Irlanda tiene entre las glorias de su fe católica ser el hogar que vio nacer a la Legión de María, una organización de laicos que se adelantó en muchos aspectos al Concilio Vaticano II. Yo mismo he recibido inmenso bien de su apoyo y del espacio que me han brindado para predicar el Evangelio aquí en Dublín de dos maneras: en retiros anuales de un día y en reflexiones mensuales que ofrezco como director espiritual de una de las Curias, la de Bethlehem.
Esos lazos de amistad y de mutuo apoyo en la evangelización se han fortalecido aún más en fecha reciente, del 22 al 24 de Mayo, gracias a un evento que el Consejo Superior de la Legión organizó, un Encuentro de Laicos y Sacerdotes en torno a la Nueva Evangelización. Yo fui invitado a ese evento que resultó un éxito en muchos aspectos: asistimos más de ciento cincuenta sacerdotes de muchas partes de Irlanda. Hasta donde he podido saber, yo era el único de Latinoamérica. El ambiente no podía ser más cordial pero, más que el aspecto de camaradería, me impacto la sencillez con que muchos se sentían a gusto compartiendo de su fe, el origen de su vocación, el lugar que la Virgen ha tenido en sus vidas, los amigos que han hecho en torno a la misma Legión. Mi sensación es que detrás de toda la organización, que brilló en todo momento, había una tremenda cantidad de oración, y que la Virgen misma quería que ese encuentro se realizara.
Los oradores fueron excepcionales. Monseñor Diarmuid Martin, arzobispo de Dublín, predicó dos veces. Su elocuencia y claridad aparecieron una vez más, gracias a Dios. Sin embargo, fueron dos hombres de tez oscura los que causaron un mayor impacto. Hablo de los cardenales Francis Arinze e Ivan Dias, un africano y un indio, presidentes respectivamente de dos Congregaciones de la curia del Vaticano: Arinze, para los Sacramentos y el Culto Divino; Dias, para la Evangelización de los Pueblos.
Nigeria y la India se hicieron, pues, presentes en Irlanda. Países con extremos de pobreza y muy serios desafíos sociales y económicos vienen aquí, a la nación de más rápido crecimiento y oferta de empleo en Europa Occidental, aquí donde el ímpetu de ser “Primer Mundo” casi que embriaga a esta generación de irlandeses.
Mons. Arinze fue el orador del día 23 y Mons. Dias el 24. Hombres sencillos, de fácil trato, con una convicción muy grande, capaces de contar una anécdota y de posar para las inevitables fotos. Cardenales eminentísimos, puestos en lugares de inmenso poder e influencia, que jamás han olvidado de dónde vienen, ni cuánta esperanza les han depositado los hombres y mujeres pobres de sus países de origen.
Arinze, por ejemplo, después de darnos una conferencia y celebrar la misa, se despidió con cierta presteza, porque quería reunirse con la comunidad nigeriana de aquí de Dublín. Los pobres, y algún ilegal, estaban ahí después, saludando y abrazando a su compatriota que pudo decirles lo que en su momento nos dijo a nosotros: “¡El Papa les mandó muchos saludos!”
Dias, por su parte, recordó los años de su ordenación, su lucha interior por buscar un sacerdocio feliz y bien vivido ante Dios, contó de su amor por los escritos de San Luis María Grignon de Montfort y nos dejó saber de su experiencia personal de lo que significa defender el don sacerdotal ante los ataques del diablo. Y no pidió disculpas ni entró a decir que hablaba de la maldad del mundo o las falencias de los hombres. Su discurso fue sencillo: “ustedes le quitan terreno al diablo; él hace lo que puede por dañarlos a ustedes.”
La palabra del cardenal fue la de un padre, la de un amigo, la de un pastor. No un hombre lleno de sí mismo, ni de su cargo, ni de su título.
Vaya un ejemplo, ya que en los detalles se conoce a la gente: en la misa que él presidió, la joven que debía iniciar el canto del Santo se equivocó y lo interrumpió a él. El error fue perfectamente protuberante pero no menos notoria fue la actitud serena de Mons. Dias, que simplemente abrevió la parte final del prefacio. No se descompuso, no juzgó a nadie, ni hizo sentir mal a nadie. Obró con amor sin dar importancia a que no lo dejaran decir comppleta su parte.
Otro ejemplo: antes de la misa, un grupo de sacerdotes jóvenes estaba dando algunos testimonios y comentarios teológicos sobre la presencia de la Virgen María en la vida de la iglesia y del sacerdote. El eminentísimo cardenal Dias se sentó como uno más a escuchar. Son ejemplos que uno ruega a Dios que se generalicen.
Por supuesto, no es el “Tercer Mundo” el que ha dado humildad, alegría y espíritu de acogida a estos dos cardenales. Es algo que viene finalmente de Jesucristo. Pero… ¿por qué resulto yo acordándome de san Pablo? “Considerad, hermanos, vuestro llamamiento; no hubo muchos sabios conforme a la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que Dios ha escogido lo necio del mundo, para avergonzar a los sabios; y Dios ha escogido lo débil del mundo, para avergonzar a lo que es fuerte; y lo vil y despreciado del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para anular lo que es; para que nadie se jacte delante de Dios” (1 Corintios, 1).