Estamos en la era de la comunicación. Nuestra generación esta cada dia mas dependiente de ella. Nuestras necesidades (muchas) tienen respuesta usando los medios que la ciencia a logrado para servicio de la humanidad contemporanea. Usted y su ministerio son un ejemplo de ello. ¿Podría entonces la Iglesia considerar ofrecer el Sacramento de la CONFESION on line? Gracias y bendiciones. JC
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Hay razones prácticas que hacen ver, de entrada, lo extraño de la propuesta de “sacramentos virtuales.” Entre los tesoros de nuestra Iglesia está el sigilo sacramental que en ningún caso se puede garantizar a través de comunicaciones que no sean directas. Entendamos que toda comunicación mediada por escritos, chat, email, teléfono o videoconferencia es susceptible de ser interceptada y espiada. Las noticias de los últimos días con PRISM lo confirman. Pero hay razones más profundas, aun suponiendo, que no se puede suponer, que se llegara a al comunicación encriptada “perfecta.”
Los sacramentos no son actos mágicos (que funcionarían con el sólo hecho de que se sigan unos pasos y se digan unas palabras) ni tampoco burocráticos (que requieren únicamente que se siga lo prescrito en un protocolo o manual de procedimientos). Los sacramentos de la fe son expresiones de esa misma fe, la cual no hemos recibido por libro o por pantalla, sino al contacto con personas reales. En efecto, la fe no es una idea o una simple convicción interior: es un modo de vida que abarca todas las dimensiones de la persona humana en todo su ser: sus sentidos, su imaginación, sus recuerdos, sus proyectos.
Nada que sea parte de mi vida puede quedar por fuera de la vida de fe. Esto se nota particularmente en los sacramentos de la fe que se dirigen no únicamente a la mente o la inteligencia sino a todo el ser. El agua del bautismo recorre la cabeza y el cuerpo del bautizado; la unción brilla en la frente del confirmado, que además recibe la cálida mano del obispo; la eucaristía la comemos y se deja sentir en la boca. Lo que acompaña los sacramentos es sensible también, o sea, llega a través de los sentidos: los ambientes, el perfume del incienso, el hecho mismo de hacer parte de una asamblea y sentir el calor de la presencia de los hermanos.
Es verdad que estos elementos, que son parte de una rica antropología, a veces se descuidan en las celebraciones litúrgicas pero nuestra actitud no debe ser dejar perder sino más bien recuperar en su plenitud y hermosura cada sacramento. Cada uno de ellos es acontece dentro de la comunidad creyente y se alimenta de todo lo que sucede en un encuentro real entre personas reales. Esto vale también, y en altísimo grado, para la confesión. El tono de la voz del penitente es también lenguaje que habla de contrición o de cinismo. Uno puede decir: “He colaborado como en unos quince o veinte abortos” de muchas maneras, y ese tono, que se percibe al encuentro real con la persona real es parte del sacramento.
Pareciera que eso se puede reemplazar con una video-conferencia pero lo que el corazón humano pide y necesita es mucho más que eso. Lo que sucede en una confesión no es una pura declaración de paz y salvo de un documento: ¡es el reencuentro vivo con Dios nuestro Padre! Jesús dijo que hay fiesta en el Cielo cuando un pecador se convierte; ese lenguaje está indicando que en la absolución sacramental se trata de algo que sólo se compara a una nueva creación: es un reencuentro precioso que pide que todo nuestro ser se haga presente.
En síntesis: la legislación de la Iglesia es clara: no hay sacramentos virtuales. Y la razón es clara: el lenguaje de Dios en los sacramentos es total; abarca todo nuestro ser y supone un reencuentro pleno, en lenguaje total de alma y cuerpo con la comunidad creyente, y en particular con el ministro del sacramento.