Nada te Turbe

Nada te turbe,nada te espante
todo se pasa Dios no se muda
La paciencia todo lo alcanza
quien a Dios tiene nada le falta
Sólo Dios basta.

Eleva el pensamiento, al cielo sube,
por nada te acongojes, nada te turbe.

A Jesucristo sigue con pecho grande,
y, venga lo que venga nada te espante.

¿Ves la gloria del mundo? es gloria vana;
Nada tiene de estable, todo se pasa.

Aspira a lo celeste, que siempre dura;
fiel y rico en promesas, Dios no se muda.

Ámala cual se merece, Bondad inmensa;
pero no hay amor fino sin la paciencia.

Confianza y fe viva mantenga el alma,
que quien cree y espera todo lo alcanza.

Del infierno acosado aunque se viere,
burlará sus furores quien a Dios tiene.

Vénganle desamparos, cruces, desgracias;
siendo Dios su tesoro, nada le falta.

Id, pues, bienes del mundo, Id, dichas vanas;
aunque todo lo pierda Sólo Dios basta.

Mensaje de Navidad

Dicen que por la Navidad todos nos ponemos blanditos. El niño o la niña que llevamos dentro sale a flote, y de repente nos sentimos capaces de soñar, de recordar, de estremecernos de alegría o de dejarnos invadir por la ternura.

Tal vez no soportaríamos dos Navidades en un año; pero no soportaríamos tampoco un año sin Navidad.

¡Cuánta falta nos hace volver al pesebre y sonreír maravillados ante el milagro del amor que se esconde entre pajas y se abriga entre los pliegues del manto de María! Del pesebre aprendemos que tal vez las grandes respuestas sean más sencillas que nuestras grandes preguntas. Quizá lo hemos complicado todo sin verdadera necesidad.

Las cosas se complican no cuando amamos sino cuando creemos que tenemos que buscar razones para no amar. ¿Has visto que frase tan larga y tan fea: “creemos que tenemos que buscar razones”…? Es una frase complicada, fatidiosa, esterilizante. Y así son nuestras disculpas: nos complican, nos fastidian y nos esterilizan.

El Niño del Pesebre es el niño sin disculpas. Es el amor que ya no pide más permisos sino que de improviso se lanza a una aventura de vértigo. Y desde Belén hasta el Calvario, este Niño, que no supo dejar de amar, dibujó sobre la faz de la tierra el rostro de un Amor capaz de rescatar a las víctimas del pecado y de la muerte.

La dulce simplicidad del pesebre nos enamora. Este bebito a todos acoge, a nadie rechaza. Es el Dios Amable. Su casa, aunque es pequeña, tiene espacio para todos. No hay grandes pinturas, salvo el rostro extasiado de María, ni hermosas esculturas, salvo la perfecta adoración de San José.

En esta humilde casa no hay música de orquestas, aunque sí unos cuantos coros de ángeles. No hay mucha elocuencia de palabras, porque la Palabra Encarnada a veces calla y duerme, a veces llora y canta.

Belén, ¡bendito milagro! Me transportas a tu misterio, me envuelves con tu melodía, me sacias con tu dulzura.

Los Caminos de Dios

Todos los medios de comunicación están pendientes de la decisión que tomará el senado romano en estos días. El emperador reunido con sus más cercanos asesores está evaluando la conveniencia de las leyes promulgadas. El mundo está expectante, todos miran a Roma; se han hecho presentes los más importantes y destacados medios de prensa del orbe entero.

Ciertamente, si congeláramos esta escena, que ha intentado recrear la atención del mundo para con la capital del imperio, y entrando en ella, le preguntáramos a un hombre cualquiera de ese tiempo, ¿dónde se está gestando el futuro de la humanidad? Y ¿quién lo está decidiendo? Nuestra pregunta suscitaría en él, un asombro similar al que experimentaron los discípulos camino de Emaús ante la demanda de Jesús, “¿qué ha ocurrido?” La respuesta claramente apuntaría hacia el Imperio Romano: allí se están resolviendo los destinos de la humanidad. Allí esta el poder que regirá al mundo. Los destinos de todos los hombres están en las manos del emperador romano y su senado que bosqueja cómo disponer del mundo según su proyecto.

Al mismo tiempo, en una parte alejada de ese mismo imperio, dos mujeres se encuentran en uno de los tantos pueblitos polvorientos de Israel. Una, llamada María; la otra, su prima Isabel. Las dos llevan en sus vientres a dos personajes de la historia grande: Isabel, a Juan Bautista; María, a Jesús. La lectura de la realidad aparece harto distinta para quien se coloque desde esta perspectiva. El mundo no ha quedado en manos del azar, no depende en su destino último de la prepotencia de quien ejerce el poder arbitrariamente. No está bajo la amenaza del capricho; no es un hijo abandonado de un padre prófugo. El Creador “no olvida la obra de sus manos.” Y en virtud de su Amor, cumple plenamente con la promesa que había realizado desde el momento de la caída del hombre en el paraíso.

Dios está confundiendo los proyectos de los fuertes con la disponibilidad y el amor de los débiles. Dos mujeres a la vera del camino son las portadoras de los destinos de la humanidad de todos los tiempos. En sus conversaciones sencillas, Dios está tejiendo la historia de la salvación. Su acción está en medio de ellas, se torna palpable, es motivo de gozo para el niño que lleva en el vientre Isabel. Ante la “Madre del Señor”, Juan Bautista salta de gozo. Así como David viene danzando delante del Arca de la presencia que vuelve a estar en medio de su Pueblo, Juan Bautista salta de gozo delante del Arca de la Nueva y Eterna Alianza que deposita al Señor Dios en medio de su Pueblo. María es saludada por ser la portadora, como el Arca, de la presencia de Dios, para convertirse en el primer sagrario, que custodia con la valentía de la fe, el proyecto de Dios que se está realizando.

¿Quiénes son los débiles desde la perspectiva del mundo? María, José, Isabel, Zacarías, Juan Bautista, los pastores fieles, Ana, Simeón; eran llamados despectivamente “anawin”, es decir, los pobres del Señor. Para vivir confiadamente, es necesario pedir la gracia de la mirada de estos “limpios de corazón”: ¡así es como se ve a Dios y su proyecto!

“No tengan miedo” nos dice el Señor, y hoy nos lo recuerda Juan Pablo II. “Dios está con nosotros” cumpliendo su proyecto según su promesa. Si el futuro se abre lleno de incertidumbres busquemos purificar nuestro corazón para mirar desde la esperanza: ¡desde los ojos de Dios!

Diác. Jorge Novoa

Lunes de Federico (4)

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La cuestión de la autocrítica

La Iglesia es a la vez majestuosa y servidora, y nuestros dos interlocutores han ido descubriendo la racionalidad de estos dos enfoques. Pero ¿qué decir de la capacidad de examinarse a sí misma la Iglesia?

–El problema, para mí, es que esa visión permite poca autocrítica. Si la Iglesia tuviera siempre santos y celosos pastores, humildes y llenos de celo apostólico, no habría problema en que se vistieran como quisieran. Pero la Iglesia es humana también, Fidelio, y no podemos meterla en una burbuja intocable de espiritualidad solamente para sustraerla de la crítica. Es algo así como: “A la Iglesia sólo la puede examinar la Iglesia.” Yo veo un riesgo de totalitarismo ahí, y creo que la Historia me da la razón.

–Depende de qué historiador consultes. Mi propia opinión es que no ha sido la crítica “exterior” la que ha traído los verdaderos bienes a la Iglesia. Nadie puede mirarla de modo completamente desinteresado. Si crees en Cristo, si crees en Cristo hasta el fondo, sólo la puedes considerar tu Casa, tu Fuente Nutricia, tu Madre y Maestra. Si no crees en Cristo sólo la puedes mirar como una amenaza, porque de Cristo viene la enseñanza que nos impide idolatrar cualquier forma de poder, de riqueza o de conocimiento. Así que es un sofisma eso de que uno puede tener una mirada “externa” sobre la Iglesia. O la amas, hasta dar tu vida por Ella, o la detestas y tratas de recluirla en la sacristía o el campo de concentración. Yo por mi parte, tengo muy clara mi opción: quiero a mi Iglesia y no me avergüenzo de mostrar que la quiero.

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La Vocación

¿Qué seré en esta vida?

Hay una experiencia que compartimos todos los seres humanos, todos nos hacemos preguntas. A todos nos inquieta el futuro, nuestro futuro, mi futuro. Me gustaría tenerlo todo claro, todo decidido, todo conseguido, pero la verdad es que no es así. En nuestra vida hay innumerables dudas. Pero entre todas ellas, hay una que posiblemente sea la que más nos aprieta:

¿Qué seré?
¿A qué me dedicaré en la vida para conseguir mi mayor objetivo, que es ser feliz?
¿Qué tengo que hacer para llevar a cabo los deseos y anhelos más íntimos de mi corazón, incluso aquellos que seguramente no me he atrevido a contar a nadie?

Todos necesitamos encontrar el sentido de nuestra vida, es decir, aquellos ideales por los que yo me decido libremente, y los convierto en mi razón fundamental para vivir y para actuar. La consecución de esos ideales se convierte para mí en apasionante motivo para luchar, esforzarme y superar las dificultades. Conseguirlo me hace feliz, da sentido a mi vida.

Pero esta búsqueda no siempre es fácil. Hay momentos en los que lo tenemos todo muy claro, pero en otros la confusión nos invade. Muchas personas se rinden en el camino y se conforman con encontrar pequeñas satisfacciones al momento actual y renuncian a construir un proyecto de felicidad, pero también es cierto que otros muchos, con tenacidad y constancia intentan caminar entre las dudas, y encuentran la luz.

Y en esta búsqueda los cristianos sabemos que no estamos solos. Dios, que no es una idea, ni un concepto, ni un mito; sino que, como dice el Catecismo, es nuestro Padre, vivo real y presente en la historia de los hombres, es quien nos ha llamado a la vida, y quien en el fondo ha puesto en nuestro corazón esas semillas de inquietud por conseguir unos ideales. Por eso, caminar con ese empeño nos hace felices, porque en el fondo es hacer fructificar las semillas depositadas por nuestro Padre en nosotros. Es responder a vocación a la que Dios nos llama.

Porque la vocación es eso, la llamada que Dios, que es Padre, nos hace a cada uno de nosotros a vivir nuestra vida según el proyecto que nos ofrece a cada uno de sus hijos.

Lo que yo haga en esta vida ¿no es sólo asunto mío?

Cada uno de nosotros no estamos en el mundo por casualidad. Dios nos llama personalmente a cada uno a vivir en este mundo, con un proyecto más grande, llegar a vivir la plenitud junto a Él.

Por el Sacramento del Bautismo somos hijos amados de Dios. Por tanto podemos llamar a Dios, Padre; y a todos los demás hombres y mujeres, les reconocemos como hermanos. El bautismo es una llamada a formar parte de un Pueblo, el Pueblo de Dios; a vivir como Comunidad, no vamos por libre y en solitario; a formar parte de la Iglesia, cuya cabeza es el mismo Cristo, el primer llamado y el que ha vivido la vocación de una forma más perfecta.

Si somos capaces de valorar nuestra vida como regalo de Dios, regalo único e irrepetible, seremos capaces de reconocer que la fe es un nuevo regalo que nos ofrece nuestro Padre. Entonces seremos capaces de salir al encuentro de Cristo, que se ha hecho hombre para encontrarse con nosotros y manifestarnos el amor de Dios a sus criaturas. Este encuentro nos hará descubrir que a cada uno de nosotros Cristo nos llama a una misión, llevar a mis hermanos la Buena Nueva de la salvación. Como en otro tiempo hizo con los Apóstoles, hoy nos dice a nosotros, “Id por todo el mundo…Anunciad el Evangelio de la salvación a vuestros hermanos….Sed mis testigos”.

La vocación cristiana es la llamada de Cristo a seguir su misión, esto es, a ser Sal de la tierra y Luz del mundo. El Papa Juan Pablo II ha dicho que “toda vocación cristiana encuentra su fundamento en la elección gratuita y precedente de parte del Padre. Él, como podemos leer en la Carta a los Efesios, nos eligió en Cristo para que fuéramos su pueblo… Él nos destinó a ser adoptados como hijos suyos, por medio de Jesucristo. La historia de toda vocación cristiana es la historia de un inefable diálogo entre Dios y el hombre, entre el amor de Dios que llama y la libertad del hombre que responde a Dios en el amor”.

¿Cómo puedo saber qué quiere Dios de mí?

Para ser “sensibles” a la vocación es necesario “estar en la onda de quien nos llama”, esto es:
Descubrir que Dios es nuestro Padre. Dios no es un concepto, una idea, una fuerza anónima o un elemento de la mitología mas o menos fantástico. Dios, así nos lo vemos en el Antiguo Testamento y así nos lo presenta Jesús, es un ser personal, vivo, que ama y dialoga con sus criaturas. Y a quien en presente le presentamos nuestras súplicas, le damos gracias y le sentimos cerca.

Profundizar en el conocimiento de Jesucristo; tomar la determinación de seguir sus huellas, abriendo nuestra vida a la salvación y vivir la fe cristiana, es decir, vivir comprometidos con Cristo Jesús y fiándonos plena y gozosamente en él.

Es necesario ser sensibles a los problemas de nuestros semejantes, problemas materiales como la pobreza, la marginación o la injusticia, pero también problemas espirituales como pueden ser el hambre de Dios o la falta de valores, con la seguridad de que en nombre de Jesús también nosotros podemos tener una palabra o un gesto eficaz de salvación para nuestro mundo. Con todo lo que hemos dicho resulta fácil afirmar que todo proyecto de vocación cristiana pasa por pertenecer a la iglesia, es decir, formar parte de una comunidad de hombres bautizados, hombres y mujeres que han aceptado el proyecto de Jesús en sus vidas y se esfuerzan por vivirlo cada día de forma más plena.

En nuestra Iglesia, además, cada uno tenemos un puesto único. Dios acostumbra a llamar por nuestros propios nombres. Cada uno tenemos una responsabilidad. Cada uno debemos preguntarnos:

Señor, ¿qué quieres que haga?

La Iglesia tiene una misión de salvación en el mundo. Pero cada cristiano vive esa misión de una forma concreta según la llamada de Dios. Así lo dijo san Pablo en su carta a los Efesios (Ef. 4,11-13).

De acuerdo, yo quiero seguirte; pero ¿por dónde? En la Iglesia existen tres caminos de realización de la gracia del Bautismo. Tres vocaciones necesarias para la vida de la misma. Tres caminos de realización cristiana:

LA VOCACIÓN SEGLAR
El Sacramento del bautismo es una llamada de Dios a participar del ser y de la misión de Jesucristo. Es una llamada a la configuración progresiva con Cristo.
Esto le da al seglar una capacidad de ser otro Cristo en el mundo. Allí donde un cristiano realiza su misión conscientemente está presente la Iglesia de Jesucristo. El campo de acción del seglar es el mundo: la vida profesional, el centro de estudios, el barrio, la política, la familia etc…

LA VOCACIÓN A LA VIDA CONSAGRADA
Dios llama a hombres y mujeres a seguirle radicalmente con un estilo propio de vida.
Son cristianos que quieren seguir a Cristo en pobreza, no tener nada propio, sino al servicio de los demás; obediencia, vivir en disponibilidad total a la voluntad de Dios mediatizada en los superiores y la castidad, no formando una familia, pero dándose en un amor universal. Y todo ello viviendo en comunidad, es decir, en familia, entre hermanos.
Esta vocación se desarrolla con matices propios según el carisma del Fundador de una u otra congregación o instituto de vida consagrada. Los Fundadores han sido profetas que han sabido seguir a Jesucristo radicalmente en una época histórica concreta. Podemos recordar a muchos, por ejemplo Francisco de Asís, Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola, Vicente de Paúl, Teresa de Calcuta, etc…

LA VOCACIÓN SACERDOTAL
El sacerdote es un hombre llamado por Jesús a ser todo para todos. Es un ministerio que se realiza como colaboradores del Obispo, sucesor de los Apóstoles. El sacerdote recibe el sacramento del Orden Sacerdotal mediante la imposición de las manos. Este gesto, realizado desde el principio por los Apóstoles, le une a una cadena sucesiva de hombres que han guardado la fidelidad a la tradición de la Iglesia; es decir, han querido ser fieles a los orígenes del cristianismo.

El sacerdote tiene en la comunidad tres funciones:

Predica la Palabra: Habla en nombre de Jesucristo para que quienes le escuchan le conozcan y se puedan convertir a él.

Preside los Sacramentos: Actúa en nombre de Jesucristo ante la comunidad. Preside la Eucaristía en la que proclama la Palabra de Jesús y parte y reparte a la comunidad el Cuerpo de Cristo, perdona los pecados, en nombre de Dios, y así en los demás Sacramentos.

Es Pastor y Guía del Pueblo: Aconseja, reprende, ilumina la fe, etc. Es decir, es el buen pastor que conoce a las ovejas y estas le conocen a él.

Tengo dudas, no sé qué hacer…

Si te inquieta vivir tu vocación cristiana, se sincero, paciente, humilde y valiente contigo mismo y pregúntale a Jesús:

Señor, ¿qué quieres que haga con mi vida?
¿Cuál es mi vocación?
¿Dónde y cómo podré servirte a ti y a los demás más y mejor?

La vocación es llamada de Dios. Pero hemos de tener la valentía de ponernos ante Él y preguntarle cuál es su voluntad.

La mayor alegría de un cristiano es poder decir un día: “Gracias, Señor, por encontrar mi vocación”, pues en definitiva ha encontrado su forma concreta de realización.

¿Qué vocación? Eso es cosa tuya y de Dios, pero no olvides que ya hay muchos jóvenes (y algunos no tan jóvenes) que te están diciendo: ¡SOY FELIZ!

¿Y tú?, ¿has empezado a buscar?, ¿has encontrado tu vocación?, ¿TE HAS DECIDIDO? Pero, sobre todo, no lo olvides, ÁNIMO, pues el resultado de tu búsqueda es tu camino para alcanzar la felicidad, y seguramente la de muchos más!

Lunes de Federico (3)

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Ecclesia semper reformanda

Federico ha mostrado su desconfianza hacia las ventajas que traen el ambiente, el lenguaje y el vestido clericales. Fidelio intenta hacer avanzar la discusión hacia temas que considera más esenciales.

–No has dicho nada nuevo. Ya se sabe desde el seminario: “Ecclesia semper reformanda: la Iglesia siempre está necesitada de reforma,” o como gustan decir hoy: de conversión. Lo que yo no veo es que el camino de la conversión sea el camino de la mediocridad o de la chabacanería.

–¿A qué te refieres?

–No es nada personal, Federico, pero mira esto: así como tú dices que debajo de una capa de sacralidad se esconde apetito de privilegios y otras bajezas por el estilo, así yo me atrevo a denunciar: debajo de esa capa de informalidad de muchos sacerdotes lo único que hay es mediocridad, ganas de vivir sin mayores compromisos, incluso temor de ser señalados. Es que no se nos olvide lo que ya dijo el Santo de Hipona, el gran Agustín, con palabras que puso en labios de la Iglesia misma: “¡Cuánta guerra me han hecho desde mi juventud!” Te acordarás de mí: ya viene la persecución de nuevo contra la Iglesia, y como sucedió en la nefanda guerra civil española, no nos extrañe que muchos sean ejecutados por el sólo hecho de llevar con dignidad una sotana o un hábito religioso. ¡No podemos ser menores que ellos, mi respetado curita! ¡También nosotros estamos llamados a dar la buena pelea y a mostrar con valor a qué Cristo servimos con empeño y decoro!

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Lunes de Federico (2)

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Los buenos ejemplos

Federico ve en su modo sencillo de vestir un modo de servir más directamente al pueblo de Dios. Fidelio quiere opinar al respecto.

–Nobles deseos, hermano mío, nobles deseos que no debes dejar perder, aunque la herrumbre de los años y el viento solano de las tentaciones quieran resecar tu corazón inquieto. Todos pasamos por dificultades y desiertos, pero el que usa los medios que la Iglesia le ofrece sale victorioso más pronto y mejor. Por eso yo amo mi sacerdocio y quiero mi sotana. Para mí no es una obligación ni un castigo. No es un pretexto para privilegios sino un modo de servir a la grey del Señor. ¿Y qué puede ser más necesario hoy, Federico, que vemos a la juventud tan descarriada y a la familia sitiada por todas partes? Para mí la sotana no es un fin sino un medio. ¿Cuántas veces me ha sucedido que voy por un parque, por ejemplo, rezando mi rosario o simplemente contemplando el paisaje delicioso, y algún muchacho se me acerca y me consulta algo? ¡Si yo te contara las conversiones que se han dado gracias a estos trapitos que tú desprecias tan fácilmente! Cada vez que eso sucede yo solamente me digo: “Loado sea mi Señor: si yo no hubiera llevado mi sotana, esa alma jamás hubiera encontrado el camino.”

–Tú sabes, Fidelio, que yo te respeto, y si alguna vez hago un chiste es por distensionar el ambiente y para que no te me pongas más clérigo de la cuenta. Pero ya hablando en serio: yo tengo un pequeño reparo que hacer a tu historia, que es muy linda, la de las confesiones en el parque…

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Lunes de Federico (1)

De acuerdo: hablemos de hábitos y sotanas

Creo que conozco ya las dos versiones: hábito usado todo el tiempo y hábito usado poco o casi nunca. Lo primero, en Chiquinquirá y Bogotá; lo segundo, en Villavicencio y Dublín. ¿Con qué me quedo a fecha de hoy?

La legislación oficial de la Iglesia es clara al respecto: sacerdotes y religiosos deben identificarse por su vestido; la práctica común en la Iglesia también es clara: muchos sacerdotes no se identifican por su traje y muchos más usan ropa clerical sólo cuando les conviene.

Dos refranes compiten en esta materia. Uno dice: “el hábito no hace al monje;” el otro dice: “no sólo hay que serlo sino parecerlo.” Hasta un cierto punto, dos mentalidades colisionan también aquí: los de “hábito o clergyman siempre” suelen ser más conservadores o de derecha; los de “ropa normal” suelen ser más progresistas o de izquierda. Muchos de los que se visten juiciosamente “como padrecitos” son cercanos a las curias, los obispos y los seminarios; los que no parecen tan “padrecitos” prefieren o dicen preferir el trabajo “de campo” y aparentemente les interesa menos trepar por lo que a veces llaman la escalera del poder. Digo todo esto no por simple estereotipo sino para que seamos conscientes desde el principio que en esto concluyen más factores y dimensiones de las que uno pensaría inicialmente.

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Influencia del demonio sobre el hombre

a) El asedio es acción contra el hombre desde fuera, como cercándolo, provocando miedo en él.

b) La obsesión es ataque personal con injurias, daño del cuerpo, o actuando sobre los sentidos.

c) La posesión es la ocupación del hombre por el dominio de sus facultades físicas, llegando hasta privarle de la libertad sobre su cuerpo. Contra la posesión y la obsesión la Iglesia emplea los exorcismos.

d) Existen otros modos de seducción, tales como los milagros aparentes que el puede realizar, y la comunicación con el demonio que se supone en algunos fenómenos de la magia negra, el espiritismo, etc.

e) Pero la manera ordinaria como el demonio ejecuta sus planes es la tentación, que alcanza todos los seres humanos. Se define por tal, toda aquella manipulación por la que el demonio, positivamente y con mala voluntad, instiga a los humanos al pecado para perderlos. Es muy importante percatarse que a pesar del indiscutible poder de la tentación diabólica, no puede su malicia actuar más de donde Dios lo permite, su poder es poder de criatura, poder controlado. Dios es fiel, y no permitirá que seais tentados más allá de vuestras fuerzas.(I Cor.l0,l3).

En concreto, conviene, pues, situarse en el justo medio: No olvidar su acción y su eficacia maligna, ni perder la serenidad y confianza en Dios.

Gracias Señor

Una alma recién llegada al cielo se encontró con San Pedro. El santo llevó al alma a un recorrido por el cielo. Ambos caminaron paso a paso por unos grandes talleres llenos con ángeles.

San Pedro se detuvo frente a la primera sección y dijo: “Esta es la sección de recibo. Aquí, todas las peticiones hechas a Dios mediante la oración son recibidas.” El ángel miró a la sección y estaba terriblemente ocupada con muchos ángeles clasificando peticiones escritas en voluminosas hojas de papel de personas de todo el mundo.

Ellos siguieron caminando hasta que llegaron a la siguiente sección y San Pedro le dijo: “Esta es la sección de empaque y entrega. Aquí, las gracias y bendiciones que la gente pide, son empacadas y enviadas a las personas que las solicitaron.”

El ángel vio cuan ocupada estaba. Habían tantos ángeles trabajando en ella como tantas bendiciones estaban siendo empacadas y enviadas a la tierra.

Finalmente, en la esquina más lejana del cuarto, el ángel se detuvo en la última sección. Para su sorpresa, sólo un ángel permanecía en ella ocioso haciendo muy poca cosa.

“Esta es la sección del agradecimiento” dijo San Pedro al alma. “¿Cómo es que hay tan poco trabajo aquí?” – preguntó el alma. “Esto es lo peor”- contestó San Pedro. “Después que las personas reciben las bendiciones que pidieron, muy pocas envían su agradecimiento.”

“¿Cómo uno agradece a las bendiciones de Dios ?”

“Simple” – contestó San Pedro, “Solo tienes que decir dos palabras: “¡gracias, Señor!”

El Sacerdote

Antes que nada es un hombre, un hombre que siente, que llora, que tropieza, que ríe y que duerme. Un hombre que busca, que necesita, que pide y que ama. Un hombre.

Dios en Jesucristo, le trastornó la vida. Lo eligió, le mostró su afecto, lo llamó a seguirlo, le entregó un mensaje, le dio una misión y lo conquistó definitivamente.

Por eso, como una locura incomprensible decidió dejar todas las cosas para ir con Él por los caminos.

Abandonadas quedaron en el lago unas barcas y unas redes. Allí quedó una profesión, un estudio, un gran futuro o una gran fortuna. Allí quedó la hacienda, la familia, la patria, la esperanza de una encantadora mujer y unos hijos muy hermosos.

Sólo por EL, para darle a EL más minutos de la vida. Para conversar con ÉL sin interrupción. Para amarlo a ÉL con el corazón entero, para hablar sobre ÉL en cualquier momento.

Y así enamorado locamente, entra en cada casa para entregar una sonrisa, preside una asamblea para dar a Dios las gracias, perdona a un hombre arrepentido, para que pueda encontrar la paz, entrega su consejo sin esperar retribuciones.

Y a los pobres anuncia el Evangelio para que trabajen por su liberación. Su más profunda alegría y su aspiración más auténtica es que el joven o el adulto conozca a Jesús y lo experimente cerca.

Su único deseo es que los hombres se amen con el estilo de su amor. Que no teman. Que vivan. Que sean hombres plenamente. Que reconozcan la compañía cariñosa de un Dios que es y se declara Padre. El sacerdote es un hombre.

Muchos defectos y mediocridad lo limitan. Es débil, es a veces cobarde, ama a medias. Se apasiona. Es verdad. Pero él no fue llamado por su admirable perfección. Dios no lo eligió por el brillo de sus virtudes. Es llamado para ser instrumento, portavoz y transmisor de El.

En su gran debilidad Dios se muestra fuerte. Por eso el sacerdote no se anuncia a sí mismo. Anuncia siempre al que lo envió y a la comunidad que lo prolonga. Es ministro de la Iglesia a la que sirve. Trabaja en comunión.

Se afirma en la oración porque necesita oir a Dios antes de proclamar lo que El dice. Un sacerdote es padre amoroso para todos. Es pastor que da la vida. Es liturgo que celebra el paso de Dios entre nosotros. Es amigo, de los niños y de los enfermos, de los jóvenes y de los pobres, de los que necesitan cariño o compañía.

Y entre lágrimas y gozos ambiciona sólo una cosa: poder decir sinceramente: “Esto es mi cuerpo para que ustedes lo coman” “Esta es la sangre de mi vida, la derramo por ustedes, por cada uno, por todos, con un amor que me desborda”.

Dios no respondía…

Cuentan que una mujer dirigía siempre su oración y nunca era respondida por Dios.

Pidió entonces ayuda a un sabio que habitaba en un convento muy alejado, quien le dijo: – “¿Cómo oras a Dios?”

Ella respondió: – “Señor, este día tengo muchos problemas, muchas dificultades, necesito ayuda y ya no sé que hacer. Te pido que tengas compasión de mí pues mis fuerzas se han agotado. Mi familia no me ayuda y tengo muchos enemigos”.

A lo que el sabio respondió: – “Tu problema radica en algo muy sencillo, cuando oras, debes ver a Dios y no ver tus problemas. Dirigirte a Dios confiando en que Él escucha, y sabiendo que su poder está sobre todas las cosas. De esta forma reconocerás a Dios como centro de tu vida, y entonces tu oración será escuchada. Aún más: Dios escucha intentos, nunca dejes de orar. Haz hecho bien y por eso Dios te ha escuchado.”

¿Saben? A veces Dios se convierte en un pañuelito de lágrimas a quien nos acercamos pero no para que nos libre de nuestros problemas, sino para “quejarnos” y nuestras oraciones decimos de todo, nos quejamos y enojamos, pero casi nunca decimos a Dios que confiamos en que Él conoce nuestros problemas y los puede solucionar.

Cuando Pedro caminaba por el agua, cuenta la Biblia que quitó su mirada de Cristo, y entonces empezó a hundirse. Cada vez que sientas que te hundes, debe volver tus ojos a Jesús, el vendrá a ti, extenderá su mano y entonces te levantará.

Pero no quites tus ojos de El. De la misma forma, tampoco en la oración debes tener a tus problemas como centro, sino a Jesús.

Mensaje de Cuaresma

Yo quiero recibir esta cuaresma como un regalo. Estoy necesitado de fe. Mi alma requiere bálsamo de esperanza. Mi ser entero sabe que fui creado para el amor. Yo quiero que esta cuaresma me traiga fe, esperanza y amor.

Además, necesito ser guiado. No lo sé todo, no lo entiendo todo, no lo puedo todo. En la vida hay muchas trampas y no todas son evidentes. Hay muchas oportunidades y uno no las ve todas. Ya he perdido bastante tiempo y muchas cosas buenas. He sido engañado de muchos modos y también me he engañado a mí mismo. Necesito guía. Necesito alguien que me conozca, que infunda confianza y que me lleve con sabiduría y con firmeza. Creo que no encontraré a nadie mejor que a Jesucristo.

Quiero vivir la cuaresma con Jesucristo. Quiero ir con él, porque a nadie admiro tanto y de nadie aprendo tanto. Quiero que me ayude a conocerme y a superar las cosas que me han hecho daño o con las que he dañado a otras personas. Quiero que él me enseñe también a perdonarme y a tener una mirada de mucha misericordia para conmigo y para con todo ser humano.

Necesito cuaresma. Mi alma necesita una buena cuaresma, llena de luz, de oración, de soledad y a la vez encuentro íntimo con el Señor y con mis hermanos más necesitados.

Necesito Palabra de Vida, Palabra de alimento, Palabra de gracia. Quiero nutrirme bien, desintoxicarme, limpiar la mirada, sentir una brisa de salud y de fuerza nueva que me recorra completamente.

Quiero una buena cuaresma. Quiero llegar con el corazón renovado al misterio grande la Pascua. Quiero poder cantar la alegría de esta pascua como ninguna otra. Quiero derretirme de amor cuando Jesús se da entero. Morir con él y vivir para siempre con él.

Dios, ayúdame. Dame una buena cuaresma, por favor. Prepárame y fortaléceme para que esta cuaresma sea victoria tuya y gloria tuya en mi vida.

Amén.

Nelson Medina, OP