17. (…) Hemos de recordar a aquellos otros pueblos, a quienes en época más cerca las vicisitudes de las cosas y de las personas separaron de la Iglesia romana. Olvidando las distintas circunstancias de los siglos pasados, se sobrepongan a toda consideración humana; y con un espíritu ansioso de verdad y de salud, se dispongan a considerar la Iglesia, tal como fue establecida por Cristo. Y si quisieran parangonar con ella sus iglesias particulares, y examinar en qué parte se encuentra la religión, muy pronto habrán de conceder que, olvidando la creencia primitiva, a través de sucesivas variaciones se fueron llegando a erróneas novedades en muchos puntos y de gran importancia; y no querrán negar que de aquel patrimonio de verdad que los innovadores llevaron consigo en su separación, quede ya ni siquiera fórmula alguna de fe entre ellos, que sea indudable y tenga autoridad. Más aún, las cosas han llegado a tal punto que muchos no temen ya destruir el fundamento mismo, sobre el que se apoya toda religión y la esperanza toda del género humano, es decir, la dignidad de Jesucristo mismo. Igualmente, los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, que antes reconocían como divinamente inspirados, los despojan ya de dicha autoridad; cosa que necesariamente había de suceder, luego de haber concedido a cada uno la facultad de interpretarlos a su gusto.
18. De aquí el que la conciencia privada de cada uno sea la única guía y norma moral, rechazándose toda otra regla en el obrar; de aquí las opuestas opiniones y las múltiples sectas, que con frecuencia saben a doctrinas del naturalismo y del racionalismo. Y por ello,, desesperando ya de encontrarse acordes en la doctrina, andan exaltando la fraternal unión por la caridad, para recomendarla a todos. Que buena razón tienen para ello, pues todos hemos de estar unidos por la mutua caridad; es lo que, sobre toda cosa, mandó Jesucristo, que el amor mutuo fuese siempre el distintivo de sus discípulos. Mas ¿cómo una caridad perfecta podrá jamás unir a los corazones, cuando la fe no haya puesto en concordia a los espíritus?
19. La verdad es que muchos sobre los que aquí hablamos, sanos en su juicio y amantes de la verdad, buscaron de nuevo en el catolicismo el seguro sendero de la salvación, entendiendo ya bien que no podían estar unidos a Jesucristo como a su cabeza, si al mismo tiempo no estaban unidos a su cuerpo, que es la Iglesia; y que no podían conseguir la verdadera fe de Cristo mientras rechazaban el legítimo magisterio confiado por El a Pedro y a sus sucesores. Y es que vieron ellos claramente realizado en la Iglesia de Roma el tipo ideal de la verdadera Iglesia, fácilmente reconoscible por las notas que le puso Dios su fundador. Y entre ellos se enumeran no pocos, hombres de ingenio agudo y sutil para investigar las antigüedades, los cuales con extraordinarios escritos ilustraron la ininterrumpida sucesión apostólica de la Iglesia romana, la integridad de los dogmas en ésta, la constancia en su disciplina. Ante ejemplos tales, más aún con el corazón que con las palabras, os llamamos a vosotros, hermanos Nuestros, que hace ya tres siglos andáis separados de nosotros sobre la fe de Cristo, y también a todos los demás, quienesquiera séais, que luego por cualquier razón os hayáis separado de nosotros: Encontrémonos todos en la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios. Unidad ésta, que nunca faltó en la Iglesia católica, y que jamás faltará en modo alguno: dejad que Nos os invitemos a ella, y que con amor os tendamos la mano. Mirad que la Iglesia, madre común, os está llamando hace ya mucho tiempo; pensad que con ansia fraternal os están esperando todos los católicos, a fin de que santamente honréis a Dios con nosotros, profesando un solo Evangelio y una sola fe, manteniéndonos en una sola esperanza, y unidos por una sola caridad perfecta.
[León XIII, Exhortación apóstolica Praeclara gratulationis, sobre la unidad de la Iglesia, 20 de Junio de 1894.]