sentido subjetivo se configura, en cambio, como su dimensión estable, porque no depende de lo que el hombre realiza concretamente, ni del tipo de actividad que ejercita, sino sólo y exclusivamente de su dignidad de ser personal. Esta distinción es decisiva, tanto para comprender cuál es el fundamento último del valor y de la dignidad del trabajo, cuanto para implementar una organización de los sistemas económicos y sociales, respetuosa de los derechos del hombre.

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El verdadero rostro de la moral católica

“La moral no es una jaula ni una prisión que quita la libertad. El conjunto de reglas, prohibiciones y mandatos que propone, sirve por el contrario para custodiar la libertad, para que el hombre pueda alcanzar, como individuo y como comunidad, su plena realización. Como las reglas de la salud tienen como fin el garantizar nuestro bienestar físico, así las normas morales son las condiciones necesarias para conducir a la persona al pleno desarrollo de sus capacidades de conocimiento y de amor. Tomemos como ejemplo las reglas establecidas por la justicia. Si se respetan, se sirve en una sociedad ordenada y pacífica. Si, por el contrario, no son respetadas se dan gravísimos abusos, como robos, homicidios, discordias, engaños, egoísmos de todo tipo, etc. …”

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Someter a votación la verdad divina y la Palabra de Dios es indigno

“En una entrevista concedida al portal PCH24, Polonia Christiana, Mons. Athanasius Schneider, obispo auxiliar de la archidiócesis de María Santísima en Astana (Kazajistán), analiza la situación de la Iglesia tras el reciente sínodo sobre la familia y el debate sobre la posibilidad de dar la comunión a los divorciados vueltos a casar. El prelado asegura que en el sínodo hubo una clara manipulación por parte de algunos prelados y alaba la labor de periodistas y blogueros católicos que «se comportaban como buenos soldados de Cristo y alertaban de la agenda clerical que buscaba socavar la doctrina perenne de Nuestro Señor»…”

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El valor profético de la Rerum Novarum

267 El curso de la historia está marcado por las profundas transformaciones y las grandes conquistas del trabajo, pero también por la explotación de tantos trabajadores y las ofensas a su dignidad. La revolución industrial planteó a la Iglesia un gran desafío, al que el Magisterio social respondió con la fuerza profética, afirmando principios de validez universal y de perenne actualidad, para bien del hombre que trabaja y de sus derechos.

Durante siglos, el mensaje de la Iglesia se dirigía a una sociedad de tipo agrícola, caracterizada por ritmos regulares y cíclicos; ahora había que anunciar y vivir el Evangelio en un nuevo areópago, en el tumulto de los acontecimientos de una sociedad más dinámica, teniendo en cuenta la complejidad de los nuevos fenómenos y de las increíbles transformaciones que la técnica había hecho posibles. Como punto focal de la solicitud pastoral de la Iglesia se situaba cada vez más urgentemente la cuestión obrera, es decir el problema de la explotación de los trabajadores, producto de la nueva organización industrial del trabajo de matriz capitalista, y el problema, no menos grave, de la instrumentalización ideológica, socialista y comunista, de las justas reivindicaciones del mundo del trabajo. En este horizonte histórico se colocan las reflexiones y las advertencias de la encíclica « Rerum novarum » de León XIII.

268 La « Rerum novarum » es, ante todo, una apasionada defensa de la inalienable dignidad de los trabajadores, a la cual se une la importancia del derecho de propiedad, del principio de colaboración entre clases, de los derechos de los débiles y de los pobres, de las obligaciones de los trabajadores y de los patronos, del derecho de asociación.

Las orientaciones ideales expresadas en la encíclica reforzaron el compromiso de animación cristiana de la vida social, que se manifestó en el nacimiento y la consolidación de numerosas iniciativas de alto nivel civil: uniones y centros de estudios sociales, asociaciones, sociedades obreras, sindicatos, cooperativas, bancos rurales, aseguradoras, obras de asistencia. Todo esto dio un notable impulso a la legislación laboral en orden a la protección de los obreros, sobre todo de los niños y de las mujeres; a la instrucción y a la mejora de los salarios y de la higiene.

269 A partir de la « Rerum novarum », la Iglesia no ha dejado de considerar los problemas del trabajo como parte de una cuestión social que ha adquirido progresivamente dimensiones mundiales.583 La encíclica « Laborem exercens » enriquece la visión personalista del trabajo, característica de los precedentes documentos sociales, indicando la necesidad de profundizar en los significados y los compromisos que el trabajo comporta, poniendo de relieve el hecho que « surgen siempre nuevos interrogantes y problemas, nacen siempre nuevas esperanzas, pero nacen también temores y amenazas relacionados con esta dimensión fundamental de la existencia humana, de la que la vida del hombre está hecha cada día, de la que deriva la propia dignidad específica y en la que a la vez, está contenida la medida incesante de la fatiga humana, del sufrimiento, y también del daño y de la injusticia que invaden profundamente la vida social, dentro de cada Nación y a escala internacional ».584 En efecto, el trabajo, « clave esencial »585 de toda la cuestión social, condiciona el desarrollo no sólo económico, sino también cultural y moral, de las personas, de la familia, de la sociedad y de todo el género humano.

NOTAS para esta sección

583Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens, 2: AAS 73 (1981) 580-583.

584Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens, 1: AAS 73 (1981) 579.

585Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens, 3: AAS 73 (1981) 584.

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Empresas que quieren negociar con la capacidad reproductiva de la mujer

“Pon tus óvulos en el congelador y dedícate a trabajar. Es el mensaje que puede deducirse de la nueva prestación ofrecida por empresas como Apple y Facebook a sus empleadas: la posibilidad de costear la congelación de sus óvulos durante sus años más fértiles, que suelen coincidir con los más productivos para el lanzamiento de su carrera profesional. El nuevo incentivo se presenta como un modo de retrasar el reloj biológico, una garantía de maternidad prolongada, de modo que la carrera profesional no se vea afectada por el deseo de tener hijos…”

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El deber de trabajar

264La conciencia de la transitoriedad de la « escena de este mundo » (cf.1 Co7,31)no exime de ninguna tarea histórica, mucho menos del trabajo(cf.2 Ts3,7-15),que es parte integrante de la condición humana, sin ser la única razón de la vida.Ningún cristiano, por el hecho de pertenecer a una comunidad solidaria y fraterna, debe sentirse con derecho a no trabajar y vivir a expensas de los demás (cf.2 Ts3,6-12). Al contrario, el apóstol Pablo exhorta a todos a ambicionar « vivir en tranquilidad » con eltrabajo de las propias manos, para que « no necesitéis de nadie » (1 Ts4,11-12), y a practicar una solidaridad, incluso material, que comparta los frutos del trabajo con quien « se halle en necesidad » (Ef4,28). Santiago defiende los derechos conculcados de los trabajadores: « Mirad; el salario que no habéis pagado a los obreros que segaron vuestros campos está gritando; y los gritos de los segadores han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos » (St5,4). Los creyentes deben vivir el trabajo al estilo de Cristo, convirtiéndolo en ocasión para dar un testimonio cristiano « ante los de fuera » (1 Ts4,12).

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Vida Religiosa Renovada, 07 de 12, Vocaciones

[Retiro espiritual con las Hermanas Dominicas de la Inmaculada, de la Provincia de Santa Rosa, en el Perú. Octubre de 2014.]

Tema 7 de 12: Vocaciones

* Cuando el Espíritu nos llama a ser Iglesia nos llama también a servir en la Iglesia, y por ello nos concede dones y carismas, a cada uno en particular. De ese modo, al acogernos nos llama a vocaciones particulares.

* Es mucho lo que puede aprenderse viendo algunas vocaciones específicas del Nuevo Testamento:

+ De Pedro aprendemos que Dios nos lleva a otro nivel: de pescador de peces a pescador de hombres.

+ De Santiago aprendemos que los rasgos fuertes de nuestra personalidad pueden servir como camino a la generosidad en la entrega a Dios.

+ De Mateo aprendemos que el que es líder para el mal también puede convertirse y guiar a muchos en el bien.

+ De Simón el Zelote aprendemos que la combatividad es parte del código genético del cristiano.

+ De Natanael Bartolomé aprendemos qué lugar central tiene la transparencia en la vida cristiana, y cómo Cristo no teme que seamos escépticos si de corazón buscamos la verdad y nos rendimos a ella.

+ De Pablo aprendemos que lo que nos sirvió para alejarnos de Dios puede llegar a ser herramienta que Él utilice para extender su Reino.

+ De Juan aprendemos el camino que lleva a la altura de la unión con el Señor, y a dejar toda mediocridad.

¿Es contrario a la Biblia llamar padres a los sacerdotes?

“Continuando con la serie de conversaciones entre amigos sobre temas de apologética, les comparto un nuevo diálogo ficticio tomada del libro “Conversaciones con mis amigos evangélicos” (capítulo 23) en donde se analiza la objeción frecuente que hacen nuestros hermanos evangélicos respecto a si es lícito llamar al sacerdote “padre”. En esta ocasión, los argumentos los he tomado de algunas Webs de apologética protestante. Los nombres de quien participan no son reales…”

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Algunos se cansaron

Es un poco triste reconocerlo pero hay que ser honestos: algunos se cansaron de batallar contra la corriente. Un día se sintieron sin fuerzas, y casi sin darse cuenta, empezaron a dejarse llevar por el fluido suave y el ritmo arrullador de las aguas que iban corriente abajo.

Poco importó en un primer momento que fueran aguas venenosas. Poco importó que hubiera un penetrante hedor que se pegaba a todo: sus palabras, sus ropas, sus casas. La comodidad de dejarse llevar parecía buena razón, y al fin y al cabo, a los malos olores uno termina por acostumbrarse.

Se cansaron de decir que la paga del pecado es la muerte; su discurso cambió, y empezaron a decir que ante todo hay que ser humanos, y que Dios es tan misericordioso que en realidad no importa que pequemos, porque–ya revolcados bien abajo en esas aguas inmundas–les parecía imposible que hubiera condenación. Admitir que puede haber infierno y condenación Cansado?eterna es admitir que uno puede llegar allá si enseña lo que es falso aunque sea seductor. Así que cerraron los ojos y dijeron mirando a las cámaras que Dios no podía ser tan terrible.

Algunos se cansaron de pelear. Entregaron sus armas. Ya no soportaron más que la sociedad los excluyera, que la opinión pública los lastimara, que los medios de comunicación los ignoraran, que los parlamentos aprobaran leyes en contra de lo que siempre se enseñó. Se cansaron de ser sal que fastidia y dejaron de salar. Insípidos, con una sonrisa inocua, con un discurso debidamente censurado y autorizado por el “Nuevo Desorden Mundial” salieron a los púlpitos y a las cámaras y proclamaron que la Iglesia había cambiado. En realidad sólo ellos habían cambiado pero usurparon el nombre de la Esposa de Cristo.

Se cansaron de ser vituperados y maltratados. Cambiaron entonces su enseñanza y la acomodaron a los oídos adúlteros del mundo. Un aplauso sonoro fue la respuesta de parte de ese mundo, que de tiempo atrás esperaba tal cansancio. Los de las tinieblas se miraron y sonrieron con gesto de victoria. El rostro de los enemigos de la Iglesia brillaba con entusiasmo: “¡La hemos derribado!,” se dijeron al ver caer algunas de las altas torres de la Esposa, la Casa de Dios, la Católica.

Y los que se cansaron, y ahora enseñan otra cosa, al oír el estrépito de semejante derrumbe, creyeron que los estaban aplaudiendo. Ya sabes: un derrumbe suena como un aplauso.

Algunos se cansaron. Pero no todos. Hay quien siente dolor y celo. Hay quien hace penitencia y reza. Hay quien predica, así parezca que su voz se pierde en el desierto. Hay quien llora y ora. Y esa oración atraviesa las nubes.

Jesús hombre del trabajo

259 En su predicación, Jesús enseña a apreciar el trabajo. Él mismo « se hizo semejante a nosotros en todo, dedicó la mayor parte de los años de su vida terrena al trabajo manual junto al banco del carpintero »,573 en el taller de José (cf. Mt 13,55; Mc 6,3), al cual estaba sometido (cf. Lc 2,51). Jesús condena el comportamiento del siervo perezoso, que esconde bajo tierra el talento (cf. Mt 25,14-30) y alaba al siervo fiel y prudente a quien el patrón encuentra realizando las tareas que se le han confiado (cf. Mt 24,46). Él describe su misma misión como un trabajar: « Mi Padre trabaja siempre, y yo también trabajo » (Jn 5,17); y a sus discípulos como obreros en la mies del Señor, que representa a la humanidad por evangelizar (cf. Mt 9,37-38). Para estos obreros vale el principio general según el cual « el obrero tiene derecho a su salario » (Lc 10,7); están autorizados a hospedarse en las casas donde los reciban, a comer y beber lo que les ofrezcan (cf. ibídem).

260 En su predicación, Jesús enseña a los hombres a no dejarse dominar por el trabajo. Deben, ante todo, preocuparse por su alma; ganar el mundo entero no es el objetivo de su vida (cf. Mc 8,36). Los tesoros de la tierra se consumen, mientras los del cielo son imperecederos: a estos debe apegar el hombre su corazón (cf. Mt 6,19-21). El trabajo no debe afanar (cf. Mt 6,25.31.34): el hombre preocupado y agitado por muchas cosas, corre el peligro de descuidar el Reino de Dios y su justicia (cf. Mt 6,33), del que tiene verdadera necesidad; todo lo demás, incluido el trabajo, encuentra su lugar, su sentido y su valor, sólo si está orientado a la única cosa necesaria, que no se le arrebatará jamás (cf. Lc 10,40-42).

261 Durante su ministerio terreno, Jesús trabaja incansablemente, realizando obras poderosas para liberar al hombre de la enfermedad, del sufrimiento y de la muerte. El sábado, que el Antiguo Testamento había puesto como día de liberación y que, observado sólo formalmente, se había vaciado de su significado auténtico, es reafirmado por Jesús en su valor originario: « ¡El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado! » (Mc 2,27). Con las curaciones, realizadas en este día de descanso (cf. Mt 12,9-14; Mc 3,1-6; Lc 6,6-11; 13,10-17; 14,1-6), Jesús quiere demostrar que es Señor del sábado, porque Él es verdaderamente el Hijo de Dios, y que es el día en que el hombre debe dedicarse a Dios y a los demás. Liberar del mal, practicar la fraternidad y compartir, significa conferir al trabajo su significado más noble, es decir, lo que permite a la humanidad encaminarse hacia el Sábado eterno, en el cual, el descanso se transforma en la fiesta a la que el hombre aspira interiormente. Precisamente, en la medida en que orienta la humanidad a la experiencia del sábado de Dios y de su vida de comunión, el trabajo inaugura sobre la tierra la nueva creación.

262 La actividad humana de enriquecimiento y de transformación del universo puede y debe manifestar las perfecciones escondidas en él, que tienen en el Verbo increado su principio y su modelo. Los escritos paulinos y joánicos destacan la dimensión trinitaria de la creación y, en particular, la unión entre el Hijo-Verbo, el « Logos », y la creación (cf. Jn 1,3; 1 Co 8,6; Col 1,15-17). Creado en Él y por medio de Él, redimido por Él, el universo no es una masa casual, sino un « cosmos »,574 cuyo orden el hombre debe descubrir, secundar y llevar a cumplimiento. « En Jesucristo, el mundo visible, creado por Dios para el hombre —el mundo que, entrando el pecado, está sujeto a la vanidad (Rm 8,20; cf. ibíd., 8,19-22)— adquiere nuevamente el vínculo original con la misma fuente divina de la Sabiduría y del Amor ».575 De esta manera, es decir, esclareciendo en progresión ascendente, « la inescrutable riqueza de Cristo » (Ef 3,8) en la creación, el trabajo humano se transforma en un servicio a la grandeza de Dios.

263 El trabajo representa una dimensión fundamental de la existencia humana no sólo como participación en la obra de la creación, sino también de la redención. Quien soporta la penosa fatiga del trabajo en unión con Jesús coopera, en cierto sentido, con el Hijo de Dios en su obra redentora y se muestra como discípulo de Cristo llevando la Cruz cada día, en la actividad que está llamado a cumplir. Desde esta perspectiva, el trabajo puede ser considerado como un medio de santificación y una animación de las realidades terrenas en el Espíritu de Cristo.576 El trabajo, así presentado, es expresión de la plena humanidad del hombre, en su condición histórica y en su orientación escatológica: su acción libre y responsable muestra su íntima relación con el Creador y su potencial creativo, mientras combate día a día la deformación del pecado, también al ganarse el pan con el sudor de su frente.

NOTAS para esta sección

573Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens, 6: AAS 73 (1981) 591.

574Juan Pablo II, Carta enc. Redemptor hominis, 1: AAS 71 (1979) 257.

575Juan Pablo II, Carta enc. Redemptor hominis, 8: AAS 71 (1979) 270.

576Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2427; Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens, 27: AAS 73 (1981) 644-647.

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La tarea de cultivar y custodiar la tierra

255 El Antiguo Testamento presenta a Dios como Creador omnipotente (cf. Gn 2,2; Jb 38-41; Sal 104; Sal 147), que plasma al hombre a su imagen y lo invita a trabajar la tierra (cf. Gn 2,5-6), y a custodiar el jardín del Edén en donde lo ha puesto (cf. Gn 2,15). Dios confía a la primera pareja humana la tarea de someter la tierra y de dominar todo ser viviente (cf. Gn 1,28). El dominio del hombre sobre los demás seres vivos, sin embargo, no debe ser despótico e irracional; al contrario, él debe « cultivar y custodiar » (cf. Gn 2,15) los bienes creados por Dios: bienes que el hombre no ha creado sino que ha recibido como un don precioso, confiado a su responsabilidad por el Creador. Cultivar la tierra significa no abandonarla a sí misma; dominarla es tener cuidado de ella, así como un rey sabio cuida de su pueblo y un pastor de su grey.

En el designio del Creador, las realidades creadas, buenas en sí mismas, existen en función del hombre. El asombro ante el misterio de la grandeza del hombre hace exclamar al salmista: « ¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes, el hijo de Adán, para que de él te cuides? Apenas inferior a un dios le hiciste, coronándole de gloria y de esplendor; le hiciste señor de las obras de tus manos, todo fue puesto por ti bajo sus pies » (Sal 8,5-7).

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