ESCUCHA y descubre a Dios como Padre

Escuela de Vida Interior, Tema 23: Dios Padre

* El centro de nuestra vida cristiana radica en estas dos revelaciones: (1) La revelación de Dios como Padre de Nuestro Señor Jesucristo; y (2) La revelación de Dios como Padre de cada uno de quienes en Cristo acogen el don del Espíritu Santo. Hay santos, como Teresa del Niño de Jesús y Francisco de Asís que han vivido con particular intensidad ese sentido de filiación. Otros, como San Agustín o San Cipriano, son reconocidos por sus comentarios a la oración cristiana por excelencia, el Padrenuestro. Finalmente, hemos de considerar como normativo y especialmente rico lo que nos enseña el catecismo sobre Dios como Padre, y lo que nos enseña sobre la oración de Jesús.

* Es rasgo común a muchas culturas el hablar de una mezcla o fusión de lo humano y lo divino pero a excepción del cristianismo, esta combinación o mezcla es privilegio de unos pocos. Son los “héroes” de la mitología griega o la casta real de los egipcios o los incas. La audacia de la fe cristiana hunde su raíz en la audacia del dato biblico fundamental del génesis: el hombre, todo hombre, es imagen y semejanza de Dios. Por ello mismo, todo ser humano es, cuando menos en potencia, hijo de Dios, y ello le da una dignidad inmensa que es anterior a toda institución humana y que por consiguiente nadie le puede arrebatar. Históricamente, este ha sido el origen de la enseñanza, tan apreciada en Occidente, sobre los Derechos Humanos. Allí donde se ha proclamado a Dios como Padre, y allí donde se ha reconocido a todo ser humano como potencial hijo de Dios, avanzan los Derechos Humanos.

* En cambio, cuando se oscurece la idea de Dios, a lo sumo queda un respeto por la capacidad pensante del hombre. Pero esta capacidad no se puede detectar en todos. Sucede en nuestra sociedad, que adora la racionalidad, que los embriones y fetos humanos, los enfermos terminales, los intelectualmente deficientes, los que padecen Alzheimer u otra enfermedad degenerativa ya no son tan “humanos” como los demás, y por eso se impone la idea funesta de que puede disponerse de ellos.

* La fuente de la novedad cristiana está en la novedad que es Cristo mismo. Sus contemporáneos se maravillan de que habla con autoridad (Marcos 1,27). Sus adversarios quedan avergonzados y confundidos frente a la luminosa sencillez de su lenguaje (véase por ejemplo la controversia con los saduceos en Lucas 20,27-38) y la perfecta coherencia de su vida (véase Juan 8,46). No acepta elogios ni grandezas mundanas sino que cuando todos los aclaman, él prefiere retirarse a la soledad y a la oración (Juan 6,15). Todo su secreto está en esa oración.

* De esa misma oración nos habló el Señor en el Sermón de la montaña cuando dijo: “tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cuando hayas cerrado la puerta, ora a tu Padre que está en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mateo 6,6). En aquel espacio y aquel tiempo en el que tú no tienes que ser nada para nadie, allí es donde está tu secreto; allí es donde sencillamente “eres,” y allí es donde la oración y la unión con Dios Padre acontecen. El Papa Juan Pablo II identifica ese lugar espiritual con el santuario de la conciencia, y afirma: “todos los condicionamientos y esfuerzos por imponer el silencio no logran sofocar la voz del Señor que resuena en la conciencia de cada hombre. De este íntimo santuario de la conciencia puede empezar un nuevo camino de amor, de acogida y de servicio a la vida humana” (Evangelium Vitae, 24).

* En la experiencia de simplemente “ser,” que no es otra cosa que experiencia de recibir el ser, el orante se descubre hijo amadísimo. Tal amor lo hace libre porque le quita la durísima tarea de estar mendigando amor de las creaturas. Amado sin condiciones, y transparente a un amor que le sobrepasa, se hace capaz de amar sin negociar.

* Son así tres los principales frutos de la experiencia de ser hijo: (1) la paz, más allá de la tranquilidad frágil que promete el mundo; (2) la libertad, que no degenera en egoísmo ni en indiferencia; (3) el amor, que no depende de la retribución y que verdaderamente refleja de quién somos y qué naturaleza hemos recibido.

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Este tema pertenece al Capítulo 03 de la Escuela de Vida Interior; la serie completa de los diez temas de este Capítulo 03 está aquí:

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La serie de TODOS los temas de esta Escuela de Vida Interior está aquí:

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Dios y las calamidades

“Yo soy el que forma la luz y crea las tinieblas, El que causa bienestar y crea calamidades, Yo, el SEÑOR, es el que hace todo esto.” (Isaías 45,7) Querido fray, ¿me podría explicar este versículo de las escrituras? ¿o a qué se refiere? – R.V.

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Se refiere a que no hay dos dioses (o más), como si un dios creara la luz y otro dios explicara el origen de las tinieblas. El drama humano no se explica por una lucha de poderes celestiales, pues todo en su origen tiene a Dios y sólo a Dios.

Por supuesto, eso no significa que no haya causas “segundas” o “mandos medios” pero ellos no son soberanos y las intenciones de las creaturas no pueden impedir el lugar que Dios da a todo lo que sucede, tanto lo que apreciamos inmediatamente como favorable como lo que al principio nos parece sencillamente calamitoso.

¿En qué sentido entonces es Dios “autor” de las calamidades? En dos sentidos, por lo menos:

(1) La historia humana no es la traducción a la tierra de supuestos o imaginados combates en el cielo. Los griegos, por ejemplo, sí que imaginaban los orígenes de los conflictos entre seres humanos por una referencia a los caprichos y preferencias de sus “dioses” y “diosas.” La Biblia se niega a atribuir el origen último y radical de las cosas, de todas las cosas, a alguien distinto del único Dios y Señor.

(2) Por lo mismo, aunque es verdad que hay un espacio para la libertad, las intenciones y los intereses de las “causas segundas,” el propósito final de todo lo que acontece no está en manos de esas causas sino que sólo puede corresponder a la intencionalidad última de la providencia y sabiduría del único Dios.

En resumen, en el mal moral Dios es causa primera, en cuanto que si no hubiera creación no habría posibilidad de opción, pero no es responsable de lo que hagan las causas segundas, es decir, los seres que él ha dotado de verdadera libertad.

Edward Feser, filosofo ateo converso al catolicismo

“Hoy quiero llamar vuestra atención hacia la historia de Edward Feser, escritor y filósofo que cuenta cómo, luego de abandonar su catolicismo de infancia y permanecer firmemente en el campo ateísta, recobró su vínculo con la Iglesia. El largo camino que tuvo que recorrer está relatado en un post de su blog titulado Camino desde el ateísmo (en inglés), pero me interesa compartir con Uds. los párrafos que dedica a la forma como re descubrió a Santo Tomás de Aquino y las pruebas de las existencia de Dios…”

Edward Fasser

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Dios-Amor

Si el Amor, aun el amor humano, da tantos consuelos aquí, ¿qué será el Amor en el cielo?

Todo lo que se hace por Amor adquiere hermosura y se engrandece.

Jesús, que sea yo el último en todo… y el primero en el Amor.

No temas a la Justicia de Dios. -Tan admirable y tan amable es en Dios la Justicia como la Misericordia: las dos son pruebas del Amor.

Considera lo más hermoso y grande de la tierra…, lo que place al entendimiento y a las otras potencias…, y lo que es recreo de la carne y de los sentidos… Y el mundo, y los otros mundos, que brillan en la noche: el Universo entero. -Y eso, junto con todas las locuras del corazón satisfechas…, nada vale, es nada y menos que nada, al lado de … este tesoro infinito, margarita preciosísima, humillado, hecho esclavo, anonadado con forma de siervo en el portal donde quiso nacer, en el taller de José, en la Pasión y en la muerte ignominiosa… y en la locura de Amor de la Sagrada Eucaristía.

Deja que se vierta tu corazón en efusiones de Amor y de agradecimiento al considerar cómo la gracia de Dios te saca libre cada día de os lazos que te tiende el enemigo.

Más pensamientos de San Josemaría.

La revelacion del Amor trinitario

30 El testimonio del Nuevo Testamento, con el asombro siempre nuevo de quien ha quedado deslumbrado por el inefable amor de Dios (cf. Rm 8,26), capta en la luz de la revelación plena del Amor trinitario ofrecida por la Pascua de Jesucristo, el significado último de la Encarnación del Hijo y de su misión entre los hombres. San Pablo escribe: « Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros? El que no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con él graciosamente todas las cosas? » (Rm 8,31-32). Un lenguaje semejante usa también San Juan: « En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados » (1 Jn 4,10).

31 El Rostro de Dios, revelado progresivamente en la historia de la salvación, resplandece plenamente en el Rostro de Jesucristo Crucificado y Resucitado. Dios es Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, realmente distintos y realmente uno, porque son comunión infinita de amor. El amor gratuito de Dios por la humanidad se revela, ante todo, como amor fontal del Padre, de quien todo proviene; como comunicación gratuita que el Hijo hace de este amor, volviéndose a entregar al Padre y entregándose a los hombres; como fecundidad siempre nueva del amor divino que el Espíritu Santo infunde en el corazón de los hombres (cf. Rm 5,5).

Con las palabras y con las obras y, de forma plena y definitiva, con su muerte y resurrección,[Cf. Concilio Vaticano II, Const. dogm. Dei Verbum, 4: AAS 58 (1966) 819] Jesucristo revela a la humanidad que Dios es Padre y que todos estamos llamados por gracia a hacernos hijos suyos en el Espíritu (cf. Rm 8,15; Ga 4,6), y por tanto hermanos y hermanas entre nosotros. Por esta razón la Iglesia cree firmemente « que la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se halla en su Señor y Maestro ».[Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 10: AAS 58 (1966) 1033]

32 Contemplando la gratuidad y la sobreabundancia del don divino del Hijo por parte del Padre, que Jesús ha enseñado y atestiguado ofreciendo su vida por nosotros, el Apóstol Juan capta el sentido profundo y la consecuencia más lógica de esta ofrenda: « Queridos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie le ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud » (1 Jn 4,11-12). La reciprocidad del amor es exigida por el mandamiento que Jesús define nuevo y suyo: « como yo os he amado, así amaos también vosotros los unos a los otros » (Jn 13,34). El mandamiento del amor recíproco traza el camino para vivir en Cristo la vida trinitaria en la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y transformar con Él la historia hasta su plenitud en la Jerusalén celeste.

33 El mandamiento del amor recíproco, que constituye la ley de vida del pueblo de Dios,[Cf. Concilio Vaticano II, Const. dogm. Lumen gentium, 9: AAS 57 (1965) 12-14] debe inspirar, purificar y elevar todas las relaciones humanas en la vida social y política: « Humanidad significa llamada a la comunión interpersonal »,[Juan Pablo II, Carta ap. Mulieris dignitatem, 7: AAS 80 (1988) 1666] porque la imagen y semejanza del Dios trino son la raíz de « todo el “ethos” humano… cuyo vértice es el mandamiento del amor ».[Juan Pablo II, Carta ap. Mulieris dignitatem, 7: AAS 80 (1988) 1665-1666] El moderno fenómeno cultural, social, económico y político de la interdependencia, que intensifica y hace particularmente evidentes los vínculos que unen a la familia humana, pone de relieve una vez más, a la luz de la Revelación, « un nuevo modelo de unidad del género humano, en el cual debe inspirarse en última instancia la solidaridad. Este supremo modelo de unidad, reflejo de la vida íntima de Dios, Uno en tres personas, es lo que los cristianos expresamos con la palabra “comunión” ».[Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 40: AAS 80 (1988) 569]

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