Cuando un cardiólogo estudia Milagros Eucarísticos

El portal mariano Cari Filii News recoge un comentario al estudio del cardiólogo Franco Serafini sobre los cinco milagros eucarísticos examinados por científicos. El cuadro que resulta es asombroso: “Un diagnóstico clínico preciso, puntual y detallado que coincide perfectamente con lo que leemos en los Evangelios”. Lo ha detallado en un libro al que Costanza Signorelli dedica un reportaje en La Nuova Bussola Quotidiana:

“Un corazón sangrante, que pertenece a un hombre joven, golpeado y condenado, oprimido por un estrés severo de tipo psíco-físico y que, desde hace dos días, se encuentra suspendido entre la vida y la muerte”. Es esta la descripción concreta de aquello que reciben los fieles católicos en el momento en el que el sacerdote pone en su lengua la Hostia consagrada. Y bien: no estamos citando la visión mística entregada por Dios a uno de sus santos. Esta vez es la ciencia la que habla claro y de manera irrefutable. Lo revela el Dr. Franco Serafini en su libro: Un cardiologo visita Gesù. I miracoli eucaristici alla prova della scienza [Un cardiólogo visita a Jesús. Los milagros eucarísticos, examinados por la ciencia].

Un libro imprescindible que reúne los cinco milagros eucarísticos revisados por la ciencia médica: Lanciano (Chieti, Abruzos, Italia, siglo VIII), Buenos Aires (1992-1994-1996), Tixtla (Guerrero, México, 2006), Sokó?ka (Polonia, 2008) y Legnica (Polonia, 2013). A estos se les añadiría un sexto -el milagro de Betania (1991)-, deliberadamente apartado de la tramitación por razones que expone el autor. Por el contrario, se incluyen los dossier sobre los lienzos de la Pasión, cuya inclusión fue impuesta por los mismos resultados científicos, especialmente como consecuencia de los “desconcertantes resultados relacionados con el grupo sanguíneo”, explica Serafini.

El cardiólogo nos introduce así en la enorme mole de trabajo que tuvo que afrontar, revisando personalmente todas las investigaciones realizadas en los últimos cincuenta años y colaborando, cuando fue posible, con los primeros científicos que “trataron” las reliquias. El resultado es un cuadro sorprendente: “Un diagnóstico clínico preciso, puntual y detallado que no entra en conflicto, más bien coincide, con lo que leemos en los Evangelios y recibimos como don de la Tradición católica”. Pero procedamos con orden.

Lanciano: un corazón que late desde hace trece siglos

Todo nace con el milagro de Lanciano (Abruzzo, provincia de Chieti). En cierto modo se trata de un outsider respecto al complejo de los milagros eucarísticos citados, pero tal vez -también debido a esto-, es el preferido del Dr. Serafini: “Es un prodigio misterioso que tiene características increíbles. Si bien es poco valorado, se puede decir tranquilamente que estamos ante una de las más importantes reliquias de la cristiandad, que sobrevive dese hace trece siglos. Además, explica el cardiólogo, ha sido un milagro absolutamente generoso: no se trata de una Hostia que ha sangrado ‘un poco’; ese día todo el Pan se convirtió en Carne y el todo el Vino en Sangre”. Dicho milagro se sale de la norma por dos razones: ante todo, es el único que no pertenece a la época moderna, se verificó en el siglo VIII; en segundo lugar se diferencia por las modalidades específicas con las que se manifestó. Los milagros eucarísticos recientes, de hecho, se han verificado casi todos después de la “eliminación” de una Hostia consagrada e irremediablemente comprometida.

Para quien no lo sepa, recordamos que en estos casos el procedimiento canónico prevé poner la partícula en un recipiente de agua hasta que se disuelva completamente, durante pocos días; después, el agua de la ablución tiene que revertirse en el sagrario. Pues bien, es este el pasaje que se produce en el prodigio, puesto que la Hostia consagrada, en vez de disolverse, se “transforma” en carne y sangre: así ocurrió en Buenos Aires, en Sokó?ka y en Legnica. En Lanciano no fue así: el prodigio ocurrió, puntualmente, durante la Consagración eucarística, afectando por entero no solo a la Hostia, sino también al Cáliz. Ademas, señala Serafini: “Me gusta porque es un milagro que persiste y nos acompaña desde hace más de 1300 años, transmitido ininterrumpidamente de una generación a otra: esto es muy reconfortante”.

El doble milagro, cuerpo y sangre, en el milagro eucarístico de Lanciano.

Hay, de hecho una “historia en la historia”: así como en el siglo VIII el monje de San Basilio había dudado de la real presencia de Cristo en las especies eucarísticas -duda gracias a la cual se produjo el prodigio-, del mismo modo los monjes franciscanos de la generación pasada se encontraron en herencia una reliquia poco conocida y bastante “difícil”, y también ellos estuvieron llenos de grandes dudas. Por este motivo, en 1970 los religiosos le pidieron al profesor Odoardo Linoli que realizara una serie de estudios científicos. Fue así cómo, de la segunda duda, nace el segundo milagro porque, precisamente gracias a esos análisis se obtuvo un descubrimiento sin precedentes en la historia: “El antiguo tejido analizado -se lee en el informe-, presenta las características típicas e inconfundibles de las células cardiacas. No es sólo el aspecto microscópico el recuerda el músculo cardíaco; es toda la estructura macroscópica de la carne la que recuerda a una sección entera del corazón”.

Dicho en otras palabras: el 11 de diciembre de 1970 el profesor Linoli, al exponer a los monjes los primeros resultados de los estudios, escribirá lo siguiente: “In principio erat Verbum, et Verbum caro factum est!» (En el principio era el Verbo, y el Verbo se hizo carne). Cuando los análisis estuvieron ultimados, ya no hubo dudas de ningún tipo: la Hostia es carne, y la carne es un corazón humano. Un asombro detrás de otro: en Buenos Aires, en Tixtla, en Sokolka y en Legnica las investigaciones lo confirman, estamos ante un corazón humano. Pero no acaba aquí.

La ciencia no tiene dudas: la Hostia aún sufre

Hay un aspecto particular con el cual la ciencia puede dar un auténtico valor añadido al fiel que se acerca al Misterio eucarístico y, al mismo tiempo, suscitar un sobresalto en quien aún no cree. Serafini lo cuenta así: “El tejido cardiaco analizado presenta una doble característica: por una parte la fragmentación/segmentación de las fibras y, por la otra, la infiltración leucocitaria”. Traducido: “Esta descripción médica detallada”, explica el cardiólogo, “nos hace comprender que el sufrimiento de Jesús no es una cuestión genérica; o sea, decir que Jesús sufrió no es un termino vago o abstractamente espiritual. Al contrario, esto se traduce en conceptos precisos de tipo anatomopatológico o histopatológico de los cuales, como veremos, es posible deducir hipótesis de diagnóstico”.

Pero hay más: los leucocitos están activos, lo que significa que la muestra de tejido, en el momento en que fue recogida para ser analizada, ¡aún estaba viva! Estamos ante un resultado sencillamente inexplicable desde el punto de vista científico, y Serafini nos explica el porqué: “Una vez que han sido separados del organismo viviente del que proceden, o después de la muerte del mismo, los leucocitos sobreviven en agua, sin disolverse, sólo durante unos minutos, máximo una hora”. Para comprender la sorpresa de los científicos, basta pensar que, en el caso de la reliquia de Buenos Aires, el tejido estudiado estuvo conservado en agua destilada y sin nutrientes durante más de tres años.

Pero prosigamos. Una vez dicho que el tejido está vivo y sufre, la pregunta surge espontánea: ¿ante qué tipo de sufrimiento nos encontramos? También en este caso el diagnóstico que se prefigura es absolutamente preciso y coherente con el dato de la fe: “En lo que respecta a la sangre”, detalla el cardiólogo, “la linfocitosis y la hipogammaglobulinemia encontradas en el laboratorio son compatibles con el cuadro clínico de un paciente politraumatizado: una persona pisoteada, golpeada o víctima de un grave accidente, sometida a un grave shock, con una situación de estrés psicofísico agudo o subagudo, con una línea temporal de uno/dos días desde el comienzo de dicha situación”.

El mismo discurso vale para el tejido cardíaco que nos desvela “no una enfermedad cardíaca o un infarto que depende de defectos coronarios, sino más bien un daño severo de estrés mediado por las catecolaminas… Es decir, hablamos de ese tipo de situación que vemos en las biopsias o en las autopsias de los pacientes que han sufrido una grave postración de tipo psíquico, farmacológico o traumático. Por ejemplo, en víctimas de un accidente aéreo o en… condenados a muerte”.

El grupo sanguíneao y… la bomba de gracia

De entre los numerosos aspectos en los que se han centrado las diferentes investigaciones, hay uno en particular que, para la ciencia, no admite réplicas. Se trata del descubrimiento del grupo sanguíneo, en esos casos en los que se han realizado los análisis pertinentes. Hablamos de Lanciano, Tixtla y de los tres principales lienzos de la Pasión: la Sindone de Turín, el Sudario de Oviedo y la Túnica de Argenteuil.

Y bien, cinco veces sobre cinco se ha encontrado, sin excepción, el mismo grupo sanguíneo: AB. “Este resultado”, explica Serafini, “es, como poco, desconcertante, porque se apoya en un dato de estadística matemática que elimina cualquier duda sobre la casualidad y la veracidad de estos prodigios eucarísticos”. El porqué es muy sencillo: “Cinco informes hematológicos, procedentes de materiales distintos, separados entre ellos por épocas históricas muy lejanas, por distancias geográficas -incluso transoceánicas-, cuatro de los cuales nos han llegado de épocas en las que se desconocía qué eran los grupos sanguíneos y, por lo tanto, a mayor razón, imposibles de falsificar… pues bien, los cinco, según los datos repetidos más de una vez con metodologías distintas y en laboratorios distintos, pertenecen siempre al grupo sanguíneo AB”. Se trata de una verdadera bomba estadística que -nos explica el científico con números en la mano-, nos demuestra la autenticidad de los tejidos al 99,99996875%. En pocas palabras, estamos ante un milagro dentro un milagro que, según Serafini, es poco conocido y es infravalorado.

En conclusión: si el estudio en cuestión tiene el mérito de proporcionar un análisis científico de altísimo nivel, el libro del doctor Serafini tiene un mérito adicional. Partiendo de una pregunta aparentemente retórica, pero fundamental (“¿Tiene el hombre de fe la necesidad de una prueba científica para creer en el milagro eucarístico?”), llega a una respuesta final esclarecedora: “El milagro eucarístico se da como alimento al hombre moderno, se le entrega y ofrece sin reservas para sostener su fe vacilante, igual que el Pan partido”. Y lo hace con la infinita humildad y delicadeza de Jesucristo: “La luz que emana de estos prodigios no es deslumbrante. Por mucho que algunos resultados científicos sean desconcertantes, es evidente que el milagro eucarístico se contiene, se autolimita y no quiere aplastar con su evidencia el frágil tesoro de nuestra fe”. Es decir, si Dios quisiera, en su Omnipotencia podría conducirnos a cualquier evidencia científica, suficiente para convencer a cualquiera de Su Verdad. Pero, evidentemente, no es esta la Voluntad de Nuestro Señor. Nos lo dice la fe y nos lo repite la ciencia: Jesús Eucaristía quiere ser creído, amado y adorado por el hombre libre, que Lo desea con total pasión. He aquí la Comunión viva con Aquel que nos ama primero: el don de Su corazón.

Traducción de Elena Faccia Serrano tomada de Cari Filii News. Publicado primero en Religión en Libertad.

La vida de Cristo en tu vida

La nutrición siempre incluye una forma de agresión para quitar vida; excepto con Cristo que ha querido darnos vida y vivir el misterio de su vida en nosotros.

LA GRACIA del Domingo 19 de Agosto de 2018

DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO B

Al alimentarme de Cristo quedo en manos de su poder que me transforma ¡Bendito misterio eucarístico que se renueva en cada Santa Misa!.

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10 puntos para una vida eucarística, tras las huellas de Maria Santísima

Una vida eucarística es aquella en que Cristo despliega su amor y poder, es decir, la fuerza de su propia vida en nosotros. por eso la vida eucarística implica: recibir, vivir y entregar a Jesucristo. La Virgen Santa es referencia perfecta de lo que esto significa y cómo se vive a plenitud.

RECIBIR A CRISTO

(1) Para una vida eucarística, la Llena de Gracia nos llama a estar en gracia; no se debe comulgar de cualquier modo sino solo con la apropiada preparación aunque sin caer en escrúpulos.

(2) María es felicitada ante todo por su fe; para acoger el misterio eucarístico nos aferramos a las palabras dle Señor y las acogemos con fe: “Esto es mi Cuerpo… Esta es mi Sangre…”

(3) Humildad. María proclama la misericordia divina que ha mirado la humillación de su sierva. Toda vida en Dios se sustenta en la verdad de lo que somos, y eso es lo propio de la humildad.

(4) Disponbilidad. María dice: “Aquí está la esclava del Señor.” Su ser y su hacer están en las manos sabios y poderosas de Dios.

VIVIR A CRISTO

(5) Atención a las necesidades de los hermanos. En Caná la Virgen nos muestra cómo un corazón renovado es siempre un corazón abierto al prójimo.

(6) Vamos siempre con Cristo. En Caná, María enfrenta una necesidad pero no sola. En nuestra vida el ejercicio de la certeza de que Él está es vital.

(7) Que la gloria sea para Dios: en Caná, María pide lo que debe pedir, hace lo que tiene que hacer, y desaparece de la escena. Quiere y logra que Dios sea el protagonista.

ENTREGAR A CRISTO A LOS HERMANOS

(8) Hay que “primerear”: ser ágiles y llegar pronto. No esperemos a que el peso de los problemas, la soledad u otras “ofertas” conquisten los corazones de las personas que son tan importantes para nosotros.

(9) Servir conlleva donación y la donación implica sufrimiento. El que no está dispuesto a perder algo que no diga que está dispuesto a donar de verdad algo.

(10) Como muestra la Virgen en su canto al llegar a casa de Isabel, todo genuino acto de evangelización, sea con palabras o con obras, va sellado por la alegría y la alabanza a Dios.

LA GRACIA del Domingo 12 de Agosto de 2018

DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO B

Jesús el Pan del cielo que recibimos en cada Eucaristía es capaz de transformar lo que para ti es un final en un nuevo comienzo en su Nombre y para su gloria.

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¿Es correcto litúrgicamente llevar ofrendas de flores, velas u otras cosas en la misa?

Padre Nelson: hace poco estuvimos en la clausura de año escolar del colegio de mi hija. Fue una celebración muy bien preparada pero también algo extraña por una serie de cosas que se hiciero y que creo que no son parte de la misa. Solo le menciono una: en el momento de la “presentación de las ofrendas” las niñas llevaban una serie de cosas que al final quedaron sobre el altar; cosas como sus cuadernos, unas flores, una cachucha, tres flores disecadas… No quiero ser extremista pero ¿de verdad hace falta todo eso para que sintamos que Cristo nos recibe a nosotros y todo lo que somos y hacemos? No sé si me expreso bien. –M.G.H.

* * *

Hace poco me compartieron un buen artículo del P. Javier Sanchez Martínez, liturgista español, que creo que aborda directamente la situación:

Cuando el sacerdote recita la oración sobre las ofrendas, si lo hace de modo claro, y todos los fieles escuchan atentamente interiorizando, se puede llegar a descubrir lo evidente: que las ofrendas que se presentan son pan y vino; éstos son los dones principales que se aportan al altar y sobre los cuales se reza.

Esto es lo evidente y, sin embargo, parece que pasa desapercibido confundiendo ofrendas con cualquier elemento que -¡hasta con una monición por ofrenda, y girándose hacia los fieles, levantando la ofrenda para que se vea, dando la espalda al altar y al sacerdote!- se lleva en procesión. Pero esto es una corruptela que se ha introducido en el modo de celebrar el rito romano, un elemento distorsionante.

Los dones verdaderos, la ofrenda real, es la materia del sacrificio eucarístico: todo el pan y todo el vino necesarios para consagrar y distribuir en la sagrada comunión. Pues algo tan evidente ha quedado desfigurado y extraño en la liturgia.

La Ordenación General del Misal Romano, que es norma y pauta obligatoria, lo explica.

Puede verse el artículo completo aquí.

LA GRACIA del Domingo 3 de Junio de 2018

SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO, CICLO B

La Eucaristía nos sumerge en el misterio del amor que llegó hasta el derramamiento de la sangre; sangre que significa entrega total, amor extremo, alianza permanente.

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LA GRACIA del Martes 17 de Abril de 2018

La fe no es un invento, es la respuesta a los signos del amor de Dios; y el signo más grande, bello y poderoso es Jesucristo mismo, realmente presente en la Eucaristía.

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LA GRACIA del Viernes 13 de Abril de 2018

Jesucristo nos muestra poco a poco la diferencia entre una religión que simplemente resuelve las cosas de la tierra y otra religión que se abre a la gloria del cielo.

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El Papa reflexiona sobre el Padrenuestro y su lugar en la Misa

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Continuamos la catequesis sobre la santa misa. En la Última Cena, después de que Jesús tomó el pan y el cáliz de vino, y dio gracias a Dios, sabemos que “partió el pan”. A esta acción corresponde, en la Liturgia eucarística de la misa, la fracción del Pan, precedida por la oración que el Señor nos ha enseñado, o sea, el “Padre nuestro”.

Y así comienzan los ritos de Comunión, prolongando la alabanza y la súplica de la Plegaria Eucarística con el rezo comunitario del “Padre Nuestro”. Esta no es una de las tantas oraciones cristianas, sino que es la oración de los hijos de Dios: es la gran oración que nos ha enseñado Jesús. De hecho, dado el día de nuestro bautismo, el “Padre Nuestro” hace que resuenen en nosotros los mismos sentimientos que hubo en Cristo Jesús. Cuando rezamos el “Padre nuestro” rezamos como rezaba Jesús. Es la oración que hacía Jesús y nos la enseñó a nosotros; cuando los discípulos le dijeron: “Maestro, enséñanos a rezar como rezas tú”. Y Jesús rezaba así. Es muy bello rezar como Jesús. Formados en su divina enseñanza, nos atrevemos a recurrir a Dios llamándolo “Padre”, porque hemos renacido como hijos suyos a través del agua y del Espíritu Santo (véase Ef. 1: 5). Nadie, en verdad, podría llamarlo familiarmente “Abbá” –Padre- sin haber sido generado por Dios, sin la inspiración del Espíritu, como enseña San Pablo (ver Rom 8:15). Tenemos que pensar: ninguno puede llamarlo “Padre” sin la inspiración del Espíritu. ¡Cuántas veces hay gente que dice “Padre nuestro”, pero no sabe lo que dice!. Porque sí, es el Padre, pero ¿tú sientes que cuándo dices “Padre”, Él es el Padre, tu Padre, el Padre de la humanidad, el Padre de Jesucristo? ¿Tú tienes una relación con este Padre? Cuando rezamos el “Padre nuestro” nos unimos con el Padre que nos ama, pero es el Espíritu quien nos da esta unión, este sentimiento de ser hijos de Dios.

¿Qué mejor oración que la enseñada por Jesús puede disponernos a la Comunión sacramental con él? El “Padre Nuestro” se reza, además de en la misa, por la mañana y por la noche en laudes y vísperas; de esta manera, la actitud filial hacia Dios y de fraternidad con el prójimo contribuyen a dar una forma cristiana a nuestros días.

En la Oración del Señor –en el “Padre nuestro”– pedimos “el pan de cada día”, en el que vemos una referencia específica al Pan eucarístico, que necesitamos para vivir como hijos de Dios. Imploramos también “el perdón de nuestras ofensas”, y para que seamos dignos de recibir el perdón nos comprometemos a perdonar a quienes nos han ofendido. Y esto no es fácil. Perdonar a las personas que nos han ofendido no es fácil; es una gracia que debemos pedir: “Señor, enséñame a perdonar como tú me has perdonado”. Es una gracia, con nuestras fuerzas no podemos: perdonar es una gracia del Espíritu Santo. Por lo tanto, mientras abre nuestros corazones a Dios, el “Padre Nuestro” también nos dispone al amor fraterno. Finalmente, pedimos nuevamente a Dios que nos “libre del mal” que nos separa de él y nos divide de nuestros hermanos. Entendemos bien que estas son peticiones muy adecuadas para prepararnos para la Sagrada Comunión (ver Instrucción General del Misal Romano, 81).

De hecho, lo que pedimos en el “Padre Nuestro” se prolonga con la oración del sacerdote que, en nombre de todos, suplica: “Líbranos, Señor, de todos los males, concede la paz en nuestros días”. Y después recibe una especie de sello en el rito de la paz: En primer lugar, se invoca de Cristo que el don de su paz (cf. Jn 14,27) –tan diferente de la paz del mundo– haga que la Iglesia crezca en la unidad y la paz según su voluntad; luego, con el gesto concreto intercambiado entre nosotros, expresamos “la comunión eclesial y la mutua caridad, antes de la comunión sacramental.” (IGMR, 82). En el rito romano, el intercambio del signo de la paz, colocado desde la antigüedad antes de la comunión, se ordena a la comunión eucarística. De acuerdo con la advertencia de San Pablo, no se puede compartir el mismo pan que nos hace un solo cuerpo en Cristo, sin reconocerse pacificados por el amor fraterno (cf. 1 Cor 10,16-17; 11,29). La paz de Cristo no puede echar raíces en un corazón incapaz de vivir la fraternidad y de recomponerla después de haberla herido. La paz la da el Señor: Él nos da la gracia de perdonar a los que nos han ofendido.

El gesto de la paz es seguido por la fracción del Pan, que desde los tiempos apostólicos dio su nombre a toda la celebración de la Eucaristía (cf. IGMR, 83; Catecismo de la Iglesia Católica, 1329). Hecho por Jesús durante la Última Cena, partir el pan es el gesto revelador que hizo que los discípulos lo reconocieran después de su resurrección. Recordemos a los discípulos de Emaús, quienes, hablando del encuentro con el Resucitado, relatan “cómo lo reconocieron al partir el pan” (cf. Lc 24,30-31,35).

La fracción del Pan eucarístico va acompañada de la invocación del “Cordero de Dios”, figura con la que Juan Bautista indicó en Jesús “al que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29). La imagen bíblica del cordero habla de redención (véase Ex 12: 1-14, Is 53: 7, 1 Pt. 1:19, Ap 7:14). En el pan eucarístico, partido por la vida del mundo, la asamblea orante reconoce al verdadero Cordero de Dios, que es Cristo Redentor, y le ruega: “Ten piedad de nosotros … danos la paz”.

“Ten piedad de nosotros”, “danos la paz” son invocaciones que, desde la oración del “Padre Nuestro” a la fracción del pan, nos ayudan a prepararnos para participar en el banquete eucarístico, fuente de comunión con Dios y con los hermanos.

No olvidemos la gran oración: la que nos ha enseñado Jesús y que es la oración con que Él rezaba al Padre. Y esta oración nos prepara a la Comunión.

Las profanaciones eucarísticas y la presencia de Cristo

Un “profeta” dijo que la presencia de Cristo se aleja de una Hostia Consagrada cuando ésta va a ser objeto de un sacrilegio, como cuando los satánicos hacen sus ritos y vejámenes, tiene razón? –RV

No tiene razón.

Según Santo Tomás, solamente cuando se produce destrucción de las especies eucarísticas ya no puede hablarse de presencia de Cristo. Pero que Cristo “abandone” las especies no es una afirmación correcta porque supone que la sustancia o realidad de pan o de vino está siempre ahí, y eso no es transubstanciación sino consubstanciación, que es por cierto lo que enseñan erróneamente los luteranos.

Cuando sucede una profanación, debemos reconocer con dolor, hay presencia de Cristo hasta el momento en que las especies son completamente destruidas o irreconocibles. Precisamente por eso se comete el crimen de sacrilegio. Si Cristo no estuviera aí presente no abría crimen sino si acaso una burla. Pero el crimen es real y se comete porque Cristo sí está presente.