La insistencia de los medios de comunicación en presentar lo más oscuro de la Iglesia es uno de los factores que ha frenado o desanimado muchas vocaciones al sacerdocio y la vida religiosa.
No es fácil vencer una dificultad que alcanza niveles de rasgo cultural permanente en algunos lugares. Y sin embargo, sí es posible, y cada uno de nosotros tiene algo que puede aportar en sanar ese sesgo anticatólico.
Nos corresponde a los sacerdotes y a los religiosos ser un testimonio más claro pero también más alegre de la novedad que trae el Evangelio.
Corresponde a los laicos, particularmente a los papás y a los educadores, detener la carga de mentira, es decir, ayudar a balancear las versiones exageradas y mostrar en cambio la bondad e incluso el heroísmo que han tenido tantos consagrados a lo largo de los siglos.
Nuestras oraciones, ejemplos y palabras pueden hacer una diferencia, y esa diferencia hay que hacerla AHORA.