UNA HOMILÍA PARA LA MISA DE LOS SANTOS ÁNGELES CUSTODIOS
El modo más original de acercarse al misterio de los santos Ángeles es, creo, empezando por el Padre Nuestro: la oración del Señor.
En efecto, en la oración central de nuestra vida cristiana pedimos que se haga la voluntad de Dios en la Tierra como en el Cielo. Esto significa que “en el Cielo” se hace la voluntad de Dios, y esto es así, de tal manera, que sirve de ejemplo para la obediencia, la reverencia y el amor que Dios merece de sus criaturas terrenales.
Como buenos teólogos, preguntémonos quién puede estar haciendo la voluntad de Dios en el Cielo. La palabra bíblica “cielo” significa claramente la casa de Dios, el lugar de Dios, pero es evidente que no es sólo Dios quien está cumpliendo su voluntad en el cielo. ¿Quién más podría estar allí, tan cerca de Dios y de su infinita belleza, sabiduría y poder?
A la luz del Evangelio de hoy, sólo hay una respuesta: los santos Ángeles. Hemos oído ciertamente en el capítulo 18 de San Mateo: “Mirad que no despreciéis nunca a ninguno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles en el cielo están continuamente en presencia de mi Padre celestial”. Esta es una buena noticia, aunque quizás un poco inesperada: El cielo no está vacío, en el sentido de que Dios no está solo.
Esta afirmación tan sencilla tiene su propia belleza y majestuosidad: Dios irradia su luz, su amor, su sabiduría, y este tremendo despliegue de gloria no cae en el vacío de la nada, sino que es recibido, con cánticos de gratitud y alabanza de estos santos ángeles.
Al mismo tiempo, esta imagen celestial nos invita a unirnos a los coros de los santos espíritus y a ser uno con ellos en la alabanza a Dios, que es su creador y dador de gracia, y nuestro creador y redentor. Lo cual es perfecto para describir la misión de nuestros Ángeles Custodios: mantener vivo y bien encendido el fuego ardiente del deseo y el anhelo cristiano por el lugar celestial. Y así es: ellos vienen a nosotros, y de alguna manera misteriosa, caminan junto a nosotros, para que estemos con ellos para siempre.
Desde un punto de vista práctico, esta hermosa Memoria de los Santos Ángeles puede verse como una llamada de Dios a invocar, reverenciar y confiar en nuestros amigos celestiales, que están tan cerca de Dios y tan cerca de nosotros. No hay nada infantil en practicar una sólida devoción a los Santos Ángeles, si sólo recordamos que es nuestro destino eterno el que está en juego.
Al continuar nuestra celebración eucarística, recordemos todos que en cada misa pedimos encarecidamente a los Ángeles que se unan a nuestro canto y aclamación al Señor, para que, por toda la eternidad, nos unamos a ellos en la proclamación de la grandeza de la gracia y el amor de Dios. Amén.