…con que el sacerdote se convierta en una especie de “funcionario” que realiza sus planes pastorales o los de su diócesis en un periodo de tiempo en una parroquia, y luego, cuando ya se le conoce el dicurso o se acaba su “novedad.” Con un esquema así, la economía, el alimento espiritual y la afectividad del sacerdote pasan a ser un problema suyo y solo suyo. Cosa que no es buena idea, porque si bien hay casos de genuino heroismo y convicción personal, en general ese esquema es ajeno al Nuevo Testamento. Lo que vemos en las páginas de la Escritura es que los predicadores, profetas y misioneros establecen vínculos de espiritualidad, economía y afecto que los ligan a las personas concretas a las que sirven.
Lo que quiero decir (y es un pensamiento apenas en proceso de elaboración) es que un sacerdote que no sabe para quién es sacerdote termina muy fácilmente descuidando su propia vida espiritual, al paso que su economía y sus afectos, o los dos, se van llenando de misterios y trampas. El sacerdote está a salvo no porque le demos una esposa o un sueldo, sino cuando sabe para quiénes es sacerdote. Cuando esos rostros de niños, ancianos, jóvenes, parejas, enfermos, encarcelados, cuando esos rostros se le han pegado al corazón y cuando él sabe que su propio rostro y su palabra se han quedado impresos también en el alma de todos ellos, cuando todo eso sucede, la vida del sacerdote se limpia de entuertos, y se vuelve una manifestación progresiva del misterio que da vida, la Pascua de Cristo.
Tenemos que llegar al punto en que el celibato del sacerdote no sea un problema del sacerdote. Que no sea un “problema” sino una “gracia” y que no sea “asunto del sacerdote” sino “regalo que la comunidad entera recibe, aprecia y protege.”
Yo no creo en los celibatos “a pulso,” construidos solamente desde el miedo, desde el qué dirán, desde la conveniencia o la pura ley. Ni siquiera el gusto es un buen criterio en esto. El celibato es una bendición de amor que asocia preciosamente la donación del sacerdote y la gratitud y los cuidados de la comunidad a la que él sirve, y por eso es la comunidad la que siente que está siendo protegida y bendecida con el sacerdote con el que se une, casi de un modo esponsal.
Así pienso que quedan felizmente vinculados sacerdocio y familia, así se anudan en el único lugar donde realmente pueden unirse: en el corazón de Cristo.