Sin dejar de orar por la justicia y la paz, interior y exterior, continuemos las reflexiones que traíamos sobre sacerdotes y familia.
En resumen de lo dicho, y de fondo, creo que nuestra Iglesia irá encontrando –tendrá que encontrar– nuevos modos de asociar el ministerio ordenado y las familias.
Hay soluciones relativamente simples que se plantean cada rato: que el sacerdote se case, por ejemplo. O que las cosas sigan como van y sencillamente se le dé “nuevo impulso” a las parroquias. Pero la vida urbana, que es la vida de más de la mitad de la población mundial del siglo XXI, no encontrará respuestas en esas soluciones. Frente a una distribución geográfica y física de las parroquias está el hecho de que la gente tiende a vivir en edificios o conjuntos de casas que son pequeños mundos cerrados sobre sí mismos. El párroco llega hasta la puerta de un edificio con 80 botones y probablemente hasta ahí llega su esperanza de llamar “parroquia” suya a ese lugar.
La única manera de penetrar hasta el último rincón es creando modos nuevos de alianza, comunión y comunidad con laicos. La comunidad de un sacerdote seguramente ya no será determinada por calles y avenidas o por kilómetros cuadrados, sino por la red de conocidos, amigos y conversiones que se vayan dando al ritmo de la predicación, la liturgia, la evangelización y la plegaria. No es algo demasiado nuevo. Al contrario, se parece bastante a lo que podemos reconstruir de los orígenes de la expansión del cristianismo en el entorno pagano de los primeros siglos de la Iglesia. Si nuestro entorno sólo puede ser calificado de “neo-pagano,” no es extraño en absoluto que las propuestas nuestras se asemejen a las de esos orígenes.
Es aquí donde creo que los Movimientos Eclesiales han estado tratando de decir una palabra que el resto de la Iglesia poco o escucha. Muchos sacerdotes consideran que estos Movimientos son como modos de asociación de laicos, que resultan útiles para darle vitalidad a la parroquia. Ello puede ser cierto en algunos casos, pero la revolución de fondo, la que necesitamos para responder a los retos de fondo, es mucho más que tener parroquias con muchos grupos que se reúnen en horarios sucesivos dentro de los salones de la parroquia.
Tampoco se trata de eliminar las parroquias sino de comprender que ellas serán una respuesta y no la respuesta para la evangelización de un mundo lleno de relaciones “transversales,” un mundo en el que los modos de pertenencia son paradójicos y multidimensionales. Puedo estar más cerca de celebrar mi fe con un amigo al otro lado del Atlántico que con los vecinos del impenetrable dificio de enfrente. Es el sentido mismo de “projimidad” el que cambia con la instauración del modelo urbano, por una parte, y de las nuevas teconologías por otra parte. Mientras que el modelo parroquial tradicional es único o por lo menos óptimo para un mundo rural marcado por ritmos estables y comunicaciones directas, ese mismo modelo colapsa cuando se ve enfrentado al ritmo frenético, multidimensional e hiperconectado de las urbes modernas.
Una parte de la solución la veo yo en los oasis de espiritualidad, como son los Foyer de Charité. Si yo tuviera que describir mi propuesta, usaría la expresión: “Foyers de Ciudad.” Con evidentes diferencias: (1) los foyers comparten la vivienda de modo estable; ese no es el caso deseable ni posible para todos hoy; (2) los foyers predican fundamentalmente retiros de cristiandad, es decir, de conversión inicial; yo propongo comunidades que crezcan más allá de la primera conversión; (3) los foyers fundamentalmente acogen; estas comunidades urbanas no sólo tendrán que acoger sino que serán enviadas a hacer misión y atraer a otros.
Otra idea semejante es la de las Comunidades Neocatecumenales. También con diferencias claras: (1) El Camino se presenta como una posibilidad para las parroquias que conocemos; yo sinceramente no creo que una parroquia geográfica (tradicional) pueda abordar un contacto real con todos sus feligreses sólo a base de este tipo de comunidades; (2) El Camino se presenta como un itinerario de renovación de los fundamentos de la vida cristiana, un itinerario que es largo (unos 13-16 años, entiendo yo) pero que eventualmente termina; yo pienso que es más realista decir que necesitamos comunidades que acompañen hasta la muerte, como de hecho lo hace el foyer o las comunidades religiosas; (3) la liturgia del Camino goza de vitalidad y belleza pero también está notablemente atada a sus orígenes culturales españoles; por mi parte pienso que una propuesta pastoral a mayor escala necesita articular de otra manera, más flexible, la liturgia, las culturas y la vida.