El pecado de omisión, ¿es más grave que el pecado de transgresión?

El pecado es tanto más grave cuanto más dista de la virtud. Ahora bien: como dice el Filósofo en X Metaphys., la máxima distancia es la que existe entre los términos contrarios. De ahí que un contrario diste más de su contrario que su simple negación, como lo negro dista más de lo blanco que de lo simplemente no blanco, porque todo lo negro es no blanco; mas no a la inversa. Y resulta evidente que la transgresión es contraria al acto de una virtud; en cambio, la omisión implica su negación; por ejemplo, hay pecado de omisión si no se guarda el respeto debido a los padres; por el contrario, hay pecado de transgresión si se les afrenta o injuria. Por tanto, es notorio que, hablando absoluta y propiamente, la transgresión es un pecado más grave que la omisión, aunque en algún caso la omisión pueda ser más grave que cierta transgresión. (S. Th., II-II, q.79, a.4 resp.)


[Estos fragmentos han sido tomados de la Suma Teológica de Santo Tomás, en la segunda sección de la segunda parte. Pueden leerse en orden los fragmentos publicados haciendo clic aquí.]

Meditación sobre el don del silencio

En esta sociedad en la que prima el ruido, en la que buscamos insensibilizar nuestra conciencia con sonidos, ruidos, palabras… que adormezcan nuestra realidad trascendente, una de las bases de la vida monástica se sustenta sobre el silencio.

Es inherente a la vida monástica el silencio, pero lejos de identificarlo a los ojos de la sociedad como pareja de la soledad, incluso como sinónimo de personas que deambulan por unos claustros ensimismadas en sí mismas, absortas… y alejadas de la realidad que les rodea, entendemos ese silencio como predisposición para la Escucha.

Para nosotras, cistercienses, el silencio es una actitud en positivo, que contribuye a la disposición de escucha del Señor, y por ende de los hermanos. No silenciamos para callar, sino para escuchar; pero más allá, no sólo deseamos escuchar al Señor, sin duda lo prioritario, sino que con esa escucha nos unimos a las necesidades de la Iglesia, de los hermanos y de sus necesidades. El silencio se transforma en escucha cuando el corazón se hace sensible al Señor y a los demás.

Sin duda, hoy día identificamos el silencio con una sensación de vacío, de que algo “pasa”, incluso nos inquieta ese silencio, o mejor dicho es incluso violento esa ausencia de ruido, llega a ser una losa mental sin embargo, a nosotras el silencio nos llena.

No pretendemos convertir nuestro silencio en vanidad al transformarlo en un dominio de nuestros sentidos, sería una arrogancia que incluso estaría más llena de vacío que el propio ruido, sería un error por nuestra parte convertir ese silencio en una escucha de sí misma, en una complacencia de mi mente, en un mero ejercicio de autocontrol. Todo se quedaría reducido a una dimensión humana, exenta de nuestra dimensión trascendente. Nada más lejos de la realidad espiritual del cristiano. En el silencio, nos vaciamos de nosotras mismas, y nos disponemos a llenarnos de ese silencio que sólo el Señor sabe convertir en fuente inagotable de auténtica Palabra.

Nos encontramos con muchas jóvenes que ante la posibilidad que se les plantea de un acercamiento a la vida monástica, rápidamente aseveran que “no serían capaz de estar calladas. ¡Imposible!”. En otras ocasiones, se nos tilda a las monjas de clausura como seres callados, entristecidas por el silencio (en otro momento hablaré de la soledad), mustias por esa ausencia de palabras, de sonidos… Os aseguro que somos personas totalmente equilibradas en ese plano psicológico. No hacemos del silencio una situación traumática, no es una disposición forzada en el ambiente monástico, sino que se consigue de forma natural, logrando una disposición personal y comunitaria que dota a nuestra persona de una de las capacidades que esta sociedad menos valora y que probablemente más nos identifica con nuestra identidad humana (esta sociedad nos aleja de ella), la ESCUCHA.

Cuantas personas hoy día buscan una hospedería monástica en búsqueda de ese silencio… Pero ese silencio de nada sirve si no va acompañado de un silencio interior, de esa predisposición a la escucha del Señor. Es inútil buscar un silencio exterior cuando nuestro interior está lleno de palabrería, de ruidos.

No tengáis miedo al silencio, no tengáis miedo al encuentro con vuestra propia realidad, con vuestra parte más íntima. Es mucho lo que debéis descubrir, es mucho lo que debéis ESCUCHAR… El, os espera.

Podría citar múltiples Padres de la Iglesia, místicos, teólogos, e incluso a nuestra propia Regla, para dar una base doctrinal al silencio, pero como dije en la introducción, no pretendo convertir estos escritos en un tratado teológico o en un manual de espiritualidad, simplemente un compartir de una humilde monja cisterciense, desnudar un alma enamorada del Señor y compartir sus vivencias con almas de bien, desde la más absoluta sencillez tan característica del Cister.

Me dirijo a ti de forma preferencial, joven. No tengas miedo en potenciar esa capacidad de escucha. Te asombrarás de lo que puedes descubrir en el Silencio.

Que Jesús y María te acompañen en tu caminar.

Una Cisterciense.

LECTIO 2021/11/25

LECTURA ESPIRITUAL: De las Homilías de San Juan Crisóstomo, obispo, Sobre el Evangelio de San Mateo

#LectioFrayNelson para el Jueves XXXIV del Tiempo Ordinario

[REPRODUCCIÓN PERMITIDA en redes sociales, blogs, emisoras de radio, y otros medios. Tu donación hace fuerte la evangelización católica. ¡Dona ahora!]

Lutero y el nominalismo

“Para Bouyer, el protestantismo ha tenido la desgracia de encapsular una serie de principios cristianos verdaderos y fundamentales en un corsé filosófico que los ha puesto en contra de la misma Revelación divina de la cual proceden. Ese corsé filosófico es el del nominalismo…”

Haz clic aquí!

Siempre en oración y súplica

Siempre en oración y súplica

Hemos visto en el capítulo anterior que cada conversión es un milagro de la gracia. San Pablo lo sabía muy bien. Por propia experiencia. ¿Acaso no había sido precisa «una luz venida del cielo» (He. 9,3) para hacerle salir de su ceguera y de su oscuridad?.

Por eso él acudirá continuamente a la oración. Ante el Padre dobla sus rodillas (Ef. 3,14) sin cesar para mendigar la gracia que abra los corazones a la predicación de Evangelio. Toda su inmensa -y admirable- actividad está fecundada desde dentro por la oración. Él sabía que era un medio indispensable para dar cumplimiento a su labor misionera. Estaba convencido de que sólo Dios mismo podía realizar sus inmensos designios de salvación. Y por eso su oración es esencialmente apostólica.

Impresiona la cantidad de textos sobre la oración que aparecen en las cartas de Pablo (en la mayor parte de los casos oraciones en que él mismo se dirige directamente a Dios). Son testimonio de la importancia capital de la oración en la tarea apostólica. ¿No era en el fondo su propia conversión fruto de la oración de Esteban pidiendo el perdón para sus enemigos (He. 7, 60- 8,1)?

E impresiona igualmente que muchas veces en los textos sobre la oración -tanto cuando exhorta a sus cristianos a orar como cuando les asegura que ora por ellos- aparecen los adverbios «siempre», «incesantemente», «noche y día»… Se trata de una oración insistente, literalmente continua. Nos refleja a un hombre en comunión permanentemente con su Señor.


El autor de esta obra es el sacerdote español Julio Alonso Ampuero, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.