Por amor a Jesús Sacramentado

Unos meses antes de su muerte el Obispo Fulton J. Sheen fue entrevistado por la televisión nacional: “Obispo Sheen, usted inspiró a millones de personas en todo el mundo. ¿Quién lo inspiró a usted? ¿Fue acaso un Papa?”.

El Obispo Sheen respondió que su mayor inspiración no fue un Papa, ni un Cardenal, u otro obispo, y ni siquiera fue un sacerdote o monja. Fue una niña china de once años de edad.

Explicó que cuando los comunistas se apoderaron de China, encarcelaron a un sacerdote en su propia rectoría cerca de la Iglesia. El sacerdote observó aterrado desde su ventana como los comunistas penetraron en el templo y se dirigieron al santuario. Llenos de odio profanaron el tabernáculo, tomaron el copón y lo tiraron al piso, esparciendo las hostias consagradas. Eran tiempos de persecución y el sacerdote sabía exactamente cuantas hostias contenía el copón: treinta y dos.

Cuando los comunistas se retiraron, tal vez no se dieron cuenta, o no prestaron atención a una niñita que rezaba en la parte de atrás de la iglesia, la cual vió todo lo sucedido. Esa noche la pequeña regresó y, evadiendo la guardia apostada en la rectoría, entró al templo. Allí hizo una hora santa de oración, un acto de amor para reparar el acto de odio. Después de su hora santa, entró en el santuario, se arrodilló, e inclinándose hacia delante, con su lengua recibió a Jesús en la Sagrada Comunión. (en aquel tiempo no se permitía a los laicos tocar la Eucaristía con sus manos).

La pequeña continuó regresando cada noche, haciendo su hora santa y recibiendo a Jesús Eucarístico en su lengua. En la trigésima segunda noche, después de haber consumido la última hostia, accidentalmente hizo un ruido que despertó al guardia. Este corrió detrás de ella, la agarró, y la golpeó hasta matarla con la culata de su rifle.

Este acto de martirio heroico fue presenciado por el sacerdote mientras, sumamente abatido, miraba desde la ventana de su cuarto convertido en celda.

Cuando el Obispo Sheen escuchó el relato, se inspiró a tal grado que prometió a Dios que haría una hora santa de oración frente a Jesús Sacramentado todos los días por el resto de su vida. Si aquella pequeña pudo dar testimonio con su vida de la real y hermosa Presencia de su Salvador en el Santísimo Sacramento, entonces el obispo se veía obligado a lo mismo. Su único deseo desde entonces sería, atraer el mundo al Corazón ardiente de Jesús en el Santísimo Sacramento.

La pequeña le enseñó al Obispo el verdadero valor y celo que se debe tener por la Eucaristía; como la fe puede sobreponerse a todo miedo y como el verdadero amor a Jesús en la Eucaristía debe trascender a la vida misma.

Lo que se esconde en la Hostia Sagrada es la gloria de Su amor. Todo lo creado es un reflejo de la realidad suprema que es Jesucristo. El sol en el cielo es tan solo un símbolo del hijo de Dios en el Santísimo Sacramento. Por eso es que muchas custodias imitan los rayos de sol. Como el sol es la fuente natural de toda energía, el Santísimo Sacramento es la fuente sobrenatural de toda gracia y amor.

King Kong: el relato

Una cosa es la película y otra cosa es el relato. El relato viene de principios del siglo pasado, cuando menos; la película, en cambio, es edición 2005.

Sobre el relato como tal pueden comentarse varias cosas, buenas y no tan buenas.

  1. Se supone que quieren firlmar una película en uan isla desconocida, la Isla de la Calavera (Skull Island), a la que efectivamente llegan. Es la isla donde vive el gorila gigante, el Rey Kong, al cual los aborígenes rinden tributo y también sacrificios humanos. Comentario: llama la atención el modo como se presentan los aborígenes: violentos, crueles, incapaces de diálogo; el único modo de argumentar con ellos son las armas de fuego. ¿Algún parecido con la conquista de lo que hoy es Estados Unidos por parte de los hombres “blancos”? Esto no pertenece a la versión del 2005 sino que es parte del relato original.
  2. Interesante, en cambio, la relación entre la chica y el animal. Es ella quien vence, en realidad. La fuerza del gigante se pliega ante el poder de la bella, que no es poder sólo de un cuerpo bien formado, sino el poder del encanto, de la risa, del baile, del buen humor. Lo que domina al gorila no es la fuerza como tal, sino la belleza. En la versión de 2005 esa es la frase final: “A Kong no lo mataron esos aviones, sino la belleza.”
  3. Uno puede especular un poco más incluso, reconociendo una relación entre este gigante fuerte pero solitario y Adán en el paraíso. Ni siquiera tres dinosaurios descomunales logran doblegar a Kong: él es el rey. Pero es un rey solitario, que necesita rendirse ante alguien, y que por eos busca la belleza del atardecer y que se fascina ante la hermosura de la muchacha.
  4. En otro tono, es interesante la autocrítica que este relato supone, en cuanto a la sociedad comercializada y superficial de los Estados Unidos. Ávidos de novedades, consumidores de cosas extrañas, hábiles para comprar, vender, manipular. Aunque esto, si se piensa bien, no son los Estados Unidos, simplemente. Es más bien lo que la Biblia llama “el mundo,” lleno de vanidades y medias verdades, de vacío y de humo fatuo.

Desde estos otros ángulos creo que King Kong es un relato que merece ser conocido y reflexionado, y los papás harán bien en comentar cosas como las aquí dichas con sus hijos.

La Plata Fina

Hace algún tiempo, algunas señoras se reunieron en cierta ciudad para estudiar la Biblia. Mientras que leían el tercer capítulo de Malaquías, encontraron una expresión notable en el tercer versículo:

” …y Él se sentará como un refinador y purificador de la plata (Mal. 3:3).”

Una de las señoras propuso visitar un platero y reportarles a las demás lo que el dijera sobre el tema.

Ella fue por consiguiente, y sin decir el objeto de su diligencia pidió al platero que le dijera sobre el proceso de refinar la plata.

Después de que él describió completamente el proceso, ella le preguntó:

“Pero señor, ¿usted se sienta mientras que está en el proceso de la refinación?”.

– “Oh, si, señora,” contestó el platero;

-“Debo sentarme con mi ojo fijado constantemente en el horno, porque si el tiempo necesario para la refinación se excede el grado más leve, la plata será dañada.”

La señora inmediatamente vio la belleza, y también el consuelo de la expresión…

– “Él se sentará como un refinador y purificador de la plata.”

Dios ve necesario poner a sus hijos en un horno…su ojo está constantemente atento en el trabajo de la purificación, y su sabiduría y amor obran juntos de la mejor manera para nosotros.

Nuestras pruebas no vienen al azar, y él no nos dejará ser probados mas allá de lo que podemos sobrellevar.

Antes de que ella se fuera, la señora hizo la pregunta final:

– “¿Cuándo sabe que el proceso está completo?”

– “Pues, eso es muy sencillo, ” contestó el platero.

– “Cuando puedo ver mi propia imagen en la plata, se acaba el proceso de refinación.”

Pastel de Dios

A veces nos preguntamos: ¿Qué hice para padecer esto?, o ¿por qué tenia que hacerme esto Dios?

Una hija le cuenta a su madre como todo esta mal: está reprobando álgebra, su novio la dejó y su mejor amiga se está cambiando de ciudad.

Mientras tanto, su mamá esta preparando un pastel y le pregunta a la hija que si quiere comer algo, y la hija dice, “Claro mamá, me encanta tu pastel”.

Ten, tómate este aceite, le ofrece su madre. “Guácala” dice la hija.

¿Qué tal un par de huevos crudos? ¡Qué asco, Mamá!

¿Entonces quieres algo de harina? ¿O qué tal bicarbonato?

Mamá, todo eso es asqueroso!

A lo cual la madre responde: “Sí, todas esas cosas parecen malas por sí solas. Pero cuando las unes de la manera adecuada, hacen un pastel maravillosamente delicioso! Así trabaja Dios”.

Era parte del Regalo…

Una niña en África le dio a su maestra un regalo de cumpleaños. Era un hermoso caracol.

– ¿Dónde lo encontraste?

La niña le dijo que esos caracoles se hallaban solamente en cierta playa lejana.

La maestra se conmovió profundamente porque sabía que la niña había caminado muchos kilómetros para buscar el caracol.

– No debiste haber ido tan lejos sólo para buscarme un regalo.

La sabia niña sonrió y contestó:

– Maestra, la larga caminata es parte del regalo.

Parece que no Está

En un colegio estaban preparando las Primeras Comuniones. Había un niño que sufría un pequeño retraso mental, y, aunque él y su familia estaban empeñados en que el niño hiciera la Primera Comunión, el capellán del colegio no las tenía todas consigo.

Un día llamó al niño y lo llevó al oratorio. Sacó del bolsillo un crucifijo y preguntó al niño:

“Éste, ¿quién es?”.

“Jesús”, contestó el niño.

Entonces señaló el Sagrario y volvió a preguntar:

“Y, entonces, ése de ahí, ¿quién es?”.

“También Jesús”, contestó el niño sin dudar.

“¿Jesús, ahí y aquí…? Pues explícame cómo puede ser que Jesús esté a la vez aquí y ahí”.

“Es muy fácil –explicó el niño-: Aquí (en el crucifijo), parece que está, pero en realidad no está. Ahí (en el Sagrario), parece que no está, pero sí está”.

Ni que decir tiene que aquel chaval hizo la Primera Comunión con sus compañeros de curso.

Sugerencias para ser más Feliz

Por las mañanas canta canciones alegres mientras te duchas y mientras te arreglas. Pondrás en marcha el motor de tu alegría y te ayudará a entrar con optimismo en el nuevo día.

Siempre que puedas toma un par de minutos para relajarte y respirar profundamente. Es un gran reconstituyente para tu cuerpo y para tu mente.

Dale luz y alegría a tu vida y revélate contra la moda triste y deprimente. Vístete con colores claros y alegres; notarás la diferencia.

Una alimentación saludable, un ejercicio adecuado y un profundo descanso son tres pilares básicos para tu salud, no lo olvides…. ¡También para tu felicidad! Practícalos.

Sonríe, sonríe, ¡sonríe! Entrénate y practica el arte de sonreír. Verás las cosas de otra manera y tu vida cambiará de color.

Elige series o películas cómicas. Expanden tu espíritu y mejoran tu salud. Huye de los dramas y de la violencia.

Mímate, cuídate, quiérete. Tú eres lo más importante, lo más valioso para ti en tu vida. Libérate de la necesidad de aprobación de los demás. Es primordial para tu felicidad.

Aprende a buscar el lado positivo de las personas y de las cosas. Te sorprenderá el comprobar que “siempre” lo tienen.

Cuando algo o alguien te perjudique o moleste, intenta analizar y comprender, desde un lado positivo, el por qué de esta situación. Te ayudará a ser más tolerante y tú te sentirás mucho mejor.

¡Ama a tu familia, a tus amigos, a la vida … profunda, plenamente! Pero que tu amor sea alegre, desinteresado, feliz. Aléjate de la cultura del sufrimiento y entra “de pleno derecho” en la cultura de la felicidad.

Aprende a experimentar y a gozar consciente y plenamente, tus momentos de felicidad. Te asombrará descubrir como crecen, como se multiplican.

Sea cual sea tu edad o situación, ten un proyecto en tu vida que te ilusione, que te entusiasme. Es el motor perfecto para poner en marcha tu felicidad.

Cultiva y refina tu mente y tu espíritu. Aprende a descubrir y a disfrutar de tantas cosas bellas y grandiosas que hay en la vida. Tu riqueza interior es la mayor de las riquezas.

Defiende, contra todo, tu libertad personal y tu paz interior. Son dos valores irrenunciables y un seguro a todo riesgo para mantener tu felicidad.

Rompe los límites de tu existencia y dale un sentido trascendente a tu vida. Tu mundo se expandirá y adquirirá una nueva dimensión.

Para Encontrar a Dios

Cuentan que un hombre muy rico y orgulloso quería saber que debía hacer para poder encontrar a Dios. Preguntó a un hombre muy sabio que vivía en las afueras del pueblo y éste le llevó a la montaña, y no le dejó beber agua en dos días. Luego le llevó a una naciente en el suelo donde nacía el río que abastecía a todo el pueblo.

El sabio le dijo:

– “Sabes que debes beber agua para sobrevivir ¿Cómo tomarías de esta agua en este momento?”

El hombre se arrodillo y bajando su cabeza bebió del agua que brotaba del suelo. El hombre sabio le dijo:

– “Es exactamente lo que debes hacer para encontrar a Dios. Dejar a un lado tu orgullo, reconocer tu necesidad de agua, o sea Dios, arrodillarte e incluso humillarte hasta llegar al suelo. Era la única forma de beber el agua que te salvaría, así mismo para salvar tu alma debes humillarte, reconocer que sin Dios no tienes salvación y humillarte…tu recompensa…

será poder beber del agua que salvará tu vida.”

El Pan de Cristo

El siguiente es el relato verídico de un hombre llamado Víctor. Al cabo de meses de encontrarse sin trabajo, se vió obligado a recurrir a la mendicidad para sobrevivir, cosa que detestaba profundamente. Una fría tarde de invierno se encontraba en las inmediaciones de un club privado cuando observó a un hombre y su esposa que entraban al mismo. Víctor le pidió al hombre unas monedas para poder comprarse algo de comer.

—Lo siento, amigo, pero no tengo nada de cambio —replicó éste.

La mujer, que oyó la conversación, preguntó:

—¿Qué quería ese pobre hombre?

—Dinero para una comida. Dijo que tenía hambre —respondió su marido.

—¡Lorenzo, no podemos entrar a comer una comida suntuosa que no necesitamos y dejar a un hombre hambriento aquí afuera!

—¡Hoy en día hay un mendigo en cada esquina! Seguro que quiere el dinero para beber.

—¡Yo tengo un poco de cambio! Le daré algo.

Aunque Víctor estaba de espaldas a ellos, oyó todo lo que dijeron. Avergonzado, quería alejarse corriendo de allí, pero en ese momento oyó la amable voz de la mujer que le decía:

—Aquí tiene unas monedas. Consígase algo de comer. Aunque la situación está difícil, no pierda las esperanzas. En alguna parte hay un empleo para usted. Espero que pronto lo encuentre.

—¡Muchas gracias, señora! Me ha dado usted ocasión de comenzar de nuevo y me ha ayudado a cobrar ánimo. Jamás olvidaré su gentileza.

—Estará usted comiendo el pan de Cristo. Compártalo —dijo ella con una cálida sonrisa dirigida más bien a un hombre y no a un mendigo. Víctor sintió como si una descarga eléctrica le recorriera el cuerpo.

Encontró un lugar barato donde comer, gastó la mitad de lo que la señora le había dado y resolvió guardar lo que le sobraba para otro día. Comería el pan de Cristo dos días. Una vez más, aquella descarga eléctrica corrió por su interior. ¡El pan de Cristo!

—¡Un momento! —pensó—. No puedo guardarme el pan de Cristo solamente para mí mismo.

Le parecía estar escuchando el eco de un viejo himno que había aprendido en la escuela dominical.

En ese momento pasó a su lado un anciano.

—Quizás ese pobre anciano tenga hambre —pensó—. Tengo que compartir el pan de Cristo.

—Oiga —exclamó Víctor—. ¿Le gustaría entrar y comerse una buena comida? El viejo se dio vuelta y lo miró con descreimiento.

—¿Habla usted en serio, amigo?

El hombre no daba crédito a su buena fortuna hasta que se sentó a una mesa cubierta con un hule y le pusieron delante un plato de guiso caliente. Durante la cena, Víctor notó que el hombre envolvía un pedazo de pan en su servilleta de papel.

—¿Está guardando un poco para mañana? —le preguntó.

—No, no. Es que hay un chico que conozco por donde suelo frecuentar. La ha pasado mal últimamente y estaba llorando cuando lo dejé. Tenía hambre. Le voy a llevar el pan.

El pan de Cristo. Recordó nuevamente las palabras de la mujer y tuvo la extraña sensación de que había un tercer Convidado sentado a aquella mesa. A lo lejos las campanas de una iglesia parecían entonar a sus oídos el viejo himno que le había sonado antes en la cabeza.

Los dos hombres llevaron el pan al niño hambriento, que comenzó a engullírselo. De golpe se detuvo y llamó a un perro, un perro perdido y asustado.

—Aquí tienes, perrito. Te doy la mitad —dijo el niño.

El pan de Cristo. Alcanzaría también para el hermano cuadrúpedo. San Francisco de Asís habría hecho lo mismo —pensó Víctor.

El niño había cambiado totalmente de semblante. Se puso de pie y comenzó a vender el periódico con entusiasmo.

—Hasta luego —dijo Víctor al viejo—. En alguna parte hay un empleo para usted. Pronto dará con él. No desespere. ¿Sabe? —su voz se tornó en un susurro—. Esto que hemos comido es el pan de Cristo. Una señora me lo dijo cuando me dio aquellas monedas para comprarlo. ¡El futuro nos deparará algo bueno!

Al alejarse el viejo, Víctor se dio vuelta y se encontró con el perro que le olfateaba la pierna. Se agachó para acariciarlo y descubrió que tenía un collar que llevaba grabado el nombre del dueño.

Víctor recorrió el largo camino hasta la casa del dueño del perro y llamó a la puerta. Al salir éste y ver que había encontrado a su perro, se puso contentísimo.

De golpe la expresión de su rostro se tornó seria. Estaba por reprocharle a Víctor que seguramente había robado el perro para cobrar la recompensa, pero no lo hizo. Víctor ostentaba un cierto aire de dignidad que lo detuvo. En cambio dijo:

—En el periódico vespertino de ayer ofrecí una recompensa. ¡Aquí tiene! Víctor miró el billete medio aturdido.

—No puedo aceptarlo —dijo quedamente—. Solo quería hacerle un bien al perro.

—¡Téngalo! Para mí lo que usted hizo vale mucho más que eso. ¿Le interesaría un empleo? Venga a mi oficina mañana. Me hace mucha falta una persona íntegra como usted.

Al volver a emprender Víctor la caminata por la avenida, aquel viejo himno que recordaba de su niñez volvió a sonarle en el alma. Se titulaba Parte el Pan de Vida….

Nunca en Invierno

Recuerdo que un invierno mi padre necesitaba leña, así que buscó un árbol muerto y lo cortó. Pero luego, en la primavera, vio desolado que al tronco marchito de ese árbol le brotaron renuevos.

Mi padre dijo: “Estaba yo seguro de que ese árbol estaba muerto. Había perdido todas las hojas en el invierno. Hacía tanto frío, que las ramas se quebraban y caían como si no le quedara al viejo tronco ni una pizca de vida. Pero ahora advierto que aún alentaba la vida en aquel tronco”.

Y volviéndose hacia mí, me aconsejó: “Nunca olvides esta importante lección. Jamás cortes un árbol en invierno. Jamás tomes una decisión negativa en tiempo adverso. Nunca tomes las más importantes decisiones cuando estés en tu peor estado de ánimo. Espera. Sé paciente. La tormenta pasará. Recuerda que la primavera volverá”.

Necesitaba un Hijo

Roy Popkin cuenta la historia real de un anciano que perdió el conocimiento en una calle de Brooklyn y lo llevaron de emergencia a un hospital. Después de hacer algunas indagaciones, una enfermera del lugar logró localizar al hijo del anciano, un marino que trabajaba en otra ciudad.

Cuando el marino llegó al hospital ,la enfermera le dijo al anciano: “Su hijo está aquí”. El pobre anciano, sedado por tanta medicina, levantó su brazo tembloroso. El marino tomó su mano y la tuvo entre las suyas por varias horas. De vez en cuando, la enfermera le sugería al marino que se tomara un descanso, pero él rehusaba. Cerca de la madrugada,el anciano falleció. Luego que murió, el marino le preguntó a la enfermera, ¿Quién era ese hombre?

La enfermera le dijo, “¿No era ese su padre?”

“No”, dijo el marino, “pero vi que se estaba muriendo y en ese momento él necesitaba a un hijo desesperadamente y por eso me quedé”.

Miedos

¿Cuáles son tus miedos?

¿Qué poder tienen en tu vida?

Cuentan que un día un peregrino se encontró con la Peste y le preguntó adónde iba:

– A Bagdad – le contestó ésta – a matar cinco mil personas.

Pasó una semana y cuando el peregrino se volvió a encontrar con la Peste que regresaba de su viaje la interpeló indignado:

– ¡Me dijiste que ibas a matar a cinco mil personas, y mataste a cincuenta mil

!

– No – respondió la Peste. – Yo sólo maté a cinco mil, el resto se murió de miedo.

Mi bambú amado…

Había una vez, un maravilloso jardín, situado en el centro de un campo. El dueño acostumbraba pasear por él al sol del mediodía.

Un esbelto bambú era el más bello y estimado de todos los árboles de su jardín. Este bambú crecía y se hacía cada vez más hermoso. El sabía que su Señor lo amaba y que él era su alegría.

Un día, su dueño pensativo, se aproximó a su amado bambú y, con sentimiento de profunda veneración el bambú inclinó su imponente cabeza. El Señor le dijo: -“Querido bambú, Yo necesito de ti.”

El bambú respondió: -“Señor, estoy dispuesto; haz de mí lo que quieras. ”

El bambú estaba feliz. Parecía haber llegado la gran hora de su vida: su dueño necesitaba de él y él iría a servirle.

Con su voz grave, el Señor le dijo: -“Bambú, sólo podré usarte podándote.”

-“¿Podar? ¿Podarme a mí, Señor?…¡Por favor, no hagas eso! Deja mi bella figura. Tú vez cómo todos me admiran.”

-“Mi amado bambú,” -la voz del Señor se volvió más grave todavía.- “No importa que te admiren o no te admiren… si yo no te podara, no podría usarte.”

En el jardín, todo quedó en silencio… el viento contuvo la respiración.

Finalmente el bello bambú se inclinó y susurró: -“Señor, si no me puedes usar sin podar, entonces haz conmigo lo que quieras.”

-“Mi querido bambú, también debo cortar tus hojas…”

El sol se escondió detrás de las nubes… unas mariposas volaron asustadas…

El bambú temblando y a media voz dijo: -“Señor, córtalas…”

Dijo el Señor nuevamente: -“Todavía no es suficiente, mi querido bambú, debo además cortarte por el medio y sacarte el corazón. Si no hago esto, no podré usarte.”

-“Por favor Señor” -dijo el bambú- “yo no podré vivir más… ¿Cómo podré vivir sin corazón?”

-“Debo sacarte el corazón, de lo contrario no podré usarte.”

Hubo un profundo silencio… algunos sollozos y lágrimas cayeron. Después el bambú se inclinó hasta el suelo y dijo: -“Señor, poda, corta, parte, divide, saca mi corazón… tómame por entero.”

El Señor deshojó, el Señor arrancó, el Señor partió, el Señor sacó el corazón.

Después llevó al bambú y lo puso en medio de un árido campo y cerca de una fuente donde brotaba agua fresca. Ahí el Señor acostó cuidadosamente en el suelo a su querido bambú; ató una de las extremidades de su tallo a la fuente y la otra la orientó hacia el campo.

La fuente cantó dando la bienvenida al bambú. Las aguas cristalinas se precipitaron alegres a través del cuerpo despedazado del bambú… corrieron sobre los campos resecos que tanto habían suplicado por ellas. Ahí se sembró trigo, maíz, soya y se cultivó una huerta. Los días pasaron y los

sembradíos brotaron, crecieron y todo se volvió verde… y vino el tiempo de cosecha.

Así, el tan maravilloso bambú de antes, en su despojo, en su aniquilamiento y en su humildad, se transformó en una gran bendición para toda aquella región.

Cuando él era grande y bello, crecía solamente para sí y se alegraba con su propia imagen y belleza.

En su despojo, en su aniquilamiento, en su entrega, él se volvió un canal del cual el Señor se sirvió para hacer fecundas sus tierras. Y muchos, muchos hombres y mujeres encontraron la vida y vivieron de este tallo de bambú podado, cortado, arrancado y partido.

Es mejor dar que recibir

Hay en Tierra Santa dos lagos alimentados por el mismo río, situados a unos kilómetros de distancia el uno del otro, pero con características asombrosamente distintas.

Uno es el “Lago de Genesaret” y el otro el llamado “Mar Muerto”. El primero es azul, lleno de vida y de contrastes, de calma y de borrasca. En sus orillas se reflejan delicadamente las flores sencillas amarillas, rosas, de sus bellísimas praderas.

El Mar Muerto, es una laguna salitrosa y densa, donde no hay vida y queda estancada el agua que viene del Río Jordán.

¿Qué es lo que hace tan diferentes a los dos lagos alimentados por el mismo río?

Es sencillamente ésta: El Lago de Genesaret trasmite generosamente lo que recibe. Su agua una vez llegada allí, parte inmediatamente para remediar la sequía de los campos, a saciar la sed de los hombres y de los animales; es un agua altruista.

El agua del Mar Muerto se estanca, se adormece, se salitra, mata. Es agua egoísta, estancada, inútil.

Pasa lo mismo con las personas. Las que viven dando y dándose generosamente a los demás, viven y hacen vivir. Las personas que egoístamente reciben, guardan y no dan, son como agua estancada, que muere y causa la muerte a su alrededor.

Pensamos que cuando repartimos nuestro dinero, tiempo, honor, nos empobrecemos, que los demás se van quedando con lo nuestro y nosotros nos vamos vaciando y empobreciendo cada vez más. Eso nos parece, estamos seguros de que así es, pero ocurre exactamente lo contrario. Cuánto más damos más recibimos. Cuanto menos repartimos de lo nuestro, más pobres nos volvemos. Es una ley espiritual que se cumple puntualmente, es una ley difícil de aceptar, por eso pocos se arriesgan a ponerle en práctica, pero hay un reto muy interesante para el que lo quiere aceptar. El que quiere vivir de acuerdo a esa ley de dar y darse a los demás, se llevará sorpresas muy agradables.

Muchas gentes se parecen al Mar Muerto: sólo reciben, acumulan, no se dan y así se fabrican una vida amarga, desdichada e infeliz.

Hay otros que dan y se dan a sí mismos con generosidad y sin esperar recompensa… Está gente es la más feliz de nuestro mundo.

El que acumula para sí solo, llama a gritos a la infelicidad y ésta llega. Acaparar y ser egoísta cierran la puerta.

El que reparte, abre la puerta a la felicidad.

Médico de Almas

Una vez, dos amigos se encontraron:

– Hola, Juan, ¿Cómo te va?

– Pues, no tan bien. Tengo unos problemas en mi matrimonio, y no sé qué hacer.

– ¿Y por qué no vas con un sacerdote y le pides consejo?

– ¿Qué va a saber él del matrimonio y de aguantar a una mujer?

El otro amigo guardó silencio. Para cambiar el tema, Juan le pregunta :

– Bueno, ¿y a tí cómo te va?

– “Mal. Tengo fuertes dolores de cabeza por la noche, no puedo respirar y varias veces escupo sangre. No sé qué hacer.”

– Bueno, ¿y has ido al médico?

– No. Los médicos no tienen estos problemas, nunca han estado en mi situación. ¿Qué saben de ahogarse y de escupir sangre por las noches? Tal vez, hasta tengo cáncer. Pero ellos nunca han tenido cáncer. ¿Qué van a saber ellos sobre esto?

– Pero, ¡hombre! Para eso estudian y se preparan. Y aunque nunca hayan tenido cáncer, saben lo que es el cáncer y sus síntomas, y hasta cómo prevenirlo. Además, conocen no sólo por los libros, sino por la experiencia de tratar a otros enfermos y ver cómo estos han mejorado o reaccionado ante ciertos medicamentos. Por su experiencia y preparación saben cómo ayudarte.

– ¿De veras lo piensas así? ¿Crees que me pueda ayudar el médico? Pues lo mismo te aconsejo a ti para tu matrimonio. Tú ve con el “médico de almas” para que con su sabiduría y experiencia, te ayude a curar de lo que sufres. Juan, tu eres mi amigo, y no quiero que se empeore tu situación. Hazlo por tu bien, y el bien de tu familia.

¿Dónde están las manos de Dios?

Cuando observo el campo sin arar, cuando los aperos de labranza están olvidados, cuando la tierra está quebrada y abandonada me pregunto:

¿Dónde estarán las manos de Dios?

Cuando observo la injusticia, la corrupción, el que explota al débil; cuando veo al prepotente pedante enriquecerse del ignorante y del pobre, del obrero y del campesino carentes de recursos para defender sus derechos, me pregunto:

¿Dónde estarán las manos de Dios?

Cuando contemplo a esa anciana olvidada, cuando su mirada es nostalgia y balbucea todavía algunas palabras de amor por el hijo que la abandonó, me pregunto:

¿Dónde estarán las manos de Dios?

Cuando veo al moribundo en su agonía llena de dolor; cuando observo a su pareja y a sus hijos deseando no verle sufrir; cuando el sufrimiento es intolerable y su lecho se convierte en un grito de súplica de paz, me pregunto:

¿Dónde estarán las manos de Dios?

Cuando miro a ese joven antes fuerte y decidido, ahora embrutecido por la droga y el alcohol, cuando veo titubeante lo que antes era una inteligencia brillante y ahora harapos sin rumbo ni destino me pregunto:

¿Dónde estarán las manos de Dios?

Cuando a esa chiquilla que debería soñar en fantasías, la veo arrastrar su existencia y en su rostro se refleja ya el hastío de vivir, y buscando sobrevivir se pinta la boca y se ciñe el vestido y sale a vender su cuerpo, me pregunto:

¿Dónde estarán las manos de Dios?

Cuando aquel pequeño a las tres de la madrugada me ofrece su periódico, su miserable cajita de dulces sin vender, cuando lo veo dormir en la puerta de un zaguán titiritando de frío, con unos cuantos periódicos que cubren su frágil cuerpecito, cuando su mirada me reclama una caricia, cuando lo veo sin esperanzas vagar con la única compañía de un perro callejero, me pregunto:

¿Dónde estarán las manos de Dios?

Y me enfrento a Él y le pregunto:

¿Dónde están tus manos Señor?

Para luchar por la justicia, para dar una caricia, un consuelo al abandonado, rescatar a la juventud de las drogas, dar amor y ternura a los olvidados.

Después de un largo silencio escuché su voz que me reclamó,

“No te das cuenta de que tú eres mis manos, atrévete a usarlas para lo que fueron hechas, para dar amor y alcanzar estrellas”.

Y comprendí que las manos de Dios somos “TÚ y YO”, los que tenemos la voluntad, el conocimiento y el coraje para luchar por un mundo más humano y justo, aquellos cuyos ideales sean tan altos que no puedan dejar de acudir a la llamada de Dios, aquellos que desafiando el dolor, la crítica y la blasfemia se reten a sí mismos para ser LAS MANOS DE DIOS.