Mensaje del Papa Francisco para la Pascua

Queridos hermanos y hermanas, ¡Feliz Pascua!

Jesús ha resucitado de entre los muertos.

Junto con el canto del aleluya, resuena en la Iglesia y en todo el mundo, este mensaje: Jesús es el Señor, el Padre lo ha resucitado y él vive para siempre en medio de nosotros.

Jesús mismo había preanunciado su muerte y resurrección con la imagen del grano de trigo. Decía: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). Y esto es lo que ha sucedido: Jesús, el grano de trigo sembrado por Dios en los surcos de la tierra, murió víctima del pecado del mundo, permaneció dos días en el sepulcro; pero en su muerte estaba presente toda la potencia del amor de Dios, que se liberó y se manifestó el tercer día, y que hoy celebramos: la Pascua de Cristo Señor.

Nosotros, cristianos, creemos y sabemos que la resurrección de Cristo es la verdadera esperanza del mundo, aquella que no defrauda. Es la fuerza del grano de trigo, del amor que se humilla y se da hasta el final, y que renueva realmente el mundo. También hoy esta fuerza produce fruto en los surcos de nuestra historia, marcada por tantas injusticias y violencias. Trae frutos de esperanza y dignidad donde hay miseria y exclusión, donde hay hambre y falta trabajo, a los prófugos y refugiados —tantas veces rechazados por la cultura actual del descarte—, a las víctimas del narcotráfico, de la trata de personas y de las distintas formas de esclavitud de nuestro tiempo.

Y, hoy, nosotros pedimos frutos de paz para el mundo entero, comenzando por la amada y martirizada Siria, cuya población está extenuada por una guerra que no tiene fin. Que la luz de Cristo resucitado ilumine en esta Pascua las conciencias de todos los responsables políticos y militares, para que se ponga fin inmediatamente al exterminio que se está llevando a cabo, se respete el derecho humanitario y se proceda a facilitar el acceso a las ayudas que estos hermanos y hermanas nuestros necesitan urgentemente, asegurando al mismo tiempo las condiciones adecuadas para el regreso de los desplazados.

Invocamos frutos de reconciliación para Tierra Santa, que en estos días también está siendo golpeada por conflictos abiertos que no respetan a los indefensos, para Yemen y para todo el Oriente Próximo, para que el diálogo y el respeto mutuo prevalezcan sobre las divisiones y la violencia. Que nuestros hermanos en Cristo, que sufren frecuentemente abusos y persecuciones, puedan ser testigos luminosos del Resucitado y de la victoria del bien sobre el mal.

Suplicamos en este día frutos de esperanza para cuantos anhelan una vida más digna, sobre todo en aquellas regiones del continente africano que sufren por el hambre, por conflictos endémicos y el terrorismo. Que la paz del Resucitado sane las heridas en Sudán del Sur y en la atormentada República Democrática del Congo: abra los corazones al diálogo y a la comprensión mutua. No olvidemos a las víctimas de ese conflicto, especialmente a los niños. Que nunca falte la solidaridad para las numerosas personas obligadas a abandonar sus tierras y privadas del mínimo necesario para vivir.

Imploramos frutos de diálogo para la península coreana, para que las conversaciones en curso promuevan la armonía y la pacificación de la región. Que los que tienen responsabilidades

directas actúen con sabiduría y discernimiento para promover el bien del pueblo coreano y construir relaciones de confianza en el seno de la comunidad internacional.

Pedimos frutos de paz para Ucrania, para que se fortalezcan los pasos en favor de la concordia y se faciliten las iniciativas humanitarias que necesita la población.

Suplicamos frutos de consolación para el pueblo venezolano, el cual —como han escrito sus Pastores— vive en una especie de «tierra extranjera» en su propio país. Para que, por la fuerza de la resurrección del Señor Jesús, encuentre la vía justa, pacífica y humana para salir cuanto antes de la crisis política y humanitaria que lo oprime, y no falten la acogida y asistencia a cuantos entre sus hijos están obligados a abandonar su patria

Traiga Cristo Resucitado frutos de vida nueva para los niños que, a causa de las guerras y el hambre, crecen sin esperanza, carentes de educación y de asistencia sanitaria; y también para los ancianos desechados por la cultura egoísta, que descarta a quien no es «productivo».

Invocamos frutos de sabiduría para los que en todo el mundo tienen responsabilidades políticas, para que respeten siempre la dignidad humana, se esfuercen con dedicación al servicio del bien común y garanticen el desarrollo y la seguridad a los propios ciudadanos.

Queridos hermanos y hermanas:

También a nosotros, como a las mujeres que acudieron al sepulcro, van dirigidas estas palabras: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado» (Lc 24,5-6). La muerte, la soledad y el miedo ya no son la última palabra. Hay una palabra que va más allá y que solo Dios puede pronunciar: es la palabra de la Resurrección (cf. Juan Pablo II, Palabras al término del Vía Crucis, 18 abril 2003). Ella, con la fuerza del amor de Dios, «ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos» (Pregón pascual).

¡Feliz Pascua a todos!

Dios, las palabras y las obras

Este segundo discurso de Pedro, en el Templo, ilustra bien lo que nos enseñó la Constitución Dei Verbum: Dios se revela a través de palabras y obras, de modo que las obras confirman las palabras y las palabras esclarecen las obras.

¿Cómo hay que evangelizar? El apóstol Pedro nos da siete claves

Características de una buena evangelización:

(1) UNIVERSALIDAD: En principio, deseamos llegar a todos.
(2) CERTEZA: No ofrecemos opiniones sino una verdad profunda de la que nos hacemos responsables con la coherencia de vida.
(3) DENUNCIA DEL PECADO: Porque dejarlo en la penumbra es darle fuerza.
(4) PROCLAMACIÓN DE QUE DIOS ES MÁS GRANDE: Porque donde abundó el pecado sobreabundó la gracia.
(5) CAPACIDAD DE MOVER: Porque sin conversión la labor de evangelizar es ilusoria.
(6) DIMENSIÓN SACRAMENTAL: la fe no queda en ideas o propósitos sino que se celebra y alimenta en los sacramentos.
(7) CARÁCTER ECLESIAL: El propósito es que cada evangelizado descubra su lugar en el Cuerpo de Cristo y pueda así también llegar a ser evangelizador.

Homosexualidad y vocación al sacerdocio

Una persona, que por supuesto desea permanecer completamente anónima, me escribe comentando tres hechos: (1) Reconoce en sí mismo una fuerte tendencia homosexual, y no cree que sea algo pasajero sino profundo y permanente. (2) No desea llevar una vida sexual activa con ningún hombre y comprende que hay algo moralmente incorrecto en la intimidad entre personas del mismo sexo. (3) Considera que quizás está llamado a ser sacerdote y ha encontrado incluso un obispo que, sabiendo su situación, ve en él un posible candidato. * La pregunta es si yo le recomiendo que siga con su proyecto vocacional.

* * *

La recomendación es: no aconsejo seguir en ese proyecto, como lo llamas.

La vida de celibato en castidad cuando hay una clara tendencia homosexual no es fácil, y su modo de dificultad no es siempre fácil de entender tampoco. Mucha gente en nuestra cultura cree que la tendencia homosexual es algo así como: “A este le gustan las mujeres, y a este otro, los hombres” Como si se tratara de “A este le gusta el helado de fresas y a este otro el de ron con uvas pasas” La experiencia muestra que no es así. Y por eso alcanzar la serenidad y sano dominio de sí mismo no es igual para el heterosexual y para el homosexual.

Mi experiencia en trato cercano con personas de tendencia homosexual, sean varones o mujeres, es que la persona tiene que invertir mucho de su energía interior para ser fiel al Señor. Porque no es solo vigilar el deseo sino cuestionar al deseo mismo. Si la persona no cuestiona el deseo, en efecto, se enfrenta a otra tensión, que puede ser muy violenta: “¿Y por qué no se me permite ser feliz y realizarme como yo quiero, puesto que no le hago mal a nadie?”

El esfuerzo, doble o triple, de vigilar el deseo y a la vez cuestionar el deseo hace que la persona con tendencia homosexual concentre una gran parte de sus recursos emocionales y espirituales en cuidar su propio corazón. Si esto se hace por amor a Dios y al prójimo es un ejercicio santo, y un camino de verdadero crecimiento en Dios. Como todo bautizado, también esta persona está llamada a la santidad, y su esfuerzo interior, muchas veces heroico y silencioso, si está cargado de amor a Dios y a los hermanos, es muy meritorio.

Pero a la vez, ese esfuerzo muestra por qué resulta extremadamente imprudente sugerir un servicio sacerdotal a quien tiene tendencia homosexual. El ministerio tiene su propia carga, a veces increíblemente dura, de exigencia emocional. Las personas que vienen a nosotros los sacerdotes suelen estar en condiciones de carencia afectiva, vulnerabilidad emocional, dependencia profunda, desorientación grave. Buscan refugio, guía, sanación, y si creen de verdad en el ministerio, a veces depositan una inmensa confianza en nosotros. Todo ello puede hacer muy difícil guardar la perfecta medida cuando se trata de alguien podría despertar deseo en uno. Pero, como hemos visto, ese combate es varias veces más intenso en aquellos que gustan de personas del mismo sexo.

Para mayor gravedad: suele suceder que las personas que buscan al sacerdote no lo buscan una vez sino muchas, y que ello suele generar relaciones estables que se espera que sean sanas, limpias, dentro de un marco de amistad en Cristo. Cuando el gusto está de por medio, esa permanencia hace que cada nuevo encuentro acentúe las cosas, elevándolas a nuevos niveles. Es simplemente imprudente imaginar que la exposición continuada a un combate así no va a producir daño. Muy al contrario, los datos de la historia reciente nos muestran que más del 80% de los abusos de sacerdotes suceden con personas del mismo sexo. Esa estadística se refiere a casos con menores de edad pero uno ve que las cosas no son distintas si se trata de mayores de edad, excepto que las denuncias son menores en cantidad y prosperan menos.

Hay otros dos agravantes que he visto que desaconsejan completamente que una persona con tendencia homosexual busque el sacerdocio.

Primero, las relaciones homosexuales son de suyo estériles. Esto no es algo menor. La esterilidad crea una sensación, muchas veces inconsciente, de “blindaje” es decir: una certeza de que ninguna consecuencia visible podrá salir de la relación, y que por tanto: todo será disfrutar sensualmente y encontrar la deseada compañía. A su vez, esto produce un sobre-centramiento en el aspecto físico y corporal, y unos sentimientos intensísimos de posesividad, que fácilmente degeneran en celos, y que se adueñan de la mente de las personas de una forma impresionante. Por supuesto, hay celos también en relaciones heterosexuales, pero repito: la intensidad y modo de la relación homosexual hacen mucho más frecuente y profundo el tema de la posesión y la exclusividad. Pensemos lo que esto implica para una persona consagrada. Yo lo he visto. Yo he visto el daño que causa. He visto personas dispuestas a todo, literalmente a todo, por asegurar su amante, o por vengarse de quien les ha abandonado.

En el caso del sacerdote diocesano, la soledad de su oficio complica las cosas hasta extremos insoportables; en el caso del sacerdote de comunidad, la fuerza del deseo hacia los del mismo sexo hace su vida complicada hasta el extremo porque es como vivir en medio de un mar de posibilidades de relación afectiva–sin poder afianzar ninguna. La pastoral se vuelve compleja, en particular la pastoral con niños y jóvenes, y mientras tanto, un ruido interior, una especie de vocecita sigue sugiriendo: “Ya pronto podría llegar tu pareja perfecta…” Es necio pensar que eso no va a tener consecuencias. Repito: no son teorías. Uno lo ve. Uno lo sufre cuando la gente habla de lo que tal o cual sacerdote les ha hecho a sus hijos o conocidos.

En resumen: el camino no es la vida consagrada ni es el sacerdocio.

Una vida ordenada, llena de oración, disciplina, sanas amistades y diversas actividades buenas, incluyendo algunas de servicio al prójimo, es lo aconsejable, para aquella persona que siente una fuerte tendencia homosexual y que a la vez tiene claro que no tiene sentido poner por obra esa tendencia ni tiene sentido mentirse y pensar que va a ser heterosexual un día. Como ya se dijo, una vida así, vivida por amor a Dios y al prójimo, es en extremo heroica y bella. Y Dios lo sabe.

Doctrina de la Fe publica «Placuit Deo»: la salvación no se reduce a una praxis, gnosis o sentimiento

“«Se espera que con esta Carta se pueda ayudar a los fieles para que tomen mayor conciencia de su dignidad de hijos de Dios. La salvación no puede reducirse simplemente a un mensaje, a una praxis, o a una gnosis ni siquiera a un sentimiento interior». Así lo ha asegurado Mons. Luis Francisco Ladaria Ferrer, Arzobispo Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en la presentación de la Carta de este Dicasterio titulada, «Placuit Deo» en la Oficina de Prensa de la Santa Sede…”

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El Padre Fortea explica por qué la Iglesia no puede bendecir uniones homosexuales

“El P. José Antonio Fortea, famoso teólogo español, explicó que no hay “ninguna posibilidad” de que la Iglesia Católica pueda bendecir parejas homosexuales. En un reciente artículo titulado “La santa Palabra de Dios”, el P. Fortea recordó que “se ha planteado en Alemania la cuestión de si un sacerdote puede bendecir una unión homosexual”. Al respecto, dijo, “he estado meditando esta cuestión desde la más abierta de las mentalidades, examinando, incluso, si había algún resquicio teológico por el que esto fuera posible. Pero no veo ninguna posibilidad para hacer tal cosa lícitamente”…”

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Nota sobre la mundanización de la Iglesia

Ayunar en orden a compartir nuestros bienes con los pobres es bueno y santo pero la razón más plena y bíblica del ayuno no es solucionar un problema social.

El hecho de que tantos se sientan casi obligados a explicar el ayuno en clave de ayuda humanitaria parece ser signo de algo más profundo. Parece que poco a poco nos quieren matricular a todos en la “ICA,” la Iglesia Católica ACOMPLEJADA, que necesita demostrarle a todos, una y otra vez, que los católicos no vamos a ser una cuerda disonante en la “música” que hoy deleita al mundo. Se cumple así lo que dijo San Pablo: “vendrá tiempo cuando no soportarán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oídos, acumularán para sí maestros conforme a sus propios deseos” (2 Timoteo 4,3).

Ya que el Papa Francisco ha advertido numerosas veces sobre la tentación y los peligros de la mundanización, conviene apuntar aquí algunas señales que nos ayudan a despertar a esa realidad nefasta para la fe:

(1) Eliminar las palabras incómodas del Evangelio, empezando por pecado, arrepentimiento, conversión y salvación.

(2) Ocultar sistemáticamente lo que concierne al sacrificio redentor de Cristo. Y por ello: disminuir o hacer desaparecer términos como Cruz, Sangre, sacrificio, sacramentos, abnegación, valor incomparable del martirio.

(3) Presentar la vida cristiana como un conjunto de “ideales” que pueden servir de inspiración, modelo o guía pero que son eso: ideales y por tanto no se le pueden exigir a nadie. Lo cual implica que no hay una diferencia real entre lo bueno y lo malo sino una serie infinita de grados y matices, una escala en la que todos cabemos y que por lo tanto hace aceptables, en cierta medida, todos los comportamientos.

(4) Privilegiar algunos pecados por encima de los demás. Los pecados “privilegiados,” o pecados con corona, tienen un régimen especial. Son tratados con delicadeza, eufemismos, circunloquios, sonrisas de profunda empatía, gestos de comprensión frente a lo inevitable. Ejemplo: la esclavitud de seres humanos en el siglo XVII; las prácticas homosexuales en el siglo XXI. Como lógica consecuencia, otros pecados son presentados en cambio como lo peor de lo peor, por ejemplo, la corrupción política o el daño ecológico. Este tipo de faltas, que pueden ser muy graves, están sobredimensionadas en algunos sermones actuales, que quizás quieren caer bien en los oídos de los que ya piensan de ese modo.

(5) Disculparse una y otra vez de las mismas fallas del pasado, cometidas por cristianos católicos a lo largo de los siglos. Como si cada discurso hubiera que empezarlo SIEMPRE pidiendo perdón por Galileo, la inquisición, la Matanza la Noche de San Bartolomé, el abuso sexual a menores, el daño causado a culturas aborígenes. Sin quitar importancia a las fallas graves allí sucedidas, uno ve que esos reconocimientos por parte nuestra no encuentran una contraparte por parte de los ateos, los protestantes, los comunistas o los que han perseguidos sistemáticamente la religión.

(6) Justificar, tácita o explícitamente, la existencia de la Iglesia solo en la medida en que es una institución humanitaria que resuelve problemas sociales y ayuda a una convivencia pacífica entre todos. por algo el Papa Francisco ha tenido que explicar más de una vez que la Iglesia no es una ONG.

(7) Abandonar en las nieblas del agnosticismo–endulzado con matices generalísimos sobre la misericordia divina–los temas propios de la vida eterna y las postrimerías.

(8) Tener siempre a mano una serie de etiquetas y caricaturas para descalificar a todos los que pretendan hablar del Evangelio con un lenguaje que recuerde la radicalidad, la santidad o aquello de que no vale nada el mundo entero si uno pierde su alma. Las etqietas preferidas serán: fariseos, rigoristas, legalistas, preconciliares, cruzados y sobre todo: “nostálgicos de una Cristiandad ya superada.”

La buena noticia es que hay acciones prácticas que uno puede hacer para quitarle fuerza a la mundanización de la Iglesia.

(1) Si uno compra libros del autor espiritual de moda, que nunca habla de redención ni del valor de la Sangre de Cristo, uno está fortaleciendo la mundanización. Si en cambio uno busca y compra autores clásicos, de probada virtud y doctrina, está haciendo un bien a la Iglesia.

(2) Si uno va a la película que todo el mundo está viendo, y que contiene blasfemias y lenguaje sacrílego, uno es parte de la mundanización de la Iglesia y está fortaleciendo a los enemigos de Cristo.

(3) Si uno sistemáticamente prefiere el arte religioso que disimula el dolor Cristo, por ejemplo con cruces del Resucitado, posiblemente está favoreciendo la idea de la entrega absoluta por la gloria del Padre y por nuestra salvación no es el camino propio de todo cristiano.

(4) Si uno guarda silencio cuando por enésima vez se recuerdan heridas o problemas de la Iglesia, de seguro uno está siendo cómplice del buenismo y la mundanización. Si uno en cambio reconoce con claridad lo que hay que reconocer pero además sabe bien y difunde bien lo que hoy se calla por medicridad y por complejo está haciendo una gran obra.

(5) Pero es sobre todo la vida nuestra, la de cada uno en su vocación y lugar, la que puede hacer la diferencia. Si somos expresión de la profundidad y extensión del reinado de Cristo podremos ser también testigos que con su vida y sus palabras proclamen: ¡Viva Cristo rey!

¿Con qué autoridad declara la Iglesia que alguien es un santo?

Fray Nelson muy buenas tardes, manifestándole mi confianza en su fe y conocimientos quisiera hacerle la siguiente pregunta: Partiendo de que no debemos juzgar al prójimo, es decir, que no tratemos de tomar el lugar de Dios definiendo el desenlace final de una persona, ¿cómo se explica que nosotros como iglesia digamos que alguien es Santo, o que está en la presencia plena de Dios? — B.E.C.

* * *

Tienes razón cuando manifiestas tu asombro por el hecho de que la iglesia se atreva a declarar que una persona está en la presencia de Dios y que es y será bienaventurado para siempre. Efectivamente si la iglesia deben diera únicamente de los recursos y los conocimientos humanos nunca podría declarar algo semejante.

Pero si lo piensas bien te das cuenta que la misión misma de la iglesia trasciende desde el principio los recursos puramente humanos. Cada vez que celebramos los sacramentos estamos afirmando que suceden cosas que trascienden completamente los límites y las capacidades de la simple naturaleza. Un bautizado no es simplemente un niño al que le cayó un poco de agua es alguien a quien se aplican una vez y para siempre todos los méritos de la santísima pasión de nuestro Señor Jesucristo.

La Iglesia puede obrar así en los sacramentos y especialmente en la Eucaristía porque en ella obra la fuerza infinita del Espíritu Santo que Jesucristo le concedió y le concede. La asistencia del Espíritu Santo es la que garantiza que la palabra de la Iglesia no sea simplemente palabra y opinión humana. Esa misma asistencia es la que le permite reconocer cuándo la obra del Espíritu Santo se ha completado en una persona. Y es por esta razón por la que la iglesia después de discernir cuidadosamente los testimonios del pueblo de Dios y después de suplicar y verificar señales completamente sobrenaturales, como son los milagros, se atreve a afirmar que alguien está para siempre en la presencia de Dios.

El Imperio vuelve a exigir a los cristianos que apostaten

“Es una constante que cada cierto tiempo los hijos de Dios tienen que enfrentarse a elegir por gracia el martirio o caer en la apostasía, aceptando algo que va en contra de la fidelidad al Señor. Lo vimos el siglo pasado con la persecución a los cristeros en México y a los católicos españoles durante la II República y la Guerra Civil, y lo vemos hoy en China, la India, Oriente Medio, África, etc. …”

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¿Por qué la Iglesia dice que NO a tantas cosas?

Fray Nelson, soy un joven que trata de vivir su fe y que a veces se siente confundido aunque no derribado. El otro día tuve una conversación con dos amigas. Y la verdad sentí que no tenía muchas respuestas aunque había otras cosas que sí podía decirles. El “disparo” que me apreció más difícil de responder fue lo que dijo una de ellas, más o menos hablando de memoria lo repito yo así: “¿Por qué la Iglesia siempre es diciendo que NO a todo? No a los gays, no al aborto, no a la eutanasia, no a la fecundación in vitro… ¿Cómo quieren llegar a nosotros los jóvenes con esa cantidad de negativismo?” Usted, ¿qué diría, fray? — G.B.M.

* * *

Tal vez lo primero que hay que decir es que la mayor parte de la gente, y especialmente de la gente joven, depende de los grandes medios de comunicación para informarse. Eso significa que su opinión sobre la Iglesia no proviene de la liturgia ni de la predicación ni de las grandes y buenas obras sino de lo que salga en las noticias de la televisión, en las películas de Netflix o en las redes sociales. Y sucede que todas estas fuentes tienen elementos en común que hacen muy difícil lograr una visión equilibrada y completa sobre lo que es, enseña y hace la Iglesia.

Un ejemplo. En esta ciudad hay un hogar de ancianos desamparados que es sostenido y dirigido desde hace muchos años por unas religiosas. Todos los días, absolutamente todos los días, están llenos de obras de caridad hacia esas personas mayores. Muestras de ternura, paciencia, cuidado y generosidad suceden todos los días, por parte de esas religiosas y de sus colaboradores. Cada una de esas obras buenas es un SÍ gigantesco. es un SÍ a la vida, a la compasión, al amor en su más pura expresión. ¿Se puede esperar que algo así salga, siquiera con una mínima frecuencia en las redes sociales? No saldrá. En cambio, un escándalo de un sacerdote da material para muchas semanas de fotos, reportajes, protestas y por supuesto… #hashtags.

Pero el corazón de la respuesta a tu pregunta es todavía más profundo. Detrás de lo que parece un NO muchas veces lo que hay es un inmenso SÍ. Se nota bien en el caso del aborto. Lo que parece un NO a la mujer que está siendo presionada para que aborte, o que quiere por sí misma abortar, es un SÍ gigantesco a la vida del que va a nacer. Por el contrario darle un SÍ fácil a la que va a abortar es pronunciar un NO que es sentencia de muerte para el bebé.

De modo que esos NOes en los que se obstina nuestra Iglesia no deben avergonzarnos. Es nuestra tarea ver cuántos SÍes están detrás de cada uno de esos NO. Decirle NO al sexo irresponsable y adúltero es decirle SÍ a la estabilidad y felicidad de la familia. Decirle NO a la eutanasia es decirle SÍ a la generosidad que debemos tener como sociedad y decirle SÍ al sentido y propósito que todo ha de tener en nuestra vida humana. Y así sucesivamente.