LA AMARGURA:
(Hebr 12,14; Ef 4,31-32; Gal 5,19-21)
Cuando una persona no irradia felicidad ni goza de una actitud sana, probablemente se deba a que no ha sabido rodear su existencia, su personalidad de aspectos positivos; cuando revivimos un recuerdo negativo, llevando cuenta de ofensas que se nos han causado, el recuerdo se convierte en amargura que entristece nuestra existencia. No importa si la causa del rencor sea real o imaginada, su veneno nos carcome poco a poco hasta que se derrama sobre todo lo que nos rodea y lo corroe. Pienso que todos hemos conocido personas amargadas. Tienen una memoria extraordinaria para los más insignificantes detalles negativos, se consumen en quejas y se ahogan en resentimientos. Llevan cuenta minuciosa de las ofensas sufridas, y siempre están listos para demostrar a los demás cuánto han sido ofendidos. Por fuera aparentan tranquilos y serenos, pero por dentro revientan por su amargura reprimida. La amargura afecta todos nuestros sentimientos, acciones haciendo infeliz, atormentada y resentida a la persona amargada.
Naturaleza de la amargura: La amargura habla de alguien que carga sobre sus hombros características dañinas, no solo para su desarrollo emocional sino para aquellos que le rodean. En cada ser humano hay unas cuotas razonables de amargura provocada por muy diversas circunstancias. Podemos decir que es casi connatural a la persona esa falta de dulzura por las cosas de la vida. Lo que nos debe preocupar es que la amargura se convierta en un sentimiento constante en el día. La amargura es una herida en el alma que va más allá de los malos momentos que nos hayan hecho pasar, o de las maldades que hayamos cometido. La amargura es la victoria del mal, que quita la alegría de vivir, son esos sentimientos mal encauzados que te encierran en ti mismo. Para la persona amargada no existe el pasado, ni el presente, ni el futuro, solo existe esa falta de ilusión que tienen los que están muertos en vida, pues la amargura destruye y mata el espíritu humano.
Las personas constantemente amargadas defienden su indignación. Sienten que el hecho de haber sido heridas tan profundamente les exime de la obligación de perdonar. Pero son precisamente estas personas las que más necesitan perdonar. A veces tienen el corazón tan lleno de rencor que no les queda capacidad para amar. La amargura los debilita y los mantiene atados, presos en su propia cárcel.
La persona amargada se aferra a rencores contra personas, cosas o acontecimientos con efectos desastrosos para el cuerpo y para el alma. La amargura abre las puertas al mal, debilita ante los pensamientos homicidas que surgen y quita todo poder a la oración. Por eso Cristo nos pide resolver nuestra diferencias con los demás antes de “presentar nuestra ofrenda ante el altar” (Mt 5,24). Podemos orar todo un día, pero si guardamos rencores, la puerta de Dios permanecerá cerrada. La amargura no es sólo una perspectiva negativa de la vida, es un pecado. Destruye el alma y es capaz de destruir también el cuerpo. Sabemos que la tensión nerviosa puede causar úlceras, jaquecas e insomnio. La investigación médica ha demostrado que hay conexión entre un enojo no resuelto y los ataques al corazón; parece que las personas que reprimen su resentimiento son más susceptibles que aquellas que pueden desahogarse, que dan rienda suelta a sus emociones.
Cuando una ofensa, una traición o una defraudación se enquistan en el corazón humano, afectan en forma negativa los sentimientos, pensamientos y acciones, transformando al enfermo en una persona infeliz, resentida y atormentada. Nadie puede ser feliz o tener paz si su corazón está preso por una amargura.
La Escritura: La Palabra de Dios enseña que la amargura es enemigo de la paz, y que es muy peligrosa cuando “hecha raíz” en el corazón. Una persona amargada es peligrosa y envenena a las personas que están junto a ella. En efecto, han surgido enemistades entre parientes y amigos de un amargado, distanciándose llenos de resentimientos y hasta de odio. Contaminan a las personas que simpatizan con el resentido y amargado.
La carta a los Hebreos deja bien claro que la amargura es enemiga de la paz, muy peligrosa y se convierte en una verdadera epidemia cuando “echa raíces” en el corazón: “Hagan todo esfuerzo para vivir en paz con todos. Pongan cuidado en que no brote ninguna raíz de amargura y por ella llegue a inficionarse la comunidad” (Hebr 12,15). En efecto, una persona amargada envenena a las personas que están con ella, llenándolas de resentimiento y hasta de odio y hasta haciendo surgir enemistades entre sus mismos parientes y amigos. La amargura contamina hasta a los mismos que simpatizan con él. Una persona amargada contamina toda una comunidad.
La carta a los Efesios buscando aliviar a quienes se dejan tomar por la amargura les dice: “echen fuera de ustedes la amargura, las pasiones, el enojo, los gritos, los insultos y toda clase de maldad. Perdónense mutuamente como Dios les perdonó en Cristo” (Efesios 4, 31-32).
Algunos hechos: La amargura es un veneno que destruye las relaciones entre las personas y contamina el trato, creando discordia, celos, iras, odios, rencillas, divisiones. Por eso el remedio contra la amargura es el perdón, el olvido de las ofensas, soportándose unos a otros por amor. Nadie puede ser feliz o tener paz si su corazón está atormentado por alguna amargura.
Oigamos el siguiente caso: El marido se estaba muriendo, y la esposa permanecía endurecida e insensible como una piedra. Ante los demás había vivido una vida intachable. Era ordenada, meticulosa, trabajadora, honrada, capaz y confiable, pero no podía amar. Luego de meses de lucha, la causa de su frialdad quedó aclarada: era incapaz de perdonar. Ella no tenía agravios de gran magnitud, pero estaba doblegada bajo el peso colectivo de mil rencores pequeños.
Otro caso: era una mujer joven de quien su tío había abusado sexualmente. Aunque era, sin duda, la víctima inocente de un depravado, su desdicha parecía ser, por lo menos en parte, auto-perpetuada. No quería ni podía juntar la fortaleza interior necesaria para perdonar. Amordazada durante años por el temor de exponerse, y por el alcoholismo que su atormentador mantenía con regalos diarios de vodka, esta pobre mujer estaba desesperada. Se le había brindado terapia psiquiátrica intensiva y no le faltaban comodidades materiales. Tenía buen empleo y un círculo de amigos que la apoyaban; no se habían escatimado esfuerzos para ayudarle a restablecerse. A pesar de todo, sus emociones oscilaban desde la risa nerviosa hasta el llanto inconsolable. Se llenaba de comida un día, y al otro día ayunaba y se purgaba. Bebía botella tras botella. Era una persona difícil de ayudar. Sólo ella podía iniciar el proceso de su curación. Pero todo consejo parecía inútil. Enfurecida y confundida, se sumió cada vez más profundamente en la desesperación hasta que, finalmente, tuvo que ser hospitalizada porque había tratado de estrangularse. Las heridas que causa el abuso sexual necesitan años para sanar; en muchos casos dejan cicatrices permanentes. Sin embargo, pueden concluir en una vida atormentada o en el suicidio. De todos modos, hay personas que han encontrado la libertad y una nueva vida, una vez pudieron perdonar. Esto no significa resignarse u olvidar lo ocurrido. Significa que se debe tomar una decisión consciente de dejar de odiar, porque el odio no ayuda nunca. Como un cáncer, el odio se extiende a través del alma hasta destruirla por completo.
Por otro lado, existe a un alto nivel la amargura, esa que vive en aquellos que parecen no apreciar la belleza de la vida y que enfrascados en su frustración personal les impide valorar en su justa dimensión a los demás. Es una actitud malsana, que hace desconocer lo importante de irradiar alegría y tranquilidad espiritual aun en los momentos más difíciles de la existencia, que hace personas inseguras y solitarias.
Cuando revivimos perpetuamente un recuerdo negativo, llevando cuenta de las ofensas que se nos han causado, el recuerdo se convierte en rencor. No importa si la causa del rencor es real o imaginada, su veneno nos carcome poco a poco hasta que se derrama y corroe todo lo que nos rodea.
El amargado tiene una memoria extraordinaria para los más insignificantes detalles. Se consume quejándose y se ahoga en resentimientos. Lleva cuenta minuciosa de las ofensas sufridas, y siempre están listos para demostrar a los demás cuánto han sido ofendidos. Puede que por fuera aparenten tranquilos y serenos, pero por dentro revientan por un odio reprimido. A veces tienen el corazón tan lleno de rencor que ya no hay capacidad para amar.
Tarea para el amargado: Detecta qué es lo que produce en ti la amargura. Desde cuándo te sientes así. Orar con oración de perdón. Buscar ayuda externa para que te puedan explicar con objetividad la situación que ha motivado la amargura. Busca situaciones que te hagan superar la amargura.