Hace algo más de 25 años, el Papa Juan Pablo II se arrodilló para pedir en voz alta el cese al fuego en Irlanda. Su súplica a Dios –y en cierto modo a los propios irlandeses– ha recibido una señal inmensa de realización plena con el anuncio que el IRA hizo de dejar las armas el jueves pasado. Además de las oraciones de este santo Papa, ¿qué ha hecho posible el milagro de este llamado de paz, en un mundo que a veces parece polarizado por las fuerzas de la violencia? Hay varias respuestas posibles.
Poder y límites del terrorismo
1. Una es que la violencia indiscriminada, llamada terrorismo, produce a la larga cansancio y hastío. Un movimiento que dice representar al pueblo finalmente depende de reclutar nuevos miembros. Si el pueblo está hastiado no es fácil conseguir soporte y nueva gente.
Sin embargo, el terrorismo no existe porque sí, ni es siempre ineficaz. Dolorosamente, hay que reconocerle una eficacia, que es la propia de la “guerra de guerrillas”: hostigar a un enemigo lo desmitifica y hace que los débiles sientan que sí pueden afectar la vida y las decisiones de los grandes.
Jim Larkin, un gran republicano irlandés, aplicó a Irlanda y Gran Bretaña la conocida frase: “Si ellos nos parecen grandes, es porque nosotros estamos arrodillados.” Los actos de violencia, como destruir el pilar del británico Almirante Nelson, vinieron a ser triunfos psicológicos, actos que, aunque es espantoso admitirlo, lograron su objetivo.
Vencer al terrorismo no es algo tan sencillo como mostrar que es irracional, porque, a pesar de que repugna reconocerlo, los actos de terror tienen también sus “razones,” y en esa medida no son simplemente “irracionales.”
Lo interesante de la victoria irlandesa y británica sobre el terrorismo es entonces la capacidad de quitarle sus razones a los terroristas, cosa que se hace posible cuando aquello que es justo en su causa se muestra realizable y asequible por otros caminos.
¿Y quién determina qué es lo “justo”? Dependiendo de quiénes sean los interlocutores la respuesta va cambiando. Los parámetros de “justicia” que nos resultan familiares en el entorno cultural que llamamos “Occidente” no son los mismos que un musulmán aceptaría, por ejemplo. En el caso que nos ocupa, lo justo y deseable se fue perfilando al hilo de un largo proceso de concesiones británicas y republicanas.
Al final el IRA descubrió que era “mal negocio” seguir con las armas y que había más probabilidades de éxito por las vías democráticas. ¿Quizá la estocada final al camino armado lo dio la avanzada de actos terroristas recientes con el cuño de Al-Qaeda? Es posible. Nadie sabe para quién trabaja.