Republicamos: Ni la tristeza

NI LA TRISTEZA

Ni la tristeza ni la desilusión ni la incertidumbre, ni la soledad. Nada me impedirá sonreír.
Ni el miedo ni la depresión,
por mas que sufra mi corazón,
nada me impedirá soñar.

En las tempestades y en los difíciles caminos,
nada me impedirá creer en Dios,
quiero vivir el día de hoy como si fuese el primero, como si fuese el ultimo, como si fuese el único, quiero vivir el momento de ahora,
como si aun fuese temprano,
como si nunca fuese tarde.

Quiero mantener el optimismo,
conservar el equilibrio, fortalecer mi esperanza, recomponer mis energías para prosperar en mi misión
y vivir alegre todos los días de mi vida.

Quiero caminar con la seguridad que llegaré,
quiero luchar con la seguridad que venceré,
quiero buscar con la seguridad que encontraré,
quiero saber esperar para poder realizar los ideales de mi ser, en fin …
quiero dar lo máximo de mí para vivir intensamente
y maravillosamente todos los días de mi vida…
nada es mas fuerte que el deseo de vivir.

“De alguna manera,
el gozo que damos a los demás
es el gozo que nos viene de vuelta.
Y entre más invertimos en bendecir a los pobres, solitarios y tristes, más gozosas posesiones
del corazón nos son retribuidas”.

Para buscar pues, la calma interior,
no vayan donde todo es calma sino donde no hay paz,
y sean ustedes la paz.

De esta forma la encontrarán al darla,
y la tendrán en la medida en que vean que otros necesitan de ustedes para calmarse.

Autor: John Greenleaf Whittier. Enviado por Piera S.

Como antorchas en el mundo

«Como antorchas en el mundo» (Fil. 2,15)

Sin embargo, san Pablo era consciente de que el Evangelio no podía ser testimoniado eficazmente de manera individual. Sólo una comunidad transfigurada por Cristo se constituía en signo creíble del Evangelio.

De hecho, en alguno de los textos en que Pablo pide que le imiten, añade: «y fijaos en los que viven según el modelo que tenéis en nosotros» (Fil. 3,17). No sólo él, no sólo sus compañeros de apostolado, sino la comunidad misma se ha convertido en punto de referencia para quien quiera vivir según Cristo.

Siguiendo la enseñanza del propio Jesús, que había proclamado: «Vosotros sois la luz del mundo» (Mt. 5,14-16; «vosotros» quiere decir la comunidad cristiana, la Iglesia), también Pablo exhorta a sus discípulos a vivir como «hijos de la luz» (Ef. 5,8ss; 1 Tes. 5,4ss); los que antes eran «tinieblas» ahora son «luz en el Señor»: en consecuencia deben vivir como luz, rechazando toda tiniebla de vida pagana o pecaminosa.

En Fil. 2,14-16 se presenta esta vida nueva, este vivir como hijos de la luz, en conexión directa con la evangelización. «En medio de una generación tortuosa y perversa», Pablo exhorta a los Filipenses a ser «irreprochables e inocentes, hijos de Dios sin tacha»; de ese modo brillarán «como antorchas -o «astros»- en el mundo» y presentarán a ese mundo corrompido «la Palabra de vida». Con su vida santa la comunidad cristiana presenta eficazmente la Palabra creadora de vida.

Esta es la razón por la que Pablo insiste junto al anuncio de Cristo, en la presentación de la moral cristiana. Cristo se ha entregado para hacer de nosotros «criaturas nuevas» (2 Cor. 5,17), y sólo una comunidad verdaderamente nueva es signo elocuente de Cristo.

Ya en el A.T. los profetas habían denunciado que el pueblo de Israel había profanado el santo nombre de Yahveh con su conducta abominable delante de las naciones vecinas (Ez. 20,39; 36,20; 43,8). Y este riesgo sigue existiendo también para el nuevo pueblo de Dios. Sin embargo, su vocación propia es precisamente la contraria: disipar con la luz de Cristo, hecha carne en la propia existencia, las tinieblas del pecado que acosan al mundo.

Cristo ha venido como «primogénito de muchos hermanos» (Rom. 8,23-24), suscitando así una comunidad fraterna (120 veces usa San Pablo en sus cartas la palabra «hermano»). San Pablo procura que este espíritu fraternal se manifieste en las comunidades en el interés y la responsabilidad de unos por otros, en el perdón mutuo, en la exhortación, el estímulo y el consuelo de los demás, en el llevar los unos las cargas de los otros…El sabía que este espíritu fraternal constituiría el mejor argumento apologético a favor del Evangelio.

Frente a los grandes vicios del paganismo, que Pablo describe tan al vivo (p. ej. Rom. 1,24-32), busca la santidad moral de sus cristianos como «imitadores de Dios» (Ef. 5, 1) y de Cristo (Fil. 2,5; 1 Tes 1,6). Todas las cartas contienen -en mayor o menor amplitud- esta exhortación a una vida moral santa; no sólo a evitar el pecado, sino a vivir «todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio» (Fil. 4,8). Y cuando tiene noticia de algún desorden grave en alguna comunidad, interviene inmediatamente (1 Cor. 5 y 6; 2 Tes. 3,6-15).

Particularmente insistirá en la caridad, como resumen de la ley (Rom. 13, 8-10). Pues sabe que es el amor -especialmente el amor al enemigo- la única fuerza capaz de cambiar el mundo, pues el mal sólo puede ser vencido con el bien (Rom. 12,14-21).

Y se manifestará radiante de gozo al comprobar que el testimonio de una comunidad ha sido decisivo para la difusión del Evangelio. Así, escribirá a los de Tesalónica: «Os hicisteis imitadores nuestros y del Señor, abrazando la Palabra con gozo del Espíritu Santo en medio de muchas tribulaciones. De esta manera os habéis convertido en modelo para todos los creyentes de Macedonia y de Acaya. Partiendo de vosotros, en efecto, ha resonado la Palabra del Señor y vuestra fe en Dios se ha difundido no sólo en Macedonia y en Acaya, sino por todas partes, de manera que nada nos queda por decir…» (1 Tes. 1,6-8).


El autor de esta obra es el sacerdote español Julio Alonso Ampuero, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

Temas complejos en un año nuevo

“Se atrevió el papa Francisco a mencionar ese desorden de afectos que se ha instalado en muchas personas, dando preferencia a los animales por encima de las personas; en ocasiones, como presunto reemplazo de los hijos. Y, ¿quién dijo miedo? Es un tema tabú como tantos otros en una sociedad que alardea de ser de mente abierta y, sin embargo, en realidad, es sorda a cualquier voz contraria…”

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Combatir la pasividad

“La adolescencia ha sido siempre la etapa de los grandes ideales. Los tres mosqueteros, Romeo y Julieta, Juana de arco… No tenían más de 15 años y lucharon por románticos sueños. Hoy eso ha cambiado y muchos quinceañeros se lo pasan con cara de aburrimiento, sin que nada los conmueva…”

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Sobre la responsabilidad moral al ponerse vacunas contra COVID

Muchas reflexiones de usted, me parecen geniales. Por ello me ha sorprendido mucho su equivocacion tan grande en agarrar la línea provacuna, como si la “participación remotisima” (según su criterio) no fuera digna de analizarse… –S.M..

* * *

Sí, por supuesto, se ha analizado. Es lo que contiene el documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe. En una su parte central dice:

Sobre esta cuestión ya hay un importante pronunciamiento de la Pontificia Academia para la Vida, titulado “Reflexiones morales acerca de las vacunas preparadas a partir de células procedentes de fetos humanos abortados” (5 junio 2005). Además, esta Congregación se expresó al respecto con la Instrucción Dignitas Personae (8 de septiembre de 2008) (cf. nn. 34 y 35). En 2017, la Pontificia Academia para la Vida volvió a tratar el tema con una Nota. Estos documentos ya ofrecen algunos criterios generales dirimentes.

Dado que están ya disponibles, para su distribución y administración en diversos países, las primeras vacunas contra la Covid-19, esta Congregación desea ofrecer algunas indicaciones que clarifiquen este tema. No se pretende juzgar la seguridad y eficacia de estas vacunas, aun siendo éticamente relevante y necesario, porque su evaluación es competencia de los investigadores biomédicos y las agencias para los medicamentos, sino únicamente reflexionar sobre el aspecto moral del uso de aquellas vacunas contra la Covid-19 que se han desarrollado con líneas celulares procedentes de tejidos obtenidos de dos fetos abortados no espontáneamente.

1. Como se afirma en la Instrucción Dignitas Personae, en los casos en los que se utilicen células de fetos abortados para crear líneas celulares para su uso en la investigación científica, “existen diferentes grados de responsabilidad”[1] en la cooperación al mal. Por ejemplo, “en las empresas que utilizan líneas celulares de origen ilícito no es idéntica la responsabilidad de quienes deciden la orientación de la producción y la de aquellos que no tienen poder de decisión”.[2]

2. En este sentido, cuando no estén disponibles vacunas Covid-19 éticamente irreprochables (por ejemplo, en países en los que no se ponen a disposición de médicos y pacientes vacunas sin problemas éticos o en los que su distribución es más difícil debido a las condiciones especiales de almacenamiento y transporte, o cuando se distribuyen varios tipos de vacunas en el mismo país pero, por parte de las autoridades sanitarias, no se permite a los ciudadanos elegir la vacuna que se va a inocular) es moralmente aceptable utilizar las vacunas contra la Covid-19 que han utilizado líneas celulares de fetos abortados en su proceso de investigación y producción.

3. La razón fundamental para considerar moralmente lícito el uso de estas vacunas es que el tipo de cooperación al mal (cooperación material pasiva) del aborto provocado del que proceden estas mismas líneas celulares, por parte quienes utilizan las vacunas resultantes, es remota. El deber moral de evitar esa cooperación material pasiva no es vinculante si existe un peligro grave, como la propagación, por lo demás incontenible, de un agente patógeno grave:[3] en este caso, la propagación pandémica del virus SARS-CoV-2 que causa la Covid-19. Por consiguiente, debe considerarse que, en este caso, pueden utilizarse todas las vacunas reconocidas como clínicamente seguras y eficaces con conciencia cierta que el recurso a tales vacunas no significa una cooperación formal con el aborto del que se obtuvieron las células con las que las vacunas han sido producidas. Sin embargo, se debe subrayar que el uso moralmente lícito de este tipo de vacunas, debido a las condiciones especiales que lo posibilitan, no puede constituir en sí mismo una legitimación, ni siquiera indirecta, de la práctica del aborto, y presupone la oposición a esta práctica por parte de quienes recurren a estas vacunas.

4. De hecho, el uso lícito de esas vacunas no implica ni debe implicar en modo alguno la aprobación moral del uso de líneas celulares procedentes de fetos abortados.[4] Por lo tanto, se pide tanto a las empresas farmacéuticas como a los organismos sanitarios gubernamentales, que produzcan, aprueben, distribuyan y ofrezcan vacunas éticamente aceptables que no creen problemas de conciencia, ni al personal sanitario ni a los propios vacunados.

5. Al mismo tiempo, es evidente para la razón práctica que la vacunación no es, por regla general, una obligación moral y que, por lo tanto, la vacunación debe ser voluntaria. En cualquier caso, desde un punto de vista ético, la moralidad de la vacunación depende no sólo del deber de proteger la propia salud, sino también del deber de perseguir el bien común.Bien que, a falta de otros medios para detener o incluso prevenir la epidemia, puede hacer recomendable la vacunación, especialmente para proteger a los más débiles y más expuestos. Sin embargo, quienes, por razones de conciencia, rechazan las vacunas producidas a partir de líneas celulares procedentes de fetos abortados, deben tomar las medidas, con otros medios profilácticos y con un comportamiento adecuado, para evitar que se conviertan en vehículos de transmisión del agente infeccioso. En particular, deben evitar cualquier riesgo para la salud de quienes no pueden ser vacunados por razones médicas o de otro tipo y que son los más vulnerables.

6. Por último, existe también un imperativo moral para la industria farmacéutica, los gobiernos y las organizaciones internacionales, garantizar que las vacunas, eficaces y seguras desde el punto de vista sanitario, y éticamente aceptables, sean también accesibles a los países más pobres y sin un coste excesivo para ellos. La falta de acceso a las vacunas se convertiría, de algún modo, en otra forma de discriminación e injusticia que condenaría a los países pobres a seguir viviendo en la indigencia sanitaria, económica y social.[5]

[1] Congregación para la Doctrina de la Fe, Instrucción Dignitas Personae (8 diciembre 2008), n. 35; AAS (100), 884.

[2] Ibid, 885.

[3] Cfr. Pontificia Academia para la Vida, “Moral reflections on vaccines prepared from cells derived from aborted human foetuses”, 5 junio 2005.

[4] Congregación para la Doctrina de la Fe, Instruc. Dignitas Personae, n. 35: “Cuando el delito está respaldado por las leyes que regulan el sistema sanitario y científico, es necesario distanciarse de los aspectos inicuos de esos sistemas, a fin de no dar la impresión de una cierta tolerancia o aceptación tácita de acciones gravemente injustas. De lo contrario, se contribuiría a aumentar la indiferencia, o incluso la complacencia con que estas acciones se ven en algunos sectores médicos y políticos”.

[5] Cfr. Francisco, Discurso a los miembros de la Fundación “Banco Farmacéutico”, 19 septiembre 2020.