* Por desconocer el poder de Cristo muchos se muestran débiles frente al pecado, cobardes ante los poderes de este mundo o angustiados por las carencias de su pasado.
* Cristo mira el poder y habla de él de un modo muy diverso a como lo hace el mundo. Ya se trate de fuerza, astucia o manejo de información, el mundo centra el poder en el yo. Las dos consecuencias que esto trae son: una mentalidad homicida que quiere eliminar a los demás si no puede usarlos o someterlos; y una incapacidad para reconocer a Dios como Señor.
* Los discípulos mismos de Cristo, los de antes y los de hoy, fácilmente se sienten tentados por esa mentalidad mundana, que es una razón para la advertencia de 1 Juan 2,15: “No améis al mundo ni lo que hay en el mundo.”
* Cuatro rasgos sobresalen entonces en la manera como Cristo se refiere al poder:
(1) Cristo se opone a la injusticia pero no es igualitarista. El igualitarismo es una trampa que ha mostrado su veneno en el comunismo: predica la igualdad entre todos pero los “administradores” de esa igualdad, típicamente: un único partido político, se aferran para siempre al poder y excluyen sistemáticamente a toda voz o postura que les contradiga. La igualdad que predica Cristo es que todos somos pecadores necesitados, y que todos hemos sido invitados a acoger la gracia de redención fruto de su amor y sacrificio.
(2) No es malo querer ser el primero. La mediocridad, la dejadez o la pereza no son homenajes al Dios Altísimo. El error no es la excelencia ni es el éxito sino la soberbia o la vanidad.
(3) Y desde las capacidades, talentos y dones recibidos, cada uno ha de practicar aquello que enseñaba San Ignacio de Loyola: Amar y servir.
(4) El reinado de Cristo es un reinado de amor. Sin amor, el solo poder va engendrando más enemigos cuantos más logros consigue. Decía Santa Catalina: “El alma, viéndose tan amada, no puede defenderse y excusarse de amar.”