Llamalo un desahogo, si te parece

Sí, ya sé que no es buena idea hablar en términos políticos de la Iglesia, cuya realidad es esencialmente teológica. Y sí, tengo claro también que para nadie que ame a Cristo puede ser una buena noticia que los discípulos y los ministros de Cristo sean ocasión de escandalo. Pero también veo con claridad que el silencio es una forma de complicidad, a veces, y veo del mismo modo que tenemos que aprender a sacar las lecciones de la historia, según aquello de que ignorar la historia es repetirla.

Todo ese preámbulo para referirme a la dolorosa situación que se presenta cuando salen a luz escándalos de fecha antigua pero tan recientes como si hoy sucedieran. Hablo de tres cosas: la doble vida del P. Marcial Maciel, la desobediencia de una porción amplia de Lumen Dei, y la curiosa altivez con que los seguidores de Lefebvre reciben el levantamiento de la excomunión. Si se piensa en clero “de derechas” en el siglo XX en buena parte se piensa en el énfasis en la Tradición, la formación ascética y disciplinada del seminario, y el énfasis en una obediencia “ciega” a los superiores, con el Papa bien a la cabeza de una pirámide mental. Curiosamente, los lefebvristas amaron tanto la tradición que la rompieron, rechazando el Concilio; y los Legionarios amaron tanto la disciplina que parece que se reventó su humanidad; y los amigos de Lumen Dei gastaron tanto la obediencia a sus superiores que no les quedó más para a obedecer a Roma.

¿Suena cínico? Tal vez. Pero, ¿es que vamos a seguir tapando el sol con una mano? Yo no estoy apoyando a ningún progresista. Me parecería ridículo hacer coro a Küng o a Boff, que me resultan más dogmáticos que lo más dogmático de la “derecha.” La “izquierda” eclesiástica no necesita más para desacreditarse que su tibieza o indiferencia frente al aborto, con lo cual su supuesta defensa de los pobres y desamparados deja sin amparo a los más indefensos de todos. No tendría yo que decir estas cosas, pero es que hay gente que cree que si uno critica algo de la “derecha” es porque se volvió “de izquierdas” — o lo contrario.

Lo que se impone en esto es que aprendamos las lecciones de un sano escepticismo. El curita de barba descuidada que pasa por líder social no tiene que convencernos más (sobre la sola base de su talante y discurso inicial) que el ilustre padre de rigurosa sotana y voz timbrada… casi hasta la afectación. Este último no sabemos si tiene dónde desahogar sus represiones afectivas, si es que se siente reprimido (como ya vemos que sí pasa a veces); y del otro “sindicalista” no sabemos si desahoga sus ansias de liderazgo en las causas populares, moviéndose como girasol al resplandor de cada moda.

Yo hago propósito de no creerle mucho a los portes llenos de dignidad, ni a los discursos llenos de estereotipos, ni a las recetas que aseguran haber encontrado exactamente “qué le falta a la Iglesia,” ni a las versiones de la Historia que predican de épocas doradas, ni a los cuentos de un futuro sobre esta tierra en que el Evangelio sea visible. Es decir, acabo de descubrir el agua tibia: “El Reino de Dios no está aquí, ni allí” (Lucas 17,21).

Fr. Nelson Medina, O.P.