La Voz de Dios en la Oscuridad

El discípulo inquirió a su sabio maestro:

– ¿Por qué muchas veces Dios parece injusto con unos y generoso con otros?

El maestro le contó la siguiente historia:

– Vamos hasta la montaña en la que mora Dios –comentó un caballero a su amigo–. Quiero demostrar que Él sólo sabe exigir, y que no hace nada por aliviar nuestras cargas.

– Voy para demostrar mi fe –dijo el otro.

Llegaron por la noche a lo alto del monte y escucharon una voz en la oscuridad.

– ¡Cargad vuestros caballos con las piedras del suelo!

– ¿Ves? –dijo el primer caballero–. Después de subir tanto y estar muy cansados, aún nos hace cargar con más peso. ¡Jamás obedeceré!

En cambio, el segundo caballero hizo lo que le voz decía.

Cuando acabaron de bajar el monte, llegó la aurora y el alba trajo los primeros rayos de sol que iluminaron las piedras que el caballero piadoso había recogido. Eran diamantes puros, de kilates incalculables.

Dice el maestro:

Las decisiones de Dios son misteriosas, pero aunque no lo comprendamos ahora, siempre resultan a nuestro favor.

Mi querido amigo, cuando se te presenten por la vida muchas adversidades, y sientas que Dios te carga aún más en vez de aliviarte, no debes desesperar, ni quejarte por los golpes que recibes. Aun cuando no llegues a entenderlos, no pierdas la esperanza, pues la decisiones de Dios siempre juegan a favor de sus hijos que le aman.

Ya el Apóstol San Pablo nos lo decía:

“Fiel es Dios que nunca nos va a dejar ser probados más allá que nuestras propias fuerzas. Sino que junto con la prueba, nos dará la fortaleza para poder resistir”

Una Mesa para Dos

El está sentado en una mesa para dos. El mesero se le acerca y le pregunta “Quiere ordenar algo, señor?” El hombre ha estado esperando desde las 7, casi por media hora. “No gracias”, dice sonriendo “voy a esperarla un poco más. Tráigame más café, por favor”. “Sí, señor”. Responde el mesero.

Sus ojos azules se fijan en el florero del centro, sus manos juguetean con los cubiertos de plata mientras la suave música ambiental acaricia su mente. Está vestido con sencillez pero con elegancia, con el fin de que su compañera se encuentre cómoda en su compañía. Sin embargo, se encuentra solo.

El mesero regresa, le sirve el café y le pregunta: Algo más, señor? No, gracias. El mesero no se retira. Su curiosidad puede más que el temor de perder de pronto su propina por entrometido. Con voz entrecortada dice: No quiero ser imprudente, señor, pero…Sí, dime, le insiste el caballero invitándolo a que le diga con confianza lo que desea. El mesero continúa: porqué insiste Ud. en esperarla?

El mesero ha estado observando que ya van varias noches que este señor pacientemente ha estado esperando solo. El caballero contesta con voz tranquila: porque ella me necesita. Está ud. seguro? Sí. Bien, señor, sin querer ofenderlo, suponiendo que ella lo necesita, ciertamente su comportamiento no lo indica así, pues lo ha dejado plantado ya por tres veces esta semana. Sí, lo sé. Entonces porqué sigue viniendo aquí y la espera? Adelaida dijo que vendría. Seguramente le dijo lo mismo las otras veces, replicó el mesero, y no le cumplió. Porqué tiene que cumplirle usted? Entonces el hombre sonrió y mirando al mesero le dijo sencillamente: Porque la amo. El mesero se retiró caviloso sin comprender como es posible que el amor llegue hasta el punto de aguantarse desplantes de esa naturaleza tres veces por semana. Ese hombre debe estar loco, pensó el mesero.

Entretanto, el hombre sigue pensando en ella. Tiene tantas cosas para decirle a su Adelaida….pero más que todo, desea oír la voz de ella. Desea que ella le cuente sobre cómo ha pasado el día, cuáles han sido sus triunfos y sus derrotas… cualquier cosa, realmente. El ha tratado de que ella le manifieste que también se preocupa de él. Bebe despaciosamente su café. Sabe que Adelaida está retrasada, pero aún guarda la esperanza de que aparezca.

El reloj marca las nueve y media cuando el mesero regresa y le pregunta: Desea algo más, señor?

Mirando la silla vacía de su amada que no llegó, el caballero responde. No, gracias, creo que eso es todo por hoy. Tráigame la cuenta, por favor.

Cuando le trajeron la cuenta, sacó su billetera. Tenía dinero más que suficiente para haberle dado a Adelaida toda una fiesta. Pero solamente pagó su café y le dio al mesero una buena propina.

Porqué me haces esto, Adelaida, dijo para sus adentros llorando internamente.

Muchas gracias por sus servicios, le dijo al mesero. Que pases buena noche. Y se retiró de la mesa, pero antes de salir, fue a la recepción y reservó una mesa para dos para el día siguiente a la misma hora.

Mientras el hombre vuelve a casa, Adelaida se está acostando. Está cansada después de haberla pasado con sus amigos. Cuando alarga su mano para poner el despertador, ve sobre su mesa de noche una nota que ella misma se había escrito y que dice: A las 7, dedicar unos minutos a la oración.

Vaya !, se dice a si misma. Se me olvidó otra vez. Siente algo de remordimiento, pero enseguida se le pasa y piensa que ella necesitaba pasar ese rato con sus amigos. Ahora está cansada y necesita dormir. Mañana por la noche puedo rezar. Jesús me perdonará. A lo mejor, a El no le haya preocupado mucho mi falta de oración. Y apagó la luz.

Hablemos de neutralidad

La memoria tiene poder. A menudo–quiero decir, sin que falte una sola semana en todo el año–la televisión británica transmite algo de los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Una y otra vez se repiten escenas que dejan expuestas todas las mentiras del nazismo.

Una película semejante, aunque en otra clave, se proyecta secretamente en el inconsciente colectivo europeo. Esa película repite un mensaje fundamental: “la religión produce guerra; es mejor no tener religión.” La cosa funciona más sutilmente que en el caso nazi, por supuesto. Yo diría que si uno no está atento no percibe nada, pero es posible que un día uno de pronto note que durante meses y meses TODO lo que sale bajo el título de religión va unido a adjetivos como “fundamentalista,” “extremismo,” “intolerancia,” y otros parecidos.

A esta edad mía he llegado a convencerme que es inútil pedir neutralidad a los medios de comunicación. Un ejemplo típico es lo que trae el editorial de EL TIEMPO, de Colombia, para el día 8 de Enero de 2006:

Continuar leyendo “Hablemos de neutralidad”

El Regalo

Cierto hombre susurró: ¡Dios, háblame! y el árbol cantó. Pero el hombre no oía.

Luego, el hombre habló más fuerte, pidiendo: ¡Dios, háblame!, y un rayo cruzó el cielo. Pero el hombre no oía.

El hombre miró a su alrededor y dijo: ¡Dios, permite que te vea! Y una estrella se iluminó con gran resplandor.

Pero el hombre no la notó. Entonces el hombre gritó: ¡Dios, muéstrame un milagro! y en ese minuto nació un bebé. Pero el hombre no lo supo.

Luego el hombre pide a gritos, en desesperación: Tócame Dios y hazme saber que estás aquí! Dicho esto, Dios bajo y tocó al hombre, pero éste espantó a la mariposa que volaba a su alrededor y continuó caminando.

¡No te pierdas de una bendición sólo porque no viene envuelta del modo en que tú esperas!

¿Reemplazarías a Cristo?

El Silencio de Dios

Cuenta una antigua Leyenda Noruega, acerca de un hombre llamado Haakon, quien cuidaba una Ermita. A ella acudía la gente a orar con mucha devoción.

En esta ermita había una cruz muy antigua. Muchos acudían ahí para pedirle a Cristo algún milagro.

Un día, el ermitaño Haakon quiso pedirle un favor. Lo impulsaba un sentimiento generoso. Se arrodillo ante la cruz y dijo:

“Señor, quiero padecer por ti. Déjame ocupar tu puesto. Quiero reemplazarte en la cruz”.

Y se quedo fijo con la mirada puesta en la Efigie, como esperando la respuesta.

El Señor abrió sus labios y hablo. Sus palabras cayeron de lo alto, susurrantes y amonestadoras:

“Siervo mío, accedo a tu deseo, pero ha de ser con una condición”.

¿Cuál, Señor? Pregunto con acento suplicante Haakon. ¿Es una condición difícil?

¡Estoy dispuesto a cumplirla con tu ayuda, Señor! Respondió el viejo ermitaño.

Escucha: Suceda lo que suceda y veas lo que veas, has de guardar silencio.

Haakon contestó:¡Os, lo prometo, Señor! Y se efectuó el cambio.

Nadie advirtió el trueque. Nadie reconoció al ermitaño, colgado con los clavos en la Cruz.

El Señor ocupaba el puesto de Haakon. Y Este por largo tiempo cumplió el compromiso. A nadie dijo nada. Pero un día, llegó un rico.

Después de haber orado, dejo allí olvidada su cartera. Haakon lo vió y calló. Tampoco dijo nada cuando un pobre, que vino dos horas después, se apropió de la cartera del rico.

Ni tampoco dijo nada cuando un muchacho se postró ante él poco después para pedirle su gracia antes de emprender un largo viaje.

Pero en ese momento volvió a entrar el rico en busca de la bolsa. Al no hallarla, pensó que el muchacho se la había apropiado. El rico se volvió al joven y le dijo iracundo:

¡¡¡Dame la bolsa que me has robado!!!

El joven sorprendido, replico: ¡No he robado ninguna bolsa!

¡No mientas, devuélvemela enseguida!

¡Le repito que no he cogido ninguna bolsa! Afirmó el muchacho.

El rico arremetió, furioso contra él. Sonó entonces una voz fuerte: ¡Detente! El rico miró hacia arriba y vió que la imagen le hablaba.

Haakon, que no pudo permanecer en silencio, gritó, defendió al joven, increpó al rico por la falsa acusación. Este quedó anonadado, y salió de la Ermita.

El joven salió también porque tenía prisa para emprender su viaje. Cuando la Ermita quedo a solas, Cristo se dirigió a su siervo y le dijo:

Baja de la Cruz. No sirves para ocupar mi puesto. No has sabido guardar silencio.

Señor, dijo Haakon, ¿cómo iba a permitir esa injusticia?

Se cambiaron los oficios. Jesús ocupó la Cruz de nuevo y el ermitaño se quedó ante la Cruz.

El Señor, siguió hablando: Tu no sabías que al rico le convenía perder la bolsa, pues llevaba en ella el precio de la virginidad de una joven mujer.

El pobre, por el contrario, tenía necesidad de ese dinero e hizo bien en llevárselo; en cuanto al muchacho que iba a ser golpeado, sus heridas le hubiesen impedido realizar el viaje que para él resultaría fatal.

Ahora, hace unos minutos acaba de zozobrar el barco y él ha perdido la vida.

Tú no sabías nada. Yo si sé. Por eso callo. Y el señor nuevamente guardó silencio.

Muchas veces nos preguntamos: ¿Por qué razón Dios no nos contesta? ¿Por qué razón se queda callado Dios?

Muchos de nosotros quisiéramos que Él nos respondiera lo que deseamos oír… Pero, Dios no es así. Dios nos responde aun con el silencio… Debemos aprender a escucharlo.

Su Divino silencio, son palabras destinadas a convencernos de que Él sabe lo que está haciendo. En su silencio nos dice con amor; ¡Confiad en Mi que sé bien lo que debo hacer!

Clase de Español en el Cielo

Un profesor universitario de español, muy reconocido, soñó que se encontraba con Dios y decidió preguntarle el motivo por el cual nunca había sido feliz en su vida, a pesar de su exitosa carrera y sus conocimientos.

Dios le dijo entonces: “Sé que eres profesor de una gran trayectoria en el idioma, dime cuáles son las tres primeras personas en la gramática”.

El profesor se sorprendió de aquella pregunta tan fácil, y respondió: “Pues eso es muy fácil para una persona con mis conocimientos del idioma, son : YO, TU y EL”.

Dios le miró y dijo : “Ves, ese es el problema. Aún con tus conocimientos lo has dicho al revés y esa es la causa de tu infelicidad. Siempre debes decir “EL” primero, refiriéndote a mí para que yo sea el primero en tu vida. “TU” para que el prójimo sea la segunda persona mas importante en tu vida. Y finalmente cuando me hayas buscado y hayas ayudado a tu prójimo, entonces estará el “YO”.

Por ende nunca te equivoques mas, si deseas ser feliz debes decir: “EL, TU y YO”

Por amor a Jesús Sacramentado

Unos meses antes de su muerte el Obispo Fulton J. Sheen fue entrevistado por la televisión nacional: “Obispo Sheen, usted inspiró a millones de personas en todo el mundo. ¿Quién lo inspiró a usted? ¿Fue acaso un Papa?”.

El Obispo Sheen respondió que su mayor inspiración no fue un Papa, ni un Cardenal, u otro obispo, y ni siquiera fue un sacerdote o monja. Fue una niña china de once años de edad.

Explicó que cuando los comunistas se apoderaron de China, encarcelaron a un sacerdote en su propia rectoría cerca de la Iglesia. El sacerdote observó aterrado desde su ventana como los comunistas penetraron en el templo y se dirigieron al santuario. Llenos de odio profanaron el tabernáculo, tomaron el copón y lo tiraron al piso, esparciendo las hostias consagradas. Eran tiempos de persecución y el sacerdote sabía exactamente cuantas hostias contenía el copón: treinta y dos.

Cuando los comunistas se retiraron, tal vez no se dieron cuenta, o no prestaron atención a una niñita que rezaba en la parte de atrás de la iglesia, la cual vió todo lo sucedido. Esa noche la pequeña regresó y, evadiendo la guardia apostada en la rectoría, entró al templo. Allí hizo una hora santa de oración, un acto de amor para reparar el acto de odio. Después de su hora santa, entró en el santuario, se arrodilló, e inclinándose hacia delante, con su lengua recibió a Jesús en la Sagrada Comunión. (en aquel tiempo no se permitía a los laicos tocar la Eucaristía con sus manos).

La pequeña continuó regresando cada noche, haciendo su hora santa y recibiendo a Jesús Eucarístico en su lengua. En la trigésima segunda noche, después de haber consumido la última hostia, accidentalmente hizo un ruido que despertó al guardia. Este corrió detrás de ella, la agarró, y la golpeó hasta matarla con la culata de su rifle.

Este acto de martirio heroico fue presenciado por el sacerdote mientras, sumamente abatido, miraba desde la ventana de su cuarto convertido en celda.

Cuando el Obispo Sheen escuchó el relato, se inspiró a tal grado que prometió a Dios que haría una hora santa de oración frente a Jesús Sacramentado todos los días por el resto de su vida. Si aquella pequeña pudo dar testimonio con su vida de la real y hermosa Presencia de su Salvador en el Santísimo Sacramento, entonces el obispo se veía obligado a lo mismo. Su único deseo desde entonces sería, atraer el mundo al Corazón ardiente de Jesús en el Santísimo Sacramento.

La pequeña le enseñó al Obispo el verdadero valor y celo que se debe tener por la Eucaristía; como la fe puede sobreponerse a todo miedo y como el verdadero amor a Jesús en la Eucaristía debe trascender a la vida misma.

Lo que se esconde en la Hostia Sagrada es la gloria de Su amor. Todo lo creado es un reflejo de la realidad suprema que es Jesucristo. El sol en el cielo es tan solo un símbolo del hijo de Dios en el Santísimo Sacramento. Por eso es que muchas custodias imitan los rayos de sol. Como el sol es la fuente natural de toda energía, el Santísimo Sacramento es la fuente sobrenatural de toda gracia y amor.

El Concilio Vaticano II, cuarenta años después (10)

Nuevas perspectivas

Sin embargo de lo dicho, sigue como especie de deuda pendiente el reto de la enseñanza moral de la Iglesia. Las grandezas y riquezas del Concilio seguirán de algún modo sepultadas mientras no se aclare la cuestión hermenéutica, es decir, cómo hemos de entender “lo humano”: con qué racionalidad y en qué términos de lenguaje. Esa cuestión es alimentada y alimenta a su vez al problema moral por excelencia, según Kant: ¿qué debo hacer?

La pregunta moral es completamente humana, por una parte; y es de absoluto interés para los cristianos, por la otra. Como vimos en el caso de Juan Pablo II, una teoría demasiado completa y razonada de la propuesta moral cristiana puede introducirnos en el mismo callejón sin salida de la frase aquella: “vamos a explicar a todos qué es la Iglesia…”

Continuar leyendo “El Concilio Vaticano II, cuarenta años después (10)”

El Concilio Vaticano II, cuarenta años después (9)

Benedicto XVI: “A la escucha de la palabra y de la voluntad del Señor”

Joseph Ratzinger conocía bastante bien el terreno mucho antes de ser elegido Sumo Pontífice. Por su despacho en la Congregación para la Doctrina de la Fe ha pasado toda la problemática que podamos aquí describir, y sin duda mucho más.

Con un ingrediente adicional: es privativo de esa misma Congregación tratar asuntos relativos a la vida de los sacerdotes, y ello implica una percepción no sólo de los conflictos que pueden suscitar las ideas sino también las heridas que pueden causar los antitestimonios; en suma, lo abstracto y lo concreto de la vida de la Iglesia.

Sobre esta base no es difícil cuánta importancia y tiempo ha dado y quiere dar este Papa a su encuentro y diálogo con sacerdotes y seminaristas. Al dirigirles la palabra, sin embargo, no se limita a lo que podríamos llamar la vida del clero. Sus confidencias parecen más la expresión del deseo de infundir en ellos un modo de entender y amar a la Iglesia.

Continuar leyendo “El Concilio Vaticano II, cuarenta años después (9)”

El Concilio Vaticano II, cuarenta años después (8)

¿Para quién la moral?

El método de Juan Pablo II rindió magníficos resultados pero tiene también su límite, como podemos apreciar al hacer esta pregunta: ¿para quiénes es la enseñanza moral de la Iglesia? Quedemos de acuerdo en que la Iglesia no puede ser correctamente entendida si no es en conexión próxima con el misterio de la redención, pero ¿qué decir de su propuesta moral? Lo que se responda a esta pregunta podría ayudar a esclarecer una de las paradojas del pontificado del Papa Wojtila, que vino a ser a la vez tan amado y tan desobedecido.

Continuar leyendo “El Concilio Vaticano II, cuarenta años después (8)”

El Concilio Vaticano II, cuarenta años después (7)

Juan Pablo II: “Jesucristo revela el hombre al hombre mismo”

Karol Wojtila tenía muy claro desde el principio de su pontificado que la verdad sobre el hombre era de algún modo el nudo central de las cuestiones relativas tanto al ser como a la misión de la Iglesia en el mundo contemporáneo.

Su encíclica programática Redemptor Hominis (1979) tiene ya en su título el mensaje que sería central durante el largo y fecundo servicio del Papa polaco: desde el principio se habla de “el hombre,” pero un hombre que necesita, que aguarda y que puede abrirse al don que le trae su Redentor. Viene así a cerrase la puerta a un humanismo puramente intramundano, pues, como gustaba de repetir Juan Pablo II, citando una frase de Gaudium et Spes, n. 22, “Jesucristo revela el hombre al hombre mismo.”

Continuar leyendo “El Concilio Vaticano II, cuarenta años después (7)”

El Concilio Vaticano II, cuarenta años después (6)

Pablo VI: “La Iglesia Existe para Evangelizar”

Cuando Pablo VI se dirigió a la Asamblea de las Naciones Unidas, en su alocución del 4 de Octubre de 1965, no quiso explicar la Iglesia. Predicó la paz, anunció la humildad, y sobre todo mencionó claramente a Jesucristo; como inspiración, es cierto (y son muchos los que pueden inspirarnos), pero más que eso, como fundamento.

Su manera de concluir no deja lugar a dudas:

En una palabra: el edificio de la civilización moderna debe levantarse sobre principios espirituales, los únicos capaces no sólo de sostenerlo, sino también de iluminarlo. Y esos indispensables principios de sabiduría superior no pueden descansar–así lo creemos firmemente, como sabéis–más que en la fe de Dios. ¿El Dios desconocido de que hablaba San Pablo a los atenienses en el Areópago?(Hch 17,23). ¿Desconocido de aquellos que, sin embargo, sin sospecharlo, le buscaban y le tenían cerca, como ocurre a tantos hombres en nuestro siglo? Para nosotros, en todo caso, y para todos aquellos que aceptan la inefable revelación que el Cristo nos ha hecho de sí mismo, es el Dios vivo, el Padre de todos los hombres.

¿Qué le autoriza a afirmar frente a todas las naciones que la civilización moderna ha de levantarse sobre principios espirituales? En realidad él no da una demostración de ese aserto. Lo deja expuesto y sencillamente acota: “así lo creemos firmemente.”

Continuar leyendo “El Concilio Vaticano II, cuarenta años después (6)”

El Concilio Vaticano II, cuarenta años después (5)

Experta en Humanidad

El punto central es si la Iglesia puede considerarse “experta en humanidad,” como afirmó Pablo VI ante la Asamblea General de las Naciones Unidas el 4 de Octubre de 1965. Mientras que esa afirmación suena coherente y alentadora para el creyente, suele parecer injustificada y sospechosa para el que no cree.

El Concilio quiso emplear un único lenguaje para dirigirse a ambos, según lo ya dicho sobre los documentos dirigidos a los fieles “y a los hombres de buena voluntad.” La experiencia parece mostrar que esa voluntad no resultó tan “buena.” El mundo de hoy, por lo menos en Occidente, tiene muy serias dudas sobre qué tanto sabe de lo “verdaderamente humano” la Iglesia. No son de otro género los reparos que una y otra vez surgen en cuanto a su Magisterio.

Continuar leyendo “El Concilio Vaticano II, cuarenta años después (5)”

El Concilio Vaticano II, cuarenta años después (4)

Un experimento fallido

El Concilio Vaticano II quiso entablar un diálogo con el mundo sin un propósito expreso de conversión. El experimento salió mal. Hablarle al mundo sin convertir al mundo trae enemigos de fuera y quita amigos por dentro. Los de fuera terminaron acusando a la Iglesia de pretenciosa y dogmática, y de entrometerse en todo lo público. La única Iglesia que les gusta a los de fuera es la que no existe, o por lo menos, no existe más allá de las devociones privadas.

En cuanto a los de dentro, muchos de la línea progresista consideraron que entender a la Iglesia en términos “puramente” humanos era no sólo posible sino necesario, y que era la mejor manera de ejercer presión para lograr cambios muy deseados.

Continuar leyendo “El Concilio Vaticano II, cuarenta años después (4)”

El Concilio Vaticano II, cuarenta años después (3)

¿El criterio hermenéutico del Concilio?

La frase que abre Gaudium et Spes merece una cierta exégesis, sobre todo porque, aunque el Concilio dijo tantas cosas, hay algunas que de facto se han venido a convertir en criterios de interpretación de las demás, y creo que ese es el caso con este número primero de esta Constitución.

Se dice allí que hay una solidaridad entre lo que viven los hombres y lo que viven los discípulos de Cristo: “nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón.” Es una frase feliz. La pregunta sin embargo es: ¿feliz para quién?

Continuar leyendo “El Concilio Vaticano II, cuarenta años después (3)”

El Concilio Vaticano II, cuarenta años después (2)

El propósito del Concilio

Pero, ¿qué era lo que quería el Concilio como tal? Incluso la memoria de los Papas de aquella época, Juan XXIII y Pablo VI, se ve emborronada por la controversia. Ya he escrito antes algo sobre el Papa Bueno y sobre aquella palabra clave que él puso de moda: “aggiornamento“; guardadas las proporciones, bastante de esos escritos puede aplicarse a su inmediato sucesor.

Continuar leyendo “El Concilio Vaticano II, cuarenta años después (2)”