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Muchos abortos, y en realidad casi todos los demás pecados, si los examinamos bien, provienen más del miedo que de la malicia. Tememos no ser aceptados, tememos que nos rechacen, tememos quedarnos solos o perder los privilegios o ventajas adquiridas. El amor perfecto, aquel que Dios nos ha dado en Cristo, vence estos temores y nos ayuda a sentar las bases de una verdadera cultura de la vida.