El pecado destruye al ser humano y destruye su relación con Dios con la naturaleza y con el prójimo. Después del pecado, Dios ya no es amigo sino una amenaza al señorío del hombre. La naturaleza o es idolatrada o es destruida. Y el prójimo es visto como una herramienta, un juguete, un rival, o un satélite que debe “girar” alrededor mío para atender a mis decisiones y gustos.
Todo este daño se observa a partir del asesinato de Caín y se puede decir que mientras dura el pecado estamos en el reinado de Caín. Pero Cristo anuncia y trae la verdad del reino de Dios, reino de bondad y de justicia que restablece la comunión entre Dios y el hombre.
Con la fuerza de su amor y su misericordia, Cristo renueva el corazón de manera que ya no miremos a nuestros hermanos en función de nuestras preferencias sino como verdaderos depositarios del amor y de la dignidad que Dios les ha otorgado. Ejemplo notable de esta transformación es la que nos muestra la carta del apóstol San Pablo a Filemón.