Lo que sigue es mi comentario a esta entrada del blog De profesión, cura del P. Jorge González, en Infocatólica..
Escribe el P. González:
Mi parroquia actual, el edificio, tiene poco más de cuatro años. Me tocó impulsar su construcción y sacar adelante todo el proyecto. Mil detalles, entre los que había que contar de manera muy especial con las imágenes del templo.
Bueno, en verdad, solo había que pensar en una. Para la capilla de diario disponemos de una fantástica imagen regalo de una familia y para el templo principal de otra preciosa imagen de María sedente jugando con Jesús. El problema estaba en elegir un buen Cristo que aglutinara las miradas, la fe y la devoción de los fieles.
Hubo gente que rápido me propuso colocar un resucitado. Me negué en redondo, y mira que sus intenciones eran buenas: no quedarnos con la cruz, sino con el final de la historia: la resurrección y la gloria. Ya digo que la idea tenía su lógica, pero respondí justo con el evangelio de este domingo: la transfiguración. La pasión es el camino de la resurrección.
Hay un argumento bíblico importante que va a favor de lo decidido por el párroco: ¿Hemos tomado nota de que en los Evangelios Cristo Resucitado solamente se aparece a quienes sabían bien de su pasión y cruz, así fuera para huir de ellas? El Resucitado únicamente se aparece a sus apóstoles y a los discípulos, incluyendo en primer lugar a las mujeres, es decir, se aparece vivo a los que sabían de la cruz.
Cuando a una persona que no quiere saber de la cruz se le presenta una imagen del Resucitado, el sufrimiento de la cruz se trivializa o se vuelve del todo incomprensible: a lo sumo un hecho accidental, que poco o nada sumaría a los ejemplos de una vida coherente y heroica–con lo cual entramos en plena tierra pelagiana.
Además, la concepción “accidental” de la cruz contradice numerosos pasajes de la Biblia, y muy especialmente Lucas 24, donde Cristo explica a los discípulos que iban camino de Emaús que él DEBÍA padecer. El verbo “dei” del griego es muy fuerte.