¿La Masonería cree en Dios y en Jesús?

“Ante todo, hay que decir que entre todas las reglas fundamentales de las asociaciones masónicas existe la creencia en la existencia de Dios como Gran Arquitecto del Universo. Ahora bien, el Gran Arquitecto del Universo no se identifica con el Dios-persona de los cristianos, sino que se refiere a una inteligencia divina no necesariamente distinta del cosmos y de la humanidad, o sea, es “la colectividad de estos seres individuales, considerada en su conjunto”. La visión masónica del Gran Arquitecto del Universo es irreconciliable con el Dios-persona de la revelación cristiana…”

Haz clic aquí!

Una poesía a La Moreneta, Virgen de Montserrat

Preludio de aleluya universal
en el Verbo que anuncia salvación,
se encarnará la Voz, vendrá el perdón,
en tu seno de esposa virginal.

Naciste, por merced, glorioso umbral,
aurora de la humana redención,
estela de final resurrección,
reina del paraíso celestial.

Entregarás al mundo tu dolor,
aceptarás ser madre mediadora,
esclava de divina voluntad.

Brotaste en la fontana del Amor,
sacias la sed del alma pecadora,
y eres remanso azul de la verdad.

Autora: Emma Margarita R. A.-Valdés

Santos mártires Renato Goupil, Isaac Jogues y Juan de La Lande

Santos mártires Renato Goupil (+1642), Isaac Jogues y Juan de La Lande (+1646)

En la expedición de 1636, llegó a estas misiones el padre Isaac Jogues, nacido en 1607 en Orleans, educado en los jesuitas de esa ciudad, que a los 17 años entró en el noviciado de la Compañía en Rouen. Él siempre quiso sufrir por Cristo, y así lo pedía una y otra vez en la oración. Aunque de constitución más bien débil, se ofreció para ir a misiones. Destinado a las de Nueva Francia, permaneció en ellas once años. Y desde que llegó a Quebec, empleándose en expediciones sumamente peligrosas entre indios hostiles, mostró la valentía que nacía de su amor al Crucificado y a los indios.

Una vez al año acostumbraban los jesuitas enviar desde sus puestos misionales algún misionero a Quebec, donde informaba acerca de la misión y compraba provisiones. En 1642, estando el padre Jogues en una misión pacífica establecida entre hurones, se ofreció para hacer él ese viaje, que en aquel momento era muy peligroso. Partió acompañado del hermano Renato Goupil, en una expedición de veintidós personas. Apresados por los iroqueses, y conducidos durante trece días a sus territorios, sufrieron terribles padecimientos, que él mismo contó después: «Entonces padecí dolores casi insoportables en el cuerpo y al mismo tiempo mortales angustias en el alma. Me arrancaron las uñas con sus agudos dientes y después, a bocados, me destrozaron varios dedos, hasta deshacer el último huesecillo».

Así llegaron a la aldea iroquesa de Ossernenon, donde estuvieron cautivos un año. Un día los iroqueses ordenaron a una algonquina cristiana prisionera que con un cuchillo embotado cortase el pulgar izquierdo del padre Jogues. «Cuando la pobre mujer arrojó mi pulgar sobre el tablado, lo levanté del suelo y te lo ofrecí a ti, Dios mío, y tomé esta tortura como castigo amorosísimo por las faltas de caridad y reverencia cometidas al tratar tu sagrado cuerpo en la Eucaristía».

El hermano donado Renato Goupil, quizá presintiendo su muerte, pidió al padre Jogues hacer sus votos para unirse más a la Compañía de Jesús, y los hizo. Enfermero y cirujano, era muy amigo de los niños, y en aquella aldea iroquesa les enseñaba a hacer la señal de la cruz sobre la frente. Dos indios, recelando del significado de aquel signo, le acecharon un día en las afueras del poblado, donde solía retirarse a orar, y allí lo mataron de un hachazo en la cabeza. Era el 29 de setiembre de 1642.

Bosques majestuosos, nieve, silencio, frío… El padre Jogues, medio desnudo, sólo entre los indios, en aquel invierno interminable, hubo de servirles como esclavo, acompañándoles en sus cacerías. Finalmente, en agosto de 1643 pudo escapar, con ocasión de una expedición de holandeses que pasó donde él estaba y puso en fuga a los indios.

Volvió a Francia el padre Jogues, y allí con sus narraciones encendió en muchos el espíritu misionero. El papa Urbano VIII le concedió licencia especial para que pudiera seguir celebrando la misa, a pesar de las terribles mutilaciones de sus manos. No quedó el ánimo del misionero traumatizado con las pasadas pruebas, y a los tres meses, a petición propia, regresó a las misiones. Dos años estuvo en Montreal, y en 1646, a sus 39 años, el superior le encargó nada menos que ir como legado de paz a los iroqueses, ya que conocía bien su lengua. Él aceptó sin dudar la misión, y la desempeñó con éxito.

A su regreso, el superior -que, al parecer, también tenía una idea bastante clara acerca del significado de la cruz de Cristo en la tarea misionera-, le mandó pasar el invierno con los iroqueses, a ver si se podía iniciar alguna evangelización entre ellos… Después de los horrores sufridos, una misión así, en los mismos lugares de su pasión anterior, sólo podía ser aceptada con el valor de un amor sobrehumano, es decir, con el amor del Corazón de Cristo.

El padre Jogues, antes de partir, afirmó: «Me tendría por feliz si el Señor quisiera completar mi sacrificio en el mismo sitio en que lo comenzó». Esta vez le acompañaba otro hermano donado, Juan de La Lande. Llegaron entre los iroqueses justamente cuando éstos se habían alzado contra los franceses y hostilizaban el fuerte Richelieu. Una mala cosecha y una epidemia les fueron atribuídos como efectos de sus maleficios. Apresados, fueron conducidos a la aldea iroquesa de Andagoron. Las torturas fueron horribles: les cortaron carne de hombros y brazos, y la comieron ante ellos, les quemaron los pies… El 18 de octubre de 1646, a golpes de hacha, mataron a San Isaac Jogues, y al día siguiente, del mismo modo, a San Juan de La Lande.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

Müller critica la arrogancia que pretende ser vanguardia en la Iglesia

“El cardenal Gerhard Ludwig Müller ha concedido una larga entrevista a Lothar C. Rilinger para Kat.net, en la que aborda de lleno la crisis de la Iglesia en Alemania, reconociendo que hay en ella obispos y teólogos que pretenden con prepotencia marcar el camino al resto de la Iglesia. Además recuerda que la fe no se puede alterar por mayorías democráticas, ni de obispos ni mucho menos de laicos. Y pide a los fieles resistir a los obispos heterodoxos, como en tiempos del arrianismo y el donatismo…”

Haz clic aquí!

Cuba, atada a la “continuidad”

“Hace diez o veinte años, ante la pregunta de qué pasaría en Cuba cuando muriera Fidel Castro, una parte de los cubanos, marcados por la percepción de que aquel hombre era inmortal, se encogían de hombros al no imaginar un futuro sin su omnipresencia. Otros, pesimistas, eran directos: “No pasará nada”. En efecto, nada pasó: otro Castro –su hermano Raúl, general de Ejército– heredó la dirección del gobierno y del Partido Comunista, hasta que, en 2018, un sexagenario lo relevó de lo primero, y ahora de lo segundo. Y lo mismo: “Nada”…”

Haz clic aquí!

¿Cómo se puede obtener la indulgencia en este Año de San José?

Pregunta motivada por una encuesta realizada en nuestra página web (los resultados están en este enlace): ¿Cómo obtener la indulgencia en este Año de San José? Lo que sigue es la información oficial del Vaticano:

San José, un “tesoro” que la Iglesia sigue descubriendo. Es la bella imagen contenida en el Decreto de la Penitenciaría Apostólica, firmado por el Cardenal Mauro Piacenza, en el que se perfila la figura del “custodio de Jesús”. El Papa Francisco le dedicó un año especial, 150 años después de su proclamación como Patrono de la Iglesia universal. De ahí la decisión de la Penitenciaría, de acuerdo con la voluntad del Papa, de conceder la Indulgencia Plenaria hasta el 8 de diciembre de 2021 en las condiciones habituales: confesión sacramental, comunión eucarística y oración según las intenciones del Papa.

Meditar sobre San José

Los fieles, al participar en el Año de San José “con un alma despojada de todo pecado”, podrán obtener la Indulgencia a través de diversos métodos que la Penitenciaría enumera en el Decreto.

Quien medite “por lo menos 30 minutos la oración del Padre Nuestro”, o participe en un retiro espiritual incluso por un día “que prevea una meditación sobre San José” podrá beneficiarse de este don especial. “San José, auténtico hombre de fe, nos invita – se lee en el decreto – a redescubrir nuestra relación filial con el Padre, a renovar la fidelidad a la oración, a ponerse en escucha y a corresponder con profundo discernimiento a la voluntad de Dios.

Misericordia en el nombre del “hombre justo”

La indulgencia podrá obtenerse realizando “una obra de misericordia corporal o espiritual”, siguiendo el ejemplo de San José, “depositario del misterio de Dios”, que “nos impulsa a redescubrir el valor del silencio, la prudencia y la lealtad en el cumplimiento de nuestros deberes”. La virtud de la justicia, practicada por José, es “ley de misericordia” y es “la misericordia de Dios que lleva a cumplimiento la verdadera justicia”.

Oración en familia

Recitar el Rosario en familia y entre novios es una de las formas de obtener este don. San José fue el esposo de María, padre de Jesús y custodio de la familia de Nazaret, donde floreció su vocación. De ahí la invitación de la Penitenciaría Apostólica a las familias cristianas a recrear “el mismo ambiente de íntima comunión, de amor y de oración que se vivía en la Sagrada Familia”.

Por un trabajo digno

Quien mire con confianza al “artesano de Nazaret” para encontrar un trabajo y para que este sea digno para todos, podrá obtener la Indulgencia Plenaria, extendida también a quien “confiará cotidianamente la propia actividad a la protección de San José”. Precisamente el 1 de mayo de 1955, Pío XII había instituido la fiesta del santo “con la intención de que la dignidad del trabajo sea reconocida por todos, y que esta inspire la vida social y las leyes, fundadas en el reparto equitativo de los derechos y deberes”.

Una oración por la Iglesia que sufre

El Decreto de la Penitenciaría Apostólica prevé la indulgencia “a los fieles que recitarán las Letanías a San José (para la tradición latina), o el Akathistos a San José, en su totalidad o al menos en parte (para la tradición bizantina), o alguna otra oración a San José, propia de las otras tradiciones litúrgicas”. Oraciones que estén así a favor “de la Iglesia perseguida ad intra y ad extra y para el alivio de todos los cristianos que padecen toda forma de persecución” porque, se lee en el texto, “la huida de la Sagrada Familia a Egipto nos muestra que Dios está allí donde el hombre está en peligro, allí donde el hombre sufre, allí donde escapa, donde experimenta el rechazo y el abandono”.

Un santo universal

Otras ocasiones para obtener la Indulgencia Plenaria son “cualquier oración o acto de piedad legítimamente aprobado en honor de San José” como por ejemplo, explica la Penitenciaria, “A ti, oh Bienaventurado José”, especialmente “en las fiestas del 19 de marzo y del 1 de mayo, en la fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José, en el domingo de San José (según la tradición bizantina), el 19 de cada mes, y cada miércoles, día dedicado a la memoria del Santo según la tradición latina”.

En el decreto se recuerda la universalidad del patronato de José en la Iglesia, reportando las palabras de Santa Teresa de Ávila que lo consideraba, más que otros santos, capaz de socorrer en muchas necesidades. “Una renovada actualidad para la Iglesia de nuestro tiempo, en relación al nuevo milenio cristiano” es lo que San Juan Pablo II evidenciaba sobre la figura de José.

Consuelo en pandemia

Es particular la atención a los que sufren en esta emergencia causada por el coronavirus. El Decreto establece que “el don de la Indulgencia Plenaria se extiende particularmente a los ancianos, los enfermos, los agonizantes y todos aquellos que por legítimos motivos no pueden salir de su casa”. Los que reciten “un acto de piedad en honor a San José ofreciendo con confianza a Dios las penas y las dificultades de su vida” podrán recibir este don “con un ánimo desprendido de todo pecado y con la intención de cumplir, lo antes posible, las tres condiciones habituales, en su propia casa o dondequiera que el impedimento les retenga”.