Santos, ni más ni menos, son aquellos que, en la Montaña de las Bienaventuranzas, encontraron y renovaron, una y otra vez, su pasión y su carnet de identidad. Los que, abriendo la ventana de su corazón, permitieron que entrase la luz divina y, con esa luz eterna, quisieraon agradar totalmente a Dios sin olvidar al hombre. Son, esos hermanos nuestros que fueron grandes por su inmensa sencillez; en la oscuridad, nunca se cansaron de buscar al Señor, y en la luz del mundo, nunca lo dejaron perder.