Con motivo de las celebraciones de Navidad, Año Nuevo y Reyes, muchos han tenido recesos en su trabajo o estudios. Por estos días la vida vuelve a la normalidad y poco a poco todos vamos tomando de nuevo nuestras rutinas. No es un proceso fácil para todo el mundo. Una y otra vez he escuchado el comentario de que el año 2017 fue duro para la economía, la estabilidad laboral y por supuesto las expectativas hacia el futuro.
Un ángulo particularmente preocupante de esta situación tiene que ver con la educación superior. Es un asunto global, que no viene únicamente de los últimos doce meses, y que puede resumirse en una pregunta difícil: ¿Vale la pena invertir tanto dinero y tantos años para lograr un título profesional?
Los agravantes de esta pregunta son:
(1) Los costos aumentan inexorablemente. Estudiar significa, para la mayor parte de la gente, endeudarse para muchos años. Algo así como hipotecar su futuro. Pero el futuro trae sus propios gastos, también en aumento. Por ejemplo: el deseo natural de adquirir vivienda propia.
(2) Los paradigmas de “éxito” en el mundo empresarial, informático o de comunicaciones, cada vez tienen menos conexión con una formación “tradicional.” Los gigantes de la innovación y los billonarios actuales no le deben mayor cosa a las clases de una universidad.
(3) Claramente las universidades, más allá de sus idearios particulares, van en la línea acelerada de mirar a los estudiantes como “clientes,” que están haciendo “inversiones.” Ello empuja en la dirección de crear ambientes que sean del gusto y complacencia de los clientes. Y un resultado de tal postura es que las discusiones duras, y el razonamiento fuerte cada vez suenan menos. En Estados Unidos, por ejemplo, son muchos los colleges que siguen la metodología de los “safe spaces” o sea, ambientes en que nada se puede cuestionar si se sale de lo políticamente correcto. ¿Es esa la manera de formarse para la vida real?
Es bueno hacernos estas preguntas. Sobre todo es bueno que nuestros jóvenes no las omitan porque sin duda serán los más afectados. Son ellos también quienes tienen la mayor oportunidad de ayudar a crear alternativas.