Fray Nelson: ¿Cabe decir que la mayor parte de nuestros males actuales en la Iglesia tienen su raíz en el Concilio Vaticano II? -LL.
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No creo que sea una apreciación justa. La idea que se ha afianzado en mi corazón es que la ruta, con respecto al Concilio, la han señalado un santo ya canonizado, Juan Pablo II, y otro que probablemente es santo, y vive aún: Benedicto XVI.
Y lo que ellos han dicho del Concilio es claro. Este es Juan Pablo II en marzo de 2000:
“El concilio ecuménico Vaticano II fue un don del Espíritu Santo a su Iglesia. Por este motivo sigue siendo un acontecimiento fundamental, no sólo para comprender la historia de la Iglesia en este tramo del siglo, sino también, y sobre todo, para verificar la presencia permanente del Resucitado junto a su Esposa entre las vicisitudes del mundo. Por medio de la asamblea conciliar, con motivo de la cual llegaron a la Sede de Pedro obispos de todo el mundo, se pudo constatar que el patrimonio de dos mil años de fe se había conservado en su autenticidad originaria.”
El discurso del Papa en aquella ocasión abunda en otras expresiones de plena confianza en la presencia y acción de Dios a través de cada reunión conciliar.
No se queda atrás Benedicto XVI, en su audiencia del 10 de octubre de 2012:
“…quiero comenzar a reflexionar —con algunos pensamientos breves— sobre el gran acontecimiento de Iglesia que fue el Concilio, acontecimiento del que fui testigo directo. El Concilio, por decirlo así, se nos presenta como un gran fresco, pintado en la gran multiplicidad y variedad de elementos, bajo la guía del Espíritu Santo. Y como ante un gran cuadro, de ese momento de gracia incluso hoy seguimos captando su extraordinaria riqueza, redescubriendo en él pasajes, fragmentos y teselas especiales.”
Pretender leer esas , y otras muchas numerosas declaraciones, como simple diplomacia es aplicar un principio hermenéutico muy socorrido por quienes siempre contradicen la “letra” de los documentos a nombre del “espíritu” que se supone que sería la verdadera intención de ellos.
Mi sugerencia: busquemos otras peleas, que las hay y mucho más importantes. El problema no está en las homilías de inauguración o en los documentos conciliares: está en los caminos de aplicación del mismo concilio.
Cosa que no es extraña en la Iglesia. Hay quienes toman como señal CONTRA el Concilio que haya habido tantas controversias en los años posteriores. Con el debido respeto, es un argumento que brota de alguna ignorancia sobre la historia de la Iglesia.
El mismo Benedicto, en audiencia del 22 de diciembre de 2012, en su primer año de pontificado, recuerda lo que sucedió después de Nicea, para compararlo con el Vaticano II:
“Nadie puede negar que, en vastas partes de la Iglesia, la recepción del Concilio [Vaticano II] se ha realizado de un modo más bien difícil, aunque no queremos aplicar a lo que ha sucedido en estos años la descripción que hace san Basilio, el gran doctor de la Iglesia, de la situación de la Iglesia después del concilio de Nicea: la compara con una batalla naval en la oscuridad de la tempestad, diciendo entre otras cosas: “El grito ronco de los que por la discordia se alzan unos contra otros, las charlas incomprensibles, el ruido confuso de los gritos ininterrumpidos ha llenado ya casi toda la Iglesia, tergiversando, por exceso o por defecto, la recta doctrina de la fe…” (De Spiritu Sancto XXX, 77: PG 32, 213 A; Sch 17 bis, p. 524). No queremos aplicar precisamente esta descripción dramática a la situación del posconcilio, pero refleja algo de lo que ha acontecido.”
Por favor, recordemos que en la Santa Iglesia las palabras se miden con ancho de siglos, cuando no de milenios.
Bendiciones.