El Papa reflexiona sobre el Padrenuestro y su lugar en la Misa

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Continuamos la catequesis sobre la santa misa. En la Última Cena, después de que Jesús tomó el pan y el cáliz de vino, y dio gracias a Dios, sabemos que “partió el pan”. A esta acción corresponde, en la Liturgia eucarística de la misa, la fracción del Pan, precedida por la oración que el Señor nos ha enseñado, o sea, el “Padre nuestro”.

Y así comienzan los ritos de Comunión, prolongando la alabanza y la súplica de la Plegaria Eucarística con el rezo comunitario del “Padre Nuestro”. Esta no es una de las tantas oraciones cristianas, sino que es la oración de los hijos de Dios: es la gran oración que nos ha enseñado Jesús. De hecho, dado el día de nuestro bautismo, el “Padre Nuestro” hace que resuenen en nosotros los mismos sentimientos que hubo en Cristo Jesús. Cuando rezamos el “Padre nuestro” rezamos como rezaba Jesús. Es la oración que hacía Jesús y nos la enseñó a nosotros; cuando los discípulos le dijeron: “Maestro, enséñanos a rezar como rezas tú”. Y Jesús rezaba así. Es muy bello rezar como Jesús. Formados en su divina enseñanza, nos atrevemos a recurrir a Dios llamándolo “Padre”, porque hemos renacido como hijos suyos a través del agua y del Espíritu Santo (véase Ef. 1: 5). Nadie, en verdad, podría llamarlo familiarmente “Abbá” –Padre- sin haber sido generado por Dios, sin la inspiración del Espíritu, como enseña San Pablo (ver Rom 8:15). Tenemos que pensar: ninguno puede llamarlo “Padre” sin la inspiración del Espíritu. ¡Cuántas veces hay gente que dice “Padre nuestro”, pero no sabe lo que dice!. Porque sí, es el Padre, pero ¿tú sientes que cuándo dices “Padre”, Él es el Padre, tu Padre, el Padre de la humanidad, el Padre de Jesucristo? ¿Tú tienes una relación con este Padre? Cuando rezamos el “Padre nuestro” nos unimos con el Padre que nos ama, pero es el Espíritu quien nos da esta unión, este sentimiento de ser hijos de Dios.

¿Qué mejor oración que la enseñada por Jesús puede disponernos a la Comunión sacramental con él? El “Padre Nuestro” se reza, además de en la misa, por la mañana y por la noche en laudes y vísperas; de esta manera, la actitud filial hacia Dios y de fraternidad con el prójimo contribuyen a dar una forma cristiana a nuestros días.

En la Oración del Señor –en el “Padre nuestro”– pedimos “el pan de cada día”, en el que vemos una referencia específica al Pan eucarístico, que necesitamos para vivir como hijos de Dios. Imploramos también “el perdón de nuestras ofensas”, y para que seamos dignos de recibir el perdón nos comprometemos a perdonar a quienes nos han ofendido. Y esto no es fácil. Perdonar a las personas que nos han ofendido no es fácil; es una gracia que debemos pedir: “Señor, enséñame a perdonar como tú me has perdonado”. Es una gracia, con nuestras fuerzas no podemos: perdonar es una gracia del Espíritu Santo. Por lo tanto, mientras abre nuestros corazones a Dios, el “Padre Nuestro” también nos dispone al amor fraterno. Finalmente, pedimos nuevamente a Dios que nos “libre del mal” que nos separa de él y nos divide de nuestros hermanos. Entendemos bien que estas son peticiones muy adecuadas para prepararnos para la Sagrada Comunión (ver Instrucción General del Misal Romano, 81).

De hecho, lo que pedimos en el “Padre Nuestro” se prolonga con la oración del sacerdote que, en nombre de todos, suplica: “Líbranos, Señor, de todos los males, concede la paz en nuestros días”. Y después recibe una especie de sello en el rito de la paz: En primer lugar, se invoca de Cristo que el don de su paz (cf. Jn 14,27) –tan diferente de la paz del mundo– haga que la Iglesia crezca en la unidad y la paz según su voluntad; luego, con el gesto concreto intercambiado entre nosotros, expresamos “la comunión eclesial y la mutua caridad, antes de la comunión sacramental.” (IGMR, 82). En el rito romano, el intercambio del signo de la paz, colocado desde la antigüedad antes de la comunión, se ordena a la comunión eucarística. De acuerdo con la advertencia de San Pablo, no se puede compartir el mismo pan que nos hace un solo cuerpo en Cristo, sin reconocerse pacificados por el amor fraterno (cf. 1 Cor 10,16-17; 11,29). La paz de Cristo no puede echar raíces en un corazón incapaz de vivir la fraternidad y de recomponerla después de haberla herido. La paz la da el Señor: Él nos da la gracia de perdonar a los que nos han ofendido.

El gesto de la paz es seguido por la fracción del Pan, que desde los tiempos apostólicos dio su nombre a toda la celebración de la Eucaristía (cf. IGMR, 83; Catecismo de la Iglesia Católica, 1329). Hecho por Jesús durante la Última Cena, partir el pan es el gesto revelador que hizo que los discípulos lo reconocieran después de su resurrección. Recordemos a los discípulos de Emaús, quienes, hablando del encuentro con el Resucitado, relatan “cómo lo reconocieron al partir el pan” (cf. Lc 24,30-31,35).

La fracción del Pan eucarístico va acompañada de la invocación del “Cordero de Dios”, figura con la que Juan Bautista indicó en Jesús “al que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29). La imagen bíblica del cordero habla de redención (véase Ex 12: 1-14, Is 53: 7, 1 Pt. 1:19, Ap 7:14). En el pan eucarístico, partido por la vida del mundo, la asamblea orante reconoce al verdadero Cordero de Dios, que es Cristo Redentor, y le ruega: “Ten piedad de nosotros … danos la paz”.

“Ten piedad de nosotros”, “danos la paz” son invocaciones que, desde la oración del “Padre Nuestro” a la fracción del pan, nos ayudan a prepararnos para participar en el banquete eucarístico, fuente de comunión con Dios y con los hermanos.

No olvidemos la gran oración: la que nos ha enseñado Jesús y que es la oración con que Él rezaba al Padre. Y esta oración nos prepara a la Comunión.

Las profanaciones eucarísticas y la presencia de Cristo

Un “profeta” dijo que la presencia de Cristo se aleja de una Hostia Consagrada cuando ésta va a ser objeto de un sacrilegio, como cuando los satánicos hacen sus ritos y vejámenes, tiene razón? –RV

No tiene razón.

Según Santo Tomás, solamente cuando se produce destrucción de las especies eucarísticas ya no puede hablarse de presencia de Cristo. Pero que Cristo “abandone” las especies no es una afirmación correcta porque supone que la sustancia o realidad de pan o de vino está siempre ahí, y eso no es transubstanciación sino consubstanciación, que es por cierto lo que enseñan erróneamente los luteranos.

Cuando sucede una profanación, debemos reconocer con dolor, hay presencia de Cristo hasta el momento en que las especies son completamente destruidas o irreconocibles. Precisamente por eso se comete el crimen de sacrilegio. Si Cristo no estuviera aí presente no abría crimen sino si acaso una burla. Pero el crimen es real y se comete porque Cristo sí está presente.

LA GRACIA del Miércoles 6 de Diciembre de 2017

Aprovecha el sagrado banquete de la Eucaristía mientras estás aquí para que luego goces para siempre de la dulzura de Cristo en el cielo.

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Trinidad, eucaristía, adoración

“La Santísima Trinidad “tal como Jesús quiso que la conociésemos. Él nos reveló que Dios es amor no en la unidad de una sola persona, sino en la Trinidad de una sola sustancia: es Creador y Padre misericordioso; es Hijo Unigénito, eterna Sabiduría encarnada, muerto y resucitado por nosotros; es finalmente Espíritu Santo que todo mueve, cosmos e historia, hacia la plena y final recapitulación…”

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Transustanciación y metafísica

“Voy a tratar de responder a la pregunta, «¿es la transustanciación contraria a la metafísica?» tratando de aventurar cuáles pueden ser las dificultades del Prof. Grillo y cómo las resuelve Santo Tomás. Para ello habrá que realizar una introducción general. Como siempre, trataré de ser lo más sintético posible, aunque eso pueda llevar a algunas imprecisiones por mi parte, que serán subsanadas, en lo posible, en los comentarios…”

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Documento vaticano sobre el pan y el vino para la Eucaristía

“Las hostias sin gluten no sirven para ser consagradas. El mosto de uva sí, en caso necesario, si no se ha cambiado “su naturaleza”. Pueden provenir de cultivos modificados genéticamente. Estas son algunas de las aclaraciones de la nueva Carta circular a los Obispos sobre el pan y el vino para la Eucaristía que ha difundido por encargo del Papa la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos…”

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LA GRACIA del Domingo 18 de Junio de 2017

DOMINGO DE LA SOLEMNIDAD DEL SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO, CICLO A

En la Eucaristía nos encontramos con el amor verdadero y alimentados por Cristo con su cuerpo, vida, Palabra y ejemplo avanzamos como Iglesia por los desiertos de este mundo.

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LA GRACIA del Sábado 6 de Mayo de 2017

Comulgar en profundidad significa que por la venida de Jesucristo podemos ser renovación y renovar el conjunto entero de la creación.

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LA GRACIA del Viernes 5 de Mayo de 2017

En Cristo encontramos nuestra plenitud y alimentándonos de Él podemos ser vida para el mundo a medida que nos convertimos en Cristo cada vez que comulgamos.

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El valor de las misas en latín

Padre Nelson: varios de mis amigos, católicos con una buena formación, se han ido acercando a las misas en latín porque hay unos padres aquí cerca que celebran con el rito “extraordinario.” Y le soy sincero, Padre, a mí si me parece extraordinario porque veo fervor, respeto, atención y sentido de lo sagrado, que son cosas que se han perdido en muchos lugares. Alguien me decía, con motivo de la muerte de un tío mío, que le mandara celebrar 30 misas pero en latín, o sea, con esos padres, supongo yo. Y me quedó la duda: ¿por qué tiene que ser en latín? ¿Es que la misa en latín por decirlo así “vale más”? Gracias por su tiempo. — R.B.

* * *

Para abordar una pregunta cono la tuya, hay que partir de qué es la misa, para ver de dónde proviene su valor. En el número 1322 del catecismo leemos: “La Sagrada Eucaristía culmina la iniciación cristiana. Los que han sido elevados a la dignidad del sacerdocio real por el Bautismo y configurados más profundamente con Cristo por la Confirmación, participan por medio de la Eucaristía con toda la comunidad en el sacrificio mismo del Señor.”

De inmediato comprendemos el valor infinito, incomparable que tiene la Misa, y que proviene enteramente de la unión con el sacrificio de Cristo, en amor y obediencia, sobre el madero de la Cruz. Ese valor intrínseco de la Misa, que sin duda es el más importante, no tiene nada que ver con el idioma o los instrumentos musicales que se utilicen, si se utilizan.

Uno puede hablar de valores adicionales o extrínsecos, que provienen de las disposiciones del celebrante y del pueblo de Dios que participa. Efectivamente, el fervor de quien preside y el recogimiento de la asamblea ayudan a que el valor intrínseco, infinito e inmutable de la Misa alcance con mayor abundancia a los que están presentes. Y de nuevo: uno se da cuenta de que esas disposiciones no tienen que ver con que sea rito ordinario o extraordinario, o que sea misa en latín, inglés, español o swahili.

De modo accidental y ocasional hay factores que pueden impactar el alma y facilitar que surjan las mencionadas disposiciones. Un lugar solemne, o históricamente muy significativo, puede causar ese efecto. Supongamos el caos de las personas que peregrinan a Tierra Santa y tienen una eucaristía en el Santo Sepulcro: un lugar de tan enorme significación ayuda a que uno se disponga con mayor intensidad para recibir el bien propio del sacrificio eucarístico pero el Cristo a quien nos unimos en tales circunstancias no es distinto del Cristo que puedo encontrar en el sagrario humilde de una capilla de mi pueblo. En el mismo nivel se encuentran elementos como el canto o la lengua. La hermosa cadencia de la lengua latina, y la consideración sobre cuántos siglos han pasado en que la Iglesia oró en esa lengua, pueden causar un impacto saludable en el corazón, que entonces se dispone mejor para la Misa. Pero tales elementos tienen solamente un valor extrínseco y ocasional, y no deben ser despreciados pero tampoco sobrevalorados.

De nuevo: lo propio de la Misa es la unión de fe y amor con Cristo en su sacrificio, y si nos centramos en ello vamos por buen camino.