El Espíritu Santo me lleva a arrepentirme vivamente del pecado y al mismo tiempo a confiar en que Dios por su misericordia puede perdonarme y transformar mi vida.
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Pidámosle al Señor que el fuego del amor del Espíritu Santo nos de la claridad sobre lo bueno y lo malo, para que este ardor nos lleve a iluminar a otros.
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La teología de la unción brota de la convicción de que no bastan las cualidades humanas para mejorar a las cosas y situaciones humanas: ese “toque” que necesitamos para obrar con genuina sabiduría y constancia sólo lo da Dios.
El Espíritu Santo nos da el auxilio para que con libertad de corazón cumplamos la voluntad de Dios, no como esclavos que temen al castigo, sino como hijos que aman su querer.
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El Espíritu Santo es el centro de la oración, nos trae confianza y nos hace perseverar en la plegaria para que se purifique nuestra intención, ajustándola a la voluntad de Dios.
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* El problema de la memoria es más complejo de lo que parece. Cuando los recuerdos desaparecen, también decae el amor y la fidelidad. Ser fiel sin amor es una tortura, pero permanecer en el amor sin recuerdos es muy difícil. ¿Qué solución hay? La ley dice lo que es bueno o malo; en sí mismos, estos mandamientos de Dios no son los problemáticos. El problema está en el querer hacer lo bueno.
* ¿Cómo se llega a la infidelidad? En los libros 1 y 2 Samuel, 1 y 2 Reyes, 1 y 2 Crónicas siempre se repite el mismo atajo: desobediencia a Dios y caer en el culto al Baal. Siempre se busca la seguridad, la prosperidad y fecundidad. Para ello hacían alianzas con quien fuese necesario aun a riesgo de perder la propia fe. En vez de confiar en Dios, se cae en la infidelidad porque es difícil vivir de la confianza: de milagro en milagro.
* En efecto, si el Pueblo de Dios no debería haber hecho alianzas con los asirios, moabitas, … ¿qué se supone que tenía que haber hecho? Tenían que haber caminado con una vida en la que confíen en los milagros de Dios, y sólo en sus milagros. Esta vida de espera y pura confianza es ardua. Vivir de milagro en milagro no es fácil. Cada día, un milagro, como en el Padrenuestro: danos el pan de cada día. Dios quiere que ellos y nosotros vivamos al día. El camino es duro. Pero vivir de mala gana el desierto trae consecuencias: privarse de tiempos mejores.
* Toda esta situación nos lleva a que hemos de confiar en Dios porque Él siempre está y estará con nosotros. No tenemos garantía del mañana. En la actualidad valoramos hasta la saciedad e idolatramos la independencia, pero lo que Dios quiere es que seamos dependientes. El camino es la dependencia: ir de baluarte en baluarte, de milagro en milagro. Hay que permitir que Dios sea Dios. La Providencia nos debe llevar porque es imposible preverlo todo. El tema de dudar sobre el mañana es una de las preocupaciones de los que empiezan en el camino de la fe. A la falta de confianza y a las dudas sobre el futuro lo que hay que responder es lo que Santa Catalina de Siena decía: también mañana Dios será Dios.
* Dios no me quiere lleno de seguridades sino de confianzas. Este es el caminar de la fe. Dios nos va haciendo ser. No debemos depender de nadie para proclamar los derechos de Dios. Como Juan, el Bautista, en el desierto de la vida dependemos solo de Dios y eso nos permite hablar libremente a todos.
* Por lo tanto, el puro recuerdo está lejos y no sirve para saciar una necesidad que está muy cerca. No basta con saber lo que es bueno, necesito una experiencia cercana, un auxilio próximo, necesito sentir una fuerza dentro de mí porque los problemas están demasiado cerca. ¿Dónde está Dios cuando no se ven estas soluciones?
* Se consigue que esta fuerza esté cerca por la acción del Espíritu Santo. Se necesita un nuevo corazón. Se necesita un Espíritu nuevo. Dios se vierte en nosotros y es Él el que da la cercanía que la Ley no da. La Ley no podía evitar volverse recuerdo, pero el Espíritu Santo es Fuente y no simplemente dato. El Espíritu Santo, con su gracia creada en nosotros, según dice santo Tomás, está cerca: junto a la necesidad. Antes el recuerdo estaba lejos y la necesidad cerca. Donde se ve cómo dependemos radicalmente del Espíritu Santo. Sin Espíritu caemos en la trampa de los antiguos judíos en el desierto. La infidelidad y el pecado vienen de la falta de Espíritu. El Espíritu Santo es el susurro que nos apacigua en medio de la necesidad. Un susurro que viene dentro de mí, que mueve la mente en la dirección del querer divino mientras devuelve la calma al corazón.
* El Espíritu Santo es la Pascua permanente. Según santo Tomás de Aquino, el Espíritu Santo es la Ley Nueva (Lex Nova) que toma el Bien de la Ley de Moisés y lo renueva y lo hace posible. El Espíritu Santo debe entonces ser clamado e invocado con más amor, convicción e insistencia. El Espíritu Santo llegó a nosotros como fruto y regalo de la Pascua de Jesús. Nos llega gratis, no porque no valga, sino porque alguien lo pagó: Cristo en su Pascua.
La gracia y el regalo del Espíritu Santo llega a nuestros corazones y hace su obra, haciendo posible que vivamos como Dios lo ha querido y demos el fruto que permanece.
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La sintonía progresiva con la voluntad de Dios crece en la medida en que le imploramos tres regalos que nunca niega: arrepentimiento de los pecados, sabiduría y sobre todo, el Don del Espíritu Santo.
El Espíritu Santo nos hace reconocer nuestras culpas, nos lleva al arrepentimiento, nos da el don de la justificación y nos da la fuerza para que emprendamos el camino cristiano.
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El don de ciencia, de entre los dones del Espíritu Santo, nos ayuda particularmente a comprender cómo Dios va adelantando su plan en medio de las acciones propias de voluntades libres, y en tantas ocasiones caprichosas o torcidas, como son las voluntades humanas.
[Predicación a un grupo de viudas consagradas de la Arquidiócesis de Bucaramanga.]
El don de ciencia nos ayuda a leer la presencia y acción de Dios en los conocimientos que nos brindan las ciencias, la historia, nuestra propia historia y los “signos de los tiempos.” Es don particularmente necesario en nuestra época en que el sentido de la generosidad, el compromiso, la penitencia y la perseverancia se na oscurecido.
El pecado pone al ego en el trono que sólo a Dios pertenece; pero la pretensión de ser dioses incluye la pretensión de que todos los demás sean sólo lacayos que sirven nuestro ego. La Biblia entera es la historia de cómo Dios ha vencido ese estado calamitoso a través del despertar nuestras conciencias y conducirnos a la persona de Cristo que nos revela la verdad de quién es el hombre y quién es Dios. Esta verdad, confirmada en la Resurrección, sólo se hace nuestra con el Don del Espíritu Santo, que es como un torrente de agua pura que purifica y que hace que el trono sea de Dios, es decir, que llegue el Reinado de Dios a nuestra vida. Así transformados, ya no buscamos intereses particulares, que al final siempre nos dividen, sino que corremos en búsqueda de la gloria divina, que es por supuesto el mayor bien para nuestro prójimo. por eso, con esta gracia nueva y renovadora del Espíritu formamos un solo Cuerpo en Cristo para alabanza de Dios Padre.