La madre de Teresita Castillo da un emotivo testimonio

“La muerte heroica de la niña de 10 años Teresita Castillo de Diego ha conmovido a muchas personas en España y su testimonio ya ha traspasado nuestras fronteras, derramando gracias por todo el mundo. Ya compartimos en esta página el apasionante testimonio del P. Ángel Camino Lamela, osa, Vicario Episcopal. Vicaría VIII. Providencialmente me puse en contacto con una persona que conocía a la madre de Teresita y ambos vimos que no era momento para que hablase la madre porque había que respetar su dolor y me olvidé del tema. Cuál ha sido mi sorpresa cuando ayer me dijeron que a la madre de Teresita, llamada Teresa de Diego, no le importaba dar un testimonio de su hija…”

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La justicia está más en el hacer que en el simple entender

El sujeto de la virtud es aquella potencia a cuyo acto se ordena la virtud para rectificarlo. Ahora bien: la justicia no se ordena a dirigir algún acto cognoscitivo, puesto que no somos llamados justos porque conozcamos algo rectamente. Por lo cual, el sujeto de la justicia no es el entendimiento o la razón, que es potencia cognoscitiva.

Pero, puesto que somos llamados justos en cuanto que realizamos algo con rectitud, y dado que el principio próximo del acto es la fuerza apetitiva, es necesario que la justicia se encuentre en una facultad apetitiva como en su sujeto. Hay, por tanto, un doble apetito, que es, a saber: la voluntad, que se halla en la razón; y el apetito sensitivo, que sigue a la aprehensión del sentido, el cual se divide en irascible y concupiscible, según se consideró al principio (q.18 a.2). Pero dar a cada uno lo suyo no puede proceder del apetito sensitivo, porque la percepción sensitiva no se extiende hasta poder considerar la relación de una cosa con otra, sino que esto es propio de la razón. De ahí que la justicia no pueda hallarse en lo irascible o en lo concupiscible, sino únicamente en la voluntad. Y, por esto, el Filósofo define la justicia por el acto de la voluntad, como es claro según lo anteriormente dicho (a.1 obj.1). (S. Th., II-II, q.58, a.4 resp.)


[Estos fragmentos han sido tomados de la Suma Teológica de Santo Tomás, en la segunda sección de la segunda parte. Pueden leerse en orden los fragmentos publicados haciendo clic aquí.]

Bello Himno de Cuaresma

¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!

¡Cuántas veces el ángel me decía:
«Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía!»

y ¡cuántas, hermosura soberana:
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!

Amén.

Últimos años de un jesuita santo: el Beato José de Anchieta

Sus últimos años

Cuando el padre Anchieta era ya muy anciano, le ofrecieron los superiores que eligiera lugar para su retiro, pero él no quiso en modo alguno usar de tal licencia. En carta al padre Ignacio de Tolosa le decía: «El Padre Provincial me ha dado opción de elegir la casa que quisiere, pero no me agrada tanta libertad, porque ésta muchas veces se junta con engaño y con peligro de desviar del camino derecho, porque ninguno conoce lo que más le importa. Y fuera grande yerro, habiendo cuarenta y dos años entregádome todo al arbitrio de mis Superiores, querer ahora en estos últimos años disponer de mí por mi parecer. Todo me di a la voluntad del P. Fernando Cardinio, cuando partió por Rector del colegio de S. Sebastián. Ahora ha querido Dios enviarme por compañero del P. Diego Fernández a esta aldea de Reritiva de la colonia del Espíritu Santo a ayudar a los brasiles y enseñarles la doctrina cristiana. De mejor gana trabajo con éstos que con los portugueses, porque a buscar a aquéllos vine enviado al Brasil, y quizá fue traza de la divina providencia haber acompañado a un Sacerdote para meternos la tierra adentro y recoger al aprisco de la Iglesia muchas ovejas perdidas, para que, ya que de otra manera no puedo alcanzar la corona del martirio, me suceda por lo menos dejar la vida por mis hermanos en alguna peña de estos montes, entre las asperezas de los caminos y suma falta de todas las cosas, desamparado de todos y destituido de todo humano consuelo» (Nieremberg 595-596).

A Reritiva, pues, junto a Guarapary, en la capitanía de Espíritu Santo, se fue el beato Anchieta en 1587, para gastar y desgastar su últimas fuerzas de amor apostólico, con entusiasmo juvenil, en la evangelización de los indios. Iba a buscarles a la selva o a donde fuere, sacando fuerzas de flaqueza, y teniendo a veces que descansar tumbado en una red que los indios acompañantes tendían entre dos palos. No se cansaba de llamar a los brasiles a la fe en Jesucristo, invitándoles a dejar la vida nómada y a agruparse en nuevas aldeias misionales.

Hasta el fin, también, le duró su amor a los enfermos. Una noche se levantó para dar un jarabe a un enfermo, y tuvo una mala caída, que le hizo guardar cama durante seis meses, en los que se fue agravando su mal. Finalmente, el 9 de junio de 1597 vino a visitarle la hermana muerte. Y al decir del padre Nieremberg, «tuvo tanto sosiego del alma y del cuerpo en aquel último trance, que no parecía que acababa la vida, sino que en atenta oración, como solía vivo, se unía con su espíritu a Dios, a quien muriendo daba verdaderamente el alma. Tenía, cuando murió, setenta y cuatro años de edad y de religión cuarenta y siete, tres vivió en Portugal y cuarenta y cuatro en el Brasil» (597).

Sus restos, con gran solemnidad y amor, fueron trasladados procesionalmente a Espíritu Santo, y en 1611, por orden del padre general Aquaviva, a un sepulcro elevado, junto al altar del colegio jesuita de Bahía. Venerable desde 1617 por sus virtudes heróicas, fue declarado beato en 1980. En Brasil se le considera fundador de la nación y de la Iglesia local, al mismo tiempo que patrono nacional. El pueblo antiguo de Reritiva es actualmente la ciudad llamada Anchieta.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.