Hermosa reflexión de San Agustín, propuesta por la Iglesia para celebrar el don de la alegría en San Felipe Neri.
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Alimento del Alma: Textos, Homilias, Conferencias de Fray Nelson Medina, O.P.
SÁBADO DE LA OCTAVA DE PASCUA
Pidamos al Espíritu Santo que nos dé para este tiempo y los tiempos venideros, la valentía, la fuerza y la alegría a todos los queremos creer plenamente en Jesucristo.
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El ser humano necesita alegría pero en esto hay engaños; es precisamente fruto de la Pascua mostrarnos dónde está la alegría que no destruye ni decepciona; la clave está en recordar que el Salvador Misericordioso es también el Juez Sapientísimo.
Resumen de algunos de los significados de la vida y el vino en la Sagrada Escritura hasta llegar a la Sangre de Cristo.
La fuente de mi alegría está en que Dios es mi Señor y esta certeza me hace verdaderamente libre.
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Cuando te lances al apostolado, convéncete de que se trata siempre de hacer feliz, muy feliz, a la gente: la Verdad es inseparable de la auténtica alegría.
Personas de diversas naciones, de distintas razas, de muy diferentes ambientes y profesiones… Al hablarles de Dios, palpas el valor humano y sobrenatural de tu vocación de apóstol. Es como si revivieras, en su realidad total, el milagro de la primera predicación de los discípulos del Señor: frases dichas en lengua extraña, mostrando un camino nuevo, han sido oídas por cada uno en el fondo de su corazón, en su propia lengua. Y por tu cabeza pasa, tomando nueva vida, la escena de que “partos, medos y elamitas…” se han acercado felices a Dios.
Oyeme bien y hazme eco: el cristianismo es Amor; el trato con Dios es diálogo eminentemente afirmativo; la preocupación por los demás -el apostolado- no es un artículo de lujo, ocupación de unos pocos. -Ahora que lo sabes, llénate de gozo, porque tu vida ha adquirido un sentido completamente distinto, y sé consecuente.
Naturalidad, sinceridad, alegría: condiciones indispensables, en el apóstol, para atraer a las gentes.
Si soy creyente no dejare que la tristeza se convierta en desesperación y a la vez haré que la alegría se vuelva gratitud, alabanza y proclamación de la misericordia divina.
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La alegría santa del Espíritu nos libera de las alegrías esclavizantes y degradantes que suele ofrecer el mundo.
La alegría del Evangelio es señal de que el bien recibido es real, propio y adecuado a nuestra naturaleza y necesidades más profundas.
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SOLEMNIDAD DE LA PASCUA DEL SEÑOR
La alegría de la Pascua es la primera alegría que conoce el cristiano.
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Deber de cada cristiano es llevar la paz y la felicidad por los distintos ambientes de la tierra, en una cruzada de reciedumbre y de alegría, que remueva hasta los corazones mustios y podridos, y los levante hacia El.
Si cortas de raíz cualquier asomo de envidia, y si te gozas sinceramente con los éxitos de los demás, no perderás la alegría.
¡Cómo sería la mirada alegre de Jesús!: la misma que brillaría en los ojos de su Madre, que no puede contener su alegría -«Magnificat anima mea Dominum!» -y su alma glorifica al Señor, desde que lo lleva dentro de sí y a su lado. ¡Oh, Madre!: que sea la nuestra, como la tuya, la alegría de estar con El y de tenerlo.
La alegría es una consecuencia de la entrega.
Todo lo que ahora te preocupa cabe dentro de una sonrisa, esbozada por amor de Dios.
¿Optimismo?, ¡siempre! También cuando las cosas salen aparentemente mal: quizá es ésa la hora de romper a cantar, con un Gloria, porque te has refugiado en El, y de El no te puede venir más que el bien.
Esperar no significa empezar a ver la luz, sino confiar con los ojos cerrados en que el Señor la posee plenamente y vive en esa claridad. El es la Luz.
Con Dios, pensaba yo, cada día me parece más atractivo… Un día considero magnífico un detalle; otro, descubro un panorama que antes no había advertido… A este paso, no sé lo que ocurrirá con el tiempo. Luego, he notado que El me aseguraba: pues cada día será mayor tu contento, porque ahondarás más y más en la aventura divina, en el “lío” tan grande en que te he metido. Y comprobarás que Yo no te dejo.
La alegría es propia del adviento, sobre todo para aquellos que guiados por la palabra de Dios descubren de qué les rescata Cristo.
Han venido nubarrones de falta de ganas, de pérdida de ilusión. Han caído chubascos de tristeza, con la clara sensación de encontrarte atado. Y, como colofón, te acecharon decaimientos, que nacen de una realidad más o menos objetiva: tantos años luchando…, y aún estás tan atrás, tan lejos. Todo esto es necesario, y Dios cuenta con eso: para alcanzar el «gaudium cum pace» -la paz y la alegría verdaderas, hemos de añadir, al convencimiento de nuestra filiación divina, que nos llena de optimismo, el reconocimiento de la propia personal debilidad.
¡Has rejuvenecido! Efectivamente, adviertes que el trato con Dios te ha devuelto en poco tiempo a la época sencilla y feliz de la juventud, incluso a la seguridad y gozo -sin niñadas- de la infancia espiritual… Miras a tu alrededor, y compruebas que a los demás les sucede otro tanto: transcurren los años desde su encuentro con el Señor y, con la madurez, se robustecen una juventud y una alegría indelebles; no están jóvenes: ¡son jóvenes y alegres! Esta realidad de la vida interior atrae, confirma y subyuga a las almas. Agradéceselo diariamente «ad Deum qui lætificat iuventutem» -al Dios que llena de alegría tu juventud.
Me has preguntado si tengo cruz. Y te he respondido que sí, que nosotros siempre tenemos Cruz. -Pero una Cruz gloriosa, sello divino, garantía de la autenticidad de ser hijos de Dios. Por eso, siempre caminamos felices con la Cruz.
¡Qué diferencia entre esos hombres sin fe, tristes y vacilantes en razón de su existencia vacía, expuestos como veletas a la “variabilidad” de las circunstancias, y nuestra vida confiada de cristianos, alegre y firme, maciza, en razón del conocimiento y del convencimiento absoluto de nuestro destino sobrenatural!
No eres feliz, porque le das vueltas a todo como si tú fueras siempre el centro: si te duele el estómago, si te cansas, si te han dicho esto o aquello… -¿Has probado a pensar en El y, por El, en los demás?