Cómo se forma un discípulo, parte 1 de 2: Los fundamentos
* Quienes reconocemos a Jesucristo como nuestro Maestro tenemos el hermoso deber de aprender a ser sus discípulos.
* Si miramos a los Evangelios, lo primero que destaca en el grupo de los Doce es la extraordinaria diversidad y contrastes entre ellos, en varias direcciones y sentidos: por su origen, nombres, relación con el Imperio Romano, nivel de educación, y aun otros factores.
* Entendemos que esa diversidad entre los apóstoles fue querida por Cristo, pues Él mismo asegura que no fueron ellos los que lo eligieron a Él sino lo contrario. Posiblemente el motivo de esta variedad de llamados es el mismo que asegura Santo Tomás de Aquino al hablar de la variedad de las obras de Dios Creador: ninguna obra por sí misma puede expresar suficientemente la grandeza de la majestad divina y la riqueza interior de su sabiduría.
* De modo que la primera conclusión es que hemos de aprender a reconocernos como frutos de un mismo amor que nos ha unido, siendo como somos tan distintos.
* En la raíz de los diferentes modos del amor redentor de Cristo está el hecho de que hay como dos grandes vertientes en la acción de la gracia divina: la inocencia (expresión del amor que preserva de caer en el mal) y la penitencia (expresión del amor que levanta al que ha caído).
* Puede decirse que todos tenemos “áreas de inocencia” y “áreas de penitencia,” y también podemos encontrar santos en que brilló más una u otra forma de la obra de la gracia divina.
* Lo importante en cuanto a nuestras áreas de inocencia es que sigan el modelo precioso que tenemos en la Virgen María, es decir: humildad, gratitud, alabanza, servicio al prójimo, de modo que todo lo que es bueno, sano o fuerte en nosotros se gaste en dar gloria a Dios y amor a nuestros hermanos.
* Lo importante en cuanto a las áreas de penitencia es que no las usemos como pretexto de que “así somos” sino como manifestaciones de la gracia transformante de Cristo, y testimonio que ayude a otros a dar el paso de la fe hacia el Señor.