Vida contemplativa dominicana

“Como contemplativas de la Orden de Predicadores han guardado en sus corazones todo lo que Santo Domingo les ha enseñado. En este sentido, las contemplativas han de ser como la reserva de ese patrimonio que Nuestro Padre quiso para impulsar la misión de la predicación…”

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¿Qué es un sínodo de obispos?

Estos días sale mucho en las noticias sobre el sínodo de los jóvenes pero ya vi que en realidad son obispos que se reúnen para hablar sobre los jóvenes y la evangelización. Entonces me pregunté, fray Nelson, ¿qué es un sínodo? ¿Es como una reunión de todos los obispos del mundo? — H.H.

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AciPrensa tiene una magnífica respuesta:

El Sínodo de los Obispos es una institución permanente, creada por el Papa Pablo VI (15 de septiembre de 1965), en respuesta a los deseos de los Padres del Concilio Vaticano II para mantener vivo el espíritu de colegialidad nacido de la experiencia conciliar.

Etimológicamente hablando la palabra “sínodo”, derivada de los términos griegos syn (que significa “juntos”) yhodos (que significa “camino”), expresa la idea de “caminar juntos”. Un Sínodo es un encuentro religioso o asamblea en la que unos obispos, reunidos con el Santo Padre, tienen la oportunidad de intercambiarse mutuamente información y compartir experiencias, con el objetivo común de buscar soluciones pastorales que tengan validez y aplicación universal. El Sínodo puede ser definido, en términos generales, como una asamblea de obispos que representa al episcopado católico y tiene como tarea ayudar al Papa en el gobierno de la Iglesia universal dándole su consejo. El Papa Juan Pablo II decía que el Sínodo es “una expresión particularmente fructuosa y un instrumento de la colegialidad episcopal” ( Discurso al Consejo de la Secretaría General del Sínodo de los Obispos , 30 de abril de 1983: L’Osservatore Romano , 1 de mayo de 1983). Ya en la fase preparatoria del Concilio Vaticano II maduró la idea de una estructura, todavía por determinar, que pudiera proporcionar a los obispos los medios para asistir al Papa en el gobierno de la Iglesia universal. El Cardenal Silvio Oddi, entonces Pro-Nuncio Apostólico en la República Árabe Unida (Egipto), hizo una propuesta, el 15 de noviembre de 1959, para establecer un órgano de gobierno central de la Iglesia o, usando sus palabras, “un órgano consultivo”. Decía: “Desde muchas partes del mundo llegan quejas de que la Iglesia no tenga, aparte de las Congregaciones, un órgano permanente de consulta. Por tanto debería establecerse una especie de ‘Concilio en miniatura’ formado por personas de toda la Iglesia, que pueda reunirse periódicamente, al menos una vez al año, para tratar los problemas más importantes y sugerir nuevas posibles direcciones en la marcha de la Iglesia. Este órgano abarcaría toda la Iglesia, al igual que las Conferencias episcopales reúnen toda o parte de la jerarquía de uno o varios países, y al igual que otros órganos, como el Celam. (el Consejo Episcopal Latinoamericano), extienden su actividad en beneficio de todo un continente”.

El Cardenal Bernardus Alfrink, Arzobispo de Utrecht, escribió el 22 de diciembre de 1959: “Con términos claros proclama el Concilio que el gobierno de la Iglesia universal es, por derecho propio, ejercido por el colegio de los obispos con el Papa como cabeza. De aquí se deduce que, por una aparte, el cuidado de la Iglesia universal es responsabilidad de cada obispo tomado singularmente y también, por otra parte, que todos los obispos participan en el gobierno de la Iglesia universal. Esto puede hacerse no solamente convocando un concilio ecuménico, sino también creando nuevas instituciones. Un consejo permanente de obispos especializados, elegidos de toda la Iglesia, podría encargarse de una función legislativa en unión con el Sumo Pontífice y los cardenales de la Curia Romana. Las Congregaciones mantendrían entonces solamente un poder consultivo y ejecutivo”.

Fue, sin embargo, el Papa Pablo VI, siendo todavía Arzobispo de Milán, quien dio fuerza a estas ideas. En el discurso conmemorativo con ocasión de la muerte del Papa Juan XXIII, hacía referencia a una “continua colaboración del episcopado, todavía no efectiva, que permanecería personal y unitiva, pero que tendría la responsabilidad del gobierno de la Iglesia universal”.

Elegido Papa, volvió al concepto de colaboración en el colegio episcopal – los obispos en unión con el sucesor de S. Pedro en la responsabilidad del gobierno de la Iglesia universal – en el discurso a la Curia Romana (21 de septiembre de 1963), en la apertura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II (29 de septiembre de 1963) y en la clausura de la misma (4 de diciembre de 1963).

Finalmente, al concluir el discurso inaugural de la última sesión del Concilio (14 de septiembre de 1965), el mismo Papa Pablo VI hizo pública su intención de instituir el Sínodo de los Obispos con estas palabras: “Tenemos la alegría de anunciaros Nos mismo la institución, tan deseada por este Concilio, de un Sínodo de los obispos, que, compuesto de obispos, nombrados la mayor parte por las Conferencias episcopales con nuestra aprobación, será convocado, según las necesidades de la Iglesia, por el Romano Pontífice, para su consulta y colaboración, cuando, para el bien general de la Iglesia, le parezca a El oportuno. No es necesario añadir que esta colaboración del episcopado tiene que ser de gran beneficio a la Santa Sede y a toda la Iglesia, de modo particular al cotidiano trabajo de la Curia Romana, a la que estamos tan agradecidos por su valiosísima ayuda, y de la que, como los obispos en sus diócesis, también Nos tenemos permanentemente necesidad para nuestras solicitudes apostólicas. Las normas y demás información serán dadas a conocer cuanto antes a esta asamblea. Nos, no hemos querido privarnos del honor y de la satisfacción de daros esta sucinta comunicación para testimoniaros una vez más personalmente nuestra confianza, y nuestra unión fraterna. Esta nueva institución, singular y esperanzadora, la ponemos bajo la protección de la Santísima Virgen María”.

Al día siguiente (15 de septiembre de 1965), al inicio de la 128ª Congregación general, el entonces Obispo Pericle Felici, Secretario General del Concilio, promulgó el Motu Proprio Apostolica sollicitudo con el cual venía oficialmente instituido el Sínodo de los Obispos. La principal característica del Sínodo de los Obispos es el servicio a la comunión y a la colegialidad de todos los obispos con el Santo Padre. No es un organismo particular con limitada competencia como las Congregaciones y los Consejos de la Curia Romana. Tiene amplia competencia para tratar cualquier tema de acuerdo con el procedimiento establecido por el Santo Padre en la carta de convocación. El Sínodo de los Obispos con su Secretaría General permanente no forma parte de la Curia Romana y no depende de ella; sino que está directa y exclusivamente bajo la autoridad del Santo Padre, al cual permanece unido en el gobierno universal de la Iglesia.

Aún cuando el Sínodo de los Obispos es una institución de carácter permanente, sus funciones y su concreta colaboración no tienen tal carácter. En otras palabras, el Sínodo de los Obispos se reúne y actúa solo cuando el Santo Padre considera necesario y oportuno consultar al episcopado, el cual durante un encuentro sinodal expresa su opinión “sobre argumentos de gran importancia y gravedad” (Pablo VI, Discurso a los Cardenales , 24 de junio de 1967). La finalidad de cada asamblea sinodal es vivir una experiencia de colegialidad entre el episcopado y el Santo Padre. A través de la aceptación del Santo Padre de las sugerencias o conclusiones de una determinada asamblea, el episcopado ejerce una actividad colegial que se aproxima pero que no coincide con aquella manifestada en un concilio ecuménico. Esto es un resultado directo de varios factores: de una presencia de Padres provenientes del entero episcopado, de la convocación de parte del Santo Padre y de “la unidad del episcopado, el cual, para ser uno, necesita una Cabeza del Colegio” (Juan Pablo II, Pastores gregis, 56), que es primero en el orden episcopal.

El acuerdo China-Vaticano: algún paso positivo, pero sin olvidar a los mártires

“Para los optimistas el acuerdo provisorio es «histórico»; para los pesimistas es el inicio del total mal vender la Iglesia al Partido. El Papa está dentro de los nombramientos de los obispos. Pero no sabemos nada sobre el derecho al veto. Es bueno el haber cancelado la excomunión, pero los fieles se esperan un pedido público de perdón. China no pidió la ruptura con Taiwán como condición previa. Los mártires lituanos elogiados, mientras que sigue el silencio sobre los mártires chinos…”

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Diez respuestas del cardenal Caffarra

“Para dar una idea de ello, hemos imaginado diez preguntas que podríamos hacerle al cardenal Caffarra, y cuya respuesta, extraída de aquí y de allá en sus páginas, muestra una asombrosa capacidad para transmitir ideas fuertes, sólidas y contra la corriente dominante con gran sencillez y al alcance de cualquier oyente o lector…”

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Anatomía del Combate Espiritual

¿Cómo no ver la garra del demonio, cómo no sentir su hedor, allí donde el orden de las cosas se pervierte hasta convertirse en caricatura que hace la guerra al propósito orginal de Dios? Suframos juntos la siguiente lista y entendamos la clase de combate en que estamos:

1. Que el vientre femenino, manantial de vida, se convierta, a través del aborto, en una cámara de tortura y luego ejecución de seres humanos inocentes: algo peor que cualquier basurero o cementerio.

2. Que el CRIMEN del aborto se vuelva LEY, y que luego otra ley castigue a quienes quieren impedir o incluso solo disminuir ese crimen.

3. Que algunos de los primeros encargados en predicar la conversión y la santidad, esto es, los sacerdotes, sean primeros en corromper a menores de edad indefensos.

4. Que las comunidades religiosas traicionen sus propios carismas, de modo que quienes debieran brillar en una determinada virtud se destaquen exactamente por el vicio opuesto.

5. Que la liturgia, cumbre del honor que el hombre puede tributar a Dios, se convierta en lugar de exhibición y egolatría para el ser humano, de espaldas a Dios.

6. Que se pongan barreras físicas o químicas a la unión íntima entre el hombre y la mujer, y luego ellos digan que están haciendo el amor, cuyo fruto es unión, mientras marcan su mutua distancia.

7. Que las mujeres digan, como si nada, que se están “cuidando” cuando tienen sexo deliberadamente estéril. “Cuidarse” solo puede significar ahí: cuidarse de un enemigo/problema/intruso llamado “hijo.” ¡Madres que ya rechazan a los hijos que no han tenido!

8. Que haya quienes para evangelizar al mundo se acercan tanto a él que al final el mundo los “evangeliza” a ellos, y así algunos clérigos muy destacados se convierten en acérrimos enemigos de la Iglesia a la que supuestamente servían.

9. Que haya seminarios en donde algunos pierden su fe, en medio de escándalos; mientras que algunas casas de formación de religiosos o religiosas sean lugar de deformación moral.

10. Que en tantas ocasiones el mal cuente con profesionales dedicados y el bien solo tenga aficionados inconstantes.

Tiempo este nuestro para orar, y para meditar Efesios 6,10-20.

Así estamos. Oculta soberbia, lujuria manifiesta.

“Pero todas esas medidas, ciertamente buenas y necesarias, serían aplicables al saneamiento de cualquier sociedad o institución que hubiera sufrido una corrupción en alguna parte de su ser. Son medios de mayor o menor eficacia para reducir el desastre, o incluso eliminarlo. Pero como en su mayoría se dan en el orden administrativo-funcional-laboral-policíaco-judicial, no llegan a operar lo suficiente en la mente, voluntad y sensibilidad de las personas. Son buenas y necesarias, pero no bastan, especialmente en el caso de la Iglesia. Disminuirán los robos, quizá, pero no el número de ladrones…”

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Un texto de extraordinaria actualidad

En presencia de Dios y de Cristo Jesús, que ha de venir en su reino y que juzgará a los vivos y a los muertos, te doy este solemne encargo: Predica la Palabra; persiste en hacerlo, sea o no sea oportuno; corrige, reprende y anima con mucha paciencia, sin dejar de enseñar. Porque llegará el tiempo en que no van a tolerar la sana doctrina, sino que, llevados de sus propios deseos, se rodearán de maestros que les digan las novelerías que quieren oír. Dejarán de escuchar la verdad y se volverán a los mitos. Tú, por el contrario, sé prudente en todas las circunstancias, soporta los sufrimientos, dedícate a la evangelización; cumple con los deberes de tu ministerio. (2 Timoteo 4,1-5)

Meditación sobre la fidelidad sacerdotal

La ordenación sacerdotal no es un asunto “privado” que se limite al interior de una persona. La Iglesia entera se empeña, se entrega, ora y hace sacrificios por aquellos varones en quienes espera ver algo del rostro de su Amado. ¿No cuenta eso?

Por eso, dar la espalda al ministerio no es un asunto individual que se resuelva o discierna simplemente en “cómo me estoy sintiendo YO…” ¿No importan acaso los gemidos de los que se ven confundidos y abandonados? ¿No importa la Iglesia y su larga fila de menesterosos?

San Pablo resume así la vida y obra de Cristo: “Él amó a la Iglesia, y se entregó por Ella…” (Efesios 5,25). Los fieles esperan eso de nosotros, los sacerdotes: que nuestra pasión, nuestra compañía, nuestra tarea cotidiana y descanso bendito estén en Ella.

El amor de Cristo por su Amada se hace visible en cada eucaristía, cuando el rostro de un humano se transfigura y deja ver un destello del “más hermoso de los hombres, en cuyos labios se derrama la gracia” (Salmo 45,2) ¡Los fieles TIENEN DERECHO de ver eso!

Yo sé muy bien que estos misterios, los propios del sacramento del Orden, rebasan nuestra naturaleza, pero no como exigencia exterior y opresiva, sino como llamarada de amor agradecido, como torrente encajonado que solo descansa dándose por Cristo y en Cristo.

Y por eso, porque el misterio de nuestra ordenación nos supera, entonces es verdad que a nosotros sacerdotes, más que a nadie, nos competen la fe, la humildad, la oración continua, la prudencia sobrenatural, y el recurso frecuente al sacramento de la confesión.

No se equivoca la gente cuando espera tanto de nosotros. Hermano sacerdote: cuidado con aquel o aquella que quiere disminuir el don. Ese o esa no te ama bien, aunque sea amable y dulce contigo. Bien te ama quien te ayuda a ser lo que fuiste el día de tu ordenación.

Petición especial

Por misericordia nunca ha sucedido pero si un día yo dijera que deseo dejar el sacerdocio, POR FAVOR no me feliciten; no me digan que soy “valiente” ni que “comprenden” mi honestidad: al contrario, oren, ayunen, exhórtenme con fuerza, recuérdenme el precio de las almas! Gracias

Mantener la esperanza

Fray Nelson Medina: ¿cómo mantener la esperanza? Todos los días hay noticias decepcionantes sobre pugnas de poder, encubrimientos, violaciones, corrupción dentro de la misma Iglesia. ¿De dónde surge así la esperanza? –E.B.

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Tu pregunta está muy bien enunciada porque hablas de la virtud de la ESPERANZA que solo brilla cuando hay penumbras y tinieblas. El día soleado y bello no requiere de grandes esperanzas; el día nublado y de tormenta, sí que lo reclama. De modo que estos tiempos difíciles son precisamente los tiempos en que la verdadera virtud teologal de la esperanza puede y debe brillar.

1. Empecemos aclarando que los medios de comunicación destacarán siempre lo más escandaloso y callarán la dedicación, muchas veces heroica, de millones de cristianos y de miles de sacerdotes. Por eso aquel refrán: “los sacerdotes son como los aviones: sólo son noticia cuando caen.”

2. Cada uno debe mirar su propia responsabilidad en la santidad de la Iglesia. En el Credo afirmamos nuestra fe en la comunión de los santos. Ello implica muchísima más oración, testimonio, evangelización, penitencia y fraternidad que lo que vivimos hoy los católicos. Debemos ver estos tiempos como llamado a la conversión y a la santidad.

3. Una mirada a la Historia de la Iglesia nos muestra dos cosas: que las crisis han sido más la norma que la excepción, y que de las crisis sólo se sale siguiendo el ejemplo de los santos. Y el empeño por la santidad es lo más bello en lo que se puede empeñarse el corazón humano.

4. Hay muchas cosas buenas que están sucediendo. Movimientos eclesiales, parroquias renovadas, vocaciones generosas. Apoyar con nuestro cariño y alegría esos brotes de vida nueva trae esperanza al corazón.

5. “Dios está a cargo”: este pensamiento no pierde actualidad. Él es Señor, de este tiempo y de todos los tiempos. no solamente debemos estar ya esperanzados sino gozosos desde la certeza de que algo muy bueno está preparando Dios cuando así quiere purificar a su Iglesia.

Ante la crisis en la Iglesia

Mucho se está hablando estos días de la crisis dentro de la #IglesiaCatólica y la división que se ha creado en ella. Sean o no sean verdad las acusaciones hechas contra el Papa, muchos católicos empiezan a cansarse y a preguntarse qué pueden hacer. Aquí mi propuesta:

La historia de nuestra Iglesia ha estado siempre plagada de crisis. Sus mismos inicios estuvieron manchados con la traición de Judas, la negación de Pedro y tantos otros pecados que llevaron a Cristo a la Cruz. En el siglo X se vivió el así llamado “Siglo oscuro”, en el que los Papas estaban al servicio de las familias romanas, que los usaban a su antojo para sus intereses políticos y familiares. El Cisma de Occidente vio a tres papas luchando entre sí por ser el legítimo Vicario de Cristo. El Renacimiento tuvo a papas como Alejandro VI o Julio II, que dejaron mucho que desear de su misión como Sucesores de Pedro. En el siglo XVIII, algunos Papas jugaban a ser emperadores e incluso uno de ellos (Clemente XIV) cayó en los juegos políticos de reyes masones y suprimió la Compañía de Jesús. Y la Iglesia siguió adelante…

Y en todos estos períodos han existido Cardenales, Obispos, sacerdotes y laicos que de católicos no tuvieron nada, sino que mancharon la Iglesia de Cristo y ofendieron terriblemente a Dios con sus tremendos pecados. Así pues, nuestra época no es ajena o especial. Toda la historia de la Iglesia ha estado manchada por el mal y la miseria de muchos de sus miembros.

Y aquí viene la pregunta: ¿cómo es que ha seguido? ¿Qué es lo que la ha sostenido en estos dos milenios de historia?

Primeramente, porque es Dios quien está detrás. No se entendería nada si no fuera por Él. Pero, también, esa historia de pecado siempre fue acompañada por historia de santidad: hombres y mujeres, papas, cardenales, obispos, sacerdotes y laicos santos que, con su vida y ejemplo, elevaron el nombre de la Iglesia y de Cristo.

La historia, sin los santos, sólo son guerras, cambios de poder de un país a otro, corrupción y pecado. Pero, cada cierto tiempo, Dios señala el camino que Él quiere que sigan las cosas que han de ocurrir, y el letrero que Él usa una y otra vez es un santo.

Por eso, quiero proponer como respuesta muy inmediata y clara a lo que estamos atravesando como Iglesia, una llamada a todos a buscar con nuestra vida, ejemplo, oración, apostolado, etc., a mostrar el verdadero rostro de Cristo. Llamo a una #RevoluciónSantidad

Tú que lees estos pensamientos, puedes y debes ser santo. Tú y yo podemos sostener con nuestros pequeños o grandes actos de amor a nuestra Iglesia sufriente, a Cristo que llora aquí en la tierra por nosotros. ¡Sé santo ahí en donde estás y en donde Dios te llama! Médico, arquitecto, sacerdote, ama de casa, estudiante, político, ingeniero… ¡lo que sea! ¡Ser santo es como vamos a cambiar nuestro mundo y como mejoraremos nuestra Iglesia!

Y esto no se trata de tomar partido por nadie, sino que es una invitación a buscar ser lo que tenemos que ser. Y si de verdad somos eso que tenemos que ser, ¡prenderemos fuego al mundo!

Pbro. Juan Ruiz Jorge LC