La Vocación, 12 de 16, Amor de caridad

[Retiro espiritual en el Monasterio de la Inmaculada Concepción, en Floridablanca, Santander, Colombia. Julio de 2013.]

Tema 12 de 16: Amor de caridad

* El Concilio Vaticano II apunta al corazón de la vida consagrada con el título que ha querido dar al Decreto sobre los institutos religiosos: Perfectae Caritatis. De lo que se trata es siempre, y en primer lugar, de amar.

* Toda forma de consagración dentro de la Iglesia es un llamado del amor y un servicio de amor. Puede decirse que, faltando el amor, se puede todavía empujar una vida de consagración, por lo menos por un trayecto, pero sólo como quien remolca un carro sin motor.

* Ahora bien, no todo amor corresponde al ejemplo y camino propuesto por Cristo. Para su funcionamiento, la sociedad requiere de “amor de transacción” en el cual es natural esperar una contraprestación. Pero Cristo anuncia e instaura el Reino desde el “amor de caridad,” aquel que apunta de modo directo al bien que se quiere propiciar, y no a los merecimientos previos ni a las utilidades futuras.

* Este amor de caridad, o amor de gracia, o amor de misericordia, es el que hace posible la vida de los pequeños, los débiles y los excluidos. Es el tipo de amor que puede verdaderamente volverse al prójimo porque no busca el agrado, ni tampoco juega con la imaginación, sino que se fundamenta en el dato teológico firme y fundamental de la imagen de Dios en el hermano; imagen quizás deformada, oscurecida o sepultada pero siempre presente.

* Lo que amamos en el hermano no es entonces lo que resulte amable de lo que ahora es, sino aquello que llegará a ser precisamente por la acción transformante del amor que Dios le ofrece, por ejemplo, a través nuestro.

Hacia una sociedad reconciliada en la justicia y en el amor

81 El objeto de la doctrina social es esencialmente el mismo que constituye su razón de ser: el hombre llamado a la salvación y, como tal, confiado por Cristo al cuidado y a la responsabilidad de la Iglesia.[Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 53: AAS 83 (1991) 859] Con su doctrina social, la Iglesia se preocupa de la vida humana en la sociedad, con la conciencia que de la calidad de la vida social, es decir, de las relaciones de justicia y de amor que la forman, depende en modo decisivo la tutela y la promoción de las personas que constituyen cada una de las comunidades. En la sociedad, en efecto, están en juego la dignidad y los derechos de la persona y la paz en las relaciones entre las personas y entre las comunidades. Estos bienes deben ser logrados y garantizados por la comunidad social.

En esta perspectiva, la doctrina social realiza una tarea de anuncio y de denuncia.

Ante todo, el anuncio de lo que la Iglesia posee como propio: « una visión global del hombre y de la humanidad »,[Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 13: AAS 59 (1967) 264] no sólo en el nivel teórico, sino práctico. La doctrina social, en efecto, no ofrece solamente significados, valores y criterios de juicio, sino también las normas y las directrices de acción que de ellos derivan.[Cf. Pablo VI, Carta ap. Octogesima adveniens, 4: AAS 63 (1971) 403-404; Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 41: AAS 80 (1988) 570-572; Catecismo de la Iglesia Católica, 2423; Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Libertatis conscientia, 72: AAS 79 (1987) 586] Con esta doctrina, la Iglesia no persigue fines de estructuración y organización de la sociedad, sino de exigencia, dirección y formación de las conciencias.

La doctrina social comporta también una tarea de denuncia, en presencia del pecado: es el pecado de injusticia y de violencia que de diversos modos afecta la sociedad y en ella toma cuerpo.[Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 25: AAS 58 (1966) 1045-1046] Esta denuncia se hace juicio y defensa de los derechos ignorados y violados, especialmente de los derechos de los pobres, de los pequeños, de los débiles.[Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 76: AAS 58 (1966) 1099-1110; Pío XII, Radiomensaje en el 50º aniversario de la « Rerum novarum »: AAS 33 (1941) 196-197] Esta denuncia es tanto más necesaria cuanto más se extiendan las injusticias y las violencias, que abarcan categorías enteras de personas y amplias áreas geográficas del mundo, y dan lugar a cuestiones sociales, es decir, a abusos y desequilibrios que agitan las sociedades. Gran parte de la enseñanza social de la Iglesia, es requerida y determinada por las grandes cuestiones sociales, para las que quiere ser una respuesta de justicia social.

82 La finalidad de la doctrina social es de orden religioso y moral.[Cf. Pío XI, Carta enc. Quadragesimo anno: AAS 23 (1931) 190; Pío XII, Radiomensaje en el 50º aniversario de la « Rerum novarum »: AAS 33 (1941) 196-197; Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 42: AAS 58 (1966) 1079; Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 41: AAS 80 (1988) 570-572; Id., Carta enc. Centesimus annus, 53: AAS 83 (1991) 859; Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Libertatis conscientia, 72: AAS 79 (1987) 585-586] Religioso, porque la misión evangelizadora y salvífica de la Iglesia alcanza al hombre « en la plena verdad de su existencia, de su ser personal y a la vez de su ser comunitario y social ».[Juan Pablo II, Carta enc. Redemptor hominis, 14: AAS 71 (1979) 284; cf. Id., Discurso a la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Puebla (28 de enero de 1979), III/2: AAS 71 (1979) 199] Moral, porque la Iglesia mira hacia un « humanismo pleno »,[Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 42: AAS 59 (1967) 278] es decir, a la « liberación de todo lo que oprime al hombre » [Pablo VI, Exh. ap. Evangelii nuntiandi, 9: AAS 68 (1976) 10] y al « desarrollo integral de todo el hombre y de todos los hombres ».[Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 42: AAS 59 (1967) 278] La doctrina social traza los caminos que hay que recorrer para edificar una sociedad reconciliada y armonizada en la justicia y en el amor, que anticipa en la historia, de modo incipiente y prefigurado, los « nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia » (2 P 3,13).

Este Compendio se publica íntegramente, por entregas, aquí.

Tal vez el mundo es Corinto, 10 de 10, Cruz y Resurrección

[Retiro espiritual en el Monasterio de Dominicas en Catamarca, Argentina.]

Tema 10 de 10: Cruz y Resurrección

* Como ya quedó patente cuando Pablo predicó en Atenas (Hechos 17), el pensamiento griego veía la resurrección como algo imposible, e incluso, ridículo. No es extraño entonces que incluso ya siendo cristianos, algunos corintios llevaran ese peso de incredulidad pagana, hasta el punto de negar que se pudiera resucitar. Quizás veían su nueva fe cristiana como un modo suficientemente racional y suficientemente grato de llevar esta vida y preferían no acariciar esperanzas más allá del sepulcro.

* ¿Por qué Pablo insistió tanto en la cruz y ahora insiste en la resurrección? La causa profunda está en el amor, en la calidad de amor que nos ha redimido y que es el sello de nuestro vivir como cristianos. En efecto, a la cruz llegó Cristo como expresión máxima de un amor que supera el amor puramente natural.

* Entendemos por amor “puramente natural” aquel que se basa en la transacción: yo trato bien a los que me tratan bien, y trato mal a los que así son conmigo. El amor de transacción parece razonable mientras uno tiene qué aportar, o sea: algo deseable o necesario para otros. Pero eso implica que en los momentos de mayor necesidad uno no tendrá nada ni a nadie porque en la mayor necesidad es cuando uno no tiene qué dar para poder recibir.

* Por eso el amor de Cristo, el del Evangelio, el que brilló con esplendor de cielo en la noche de la Cruz, es el amor de gracia, el amor de gratuidad. Este amor de gracia es el que puede salir al encuentro del ser humano en su indigencia ontológica y sobre todo, el único amor que puede hacer algo por el pecador. Sólo quien ha experimentado ese amor de gracia puede también amar así, y ese amor, que no es indiferencia estoica sino caridad que todo lo rebasa, es ya manifestación de la resurrección.

Tal vez el mundo es Corinto, 07 de 10, Matrimonio y Virginidad

[Retiro espiritual en el Monasterio de Dominicas en Catamarca, Argentina.]

Tema 7 de 10: Matrimonio y Virginidad

* No es casualidad que San Pablo hable de matrimonio y virginidad de modo intrínsecamente conectado, en el capítulo 7 de Primera Corintios. Son dos realidades vinculadas por la teología antropológica, por al eclesiología y por la mística.

* Desde el punto de vista antropológico, conviene leer este texto de Pablo en conjunto con las grandes enseñanzas del Papa Juan Pablo II sobre la “teología del cuerpo.”

*Nótese que el mundo pagano no logra acertar en la apropiada valoración del cuerpo humano: pasa de idolatrarlo a tratarlo como basura; lo cuida con alimentos orgánicos y lo trastorno con bombas hormonales para interrumpir los ciclos reproductivos, sin otra razón que redefinir el sexo como puro entretenimiento.

* Para la fe cristiana, el cuerpo es bueno; es expresión de la sabiduría, amor y poder del Dios Creador; es vehículo de comunicación y de comunión, si está al servicio de Dios; pero no ha de ser exaltado como máximo bien, ni sus demandas de comodidad o placer han de ser la norma de vida.

* En cuanto al tejido social y eclesial, Pablo ve lo esencial del matrimonio en la mutua e irrestricta donación de los cónyuges a través de sus cuerpos: esto define la indisolubilidad y fidelidad que en realidad el corazón humano ya de hecho busca.

* En la dimensión mística, hay que notar que el estado de virginidad o celibato por el Reino es claramente superior al estado del matrimonio, y la razón es que la persona sin pareja sólo tiene que complacer a Dios, y así se ve libre de la “tribulación de la carne.”

* La relación objetiva con el bien máximo y definitivo de la vida cristiana, es decir, la unión con Cristo, es más directa. Ello sin embargo no prejuzga nada de la perfección personal de cada uno en el estado de vida en que se encuentre.