Fray nelson, no sé si aquí caben preguntas que yo llamo de filosofía: ¿Cuál es la diferencia entre la ilusión humana y la esperanza cristiana? Gracias por su tiempo. — G.B.
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Es una buena pregunta. Vamos por partes:
La palabra “ilusión” tiene distintos significados para distintas personas. Para algunos tiene que ver con algo que se ve grato y firme en el futuro, como en la expresión típicamente española: “Me hace mucha ilusión que nos encontremos este fin de semana.” Para otras personas, la ilusión tiene que ver con un deseo más o menos lejano, que puede estar próximo a la fantasía de lo irreal o a un anhelo profundo, que podría ser realizable, como cuando se dice: “Él siempre tuvo la ilusión de ser campeón de esa competencia… y lo logró.” Por último, hay que decir que la palabra “iluso” tiene más bien una connotación negativa, como la de una persona que no tiene claridad real sobre los obstáculos o los esfuerzos que se requerirían para llegar a una meta. Para lo que sigue, nos quedamos con el segundo enfoque, en su versión de deseo o anhelo profundo pero no inmediatamente realizable y de seguro que arduo.
Así entendida la ilusión, no está muy lejana de la virtud teologal de la esperanza: en ambos casos se trata de una mirada hacia el futuro, que comprende que hay dificultades y frenos pero que no por ello se resigna o retrae. El riesgo de la simple ilusión humana no está tanto en el contenido sino en esta pregunta: ¿con qué contamos? La esperanza no se apoya sólo en las propias fuerzas o recursos (por ejemplo, la capacidad de convocatoria, o los amigos que uno tenga) sino que sabe apoyarse en Dios en la medida en que cree en su Providencia y su señorío sobre toda la creación.
No es necesario, pues, establecer una oposición entre ilusión y esperanza pero sí comprender que el mejor lugar para nuestros mejores sueños es el Corazón de Aquel que nos ha mostrado tan grande amor.