Buenos días Padre: Tengo una pregunta de un niño; él dice: que si Dios creó todas las cosas y a Adán y Eva, en qué momento creó a los dinosaurios porque esta científicamente comprobado que existieron mucho antes que el hombre; ya que también esta comprobado que un humano no podría vivir bajo el mismo cielo ya que cuando existieron, no había aire mas que gases y monóxido de carbón, el cual es imposible que un humano pudiera respirar. Por lo cual, igual comprueba una evolución hasta en el las primeras creaciones. ¿Qué podría responderle al niño de 11 años? — AyBG.
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Mi primera recomendación es que debemos evitar toda tentación de presentar como separadas, contrarias o incompatibles la fe y la ciencia, incluso si mucha gente cercana a la ciencia hace burla de la fe o critica a la fe. Nos acreditamos como legítimos interlocutores en estos temas cuando mostramos capacidad de entender los datos de la ciencia y respeto a sus métodos; para luego mostrar que eso de ningún modo se opone a nuestra fe.
En segundo lugar, conviene hacer unas precisiones de tipo científico para que el niño, o en general, nuestro interlocutor, se dé cuenta de que tomamos la ciencia en serio, y no simplemente como un “problema” que podría complicar nuestra fe. Por ejemplo, lo que tiene que ver con la composición de la atmósfera en ese tiempo: no es cierto que abundaran esos niveles de monóxido de carbón que es tan letal para los reptiles como para nosotros; lo que sí es verdad en cambio es que había unas cinco veces más dióxido de carbono y algo así como la mitad de la proporción de oxígeno que hoy tenemos. Eso hace suponer un ambiente muy cálido y húmedo pero no imposible para los seres humanos: un porcentaje de oxígeno del 10 o el 13 % equivale a lo que hoy tenemos en el Monte Blanco, en Europa, o en la cúspide de la Sierra Nevada en Colombia, lo cual es menos que el volcán Chimborazo en Ecuador. Todo lo cual significa que no es cierto que un ser humano no hubiera podido vivir en aquella época. Repito: este dato lo decimos no como respuesta directa a la inquietud que se nos presenta sino como manera de entrar en un diálogo de igual a igual con quien nos presenta datos científicos.
En tercer lugar, observemos que la objeción sobre los dinosaurios, tal como aparece en el texto de la pregunta, se apoya en la suposición de que la Biblia tendría que contarnos cómo surgieron o cuándo aparecieron todos los animales. La Biblia no dice cuándo los caracoles aparecieron; ni cuándo las polillas; ni cuándo los piojos. Y si la Biblia tuviera que contarnos cuándo apareció cada ser vivo, sabemos que se necesitarían millones de páginas para detallar todo lo que existe. Lo que dice la Biblia es genérico, con palabras como: “todas las aves…” o “todo lo que se mueve en las aguas.” Esto todavía no es la respuesta a la inquietud de fondo de nuestro interlocutor pero es un buen ejercicio de lógica que va enseñando a todos a ser muy precavidos cuando nos quieren presentar objeciones incompletas o mal fundamentadas.
Vayamos ahora al centro de la respuesta que consiste simplemente en fijarnos qué es la Biblia y qué quiere la Biblia.
No todos los libros tienen los mismos propósitos aunque hablen de las mismas cosas. Un libro puede mencionar la palabra “dientes” porque es un estudio de anatomía para odontólogos o puede hablar de “dientes” porque en una poesía elogia la sonrisa de una cierta señorita. En ambos casos se habla de dientes pero el propósito y el contexto es distinto. Si uno no se fija en cuál es el propósito y el contexto de la Biblia puede esperar de ella lo que no va a encontrar. Si soy estudiante de odontología y encuentro un libro donde se habla de los dientes de una mujer hermosa y su sonrisa, quedaré decepcionado porque no me sirve para lo que yo quería. Pero el hecho de que no sirva a mi propósito no quiere decir que no sirva para otras cosas por ejemplo: para inspirar sentimientos de cariño y admiración hacia la mujer amada.
¿Qué propósito tiene la Biblia? En breve síntesis: enseñarnos unas cuantas verdades muy importantes. No son verdades de historia ni de arqueología. En esos temas de ciencia la Biblia no habla los científicos porque no es un libro escrito con ese propósito pero eso no significa que no pueda enseñarnos otras cosas que son muy importantes, así como los poetas nos enseñan cosas de los dientes que los odontólogos no nos dirán.
¿Qué verdades enseña la Biblia? Que todo cuanto existe tiene su origen en Dios. Pero Dios no es una parte del universo que vemos o pensamos ni tampoco es la suma de lo que conocemos o estudiamos precisamente con la ciencia. Dios es Creador, y como tal es el origen primero de todo pero eso no significa que sea el origen inmediato de cada cosa que vemos. El poder creador de Dios se refleja también, y aun más, en que él hace posible que seres creados por él sean verdaderas causas, aunque segundas, es decir, dependientes para su propio ser del único que es causa primera, es decir, Dios mismo.
Por eso hay un modo posible de entender la evolución desde el punto de vista cristiano: básicamente es reconocer que Dios está como causa más profunda y primera del hecho de que las cosas existan y de las leyes que las rigen. La ciencia, como tal, no puede abordar esa clase de preguntas. Un científico parte siempre de que algo existe pero el fundamento último y profundo de por qué existe lo que existe no es algo que pueda expresar en un dato, una ley o una ecuación. Y si hubiera una ley que explicara todo sobre cómo algo es, eso todavía no explica “por qué” es. La Biblia nos permite asomarnos a esa clase de preguntas a partir del largo camino de fe de un pueblo, el pueblo de Dios.
La Biblia enseña muchas otras cosas importantes. Nos habla de la realidad del pecado, de la existencia de la ley natural, de la voz de la conciencia, de la posibilidad del arrepentimiento, pero sobre todo nos habla del inmenso amor de Dios que, por pura misericordia, nos dio a su Hijo y luego envió al Espíritu Santo. Este tipo de enseñanzas no caben en los esquemas de la ciencia. La ciencia hace bien en su campo pero no tiene cómo formular muchas preguntas que son básicas para la vida humana.
Si este modo de lenguaje se explica despacio a un niño que es tan inteligente como para hablar del monóxido de carbón (que en realidad es dióxido) le estaremos haciendo un gran bien.